Cuentos :  Psicodélica
Psicodélica

En las últimas sombras del tiempo, dejó de ser mortal.
Por el más allá, allá de los ojos grises, los días, los fa-
roles hormigueaban... Largos, temblando, alegres,
dónde la muerte, muere sola, viviendo y caducando de huesos líquidos perfumes, taladrando siglos y tumultos.
Un luz verde, emergió bajo el espeso espejo.
Justo al pestañear, la cítara, la música, el susurro resba-
lando por el viento, al olor del vibrar pesado. Esferas e-
mocionadas, centelleantes, suspiros.
Hoy, por fin había dejado de nacer, burbujeantes, las palabras no fueron necesarias. Y la mano, eterna, tibia, y sobre todo, cariñosa, alejó toda distancia.
El tiempo caía por las esquinas, incómodo, perdía infi-
nitos siglos, millares derretidos en un instante, un uni-
verso, inverso, reverso, anverso, reproduciéndose a sí,
mismo, cada segundo, primero al último al volver lo su-
ficiente... Por ello la tarde quedó plena, la noche entera,
los anhelos tiernos misterios en calma, cómo verduras
frescas, esmeradas y esmeraldinas.
¡Extraño aislamiento!... Demasiado bien alargado,
per-
ceptible, saturado, entre novedades antiquísimas, bur-
bujas ultravioletas se veía. ¡Absurdo!. - Pensaba -

¡Allá ella, acá ello, y como aquéllo, ésto otro!.

En tanto oruga, se vistió de abeja en las nubes, soñando,
su gemela, y de tan distinta y diferente tejía cada una de
las sedas en los futuros días alfombrando alados campa-
narios, vibrando, silenciosos entre pestañas hilando,
hilo a lo otro cercano y lejano, cada porvenir sin pasar.
Las hojas de madera opacaban densamente con un.
¡Perfume!. Si, cómo un perfume, árido y lejano arrullo.
¡Qué cándidos aparecían aquéllas, alas anaranjadas, almendradas, comparadas con las mortecinas flamas del horizonte!. Los encinos, en la mañana, no eran menos
qué resplandores tiernos, qué tapizaban cautelosamente
sus raices, como palmas, plantadas en oasis invisibles en los espejismos reverdeciendo. ¡Psicodélicamente, comprensible, es al final su origen desconocido sin serlo!.

Y el origen, tal vez, de ésta pequeña pero
punzante preocu-
pasión, que extrañamente ronda confusa, es la excesiva
voluntad. que a veces hay también en los humanos.
Pero... ¡Aquí!. Vestía de abeja solo.
¡Ah!--- Pero sin duda en la mariposa después de
algunas
semanas había crecido, lento, su palpitar, de verdadera oruga en el fondo.
Risueña, su naturaleza cruzó a otra dimensión, sin espacio, sin tiempo. Y de mortal vestida. ¡Tejió su eternidad!.


Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Poeta

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