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BREBAJE CALCINADO
En el silencio vieron las manos rectas. Un blanco muy liso. En su habitación pequeña. Un amarillo fresco. ¡Adaptado al problema!. Un verde más rugoso. En la ropa diferente. Del primero. Donde. Enrojecen al horizonte los sueños. atardecidos vibrantes campos. desmoronados apasionadamente. en la devoradora sangre. del granizo consagrado. del espacio incinerado. del irremediable tiempo.
¡Brebaje del brebaje, calcinado!
Cediendo los colores auditivos,
con el despertar embriagador, de joyas retenidas en un fanal,
con el silencio enmohecido, de los hurones del puño puro,
por la mirada del nunca fue, por los muros del porvenir.
¡Calcinado por el brebaje!.
Las cadenas libres flotan entre balas
Al viento encarcelado del barbecho Está el hortelano esbelta hoguera
¡Qué las flamas reclama caído!.
Brebaje. Calcinado. Donde las manos curvaron. Las esquinas esenciales. Los altares hechizados. Los callados manifiestos. Por no querer ser. El ayer adormecido. Por no querer. El mañana. Turbio. Brío.
Al clamor de los tinteros derramados
El silencio vestido de suelos En la tierra blanca del techo
Al firmamento estremeciendo La embestida mineral cueva
La hermosura vistiendo luto
En el nido del cristal ¡De la bellotas!. Con El Pincel que desendulza. ¡Tanto al durazno como al manzano!.
Con El Papel qué se huracana...
¡Entre las manos rectas que vieron el silencio!. Calcinado brebaje calcinado. Calcinado Brebaje Calcinado.
Autor: Joel Fortunato Reyes Përez
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Poeta
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INTRADUCIBLE
En la ventana que nos mira inquietantes sorpresas con sus opacos vidrios, a veces, aceitunados con el tiempo entre las manos obliteradas que nos reflejan lámparas amablemente tristes qué juegan entre retraídas lentos silencios qué se alejan palpando los viejos sabores del mañana qué no está llegando del otoño saliendo dulce semilla luz bajo agua seca ya entre la puerta que nada escucha al correr la perilla dónde cierra un mundo lánguido y abre otro de metal madera atrevida con el ropaje de cortinas enmudecidas diligentes.
¡Con la sumisión de merluza zapateando empotrada!. Las palabras Sin acciones Son Sólo letras Sin Sentido ¡Con lo insoportable y desesperante del zángano!.
In tra duci ble ya
Porque... Era demasiado lo que no era poco. Escudriñado sabueso de secretos. Exploradores mapas pacientes. En caja de suave habitar. Al saber.
La gran verdad está infestada de mentiras y apariencias. ¡Qué van y vienen alegres y desesperadas!. Cortinaje de ventanas. Bártulo, vivo, gozo. Aletargado desenlace. Enmudeciendo. Vidrios. Entrando al mundo. ¡Maculado cisco en cisma!. Ubérrimo ufanarse. De ulular. Entre zangarriana rozagante.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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A todas las evoco. Pensativas, cual si tuvieran alma, yo las veo pasar, como teorías que viniesen en las estancias líricas de un verso.
Las buenas, las cordiales, generosas madrecitas de olvidos en los duelos, las buenas, las cordiales, que ya nunca las volvimos a ver, ni en el recuerdo.
Las manos enigmáticas, las manos con vagos exotismos de misterio, que ocultan, como en libros invisibles, las fórmulas vedadas del secreto.
Las manos que coronan los designios, las manos vencedoras del silencio, en las que sueña, a veces, derrotado, un tardío laurel de luz el genio.
Las pálidas, con sangre de azucenas, violadas por los duendes de los besos, que vi una vez, nerviosas, deslizarse sobre la gama azul de un florilegio.
Las manos graves de las novias muertas, rígidas desposadas de los féretros, leves hostias de ritos amatorios que ya nunca jamás comulgaremos;
Esas manos inmóviles y extrañas, que se petrificaron en el pecho como una interrogante dolorosa de la inmensa ansiedad del postrer gesto.
Las crüeles que saben el encanto del fugaz abandono de un momento. Las exangües, las castas como vírgenes, severas domadoras del deseo.
Las santas, inefables, las ungidas con mirras de perdón y de consuelo: amadas melancólicas y breves de los poetas y de los enfermos.
Las románticas manos de las tísicas, que, en la voz moribunda de un arpegio, como conjuro agónico angustiado, llamaron a Chopin, desfalleciendo...
Las manos que derraman por la noche los filtros germinales en el lecho: las que escriben las cláusulas fecundas sobre las carnes que violó el invierno.
Las manos sin amor de las amadas, más frías y más blancas que el pañuelo que se esfuma en las largas despedidas como paloma del adiós supremo.
¡Las únicas, las fieles, las anónimas, las manos que en los ojos de algún muerto pusieron, al cerrarlos, la postrera temblorosa caricia de sus dedos!
Las manos de bellezas irreales, las manos como lirios de recuerdos, de aquellas que se fueron a la luna, en la piedad del éxtasis eterno.
Las místicas, fervientes como exvotos, inmaterializadas en el rezo, las manos que humanizan las imágenes de los blondos y tristes nazarenos.
Y las manos que triunfan del olvido, ¡esas, blancas como el remordimiento de no haberlas besado, ni siquiera con el beso intangible del ensueño!
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Poeta
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Manos que sois de la Vida, manos que sois del Ensueño; que disteis toda belleza que toda belleza os dieron; tan vivas como dos almas, tan blancas como de muerto, tan suaves que se diría acariciar un recuerdo; vasos de los elixires los filtros y los venenos; ¡manos que me disteis gloria manos que me disteis miedo! Con finos dedos tomasteis la ardiente flor de mi cuerpo... Manos que vais enjoyadas del rubí de mi deseo, la perla de mi tristeza, y el diamante de mi beso: ¡llevad a la fosa misma un pétalo de mi cuerpo! Manos que sois de la Vida, manos que sois del Ensueño.
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¿En qué tela de llamas me envolvieron las arañas de nieve de tus manos? ¡Red de tu alma y de tu carne, lía mis alas y mis brazos!
Tú me llegaste de un país tan lejos que a veces pienso si será soñado... Venías a traerme mi destino, tal vez desde el Olimpo, en esas manos; y hoy que tu nave peregrina cruza no sé que mar al soplo del Acaso, ellas abren sin fin sobre mi vida, como un cielo presente aunque lejano, y de sus palmas armoniosas bajan noches y días alhajados de astros, o encapuzados de siniestras nubes que me apuntan sus rayos...
Ellas me alzaron como un lirio roto de mi tristeza como de un pantano; me desvelaron de melancolías, obturaron las venas de mi llanto, las corolas de oro de mis lámparas de insomnio deshojaron, abrieron deslumbrantes los dormidos capullos de mis astros, y gráciles prendieron en mi pecho la rosa del Encanto.
Mis alas embriagadas de pereza, con dulzura balsámica peinaron, les curaron las llagas de la tierra, y apartando las puertas del Milagro, con un gesto que hacía un horizonte una vía de azur me señalaron... Yo abrí los brazos al tender las alas... ¡quise volar... y desmayé en tus manos!
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¿En qué tela de fuego me envolvieron las arañas de nieve de tus manos? ¡Red de tu alma y de tu carne, lía mis alas y mis brazos!
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¡Manos que sois de la Vida, manos que sois del Ensueño; manos que me disteis gloria, manos que me disteis miedo! Llevad a la fosa misma un pétalo de mi cuerpo...
-¿Contendrán esas manos divinas, invisible, el doloroso signo de las supremas leyes?... ¡Yo creo que solemnes, dominarán al Tiempo! ¡y dulces, juraría que hechizan a la Muerte!-
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¡Manos que sois de la Vida! ¡Manos que sois del Ensueño! ¡Manos que me disteis gloria! ¡Manos que me disteis miedo!
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Poeta
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No tienes tú la culpa si en tus manos mi amor se deshojó como una rosa: Vendrá la primavera y habrá flores... El tronco seco dará nuevas hojas.
Las lágrimas vertidas se harán perlas de un collar nuevo; romperá la sombra un sol precioso que dará a las venas la savia fresca, loca y bullidora.
Tú seguirás tu ruta; yo la mía y ambos, libertos, como mariposas perderemos el polen de las alas y hallaremos más polen en la flora.
Las palabras se secan como ríos y los besos se secan como rosas, pero por cada muerte siete vidas buscan los labios demandando aurora.
Mas... ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera! ¡Y toda primavera que se esboza es un cadáver más que adquiere vida y es un capullo más que se deshoja!
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Poeta
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Acercate, poeta; mi alma es sobria, de amor no entiende -del amor terreno- su amor es mas altivo y es mas bueno.
No pediré los besos de tus labios. No beberé en tu vaso de cristal, el vaso es frágil y ama lo inmortal.
Acercate, poeta sin recelos... ofréndame la gracia de tus manos, no habrá en mi antojo pensamientos vanos.
¿Quieres ir a los bosques con un libro, un libro suave de belleza lleno?... Leer podremos algun trozo ameno.
Pondré en la voz la religión de tu alma, religión de piedad y de armonía que hermana en todo con la cuita mía.
Te pediré me cuentes tus amores y alguna historia que por ser añeja nos dé el perfume de una rosa vieja.
Yo no diré nada de mi misma porque no tengo flores perfumadas que pudieran asi ser historiadas.
El cofre y una urna de mis sueños idos no se ha de abrir, cesando su letargo, para mostrarte el contenido amargo.
Todo lo haré buscando tu alegría y seré para ti tan bondadosa como el perfume de la vieja rosa.
La invitación esta....sincera y noble. ¿Quieres ser mi poeta buen amigo y solo tu dolor partir conmigo?
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Poeta
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Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro Conozco yo, y os imagino blanca, Débil como los brotes iniciales, Pequeña, dulce... Ya ni sé... Divina. En vuestros ojos placidez de lago Que se abandona al sol y dulcemente Le absorbe su oro mientras todo calla. Y vuestras manos, finas, como aqueste Dolor, el mío, que se alarga, alarga, Y luego se me muere y se concluye Así, como lo veis; en algún verso. Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca Tenéis un rumoroso colmenero. Si las orejas vuestras son a modo De pétalos de rosas ahuecados... Decidme si lloráis, humildemente. Mirando las estrellas tan lejanas. Y si en las manos tibias se os aduermen Palomas blancas y canarios de oro. Porque todo eso y más, vos sois, sin duda: Vos, que tenéis el hombre que adoraba Entre las manos dulces, vos la bella Que habéis matado, sin saberlo acaso, Toda esperanza en mí... Vos, su criatura. Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma Estáis gustando del amor secreto Que guardé silencioso... Dios lo sabe Por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo. Os lo confieso que una vez estuvo Tan cerca de mi brazo, que a extenderlo Acaso mía aquélla dicha vuestra Me fuera ahora... ¡sí! acaso mía... Mas ved, estaba el alma tan gastada Que el brazo mío no alcanzó a extenderse: La sed divina, contenida entonces, Me pulió el alma... ¡Y él ha sido vuestro! ¿Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos El se adormece y le decís palabras Pequeñas y menudas que semejan Pétalos volanderos y muy blancos. Acaso un niño rubio vendrá luego A copiar en los ojos inocentes Los ojos vuestros y los de él Unidos en un espejo azul y cristalino... ¡Oh, ceñidle la frente! ¡Era tan amplia! ¡Arrancaban tan firmes los cabellos A grandes ondas, que a tenerla cerca No hiciera yo otra cosa que ceñirla! Luego dejad que en vuestras manos vaguen Los labios suyos; él me dijo un día Que nada era tan dulce al alma suya Como besar las femeninas manos... Y acaso, alguna vez, yo, la que anduve Vagando por afuera de la vida, -Como aquellos filósofos mendigos Que van a las ventanas señoriales A mirar sin envidia toda fiesta- Me allegue humildemente a vuestro lado Y con palabras quedas, susurrantes, Os pida vuestras manos un momento, Para besarlas, yo, como él las besa... Y al recubrirlas, lenta, lentamente, Vaya pensando: aquí se aposentaron ¿Cuánto tiempo?, sus labios, ¿cuánto tiempo En las divinas manos que son suyas? ¡Oh, qué amargo deleite, este deleite De buscar huellas suyas y seguirlas Sobre las manos vuestras tan sedosas, Tan finas, con sus venas tan azules! Oh, que nada podría, ni ser suya, Ni dominarle el alma, ni tenerlo Rendido aquí a mis pies, recompensarme Este horrible deleite de hacer mío Un inefable, apasionado rastro. Y allí en vos misma, sí, pues sois barrera, Barrera ardiente, viva, que al tocarla Ya me remueve este cansancio amargo, Este silencio de alma en que me escudo, Este dolor mortal en que me abismo, Esta inmovilidad del sentimiento ¡Que sólo salta, bruscamente, cuando Nada es posible!
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Poeta
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(A mi querido amigo A.F. Cuenca.)
¡Entrad!... en mi aposento donde sólo se ven sombras, está una mujer muriendo entre insufribles congojas... Y a su cabecera tristes dos niñas bellas que lloran, y que entrelazan sus manos y que gimen y sollozan. Y la infeliz ya no mira ni tiene aliento en la boca, y cuando habla sólo dice con voz hueca y espantosa: "¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre! Por piedad ¡Una limosna!" Y calla... y las niñas gimen... y calla... y el viento sopla... y llora... y nadie la escucha, ¡que nadie escucha al que llora! ........................................... ¿Y la oís? - ¡Ay!, hijas mías vanse por fin a quedar solas... solas... y sin una madre que os alivie y que os socorra... solas... y sin un mendrugo que llevar a vuestra boca... Adiós... adiós... ya me muero... ya no tengo hambre... y la mísera expiraba ¡"Una limosna"! entre angustias y congojas, mientras que las pobres niñas casi locas, casi locas la besaban y lloraban envueltas entre las sombras. Después... temblando de frío bajo sus rasgadas ropas, caminaban lentamente por la calle oscura y sola, exclamando con voz triste al divisar una forma; ..."¡Me muero de hambre!" Y la otra... ...¡"Una limosna"!
Enero de 1869.
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Poeta
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Estos versos, lector mío, que a tu deleite consagro, y sólo tienen de buenos conocer yo que son malos, ni disputártelos quiero, ni quiero recomendarlos, porque eso fuera querer hacer de ellos mucho caso.
No agradecido te busco: pues no debes, bien mirado, estimar lo que yo nunca juzgué que fuera a tus manos. En tu libertad te pongo, si quisieres censurarlos; pues de que, al cabo, te estás en ella, estoy muy al cabo.
No hay cosa más libre que el entendimiento humano; pues lo que Dios no violenta, por qué yo he de violentarlo?
Di cuanto quisieres de ellos, que, cuanto más inhumano me los mordieres, entonces me quedas más obligado, pues le debes a mi musa el más sazonado plato (que es el murmurar), según un adagio cortesano. Y siempre te sirvo, pues, o te agrado, o no te agrado: si te agrado, te diviertes; murmuras, si no te cuadro.
Bien pudiera yo decirte por disculpa, que no ha dado lugar para corregirlos la priesa de los traslados; que van de diversas letras, y que algunos, de muchachos, matan de suerte el sentido que es cadáver el vocablo; y que, cuando los he hecho, ha sido en el corto espacio que ferian al ocio las precisiones de mi estado; que tengo poca salud y continuos embarazos, tales, que aun diciendo esto, llevo la pluma trotando.
Pero todo eso no sirve, pues pensarás que me jacto de que quizá fueran buenos a haberlos hecho despacio; y no quiero que tal creas, sino sólo que es el darlos a la luz, tan sólo por obedecer un mandato.
Esto es, si gustas creerlo, que sobre eso no me mato, pues al cabo harás lo que se te pusiere en los cascos. Y adiós, que esto no es más de darte la muestra del paño: si no te agrada la pieza, no desenvuelvas el fardo.
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Poeta
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Oigo el crujir de tu traje, turba tu paso el silencio, pasas mis hombros rozando y yo a tu lado me siento. Eres la misma: tu talle, como las palmas, esbelto, negros y ardientes los ojos, blondo y rizado el cabello; blando acaricia mi rostro como un suspiro tu aliento; me hablas como antes me hablabas, yo te respondo muy quedo, y algunas veces tus manos entre mis manos estrecho. ¡Nada ha cambiado: tus ojos siempre me miran serenos, como a un hermano me buscas, como a una hermana te encuentro! ¡Nada ha cambiado: la luna deslizando su reflejo a través de las cortinas de los balcones abiertos; allí el piano en que tocas, allí el velador chinesco y allí tu sombra, mi vida, en el cristal del espejo. Todo lo mismo: me miro, pero al mirarte no tiemblo, cuando me miras no sueño. Todo lo mismo, peor algo dentro de mi alma se ha muerto. ¿Por qué no sufro como antes? ¿Por qué, mi bien, no te quiero?
Estoy muy triste; si vieras, desde que ya no te quiero siempre que escucho campanas digo que tocan a muerto. Tú no me amabas pero algo daba esperanza a mi pecho, y cuando yo me dormía tú me besabas durmiendo. Ya no te miro como antes, ya por las noches no sueño, ni te esconden vaporosas las cortinas de mi lecho. Antes de noche venías destrenzando tu cabello, blanca tu bata flotante, tiernos tus ojos de cielo; lámpara opaca en la mano, negro collar en el cuello, dulce sonrisa en los labios y un azahar en el pecho. Hoy no me agito si te hablo ni te contemplo si duermo, ya no se esconde tu imagen en las cortinas del techo.
Ayer vi a a un niño en la cuna; estaba el niño durmiendo, sus manecitas muy blancas, muy rizado su cabello. No sé por qué, pero al verle vino otra vez tu recuerdo, y al pensar que no me amaste, sollozando le di un beso. Luego, por no despertarle, me alejé quedo, muy quedo. ¡Qué triste que estaba el alma! ¡Qué triste que estaba el cielo! Volví a mi casa llorando, me arrojé luego en el lecho. Todo estaba solitario, Todo muy negro, muy negro. Como una tumba mi alcoba, la tarde tenue muriendo, mi corazón con el frío. Busqué la flor que me diste una mañana en tu huerto y con mis manos convulsas la apreté contra mi pecho; miré luego en torno mío y la sombra me dio miedo... Perdóname, si, perdóname, ¡no te quiero, no te quiero!
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Poeta
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