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Nocturno a Rosario
I
¡Pues bien! yo necesito decirte que te adoro decirte que te quiero con todo el corazón; que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro, que ya no puedo tanto al grito que te imploro, te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.
II
Yo quiero que tu sepas que ya hace muchos días estoy enfermo y pálido de tanto no dormir; que ya se han muerto todas las esperanzas mías, que están mis noches negras, tan negras y sombrías, que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.
III
De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver, camino mucho, mucho, y al fin de la jornada las formas de mi madre se pierden en la nada y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.
IV
Comprendo que tus besos jamás han de ser míos, comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás, y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos, y en vez de amarte menos te quiero mucho más.
V
A veces pienso en darte mi eterna despedida, borrarte en mis recuerdos y hundirte en mi pasión mas si es en vano todo y el alma no te olvida, ¿Qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida? ¿Qué quieres tu que yo haga con este corazón?
VI
Y luego que ya estaba concluído tu santuario, tu lámpara encendida, tu velo en el altar; el sol de la mañana detrás del campanario, chispeando las antorchas, humeando el incensario, y abierta alla a lo lejos la puerta del hogar...
VII
¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo, los dos unidos siempre y amándonos los dos; tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho, los dos una sola alma, los dos un solo pecho, y en medio de nosotros mi madre como un Dios!
VIII
¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida! ¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así! Y yo soñaba en eso, mi santa prometida; y al delirar en ello con alma estremecida, pensaba yo en ser bueno por tí, no mas por ti.
IX
¡Bien sabe Dios que ese era mi mas hermoso sueño, mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer; bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño, sino en amarte mucho bajo el hogar risueño que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer!
X
Esa era mi esperanza... mas ya que a sus fulgores se opone el hondo abismo que existe entre los dos, ¡Adiós por la vez última, amor de mis amores; la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores; mi lira de poeta, mi juventud, adiós!
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Poeta
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¡Sin lágrimas, sin quejas, sin decirlas adiós, sin un sollozo! cumplamos hasta lo último. . . la suerte nos trajo aquí con el objeto mismo, los dos venimos a enterrar el alma bajo la losa del escepticismo. Sin lágrimas... las lágrimas no pueden devolver a un cadáver la existencia; que caigan nuestras flores y que rueden, pero al rodar, siquiera que nos queden seca la vista y firme la conciencia. ¡Ya lo ves! para tu alma y para mi alma los espacios y el mundo están desiertos... los dos hemos concluido, y de tristeza y aflicción cubiertos, ya no somos al fin sino dos muertos que buscan la mortaja del olvido. Niños y soñadores cuando apenas de dejar acabábamos la cuna, y nuestras vidas al dolor ajenas se deslizaban dulces y serenas como el ala de un cisne en la laguna cuando la aurora del primer cariño aún no asomaba a recoger el velo que la ignorancia virginal del niño extiende entre sus párpados y el cielo, tu alma como la mía, en su reloj adelantando la hora y en sus tinieblas encendiendo el día, vieron un panorama que se abría bajo el beso y la luz de aquella aurora; y sintiendo al mirar ese paisaje las alas de un esfuerzo soberano, temprano las abrimos, y temprano nos trajeron al término del viaje. Le dimos a la tierra los tintes del amor y de la rosa; a nuestro huerto nidos y cantares, a nuestro cielo pájaros y estrellas; agotamos las flores del camino para formar con ellas una corona al ángel del destino... y hoy en medio del triste desacuerdo de tanta flor agonizante o muerta, ya sólo se alza pálida y desierta la flor envenenada del recuerdo. Del libro de la vida la que escribimos hoy es la última hoja... cerrémoslo en seguida, y en el sepulcro de la fe perdida enterremos también nuestra congoja. Y ya que el cielo nos concede que este de nuestros males el postrero sea, para que el alma a descansar se apreste, aunque la última lágrima nos cueste, cumplamos hasta el fin con la tarea. Y después cuando al ángel del olvido hayamos entregado estas cenizas que guardan el recuerdo adolorido de tantas ilusiones hechas trizas y de tanto placer desvanecido, dejemos los espacios y volvamos a la tranquila vida de la tierra, ya que la noche del dolor temprana se avanza hasta nosotros y nos cierra los dulces horizontes del mañana. Dejemos los espacios, o si quieres que hagamos, ensayando nuestro aliento, un nuevo viaje a esa región bendita cuyo sólo recuerdo resucita al cadáver del alma al sentimiento, lancémonos entonces a ese mundo en donde todo es sombras y vacío, hagamos una luna del recuerdo si el sol de nuestro amor está ya frío; volemos, si tu quieres, al fondo de esas mágicas regiones, y fingiendo esperanzas e ilusiones, rompamos el sepulcro, y levantando nuestro atrevido y poderoso vuelo, formaremos un cielo entre las sombras, y seremos los duendes de ese cielo.
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Poeta
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Porque eres buena, inocente como un sueño de doncella, porque eres cándida y bella como un nectario naciente.
Porque en tus ojos asoma con un dulcísimo encanto, todo lo hermoso y lo santo del alma de una paloma.
Porque eres toda una esencia de castidad y consuelo, porque tu alma es todo un cielo de ternura y de inocencia.
Porque al sol de tus virtudes se mira en ti realizado el ideal vago y soñado de todas las juventudes;
por eso, niña hechicera, te adoro en mi loco exceso; por eso te amo, y por eso te he dado mi vida entera.
Por eso a tu luz se inspira la fe de mi amor sublime; ¡por eso solloza y gime como un corazón mi lira!
Por eso cuando te evoca mi afán en tus embelesos, siento que un mundo de besos palpita sobre mi boca.
Y por eso entre la calma de mi existencia sombría, mi amor no anhela más día que el que una mi alma con tu alma.
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Poeta
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I
Mañana que ya no puedan encontrarse nuestros ojos, y que vivamos ausentes, muy lejos uno del otro, que te hable de mí este libro como de ti me habla todo.
II
Cada hoja es un recuerdo tan triste como tierno de que hubo sobre ese árbol un cielo y un amor; reunidas forman todas el canto del invierno, la estrofa de las nieves y el himno del dolor.
III
Mañana a la misma hora en que el sol te besó por vez primera, sobre tu frente pura y hechicera caerá otra vez el beso de la aurora; pero ese beso que en aquel oriente cayó sobre tu frente solo y frío, mañana bajará dulce y ardiente, porque el beso del sol sobre tu frente bajará acompañado con el mío.
IV
En Dios le exiges a mi fe que crea, y que le alce un altar dentro de mí. ¡Ah! ¡ Si basta no más con que te vea para que yo ame a Dios, creyendo en ti!
V
Si hay algún césped blando cubierto de rocío en donde siempre se alce dormida alguna flor, y en donde siempre puedas hallar, dulce bien mío, violetas y jazmines muriéndose de amor;
yo quiero ser el césped florido y matizado donde se asienten, niña, las huellas de tus pies; yo quiero ser la brisa tranquila de ese prado para besar tus labios y agonizar después.
Si hay algún pecho amante que de ternura lleno se agite y se estremezca no más para el amor, yo quiero ser, mi vida, yo quiero ser el seno donde tu frente inclines para dormir mejor.
Yo quiero oír latiendo tu pecho junto al mío, yo quiero oír qué dicen los dos en su latir, y luego darte un beso de ardiente desvarío, y luego. . . arrodillarme mirándote dormir.
VI
Las doce. . . ¡adiós. . .! Es fuerza que me vaya y que te diga adiós. . . Tu lámpara está ya por extinguirse, y es necesario. -Aún no.- Las sombras son traidoras, y no quiero que al asomar el sol, se detengan sus rayos a la entrada de nuestro corazón. . . -Y, ¿qué importan las sombras cuando entre ellas queda velando Dios? -¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras al lado del amor? -¿Cuando te duermas ¿me enviarás un beso? -¡Y mi alma! -¡Adiós. . . ! -¡Adiós. . . !
VII
Lo que siente el árbol seco por el pájaro que cruza cuando plegando las alas baja hasta sus ramas mustias, y con sus cantos alegra las horas de su amargura; lo que siente pro el día la desolación nocturna que en medio de sus angustias, ve asomar con la mañana de sus esperanzas una; lo que sienten los sepulcros por la mano buena y pura que solamente obligada por la piedad que la impulsa, riega de flores y de hojas la blanca lapida muda, eso es al amarte mi alma lo que siente por la tuya, que has bajado hasta mi invierno, que has surgido entre mi angustia y que has regado de flores la soledad de mi tumba.
Mi hojarasca son mis creencias, mis tinieblas son la duda, mi esperanza es el cadáver, y el mundo mi sepultura. . . Y como de entre esas hojas jamás retoña ninguna; como la duda es el cielo de una noche siempre oscura, y como la fe es un muerto que no resucita nunca, yo no puedo darte un nido donde recojas tus plumas, ni puedo darte un espacio donde enciendas tu luz pura, ni hacer que mi alma de muerto palpite unida a la tuya; pero si gozar contigo no ha de ser posible nunca, cuando estés triste, y en el alma sientas alguna amargura, yo te ayudaré a que llores, yo te ayudaré a que sufras, y te prestaré mis lágrimas cuando se acaben las tuyas.
VIII
1
Aún más que con los labios hablamos con los ojos; con los labios hablamos de la tierra, con los ojos del cielo y de nosotros.
2
Cuando volví a mi casa de tanta dicha loco, fue cuando comprendí muy lejos de ella que no hay cosa más triste que estar solo.
3
Radiante de ventura, frenético de gozo, cogí una pluma, le escribí a mi madre, y al escribirle se lo dije todo.
4
Después, a la fatiga cediendo poco a poco, me dormí y al dormirme sentí en sueños que ella me daba un beso y mi madre otro.
5
¡Oh sueño, el de mi vida más santo y más hermoso! ¡Qué dulce has de haber sido cuando aun muerto gozo con tu recuerdo de este modo!
IX
Cuando yo comprendí que te quería con toda la lealtad de mi corazón, fue aquella noche en que al abrirme tu alma miré hasta su interior. Rotas estaban tus virgíneas alas que ocultaba en sus pliegues un crespón y un ángel enlutado cerca de ellas lloraba como yo. Otro tal vez, te hubiera aborrecido delante de aquel cuadro aterrador; pero yo no miré en aquel instante más que mi corazón; y te quise tal vez por tus tinieblas, y te adoré, tal vez, por tu dolor, ¡qué es muy bello poder decir que el alma ha servido de sol. . .!
X
Las lágrimas del niño la madre enjuga, las lágrimas del hombre las seca la mujer. . . ¡Qué tristes las que brotan y bajan por la arruga, del hombre que está solo, del hijo que está ausente, del ser abandonado que llora y que no siente ni el beso de la cuna, ni el beso del placer!
XI
¡Cómo quieres que tan pronto olvide el mal que me has hecho, si cuando me toco el pecho la herida me duele más! Entre el perdón y el olvido hay una distancia inmensa; yo perdonaré la ofensa; pero olvidarla. . . . ¡jamás!
XII
¡Ah, gloria! ¡De qué me sirve tu laurel mágico y santo, cuando ella no enjuga el llanto que estoy vertiendo sobre él! ¡De que me sirve el reflejo de tu soñada corona, ¡cuando ella no me perdona ni en nombre de ese laurel!
La que a la luz de sus ojos despertó mi pensamiento, la que al amor de su acento encendió en mi la pasión; muerta para el mundo entero y aun para ella misma muerta, solamente está despierta dentro de mi corazón.
XIV
El cielo muy negro, y como un velo lo envuelve en su crespón la oscuridad; con un sombra más sobre ese cielo el rayo puede desatar su vuelo y la nube cambiarse en tempestad.
XV
Oye, ven a ver las naves, están vestidas de luto, y en vez de las golondrinas están graznando los búhos. . . El órgano está callado, el templo solo y oscuro, sobre el altar. . . ¿y la virgen por qué tiene el rostro oculto? ¿Ves?. . . en aquellas paredes están cavando un sepulcro, y parece como que alguien solloza allí, junto al muro. ¿Por qué me miras y tiemblas? ¿Por qué tienes tanto susto? ¿Tú sabes quién es el muerto? ¿Tú sabes quién fue el verdugo?
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Poeta
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Junto a una pulquería cuyo título es "Los godos" disputaban dos beodos la tarde de cierto día.
Yo pasaba por fuera de la taberna predicha, me detuve y por mi dicha oí la disputa entera.
-Oiga, amigo, no me abroche tan horrenda tontería, yo le digo que es de día. -Pos' yo digo que es de noche
-Pos' yo el sol es lo que miro y no hay estrella ninguna. -Pos yo digo que es la luna y muy grandota dialtiro'.
Es que asté' ya se le escapa toditito don Perfeuto' porque ya siente el efeuto' del maldecido Tlamapa.
-¡Qué Tlamapa, ni qué nada! A mí el pulque no me aprieta, -Pos' yo apuesto una peseta. -Pos' yo apuesto mi frezada'.
-¿Pos' con quién nos arreglamos? -Pos' con cualesquiera', vale, -Bueno, pero no me jale. -Bueno, pus' entonces vamos.
Y entre diciendo y haciendo este par de tercos beodos, se salieron de "Los godos" casi, casi que cayendo.
Y viendo pasar un coche al cochero se acercaron, y presto le preguntaron si era de día o de noche.
Pero el salvaje cochero movió triste la cabeza y respondió con torpeza: señores: ¡soy forastero!
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Poeta
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Si supieras, niña ingrata, lo que mi pecho te adora; si supieras que me mata la pasión que por ti abrigo; tal vez, niña encantadora, no fueras tan cruel conmigo.
Si supieras que del alma con tu desdén ha volado fugaz y triste la calma, y que te amo más mil veces, que las violetas al prado y que a los mares los peces;
tal vez entonces, hermosa, oyeras el triste acento de mi querella amorosa; y atendiendo a mi reclamo, mitigaras mi tormento con un beso y un "yo te amo".
Si supieras, dulce dueño, que tú eres del alma mía el sólo y único sueño; y que al mirar tus enojos, la ruda melancolía baña en lágrimas mis ojos;
tal vez entonces me amaras, y con tus labios de niño mis labios secos besaras; y cariñosa y sonriente a mi constante cariño no fueras indiferente.
Ámame, pues, niña pura ya que has oído el acento del que idolatrarte jura; y atendiendo a mi reclamo, ven y calma mi tormento con un beso y un "yo te amo".
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Poeta
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Porqué dejaste el mundo de dolores buscando en otro cielo la alegría que aquí, si nace, sólo dura un día y eso entre sombras, dudas y temores.
Porqué en pos de otro mundo y de otras flores abandonaste esta región sombría, donde tu alma gigante se sentía condenada a continuos sinsabores.
Yo vengo a decir mi enhorabuena al mandarte la eterna despedida que de dolor el corazón me llena;
Que aunque cruel y muy triste tu partida, si la vida a los goces es ajena, mejor es el sepulcro que la vida.
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Poeta
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(Leida en la sesión que el Liceo Hidalgo celebró en honor de Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda.)
De los tres cielos que recorre el hombre de la existencia en la medida impía, cuando la gloria me enseñó tu nombre yo estaba en el primero todavía. La pena que del pecho hasta el abismo lóbrego desciende, y del cadáver de un amor deshecho finge flotando en derredor del lecho la aparición bellísima de un duende; la sombra a cuyo peso aborrecido muere el placer y el alma se acobarda, tratando de evocar en el olvido el recuerdo dulcísimo y querido de los besos del ángel de la guarda; todo eso que en la frente deja un sello de luto y desconsuelo, cuando en el alma pálida y doliente no queda ni la fe que es del creyente la última golondrina que alza el vuelo todo eso que de noche baja hasta el corazón como una sombra, y que terrible y sin piedad ninguna sus ilusiones todas despedaza, aún no era sobre el cielo de mi cuna. Ni la pálida nube que importuna se levanta enseñando la amenaza. Dichoso con la dulce indiferencia del que al amor de su callado asilo ha vivido a la luz de la inocencia, acostumbrado a ver en la existencia la imagen de un azul siempre tranquilo, yo entonces ignoraba que, más alla de aquel humilde techo que sus caricias y su amor me daba, clamando al cielo y suspirando en vano desde el rincón sin luz de la vigilia, hubiera en otro hogar una familia de la que yo también era un hermano... Mi amor no sospechaba que existiera más ilusion ni cariñoso exceso que la mirada dulce y hechicera de la santa mujer que la primera nos anuncia a la vida con un beso... Y hasta que al ducle y mágico sonido del arpa que temblaba entre tus manos, dejé mi rama, abandoné mi nido y te segué hasta ese árbol bendecido donde todos los nidos son hermanos, fue cuando despertando de la calma en que flotaba la existencia mía, sentí asomar en lo íntimo de mi alma algo como la luz de un nuevo día.
Tu voz fue la primera que me habló en la dulzura de ese idioma que canta como canta la paloma y gime como gime la palmera... las cuerdas de tu lira, como la voz de la primera alondra que llama a las demás y las despierta, fueron las que al arrullo de tu acento sonaron sobre mi alma estremecida, como si siendo un pájaro la vida quisieran despertarlo al sentimiento...
Tu nombre va ligado en mi cariño con los recuerdos santos y amorosos de mis tiempos de niño, con los placeres dulces y sabrosos de esa época sonriente en la que es cada instante una promesa y en la que el ángel de la fe aún no besa las primeras arrugas de la frente; tu nombre es la memoria del pueblo y del hogar adonde un día fue a estremecerse el eco de tu gloria y el trino arrullador de tu poesía; la evocación de todo lo más santo en medio de mis noches desmayadas, que aún tiemblan a las dulces campanadas, de aquellas horas en que amaba tanto...
Y así, cuando yo supe que abandonada a tu dolor morías, y que en tu muda y lánguida tristeza renunciabas a ver junto a tu lecho, quien, al rodar sin vida tu cabeza, recogiera el laurel de tu grandeza y el último sollozo de tu pecho; cuando yo supe que en la huesa insana te inclinabas por fin pálida y sola, sin que el adiós de tu alma soberana se enlutara la cítara cubana ni gimiera la cítara española; al darte mis adioses, los adioses de la eterna y postrera despedida, sentí que algo de triste sollozaba de mi dolor en el oscuro abismo, y que tu sombra que flotaba arriba, al extinguirse y al borrarse iba llevándose un pedazo de sí mismo, y entonces al poder de los recuerdos borrando la distancia tendí mis alas hacia el nido blando de los primeros sueños de la infancia; llegué al rincón modesto donde tus dulces páginas leía a la fe y al amor siempre dispuesto y allí de pie frente a la blanca cuna donde en sus flores me envolvió el destino, busqué en su fondo alguna que aún no cerrara su oloroso broche, y en él hallé dormida, ésta con la que el alma agradecida viene a aromar las sombras de la noche.
Deuda en mi cariño contraje desde niño con tu nombre, esa flor es el cántico del niño mezclada con las lágrimas del hombre; esta flor es el fruto de aquel germen que derramaste en mi niñez dichosa, y que al rodar sobre la humilde fosa donde tus restos duermen entre sus piedras ásperas se arraiga recogiendo su jugo en tus cenizas, y esperando en su cáliz a que caiga la gota de los cielos que le traiga la esencia y el amor de tus sonrisas.
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Poeta
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Aún era yo muy niño, cuando un día, cogiendo mi cabeza entre sus manos y llorando a la vez que me veía "¡Adiós! ¡Adiós!" me dijo; "desde este instante un horizonte nuevo se presenta a tus ojos; vas a buscar la fuente donde apagar la sed que te devora; marcha... y cuando mañana al mal que aún no conoces ofrezca de tu llanto las primicias, ten valor y esperanza, anima el paso tardo, y mientras llega de tu vuelta la hora, ama un poco a tu padre que te adora, y ten valor y ... marcha... yo te aguardo". Asi me dijo, y confundiendo en uno su sollozo y el mío, me dio un beso en la frente... sus brazos me estrecharon... y despues a los pálidos reflejos del sol que en el crepúsculo se hundía sólo vi una ciudad que se perdía con mi cuna y mis padres a lo lejos.
El viento de la noche saturado de arrullos y de esencias, soplaba en mi redor, tranquilo y dulce como aliento de niño; tal vez llevando en sus ligeras alas con la tibia embriaguez de sus aromas, el acento fugaz y enamorado del silencioso beso de mi madre sobre el blanco lecho abandonado...
Las campanas distantes repetían el toque de oraciones... una estrella apareció en el seno de una nube; tras de mi oscura huella la inmensidad se alzaba... y haciendo estremecer el infinito de mi dolor supremo con el grito; "¡Adiós, mi santo hogar", clamé llorando, "¡Adiós, hogar bendito,! en cuyo seno viven los recuerdos mas queridos de mi alma... pedazo de ese azul en donde anidan mis ilusiones cándidas de niño...
¡Quién sabe si mis ojos no volveran a verte!... ¡Quien sabe si hoy te envío el adiós de la muerte!... Mas si el destino rudo ha de darme el morir bajo tu techo, si el ave de la selva ha de plegar las alas en su nido, ¡guárdame mi tesoro, hogar querido, guárdame mi tesoro hasta que vuelva!"
Las lágrimas brotaron a mis hinchados párpados... las sombras espesas y agrupadas de repente se abrieron de los astros a la huella... cruzó una luz por lo alto, alcé la frente, el cielo era una página y en ella ví esta cifra -¡Detente! Detente... y a mi oído llegó como un arrullo de paloma la nota de un gemido; algo como un suspiro de la noche rompiendo del silencio la honda calma; algo como la queja algo como el adiós con que los muertos, del amor al esfuerzo soberano, saludan desde el fondo de sus tumbas al recuerdo lejano.
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Al despertar de aquel supremo instante de letargo sombrío la noche de la ausencia desplegaba su impenetrable velo, sus sombras sin estrellas, su atmósfera de hielo... esa odiosa ceguez en que el ausente proscrito del cariño cumple con su destierro, suspirando por sus recuerdos vírgenes de niño; ese inmenso dolor que hace del alma en el terrible y solitario viaje, un árido desierto en donde es un miraje cada punto y en donde es un amor cada miraje...
Y asi de la ampolleta de mi vida se deslizaban las eternas horas sobre mi frente mustia y abatida, soñando al extenderse en lontananza, como una dulce estrofa desprendida del arpa celestial de la esperanza; asi, cuando una vez, en el instante en que la blanca flor de mi delirio desplegaba en los aires su capullo; cuando mi muerta fe se estremecía bajo sus ropas fúnebres del duelo al ver flotando en el azul del cielo el alma de mi hogar sobre la mía; cuando iba ya a sonar para mis ojos la última hora de llanto, y se cambiaba en música de salve la música elegíaca de mi canto; mi corazón como la flor marchita que se abre a las sonrisas de la aurora esperando la vida de sus rayos también se abrió... para plegar su broche, y las caricias del amor abierto, encerrando en el fondo de su noche las caricias de un muerto!...
En el espacio blanco y encendido por los trémulos rayos de la luna yo vi asomar su sombra... La gasa del sepulcro lo envolvía con sus espesos pliegues...
En su frente espectral se dibujaba una aureola de angustia, lo que dijo se perdió en la región donde flotaba... su mano me bendijo... su pecho sollozaba...
La sombra se elevó como la niebla que en la mañana se alza de los campos; cerró los ojos, supirando y luego... oí un adiós en la profunda calma de aquella inmensidad muda y tranquila, y al levantar de nuevo la pupila ¡el cielo estaba negro como mi alma!
En el reloj terrible donde cada dolor marca su instante, el destino inflexible señalaba la cifra palpitante de aquella hora imposible; hora triste en que el íntimo santuario de mis sueños de gloria, vió su altar solitario, convertido su sol en tenebrario, y su culto en memoria... Hora negra en que la urna consagrada para envolverlo, ¡oh, padre! del cariño en la esencia perfumada, fue un sepulcro sombrío donde sólo dejaste tu recuerdo para hacer mas inmenso su vacío.
¡Padre... perdón porque te amaba tanto, que en el orgullo de mi amor creía darte en el un escudo! ¡Perdón porque luché contra la suerte, y desprenderme de tus lazos pudo! ¡Perdón porque a tu muerte le arrebaté mis últimas caricias y te dejé morir sin que rompiendo mi alma los densos nublos de la ausencia, fuera a unirse en un beso con la tuya y a escuchar tu postrera confidencia!
Sobre la blanca cuna en que de niño me adurmieron los cantos de la noche, el cielo azul flotaba, y siempre que mis párpados se abrían, siempre hallé en ese cielo dos estrellas que al verme desde allí se sonreían; mañana que mis ojos se alcen de nuevo hacia el espacio umbrío que se mece fugaz sobre mi cuna, tu sabes, padre mío, que sobre aquella cuna hay un vacío, de esas dos estrellas falta una.
Caiste... de los libros de la noche yo no tengo la ciencia ni la clave; en la tumba en que duermes yo no se si el amor tiene cabida... yo no se si el sepulcro puede amar a la vida; pero en la densa oscuridad que envuelve mi corazón para sufrir cobarde, yo se que existe el germen de una hoguera que a tu memoria se estremece y arde... yo se que es el mas dulce de los nombres el nombre que te doy cuando te llamo, y que en la religión de mis recuerdos tu eres el dios que amo.
Caíste de tu abismo impenetrable la helada niebla arroja su negra proyección sobre mi frente, crepúsculo que avanza derramando en el aire transparente, las sombras de una noche sin oriente y el capuz de un dolor sin esperanza.
Padre... duérmete... mi alma estremecida te manda su cantar y sus adioses; vuela hacia ti, y flotando sobre la piedra fúnebre que sella tu huesa solitaria, mi amor la enciende, y sobre ti, sobre ella en la noche sin fin de tu sepulcro mi alma será una estrella.
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Poeta
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(A Ch....)
¿Quieres oir un sueño?... Pues anoche ví la brisa fugaz de la espesura que al rozar con el broche de un lirio que se alzaba en la pradera grabó sobre él un "beso", perdiéndose después rauda y ligera de la enramada entre el follaje espeso. Este es mi sueño todo, y si entenderlo quieres, niña bella, une tus labios en los labios míos y sabrás quién es "él" y quien es "ella".
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Poeta
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