|
Ya sobre los hastíos de tus meditaciones, como en fugas radiantes escucharás canciones de músicas heráldicas, de las músicas locas que enardecen las ansias y enrojecen las bocas
en besos fecundantes, cual rocíos de mieles que hasta en el yermo hicieron florecer los laureles. Yo, a tu rostro moreno consagraré violetas, las nerviosas amadas tristes de los poetas,
y allá en las tibias tardes, serenas de optimismos, cuando al disipar todos tus más graves mutismos mis estrofas de hierro torturen tu garganta, has de pensar, acaso, si es un hierro que canta!
|
Poeta
|
|
Y pasas, y no sola, presintiendo dorados orientes, los propicios a los enamorados, como una novia enferma que evoca espirituales promesas en las largas noches sentimentales;
o esperas al amado, sonriente, como algunas heroínas que aguardan al amor de las lunas hojeando florilegios alegres de la Galia, con manos de Giocondas poéticas de Italia.
¡Oh, las divinas magas que comulgan misterios en los ratos fugaces de indecibles imperios... cuyos tiernos mandatos y ansiadas tiranías de las claudicaciones saben las agonías!
|
Poeta
|
|
Hoy recibí tu carta. La he leído con asombro, pues dices que regresas, y aún de la sorpresa no he salido... ¡Hace tanto que vivo sin sorpresas!
«Que por fin vas a verme..., que tan larga fue la separación...» Te lo aconsejo, no vengas, sufrirías una amarga desilusión: me encontrarías viejo.
Y como un viejo, ahora, me he llamado a quietud, y a excepción -¡siempre e! pasado! de uno que otro recuerdo que en la frente
me pone alguna arruga de tristeza, no me puedo quejar: tranquilamente fumo mi pipa y bebo mi cerveza.
|
Poeta
|
|
Me obsedan tus manos exangües y finas, ¡tus manos! puñales de heridas ajenas, cuando en el teclado predicen, en notas, las inapelables deseadas condenas...
Tus manos, amores de nardos y rosas, cuya histeria tiene sangre de pasiones, como aquellas suaves que guardan ocultas en venas azules sombrías traiciones.
Como las nerviosas manos de mi amada, que, en largas teorías de gestos cordiales, devotas del dulce crimen amatorio, ¡degüellan mis mansos corderos pascuales!
|
Poeta
|
|
¡De todo te olvidas! Anoche dejaste aquí, sobre el piano que ya jamás tocas, un poco de tu alma de muchacha enferma: un libro, vedado, de tiernas memorias.
Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido, y supe, sonriendo, tu pena más honda, el dulce secreto que no diré a nadie: a nadie interesa saber que me nombras.
...Ven, llévate el libro, distraída, llena de luz y de ensueño. Romántica loca... ¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!... De todo te olvidas, ¡cabeza de novia!
|
Poeta
|
|
Ya lo sabemos. No nos digas nada. Lo sabemos: ahórrate la pena de contarnos sonriendo lo que sufres desde que estás enferma. ¡Ah!, te vas sin remedio, te vas, y, sin embargo, no te quejas: jamás te hemos oído una palabra que no fuera serena, serena como tú, como el cariño de hermanita mayor que por nosotros Se olvidó de ser novia...
No te quejas, no quieres afligirnos, pero lloras cuando nadie te mira, y tu tristeza silenciosa no tiene una amargura... ¿Por qué serás tan buena?
|
Poeta
|
|
Si de estas cuerdas mías, de tonos más que rudos, te resultan en ásperos sus rendidos saludos, y quieres blandos ritmos de credos idealistas, aguarda delicados poetas modernistas
que alabarán en oro tus posibles desdenes, coronando de antorchas tus olímpicas sienes, devotos de la blanca lis de tu aristocracia, con que ilustro los rojos claveles de mi audacia,
o espera, seductora, decadentes orfebres que graben tus blasones en sus creadoras fiebres: trabajo el acero de temples soberanos: los sonantes cristales se rompen en mis manos.
|
Poeta
|
|
Una luz familiar; una sencilla bondadosa verdad en el sendero; un estoico fervor de misionero que traía por biblia una cartilla.
Cuando en la hora aciaga, en el oscuro ámbito de la sangre, su mirada de inefable visión fue vislumbrada y levantó su voz, a su conjuro,
en medio de las trágicas derrotas y entre un sordo rumor de lanzas rotas, sobre las pampas, sobre el suelo herido,
se hizo cada vez menos profundo el salvaje ulular, el alarido de las épicas hordas de Facundo.
|
Poeta
|
|
Lujosamente bella y exquisita, con aire de gitana tentadora, llegaste, adelantándote a la hora, rodeada de misterios a la cita.
El salón reservado oyó la cuita de una cálida noche pecadora, y al amor de tu carne ofrendadora reventaron las yemas de Afrodita.
Fue en esa breve noche de locuras, propicia al floreal de tus ternuras, que, cual glóbulos de ansias pasionales,
tu sangre delictuosa de bohemia infiltró en el cansancio de mi anemia ¡el ardor de los fuertes ideales!
|
Poeta
|
|
Está lloviendo paz. ¡Qué temas viejos reviven en las noches de verano!... Se queja una guitarra allá a lo lejos y mi vecina hace reír al piano.
Escucho, fumo y bebo en tanto el fino teclado da otra vez su sinfonía: el cigarro, la música y el vino familiar, generosa trilogía...
...¡Tengo unas ganas de vivir la riente vida de placidez que me rodea! Y por eso quizás, inútilmente, en el cerebro un cisne me aletea...
¡Qué bien se está cuando el ensueño, en una tranquila plenitud, se ve tan vago!... ¡Oh, quién pudiera diluir la luna y beberla en la copa, trago a trago!
Todo viene apacible del olvido en una caridad de cosas bellas, así como si Dios, arrepentido, se hubiese puesto a regalar estrellas.
¡Qué agradable quietud! ¡Y qué sereno el ambiente, al que empiezo a acostumbrarme, sin un solo recuerdo, malo o bueno, que, importuno, se acerque a conturbarme!
Y me siento feliz, porque hoy tampoco ha soñado imposibles mi cabeza; en el fondo del vaso, poco a poco, se ha dormido, borracha, la tristeza...
|
Poeta
|
|