Prosas poéticas :  Durísimo.
Durísimo.

Paseaba desnudo por la luna. Heliotropos blancos, de plata, le llegaban a las caderas. Un leve viento glaciar y cálido a la vez, inexistente, no levantaba ni una minúscula nota de polvo, pero le acariciaba la espalda y el pecho, y le daba en la frente, y se le metía en los ojos haciéndoselos brillar lacrimosos. La larga extensión de cenizas blancas, diamantinas, le invitaba a tirarse en la arena, a fundirse con ella, con el polvo de la luna, sonaban diapasones reverberantes de plata pura, diamantinos, ácidos, líricos, dulcísimos, melosísimos, arriba el cielo era negro como una inmensa pantera, con la imagen azul de la tierra como un enorme balón de futbol. El andaba desnudo por la luna, espalda ancha, hombros robustos, falo ejemplar, nalgas redondas, cuello de rinoceronte, cintura de avispa, brazos capaces de descoyuntar toros. Blanco como la nieve era, tatuado de perlas de rocío plateado, esmaltado en plata. El frío era tan espeso como un cuchillo árabe, de mango de nácar blanco, con un topacio amarillo y ámbar en su extremo. El frío era como una copa de aguardiente dulce, un colapso de bandoneones ronroneantes, como una tarde de otoño con lluvia. La luna estaba blanca y nívea, como una salina de Cádiz, reverberando cristales, como una singular orilla de río, como si toda ella fuera un inmenso azucarero, oh nieve ¿cuándo te fundirás para convertirte en piscina?.. La luna era un cisne de plata y mármol, el ala de un arcángel, una gigantesca cucharada de sal. Sonaban ónices y turquesas en las notas de limón amarillo y el piano desplegaba un vuelo de colibríes argentinos, con el pico azul y violeta y los ojos verdísimos. En cada nota, una aguamarina, y en cada aguamarina un pitufo azul, un selenita gris, con dos cuernecillos dorados, y en la melodía un oasis en medio del desierto, azul sobre una arena de oro, terriblemente caliente, y siete pavos reales, uno por cada color del arcoiris. Blanca era la luna, y brillante, toda ella de nácar y de nieve, con leves toques grises de ceniza de tabaco. El estaba desnudo en la luna, y cortó un heliotropo níveo, del que brotó una savia blanca, que olía a madreselva, y luego se acercó al recodo de un cráter. En el recodo diez muchachos blancos y desnudos se entregaban a todo tipo de caricias, se besaban, se penetraban, se mordían, se acariciaban, se desollaban, se mordían, y se volvían a besar, sonrientes, extasiados, veloces, suaves, duros, nacarinos y aceitosos, totalmente depravados, jóvenes como un arroyo, y despiadados como los tigres de bengala. Se entregaban con lilas en los ojos, y se estragaban, se azotaban con leves cardos blancos, y sobre las espaldas brotaban leves chispas de rubíes pequeñísimos, y volvían a fornicar, sin parar, unos con otros, voluptuosos tal estatuas de alabastro. Grandes cojines dorados sobre la harina selénica, jarrones llenos de hielo picado, pipas para fumar opio, helechos negros y grises entre almohadones de seda de oro, gatos de ángora, orquídeas negras, grises, exuberantes, belcebuícas. Fornicaban los muchachos, entre ellos, se chupaban las vergas, una y otra vez, se comían las orejas, entrechocaban las lenguas, como moluscos rosas húmedos, se lamían los esfínteres anales, y procedían luego a la penetración, durísima, sensual, lenta, rápida, dionisiaca, bebían de cálices de plata batidos de helado de coco, se chupaban los penes con las bocas llenas de batido, se desmayaban en orgasmos multiples, se mordían las nueces del cuello. Cisnes. El muchacho, oculto tras el cráter, todo él una pira de fuego, se consumía de deseo observando a aquellos incubos de la luna, a aquellos arcángeles de nácar, blanquísimos como la harina, posesos de una bacanal de nieve. Sobre un cojín amarillo, un Apolo dorado, con brillantina áurea, se acariciaba su serpiente, abandonado al placer, y la anaconda era durísima como una barra de hierro. Le vieron, se sonrieron, le llamaron, le hicieron un gesto con la mano, le dijeron: Ven. Con una sonrisa de mediodía en la boca. Le dijeron: Ven, Ven, Ven. Le miraron, se lamieron las bocas de nuevo, y le volvieron a decir: Ven. Un gran arpegio de diapasón azul estremeció la espalda del muchacho, franqueó la barrera. Le rodearon, le obsequiaron besos y abrazos, le mordieron el cuello y la oreja derecha, le dieron un gran beso en la boca, y el muchacho más bello de todos, de ojos azules y cabello rizado, se arrodilló ante él y se metió su pene en la boca, como una oración a un Dios de pecado. Luego, abandonado como un naufrago extenuado, se dejó llevar por las olas y las serpientes, acariciado por veinte manos, lamido por cinco bocas a la vez, crucificado una y otra vez en una cruz de deleite, penetrado, manchado, esclavizado, sorbido, hasta que el sueño y el placer se apoderaron de él, varias veces, hasta el agotamiento. Los acordes de armonios dulcificaron la suave tortura a la que fue sometido, y cuando el dolor empezó a instalarse en su cuerpo la orgía cesó.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  LA CARTA QUE NUNCA LEISTE.
No se,si aún piensas en mi,
no se si aún me quieres,
tan solo se que hoy,con el alma en pedazos,
te escribo.
Quizas no escribo para ti,quizas escribo para mi corazón,que lacerado y medio muerto,en la espantosa desolación de mi existencia,tiene hoy,verguenza de la vida.
Hoy siento que el ideal me ha mentido,que el amor me ha engañado,aún asi,en la tristeza de mi naufragio,en la palidez inconmensurable del horizonte no hay sino una luz,y es tu recuerdo.
No se que nos separó,solo se que me diste a beber la copa de de la despedida,despedida que núnca dijo adios.
Quererte fue mi crimen,quererte fue mi falta,
llegó la hora del sacrificio,
sea.
que sirva como respuesta y satisfacción
a la que ahora envenena mi vida,
arrastrandola penosamente a la agonia de un crepúsculo trágico,
pero...estoy llorando? no,no te preocupes,solo son gotas de lluvia,derramadas sobre los restos de tu amor.
Una gran tristeza me posee,herido estoy en un desierto de sueños.
Combatí contra la soledad,y el triunfo es del olvido,prediqué a favor del amor,y,este acaba de morir,devorado por ese montruo:la tristeza.
Ahora seré como ciertas flores otoñales,
que se preparan a entrar en el invierno,
cuyo frío empieza a desflorarlas,
tratando de sobrevivir a la ruina;
pero en esta hora en que la razón huye de nosotros,
y todo huye de ella,se siente mucho más la orfandad,con un pesar tan grande,como si fuesemos
niños, y es que resulta más sensible el fracazo del ensueño,que el fracazo de una realidad,y es porque las realidades siempre son dolorosas,y en nuestro ensueño ponemos todo el encanto de la ilusión,y a veces toda nuestra vida la entregamos a una ilusión.
Donde quiera que estes,recuerda este amor,recuerda nuestro ayer,bañado por el sol de la esperanza.
Poeta

Prosas poéticas :  La Matanza de los Gallos. Belleza y Sangre. y Zombies matando Gallos.
La Matanza de los Gallos.



Equilibrio y crimen, cáncer y corola, luz azul y feldespato, rayo negro. Para complacer a un simio un ángel, para complacer a un ángel una hormiga, ojo rojo, cresta de gallo.

Estaban los muchachos desnudos y fríos, como estatuas de nieve perfumada. Exhalaban los nardos y jazmines su aroma de serpientes de oro y en las caderas de alabastro crecían los corales blancos como terrones de azúcar brillante. Luna que resbala en los torsos de paloma, y cuellos finos con su nuez pronunciada en un escorzo de cisne. A los pies de los muchachos estaban los gallos asustados, había un rumor de saxofones rojos, de tubas de carmín y de trompas de granate que describían elipses sobre un temblor de cuerdas de argénteas arpas, caracoleaban escorpiones verdes sobre las cuerdas de los pianos, oscuras sombras de rubíes brillaban en las crestas de vino derramado y en los cálices de oro un licor azul hervía. Mostraban las plumas negras y rojas un santo pavor amarillo, un santo pánico negro a los pies de los arcángeles desnudos. Había en los brazos la fortaleza del tigre y eran los cisnes, delgados como alambres, negros cactus abiertos en la sombra luminosa y de oro. Las cinturas eran finas, eran rectas las piernas, eran los falos sublimes y eran hermosas las frentes de los íncubos aromados. Si uno mostraba un tatuaje en el pecho, en los ojos de otro el verde era un relámpago de crisoberilos, y lirios y lilas se mezclaban con orquídeas naranjas y el arcángel mulato era un toro donde dejarse una víbora olvidada. Tenían los ojos de los muchachos hermosos paraísos de crisantemos y torres de oro en las que se profanaban bustos sagrados. Cientos de gallos temblaban a los pies de los chavales desnudos y cien mil libélulas de oro había en una clepsidra de ámbar derretido. Oh denso perfume de madreselvas rosas, esmeraldas corruptas en arcoiris de pavor y esfuerzo. Y en los ojos de los gallos la muerte era una hormiga de azufre.

Comenzó la matanza. Es decir que comenzaron los cisnes su salvaje vuelo paroxísmico. Los muchachos agarraban a los gallos con una crueldad demoníaca, el movimiento era una bailarina con espasmos, volteaban a las salvajes gallinas y arrancaban los cuellos de los plúmeos troncos. Oh los chorros de sangre y la violencia inusitada y la bella musculatura de los arcángeles. Diapasones negros temblaban y brillaban y la sanguinolenta brea teñía el níveo alabastro. Una y otra vez los chavales, hermosos y crueles, salvajes como cardos violetas, arrancaban la cabeza crestada de los débiles gallos, que se agitaban muertos como espantosos zombies plúmeos. Todo se teñía de un perfecto rojo lascivo. Los muchachos eran cisnes. Los muchachos eran gallos. Gallos que arrancaban la cabeza a los gallos. Las febriles arpas y marimbas arrancaban las notas de las tubas de cuajo y el espanto era un rubí líquido, fundido, que teñía las negras plumas. Había gotas de lascivo sudor y se movían los ángeles sobre una mar de gallos y cabezas arrancadas y la sangre llegaba a la frente y el paroxismo era un tigre de Bengala furioso apresado en una trampa de granates.

Las iguanas fulgentes estaban sobre las verdes algas. Y el mar cupo de golpe en una nota de clavicémbalo.

La luna daba a los cuerpos matices de nácar negro y la sangre violeta y negra lo teñía todo, los ángeles proseguían su matanza, temblaban las crestas y los arcángeles-gallos arrancaban las cabezas de cuajo. Negras orquídeas se deslizaban sobre malignos pentagramas turquesas, se columpiaban los hermosos gorilas sobre los alambres y caían miles de hormigas violetas sobre jarrones llenos de topacio fundido, cortaban los violines los matices azules de las lilas, aullaban mil perros en las bocas de los dragones deformes, crepitaban las llamas en las hogueras y diez mil trompetas de oro sonaban bajo una esfera de cuchillos. Las iguanas tornasoladas brillaban bellísimas y eran los verdes fúlgidos como esmeraldas y la sangre de los gallos coagulaba brutalmente espesa.

Se agitaban nerviosos los alados cuerpos sin cabeza.

Y acordeones de zafiro irisaban campanas de plata. Proseguían los cisneos gallos arrancando cabezas de gallo hasta que un sublime muchacho se detuvo cansado.

Y entonces diez mil colibríes de oro sufrieron por una gota de almíbar.

Un águila bicéfala hay en la bandera de Albania.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero


Belleza y Sangre. (cuatro muchachos en Córdoba matando gallos).



Macizas rocallas de pelargonios fucsias. Violetas rabiosos ígneos de ponientes crisoberílicos. Hibiscos naranjas en los que el polen se desprende como si fuera polvo de oro, petunias rojas como sanguinolentos y lascivos labios. Granates, bermellones, índigos y azules, un arabesco de centellas, un repetir de notas iridiscentes de piano, un frenesí de espirales de acordeones de plata, un toque de trompeta áurea, un marasmo de notas de color rosa y celeste. Damasquinados de lilas y turquesas, añiles brutales y fucsias violentos, limpísimos, una colección de tornasoladas aguamarinas. Y cuatro muchachos desnudos.

Cuatro chavales altos y delgados, de pelo trigueño, de ojos azules o verdes, de labios rosas, exquisitos como nenúfares implorantes, con un leve toque de maligno salvajismo, con tetillas pequeñas y rosas en pechos de nácar impoluto, a la luz de un sol dorado como un alfanje árabe, y cuatro gallos en sus manos, agitándose, violentos, en un frenesí soberbio de plumas escarlatas, transidamente aterrados por la belleza. Un resonar de diapasones de plata negra y un profundo trinar de grillos azules en la hojarasca, y una explosión de sangre y crueldad sublime, y cuatro chorros de fuentes plumeas y púrpuras. Y falos circuncisos. Y endeble musculatura perpetrando un sublime y pavoroso holocausto. Y el patio todo lleno de geranios furiosos, y los ojos verdes o azules de los íncubos brillando como puñales. Y una estridencia de rubíes y granates manando desde las plumeas gargantas arrancadas.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.


Zombies matando Gallos. II.



Brillaban las camisas blancas de los Zombies como trozos de luna eléctrica, fulgentes de nácar puro, níveas hasta el espanto, horrorizadas de un blancor absoluto. Los zombies en cambio eran oscuros y repugnantes como sacos de estiércol. Aquí el rostro demacrado y violáceo tenía una mueca de angustia y desagrado, allí faltaba un ojo en su cuenca y una cicatriz igual que un río cruzaba la mejilla llena de arañazos, aquí faltaban tres dientes en una boca que vomitaba brea, allí los dientes eran negros como trozos de carbón podrido, aquí un gusano salía de una mejilla rosa, allí el rostro de la muerte ponía su gorda y esmerilada faz de luna corrompida, aquí había hueso en vez de boca, allí la boca era una maraña de colmillos grotescos. Sonaban áureas arpas de angustia demolida, con rencor en cada cuerda de vidrio ferocísimo, un dedo descarnado rozaba con su uña rota un berilo de verde refulgente, otro dedo tocaba un rojo vivísimo, de caballo descoyuntado y muerto, y aún otro más acariciaba la uña de un gato sin poder remediar la iridiscente y espantosa arañadura, sonaban áureas arpas de oro venenoso, agridulce de miseria y trémolos negros. Pero brillaban las camisas con un fulgor tan perfecto y nacarino que cuando la brea cayó sobre ellas la antítesis de un rayo en una noche de tormenta tiñó los colibríes tricéfalos. Repugnante era la esfera de mercurio en la que se paseaban esos siniestros arcángeles, y los murciélagos violetas vampirizaban perros amarillos recién nacidos, gimoteantes de pena azulísima, y chirriaban las astillas de acero de las puertas como pellizcos de metal eclipsado. Se movían los zombies como en un ballet de naturaleza macabra, tales extraños orangutanes terroríficos, vestidos tan de blanco que la luna en ellos se arrojaba a las simas de antracita vidriosa. Pulcros azogues violentos manchaban las camisas de nieve perfecta, como resplandores negros sobre iridiscentes nácares. Se movían los zombies, nerviosos y convulsos, llenos de gusanos unos, de rostro violeta los otros, sin cara algunos, o con la cara devastada por una antigua sífilis necrófila, se movían como muñecos de porcelana criminal, como títeres pervertidos, como pequeñas estatuillas de maligno cobre, fulgentes de plateados nylons. Se movían los zombies y entraron en aquella granja donde esperaban colapsadas de pavor las gallinas y los pavos, y un resplandor de mierda negra cruzó sobre un río de nieve limpísima. Se agitaron entonces los diapasones de plata, que brillaron como diez mil demonios verdes, marcando una pulsión del Tanathos oscura como una mancha de tinta china en una perla rosa. Comenzó la matanza, los gallos y los pavos saltaban desesperados tratando de huir de los muertos vivientes, feos como zapatos rotos, y crueles como nopales de vidrio, las tubas y los saxofones gritaban sus melodías de chirrido y nenúfar, despeñándose por acantilados de piedras erizadas, llenos de aristas descuartizantes. Los pavos gritaban espantados en un cacareo de ónices amarillos, mezcla de cemento y gardenia, y los muertos vivientes los atrapaban y acto seguido arrancaban las cabezas de los cuellos y lamían la sangre que a borbotones surgía de las plúmeas fuentes. Holocausto caníbal. Sacrificio y estiércol, cáncer y crimen, veneno y cuchillo, tiza negra. Arpegiaban los cuchillos una melodía de brea sanguinolenta, al pavor de las aves se sumaba la fealdad inconclusa de sus verdugos, estériles y yermos como tiranos asesinos, y el horror pasaba sobre ascuas de fuego negro, sobre ascuas de fuego rojo, sobre ascuas de fuego verde, y sobre densos pozos de estricnina criminal. Saltaban los gallos espantados por la violencia de los cadáveres vivos, que les arrancaban las cabezas con un deleite rayano en la locura, unos bebían la sangre con las bocas llenas de larvas de moscas, y otros aplastaban las cabezas arrancadas, caídas en el suelo, donde los cuerpos sin cabeza se agitaban como escolopendras marrones. La Luna en todo lo alto del cielo era como un caballo de nieve que caía como una concha marina sobre la horrorosa y descoyuntada escena. Una entelequia de náusea y lilas. Trompetas.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  ¡Ahí vienen los paracaidistas!
¡Ahí vienen los paracaidistas!

Un relato obligatorio en homenaje al decoro y coraje de un pueblo rebelde

“…Es que el paisaje es único,
es que el paisaje es nuestro,
y es que comulgando con sus faldas
nosotros somos el paisaje;
hemos abrazado desde antes de la luz
el precioso óleo serrano que creció
y se agigantó ante nuestros ojos y
que vibrante habita en nuestra alma…


"... Hace 38 años en Tulcán, un pueblito que esta en el paso de la frontera a Ipiales - Colombia, donde sus más importantes actividades son las comerciales, debidas al intercambio de monedas y productos de uno a otro lado de esa línea de frontera, los transportistas y comerciantes, eran entonces y continúan siendo en porcentaje, la mayoría de esa población.
A quienes llevaban mercadería al interior del país, se los llamaba “cacharreros”, como un derivado de las “cacharrerías”, tiendas en Ipiales - Colombia, en las cuales se vendía de todo, siendo mujeres mayoritariamente quienes se dedicaban a esta actividad. Y que curiosamente como una “raya más al tigre”, en nuestro país, esta actividad comercial creó una población más que vivía y vive de ella, el control aduanero, el cual a ese tiempo era numeroso y tenía varios puntos de control a lo largo de la frontera y hacia las carreteras que conducían al interior del país, pero de sus desmanes y excesos no vamos a hablar ahora.
Esta cercanía de apenas media hora entre los dos pueblos: Tulcán e Ipiales y la diferencia de la moneda, ha hecho que las relaciones se extiendan incluso a tender lazos de amistad muy férreos e incluso a constituirse parejas y familias de las dos nacionalidades y por lo tanto a crear lazos de hermandad muy fuertes, que sobrepasan las relaciones formales entre las dos naciones.
Para el año 1971 en Ecuador se cumplía el último de los gobiernos de Velasco y probablemente el más déspota y autoritario, que con el fin de buscar nuevos ingresos fiscales, este dictadorzuelo había pretendido imponer un impuesto de dos sucres, al cruce de la frontera, intentando así asaltar los bolsillos de los humildes comerciantes y de todos quienes tenían, por muchas razones dirigirse de Tulcán a Ipiales o viceversa.

La reacción fue inmediata, no demoraron en rebelarse contra este abuso; cacharreras, cambistas de moneda y choferes fueron los primeros en levantarse, más tarde se irían sumando: comerciantes locales, vendedores, artesanos y más, con acciones de desobediencia civil, que no tuvieron eco en el gobierno, el cual insistió en imponer esta decisión arbitraria y desproporcionada.
Las protestas fueron tomando otros ribetes, pasando a enfrentamientos con la policía, que reprimió con dureza todas las manifestaciones de protesta, los tulcaneños no conseguían ningún resultado y la medida de todas maneras pretendía imponerse.
Las mujeres de mi Tulcán, tuvieron una presencia decisiva en la protesta, todos recuerdan con claridad a aquellas que les llamaban con sobrenombres tales como: las churamas, caravajalas, las flechas y tantas otras heroínas anónimas de esta revuelta, que desde los mercados, las plazas y calles presionaron puerta por puerta, para que el paro se cumpla irrestrictamente, obligaban a cerrar los negocios y a unirse a estas jornadas.
De los reclamos aislados se pasó a la respuesta organizada de esta gran mayoría, ocasionándose conflictos de mayor intensidad, que más tarde dieron lugar a un paro de la población, que decidió tomarse el pueblo y por las características de esa toma del pueblo a una verdadera guerra civil, es que la población se había armado, asaltando los depósitos de armas de la misma policía y de la autoridad portuaria.
El asalto de los pobladores al estanco, oficinas de Inspectoría del Estanco que funcionaba en el edificio de Autoridad Portuaria, fue una de las noticias más sensacionales; se recuperaron para el paro muchas carabinas y fusiles, que pasaron a manos de la población, los mismos que se organizaron para de inmediato apostarse en parejas, en cada esquina de la pequeña ciudad.
La toma civil de la ciudad fue contundente, dejaron por fuera a los pocos elementos con que contaba la policía local y los efectivos del ejército que por su ubicación en las afueras de la ciudad, también quedaron aislados hacia el interior de la misma, de modo que recuperar la ciudad se convirtió en un reto para el Estado a través de la policía primero y luego con el apoyo del ejército.

El paro de Tulcán significaba, el desabastecimiento de muchos productos de intercambio comercial entre los dos países, pero principalmente significó, que la población busque sobrevivir de alguna manera; la alternativa natural fue la más ejemplar solidaridad entre sus habitantes, pues sin comercio no había ingresos para nadie.
Resultaba singular la manera como se intercambiaba panes, hortalizas, víveres, golosinas, servicios, etc., para hacer posible la supervivencia ante el cerrado autobloqueo que vivía la pequeña ciudad.
Al principio la toma que si bien tenía el resguardo armado de la población civil, dio lugar a que las calles se convirtieran en el espacio de encuentro para juegos y concentraciones pacíficas; pero pronto cuando se agudizaron las condiciones del paro, primero un toque de queda y las primeras escaramuzas de la policía por intentar retomar la ciudad, más tarde la inclusión de militares que avanzaban y se retiraban, varios choques con más balas y sobresaltos, que de ninguna manera amilanó la resistencia valiente de Tulcán, los enfrentamientos fueron aumentando en intensidad y en víctimas, que se contaban con dolor tanto del lado de los policías y militares, como del lado de los civiles.
El paro tuvo el apoyo de la población toda, los descontentos poco tardaron en unirse al cierre de negocios y a la desobediencia civil total, el toque de queda de la población era obedecido disciplinadamente, no se encendían luces y en las calles no había más presencia que la de los civiles en armas, los cuales todo el tiempo, tuvieron el soporte de alimentos y aliento del resto de vecinos.

El envío de efectivos del ejército de refuerzo por aire se vio frustrado, más bien truncado por la población que concurrió a cubrir con sus propios cuerpos y todo cuanto pudo: carretas, animales, algún vehículo y materiales de toda índole, la pista del Campo de Aviación; le fue entonces imposible al gobierno, usar avión alguno para transportar más soldados a la brava ciudad carchense.
Las dificultades de resistir frente a una fuerza represiva que crecía, con la llegada de nuevos efectivos desde Ibarra, condenaba el levantamiento a solamente algunos días más; pero mientras tanto, cada escaramuza, cada nuevo disparo, era seguido por los más jóvenes con infinito interés, haciéndose imposible de evitar, esto de curiosear.
El fragor de cada batalla, era seguido con el alma en vilo por cada poblador tulcaneño, a veces consiguiendo algún sitio para mirar desde las terrazas y techos, o saliendo cuando era seguro a la calle a contar los impactos de balas en las puertas y paredes, buscar algún casquillo de bala y guardarlo atesorándolo como recuerdo de guerra; fue una actividad generalizada, que alimentaba entre los vecinos los temas a compartir y por supuesto la fantasía de aumentar y transformar imaginariamente los hechos, sobredimensionándolos y ajustándolos a cada mente, no importando de qué edad, explosionando en creatividad y locuacidad, pero sobre todo, significó que éstas acciones quedaran insertadas como referencia ejemplar, en su capacidad crítica, para forjar una conciencia social única que no permita fácilmente, la manipulación, la demagogia y la mentira.
Un día el cielo se cubrió de paracaidistas, pues por tierra no podía el ejército avanzar, sí, a ese punto estaban las cosas, no era la policía solamente la afectada, ya no podían controlar la situación, era también el ejército y llegaba por aire, en esas extrañas bolsas que flotaban… los paracaidistas.
Los primeros paracaidistas que se habían lanzado, habían aterrizado dispersos en los alrededores del estadio y antes que puedan reaccionar y se agrupen, fueron tomados prisioneros por la población, que con palos y escobas los habían sometido, amarrado y aprisionados en los patios de algunas casas del lugar; tremendo error, que permitió el intercambio de detenidos y triunfos parciales de el levantamiento poblacional que se consolidaba en unidad de acción y resistencia, que elevaba aún más su autoestima, su valor y coraje.
Pero, el gobierno pronto organizó otro intento por vía aérea y esta vez para buscar desembarcar una fuerza mucho más numerosa de paracaidistas, pero no sobre la ciudad, el objetivo era esta vez, los potreros cercanos al Campo de Aviación.

Entre las muchas familias que no estaban directamente relacionadas con el conflicto, había un interés galopante especialmente entre los niños y jóvenes, pues los disparos y el ambiente de guerra, con muertos, heridos, ambulancias, historias alrededor de ello, angustias y rabia alrededor de esas historias, dolor, sangre, mucho llanto y coraje creciendo, hicieron que todos se juntaran, hasta ser un solo puño, un grito ensordecedor de repudio al dictador abusivo; los pobladores jóvenes eran también sin haberse imaginado jamás, integrantes de este suceso increíble en que estaban incluidos aunque fuera pasivamente.
En una de esas familias, dos niños de: once y nueve años de edad, sin poder controlar los deseos de ir a curiosear muy cerca del Campo de Aviación, que era donde esos paracaidistas caerían, fueron también presa de esta ansía de fisgonear, había que estar ahí, para mirar cómo caen, cómo funcionan esas bolsas y cómo se veían los soldados, decían que eran comandos con cursos de tigres, de selva, de no se qué no más. Estos niños dejaron su casa sin avisar a nadie, seguramente les habrían prohibido ir a tan peligrosa aventura; consiguieron descuidar el cuidado de padres y hermanos mayores y con sólo segundos de por medio, habían alcanzado la esquina y ya caminaban solos y muy emocionados, avanzaron cerca de unos tres kilómetros hacia el Campo de Aviación.
Pronto se confundieron entre las decenas de curiosos y civiles armados que acudían a cortar el avance de los soldados, compartiendo en el camino toda clase de nuevas anécdotas:
De cómo le hirieron en la pierna a aquel policía viejito, el que era buena gente y que se lo llevó la ambulancia del ejército, había sido atrás de la Escuela Sucre; del chofer que fue herido en la esquina de la Junín y Sucre, al que le atravesó la mano una bala por pararse para disparar o del “tiro fijo” que había terminado con una bala en medio de la frente de un francotirador en la torre del campanario de la catedral, -ojo por ojo- pues este había matado de igual manera a un poblador insurrecto que había estado apostado en el Parque Central.
Espacialísima impresión les causó los detalles, de cómo los pobladores, aprisionaron a los primeros paracaidistas, que en cuanto aterrizaron en los alrededores del estadio Olímpico, fueron capturados por vecinos y vecinas del lugar, les habían despojado de todo su equipo y en ropa interior les mantuvieron maniatados hasta canjearlos con civiles. Y tantas y tantas anécdotas, como los singulares aportes a la resistencia, de la población de todas las edades, que desde sus casas se daban los modos para echar: agua hirviendo, orines, desperdicios para los puercos, agua sucia y toda clase de proyectiles extras al paso de estas “fuerzas invasoras” y una larga lista de etcéteras.
Franquearon en el camino: potreros abandonados, perros alarmados por la muchedumbre, que ladraban sin parar, nerviosos también y una y otra advertencia de viejitas que al paso les conminaban a regresar, que no sean curiosos, que iban a ser castigados por sus padres.
Agitados, emocionados, sólo mantenían en sus cabecitas, la fantasía de una aventura excitante, -como las que habían visto en las revistas- siendo protagonistas de una de esas fantásticas narraciones con imágenes en vivo y todos los accesorios de adrenalina purita quemándoles las venas, de nerviosismo galopante, de olor a miedo, del sonido de las angustias hasta en las pisadas, del ambiente guerrerista que dificultaba hasta respirar.
Es que ya eran varias las historias e imágenes percibidas que sus ojos saltones, jóvenes, inquietos, querían más y esta era una oportunidad única, no podría repetirse, entonces no les importaba ser, quizás los únicos pequeños testigos de este nuevo encuentro del pueblo tulcaneño, resistiendo la represión del Estado, combatiendo unidos para hacer prevalecer sus derechos; sin embargo pronto compartieron con otros, muchos otros más, niños, niñas, jóvenes y hasta ancianos, que desde sus veredas y portales, tampoco querían perderse estos espectaculares instantes.

No habían cumplido sus expectativas, de estar muy cerca, pues con el espectáculo de esos hombres cayendo en las fundas raras, la situación se volvía mucho más crítica, de lanzar piedras e insultos a los intrusos que habían empezado a aterrizar, ya se podían escuchar disparos aislados, más insultos, muchos más gritos de rechazo, pero sobre todo, pronto tuvieron que percatarse, de las voces de los civiles armados, que alertaban sobre el disparo de bombas lacrimógenas y diarreicas, -¡era por eso, que los paracaidistas estos!- traían puestas esas máscaras tan raras.
Sólo escuchar esta alarma, hizo que los dos intrépidos curiosos, desanden el camino a la velocidad que les permitía sus pequeñas piernas, parecía que el corazón se les salía por la boca, casi tropezaban con otros más, la distancia ahora se hizo muy pero muy larga, pensaban ahora en papá y mamá y el posible castigo que tendrían al regresar; pensaban ahora en la locura que fue venir, porque el regresar se veía muy difícil.
Los civiles armados aumentaban la quema de adrenalina, por los insultos y gritos que lanzaban a todos los curiosos, pues el estorbo que ocasionaban, aumentaba el peligro de víctimas inocentes, así como de complicarse para ellos también, las vías de escape…, los paracaidistas se acercaban a fuerza de fuego y gases a discreción.

Pero esa noticia de los nuevos enfrentamientos, las bombas y más heridos, las habían recibido no solamente los curiosos y vecinos al sector, se habían propagado como pólvora y ya todo el pueblo estaba alarmado al respecto; particularmente en la casa de nuestros dos osados curiosos, sus padres habían dado cuenta no solamente de su ausencia, sino que ya les habían alarmado los vecinos, de que ¡habían sido vistos camino al Campo de Aviación!
El desesperado papá había salido en su busca, acompañado de su hijo mayor, un joven convencido de su puesto de -hermano mayor-, es que en las familias de esa época, -los hermanos menores debían obedecer al mayor sin lugar a reclamos e incluso recibir cualquier reprimenda, si él lo creía necesario- era la oportunidad de participar en el castigo a esos "malcriados".

Los dos aventureros sortearon con mucha fortuna las cuadras y cuadras que les separaban de su casa y llegaron sudorosos y extenuados, su madre angustiada y llorosa, les recibió en una mezcla de alivio y mayor preocupación, pues ahora era su esposo y su primer hijo que estaban en peligro. Molesta les ordenó que entraran a la casa y no salieran para nada, que más tarde recibirían algún castigo.
Dentro de casa, sintiendo estar en lugar seguro, la inminencia de ser castigados les hundían en un temor mucho más cierto, quisieron esconderse, pero cómo hacerlo, los encontrarían y quizás sería peor, así que se juntaron a esperar que papá y hermano regresen pronto y terminar con esa angustia.
Regresó el padre primero, pero no tuvo tiempo de amedrentar a esos dos chiquillos curiosos, pues el joven hermano mayor se había separado de él, para mejorar la búsqueda y no había regresado todavía; el padre tuvo que regresar a las calles a buscarlo.
Fueron minutos muy, pero muy extensos e intensos, pues mientras transcurrían, los aventureros ahora presas del pánico por las consecuencias de su aventura, recibían a cada oportunidad, nuevas amenazas de castigo de la desesperada madre.
Finalmente volvieron: el esposo y padre agotado y el joven hermano mayor también cansado, muy cansado y asustado.
Pero en el transcurso de esta aventura también el padre y ese joven ayudante, vivieron esto de quemar adrenalina, de sentir con la preocupación de encontrar pronto a los aventureros, el miedo cierto de poder ser alcanzados por alguna bala y pasar a ser víctimas inocentes, de las que también se contaron varias; fueron también sin proponérselo, protagonistas de esa extraña aventura de curiosidad infantil de impredecibles consecuencias; compartieron angustias con otros padres buscando y con otros civiles armados informando, entre las escaramuzas del combate a los invasores.
La aventura había tenido sin embargo un final feliz, la familia estaba completa y bajo techo, seguros y unidos; para qué castigos, el susto había sido tan grande y no terminaba, pues afuera el sonido de las balas se hacía más continuo y había motivos más serios de que ocuparse.
Bastaba entonces con restringir los movimientos de estos traviesos aventureros y tenerlos bajo cerrada vigilancia, hasta que alguna nueva oportunidad les permita seguir confundiendo las historias, con la realidad, porque eso es la infancia y la vida, una mezcla informe de fantasías y crudezas, de encantos y golpes, que hay que saber balancear y esa tarea, normalmente nos toma el resto de la existencia...”

…Yo fui el niño de once años y me tomó muchos esfuerzos recuperar la confianza de mamá y papá, antes de volver a las calles a compartir con los amigos del barrio, todo ese tesoro de historias y emociones que nos hizo crecer a todos, creo que especialmente a valorar más la vida, a ser más solidarios y a tener un concepto diferente de lo justo, de los bienes, de la amistad…

Tulcán e Ipiales demostraron en estas jornadas también, que su hermandad es a toda prueba, quienes encabezaron la revuelta contra Velasco, que fueron varias mujeres y hombres del bravo Tulcán, se autoexiliaron en Ipiales, donde recibieron la solidaridad y respaldo de los vecinos colombianos, hasta que su regreso fue garantizado y seguro.

La ocurrencia de tan impopular y poco inteligente impuesto, le costo al dictócrata Velasco, todo el rechazo de ese bravo pueblo carchense y la condena nacional por la torpe desproporción en la represión, que ocasionó muertos de ambos lados de la población, la uniformada y la civil, con dolor inconmensurable, se registraron estos casos en una misma familia, muertos combatiendo y muertos inocentes en fuego cruzado, pérdidas que jamás serán olvidadas para condena de ese tristemente recordado Dictador.
Es que además este torpe gobernante, tuvo la osadía de pretender demostrar fuerza, ingresando con tanques de guerra a las pequeñas calles del poblado, flanqueado por el vuelo de los ensordecedores aviones Canberra, que sobrevolaron el gallardo y altivo pueblo Tulcaneño; los marinos no tuvieron por donde avanzar, vano derroche de fuerza en su retirada, porque la resistencia heroica de ese pueblo, obligó a Velasco a derogar el impuesto y no volver más a ese pueblo heroico que lo repudio y lo venció.
Semanas después en su misma ley, Velasco fue derrocado por la Dictadura Militar, comandada por el General Rodríguez.
Esta resistencia duró varios días, pero se ha fijado en la memoria de los Tulcaneños, el 26 de Mayo de 1971, como fecha de referencia, de la muestra más importante y elevada de organización y lucha popular, que registra su historia, referente de orgullo y dignidad, para nunca más permitir abuso alguno a ningún dictador, tenga el pelaje que tenga…

…Es que ésta es mi tierra, es mi paisaje,
somos tú y yo, los nuestros,
es la comunión de barro, fuego y soplo divino,
es el crisol del encanto, de nuevos vuelos,
centinela del coraje y la creatividad,
cuna de la verdad y los nuevos retos,
remanso apacible a donde llega
el bruñido lucero a descansar.”
(Tomado de “Mi Tierra” – M. Álvarez - 2005)
Poeta

Prosas poéticas :  Jardines con Espejos.
Jardines con Espejos.


Jardines con espejos. Fragilidad y belleza. Precipicios y fuentes. Marcos de oro labrado y barroco. Rococós marcos de carey verde. Inmensos espejos circulares. Fuentes espejos y espejos fuentes. Rosas y sorpresa. Jardines con espejos. Paseos bajo la umbría rematados con espejos, fuentes con caleidoscopías. Salamandras de azulejos, precipicios que terminan en cascadas, laberintos de agua, surtidores de fuego, pirámides de cristal irisado, balaustradas llenas de crisantemos, naranjas, amarillos, rosas, ánemonas rojas, bancales llenos de amapolas, rocallas exquisitas poseídas por las petunias, jardines con cactus, y espejos. Locura y crisoberilo. Agua y reflejo del agua, agua y reflejo del reflejo, transposición y espejismo, sombra y claroscuros, madreselvas frías, y madreselvas calientes, arroyuelos llenos de luz, mármoles y ámbares. Estanques llenos de shubukins. Acuarios bajos los magnolios. Tintineo de cascabeles y grillos, bajo acordes argénteos. La luna se asoma a la luna, el sol se abrasa de sol, centellas y agua perfumada, brillos aúreos, estatuas de oro macizo, lirios para plazoletas con fuego. Jardines con espejos. Fuentes venecianas. Buganvillas naranjas y rosas, crisantemos y campánulas, marcos de carey labrado, la sorpresa al final del laberinto, cintas fosforescentes, uvas que caen desde el techo, orquídeas negras y rosas. Dragones que echan agua por la boca, inmensos dragones de fuego y oro, con el escorzo retorcido, scherzo musical fantasmagórico, Nínives de perfume, Babilonias de rosas, Jerusalenes de lirios. Absoluta fragilidad y absoluta belleza, bailarines al borde del precipicio, equilibristas de circo, fuentes rojas y azules, fuentes verdes, fuentes de cristal y topacio. Lagos de malaquita fundida. Plenilunios bajo el mediodía. Rojos fluorescentes, naranjas aterradores, violetas maravillosos. Reflejos y deslumbramiento. Jardines con espejos. Botellas atrapando el sol. Fuentes en eterna cacería de la luna. Selene muerta, Helios herido, que huye bajo la sombra de las moreras, y pide agua donde mojarse los ojos, celestiales turquesas, índigos furiosos. Templetes donde las arpas se enfrentan, en un duelo de centellas lilas, y lilas al final de los estanques. Equilibrio imposible. Un Jardín que durara un minuto. Antes del ataque de los bárbaros. Orgasmos de luz. Clímax de sombras. Helechos y mirlos. Un Jardín que durara un minuto, y fuera recordado por un siglo.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero. (lo malo es que los chavales se dedicarían a romper a pedradas, o a naranjazos, los espejos).
Poeta

Prosas poéticas :  Jardines con Fuego.
Jardines con Fuego.


El problema de integrar el Fuego como elemento decorativo en unos jardines radica en el poder explosivo de los depósitos de gas o gasolina. Si la lluvia apaga el surtidor de fuego el gas empieza a salir de forma indiscriminada desde las espitas que producen las llamaradas y se vuelve tóxico y explosivo. Habría que hacer espitas que permanecieran encendidas aunque cayera mucha lluvia, nieve, o granizo. Y se consumiría mucho petroleo, que es un material muy caro. Pero hacerse creo que es posible hacerse, se pueden hacer jardines con fuego. La mercromina, a su vez, se evapora y cristaliza, luego hay que reponer constantemente el material, igual que sucede con la tinta china. Y además el vidrio es frágil y mucha gente, por diversión, apedrea las estatuas y las rompe.

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Jardines con Fuego.


En el corazón del dragón. Rosas y fuego. Lirios y fuego. Nenúfares y fuego. Cascadas de mercromina. Cactaceas y fuego. Fuentes que vomitan chorreones de fuego, entre los estanques y los lirios. Círculos de agua perfumada. Albercas coronadas por dragones de oro que escupen fuego por sus ojos. Cascadas de mercromina roja, arroyuelos y acequias llenos de mercromina, como si fuera sangre. Estatuas de Venus desnudas, rocallas llenas de prímulas y petunias, antorchas, braseros protegidos de la lluvia, albercas ardiendo entre los magnolios. Hibiscos rojos y naranjas, y pebeteros olímpicos flameantes. En el corazón del dragón. Islas de lirios y azulejos dorados, promontorios de pensamientos violetas, amarillos, rosas, rocallas de amapolas y cardos, y, en el centro de las rocallas, fuentes de fuego. Eternamente ardiendo, fuentes de agua cristalina, eternamente manando, lagos rodeados de fuego, estatuas de mármol sumergidas en estanques de mercromina. Y el sol y la luna poniendo sobre las fuentes su lujuria. En el corazón del dragón, lirios, nenúfares, petunias. Llamaradas desde los ojos de las estatuas. Pavos reales de cristal verde. Pavos reales de cristal naranja. Inmensos pavos reales de vidrio. Gardenias entre serpientes de ira. Primero estaban las fuentes de bronce, negras, negras y macabras. En el primer círculo, manando la sangre sobre el abismo. Flores extrañas se abrían, azules corolas venenosas, flores de fuego, humo esperpéntico, setas llenas de gusanos. Abajo, el abismo. Arriba, el comienzo de los círculos. Y las fuentes de bronce vomitaban, y fuego y humo y sangre. Diapasones, danzantes violines, arpas, claves, golpes de cascabel. Y se alzaban los espejos, caleidoscopio de formas amarillas. Orquídeas rojas, rosas, naranjas. Pompas de jabón, negras, negras pompas de jabón, ponzoñosas. Tacto de goma, aceite, ungüento. Perfume. Y la escala ascendía. Segundo círculo, estatuas de mármol rosa. Formas bubosas y estrambóticas. Espanto, coágulo. Calaveras. Tacto de hueso. Golpes de terribles tambores, el gong, gong, gong, del instrumento rotundo. También brotaba el fuego. Jarrones de malaquita, azurita, rodocrositas. Surgían de las macabras fuentes la absenta. Caballos de dientes devorantes, negros dragones a su vez devorándolos. Escorzo de guerra, batalla, depredadores sobre los cuellos de las jacas. El Lanzallamas desde la boca de un horror. Se podía caer en el abismo. Arista afilada. Filo agudísimo. Onice y jaspe. Vetas en la carne del mármol, raíces, muchas raíces en los granitos. No perfume. Sí perfume. Sándalo y gasolina. Madreselva y loto, en los estanques nenúfares rojos. Se subía al tercer círculo. Ascensión, tremenda escala, filo de cuchillas, cortante, lija demoníaca. La Ambición no dejaba de irritar. Escorpiones de metal. Veneno en ánforas amarillas. Biombos y espejos, flores de cerezo. Los cerdos estaban allí, vomitando y saciándose. Tercer círculo. Estatuas de cristal. Cristal de color verde. Cristal de color azul. Cristal transparente. De las fuentes brotaba el agua. En los estanques nenúfares rosas. Las truchas rojas y naranjas. Moaré en las telas. Sedas iridiscentes. Arabescos, mariposas, yeserías. Nada. Fuentes de Tinta china negra. Fuentes de tinta china azul. Láminas de agua roja que cae sobre prismas turquesas colosales. Escorpiones de bronce gigantes que vomitan fuego, y helechos verdes exuberantes. Prados de cesped verdes con solitarios estanques de fuego. Fuentes con forma de escalera que no conducen sino al abismo, descoyuntadas terrazas colgantes, de las que cuelga la yedra, manantiales de fuego entre las aspidistras, estatuas de jabalíes deformes que vomitan tinta china azul, tinta china negra, tinta china roja. Estatuas de gallos con el cuello herido, fuentes de gallos desde las que brota la absenta o el fuego. Macizos de petunias. Gladiolos en el laberinto. Cactaceas y cardos entre tortugas de bronce. Elefantes gigantescos de oro. Paredes inclinadas y empalizadas torcidas, paseos para tomar la sombra a la luz de las bengalas. Antorchas bajo la lluvia. Dragones en el corazón del dragón.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  Los Cisnes
Los Cisnes.

El nácar brilla bajo los reflectores. Tiene matices de perla y rosa. Y hay un logaritmo en una espiral de carey, que serpentea entre los lirios. Una orquídea muestra su vulva rosa, su lengua de golosa flor salvaje, incitando a la copula con una mariposa. Y un hibisco amarillo desprende su polen suavemente. En el cielo, azul y solemne, las nubes pasan. Son galeones piratas o grandes dinosaurios, lentamente ejecutan un baile de dragones de algodón y lana. Grandes nebulosas cuajadas de nieve, a las que el viento aleja hacia el horizonte. Son cabezas de ángeles canosos o cuerpos de maddonnas gordas, bien alimentadas, enormes ubres de vacas celestiales. Los cuellos tienen la flexibilidad de la rama del almendro florecida. Serpentea una anaconda entre las verdes lentejas de agua, y el cauce de los ríos se tuerce en cien meandros barrocos. Los cisnes moran en el agua dulce, y una libélula roja se posa en un junco. Pasan los suaves guerreros de nieve, danzarines sobre un esmalte azul, que brilla como un relámpago, y es un espejo verde lleno de transparencias cristalinas, hay como una visión de plata y el brillo es dorado y de cristal. Y es un espejismo la orilla bajo el sol de la tarde, que da sobre los cisnes su corona de fuego despiadado. O en un jardín oculto, en la umbría interrumpida, en un estanque negro, al que el sol, colándose entre la bóveda arbórea, llega como un cazador furtivo, se descubren las aves, estatuas de plumas de nieve perfecta, que nadan sobre el azogue líquido, al lado del palacete rococó, erizado de conchas marinas, próximos de un solitario nenúfar rosa, con una avispa negra y amarilla como guardián de la cripta sagrada de su cáliz. Son conchas vivas de nácar suave, estos guerreros de nieve y seda, que en escorzo sublime contonean sus cuellos, casi como serpientes y cobras de la India. Y hay un perfume a jazmín desprendido que pasa por la atmósfera como un fantasma enigmático. En una casa de putas la meretriz delgada, que era toda una curva y una ese sublime, se quita los guantes que llevaba en la Opera. Y los muchachos desnudos que se masturbaban frente a un TBO, eyaculan millones de niños y abortos. Tiene la Esbeltez el sonido barroco, de los pianos dulces azules y amarillos, de las notas de rosa, de púrpura y de fucsia, que acompañan los orgasmos de la sed indecente. Y frente a las bellas gacelas de los cisnes de azúcar se encuentra, como un eral de muerte en medio de la plaza, la majestad y el enigma, y la antítesis extásica, del cisne negro. Como un contrapunto en el nácar furioso, o un agudo insolente entre graves dulcísimos. Son débiles genuflexiones del mármol, los pétalos de una rosa blanca o los pétalos de una orquídea negra. Los muchachos más bellos del mundo, los atletas increíbles de los saltos de pértiga, de los diez mil metros lisos, o la puta insolente que se quita los guantes que llevaba en la Ópera con desvergüenza y lascivia. Son, los cisnes. Los ángeles delgados, las modelos de alta costura, desfilando despaciosas sobre la tarima, o proyectando de si mismos el cuerpo hacia la nada. Como un nenúfar rosa, como una solitaria orquídea. Los Cisnes. Claveles reventones blancos, exhalantes, de ungüento vaporoso, erizados pétalos de los capullos, plumaje de armiño para el lánguido cuello. Nardo y azucenas voluptuosos, flexible alambre en espiral nívea, barroca plumación de la serpiente. Cuando dos cisnes entran en batalla parecen orgiásticos atletas que se entretienen en un pugilato de armonía. Muchachos que, como narcisos albinos, tocan el arpa de su propio cuerpo desnudos y transidos, reclinados sobre un sofá de terciopelo, con la lentitud de la gota de clepsidra que se desprende. Gota de aguanieve sobre la espaldad desnuda, arista del escalofrío. Muchachas, muchachas de cintura estrecha y largo cuello, claveles reventones blancos cubiertos de rocío, con erizadas cabelleras de bucles rubios, danzarinas sobre una fuente de violetas. Armiños valiosísimos, blancos felinos apanterados, nieve y mármol sobre praderas de lilas, Laoocontes de plumas, hermanos dulcísimos de las garzas. Palomas. Majestuosos e hieráticos arcángeles. Corredores de atletismo, nadadores en busca de perlas. El Sátrapa de Samarcanda tenía un jardín con un estanque. En el estanque había una fuente de plata, con tres muchachas de colas de sirena. Se aburría el sultán con los cisnes de nieve, que nadaban desnudos en su estanque de oro. Y una noche de insomnio no quiso más jazmines y ordenó a sus esclavos que tiñeran los cisnes. Todo su harén contempló al mediodía, la bizarra armonía de los cisnes rosados. Corales níveos, cuando dos cisnes combaten, y cruzan sus cuellos, es como si dos ramas de almendro se golpeasen, y es el pugilato de una belleza serena, la entrega de dos guerreros de perfectas proporciones. Son los cisnes. Nimbados volúmenes de delicada armonía, flexibles lianas sobre troncos que se curvan. Muchachos que experimentan el sabor del placer, con la lentitud de las horas sin prisa. Exuberantes putas dionisíacas, que acuden a una Ópera de Verdi, que se miran en siete espejos negros, o que marchan esbeltas sobre la pasarela. Los Cisnes.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  La Melodía Envidiosa.
La Melodía Envidiosa.


Había una melodía fría como la muerte llena de colibríes azules, que iba de un hibisco a otro dando vueltas de torbellino sobre si misma, y había una melodía de gusanos rojos, fracturada por una astilla de barro, que se desprendía de una estalactita de cal amarilla. Las dos melodías se encontraron en una calle sin nombre, en la que varios perros ladraban amenazadores, cada uno de un color distinto, desde el amarillo pálido hasta el verde malaquita, pasando por el negro feroz, brutal en su descripción de la esfinge, odioso cancerbero de un infierno de estrellas oscuras. La calle olía a alcanfor y madreselva, apestaba a carne podrida y a chacina, y a humo de gasolina, y no tenía ni una sola ventana con geranios, pero desde las azoteas colgaban los muertos recién eyaculados y desnudos ahorcados por sogas de seda verde, y sobre ellos niños feísimos y malvados se asomaban con grandes sonrisas de melocotón podrido. Las dos melodías se encontraron, una de ellas llevaba un vestido verde de flores exquisitas, mandrágoras, madreselvas, geranios, lirios, la otra melodía iba desnuda y enseñaba su cuerpo grotesco, gordo y lleno de pústulas rojas a punto de reventar, contrahecho y deforme, clavado con alfileres de platino irisado, muy verdes y muy dolorosos, que perforaban el cuerpo haciendo saltar la sangre de un color rubí profundo en pequeñísimas gotas carmesíes. Las dos melodías se vieron, con una mirada de cuervo y cizalla, con una mirada bizca, estrábica o miope, profundamente necia y envidiosa, y al mismo tiempo el reloj de la Iglesia marcó las doce y media con celo de precisión caótica, y un vencejo cruzó el cielo sobre los cadáveres comiéndose una mosca negra y horrorosa, monstruosa en toda su insectívora presencia, y cargada de bacterias mortales, y girando sobre si mismo el vencejo dió la media vuelta por detrás del campanario mientras gritaba espeluznado de tanta vileza, y acto seguido otra horrible mosca entró en su boca insaciable, llena de esporas de hongos. Los perros, como posesos de fiebre o rabia, sudorosos de aceite negro, empezaron a morder a los dos melodías, que se miraban con un odio próximo a la demencia, destilando en sus miradas lágrimas de ácibar rojo, y en un total paroxismo las bestezuelas arrancaron las tripas a las dos melodías, que se transformaron en unicornios deformes. Los perros desaparecieron al comer las tripas envueltos en un fuego negro rojo y amarillo lleno de culebras y víboras, exquisitamente feas, pues tenían los ojos cegados por cicatrices. Y los dos unicornios se pusieron a pelear hiriéndose en el cuerpo con saña, mientras un resto de tripas de melodías ardía sobre el suelo con olor pestilente. Uno de los dos unicornios era deforme y tenía dos narices, de las que brotaban gusanos de color azul, y era amarillo y turquesa, tenía en la frente un cuerno curvado hacia arriba, y daba cornadas al otro unicornio en el cuello. El reflejo especular del primer unicornio, el segundo caballo, era tan feo que no tenía labios, y sus dientes eran cuchillas de afeitar, y con su cuerno, torcido en espiral, lanceaba a su contrario en las tripas. Pronto los dos jamelgos cayeron muertos, vomitando sangre, y sobre sus cuerpos las horribles moscas se posaron, en un enjambre oscuro y macilento, y los niños sobre las azoteas cortaron con cuchillos las sogas de los cadáveres cayendo los ahorcados sobre su propio semen y sobre las dos melodías tumefactas. Una gran carcajada de odio y alegría salió de la boca de un leproso tullido, que era además bellísimo, en una inexplicable contradicción aparente, y una de las dos melodías se puso enferma de dolor y rabia, a pesar de que estaba muerta y llena de moscas. Al leproso tullido le acompañaban otros dos ángeles, tan leprosos y tullidos como el primero, igualmente bellísimos, y también se sonrieron con alegría y mala leche, mientras se soltaban grandes y sonoros pedos. Y al ver a la macilenta armonía podrida rabiar de ira empezaron a golpearla y a patearla sobre el suelo hasta que a la deforme melodía le rompieron la cabeza. Y fue aquello como un sonar de grillos monstruosos. Después, satisfechos de su hazaña los tres arcángeles y tullidos leprosos, bellísimos los tres como lirios salvajes, se fueron de aquella calle dejando sus huellas ensangrentadas sobre el asfalto. Las dos melodías estaban sobre el suelo, junto con los cadáveres de los ahorcados, las moscas y los gusanos, y los niños miraban desde arriba y soltaban globos llenos de agua que caían y se reventaban al caer. En fín, qué tremendo esfuerzo hizo el músico para agradar al emperador de la China.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  Extensión de Arena infinita en la que hay desperdigadas Fuentes.
Extensión de Arena infinita en la que hay desperdigadas Fuentes.

Fuego de música. Nieve de música. Agua de música. Neguillas violetas, neguillas muy pequeñitas y violetas. Colibríes en la boca del dragón. Dragones azules gigantescos. El sol marcando la espalda como un látigo. Centellas azules, colibríes negros, iridiscentes, canarios dorados. Absolutamente nada en todo lo que abarca la vista. Sed como una espina en la garganta. Garganta verde del diablo. Nieve caliente. Arena translúcida. Diapasones de níquel esmeraldino, vibrantes diapasones de oro y cimbalillos violetas, monstruos de mirada soberbia. Sevillas de oro y plata. Sanlucar de Barramedas de diamante, de aceite perfumado, logaritmos de platino celeste, ecuaciones de música digital, vinagretas amarillas en los muros, planicies de arena infinita en las que hay desperdigadas fuentes, grandes extensiones de arena amarilla, bajo un sol del mediodía terrible, todo hecho amor y odio, como una luna de calor inmisericorde. Arpegios de flauta violeta, carne de membrillo dulcísima, mermelada de frambuesa negra, Querétaros de salamandras rosas, Querétaros de salamandras verdes, Querétaros de salamandras lilas, islas de perfume de madreselva, geranios rojos y fucsias, con grandes corolas exuberantes, pavos reales azules. Toques de arpa y clarinete, sombreros de oro y pedrería, esmeraldas rabiosas, ojos azules y verdes, rosas negras, rosas rojas y amarillas, serpientes rojas. Extensión de arena infinita en la que hay desperdigadas fuentes. Soledades llenas de témpanos de hielo caliente, trópicos fríos sin una sola hierba, descoyuntadas azoteas sobre precipicios, jardines con espejos, jarrones llenos de hielo picado, cócteles de rón, cola, y sándalo, estatuas de oro macizo de Apolos y Zeus, líneas de cascabelitos de cristal fucsia, topacio fundido, miel y gengibre, hormigas de oro. Aves del paraíso verdes y azules, pero muy lejos de aquí, aquí no hay nada, aquí solo hay arena caliente, arena caliente cristalina, y un sol de justicia que lacera la espalda, escorpiones de acero negro, y duendes que no han existido nunca, y monedas de oro, miles de monedas de oro, cientos de millones de monedas de oro, y en toda la extensión la nada, la nada como la nieve cayendo sobre el mundo, la nada como una gran arista de calor y fuego, la nada en la arena y en la arena la nada, y los albatros en el cielo. Una ciudad se eleva en medio de la arena, tiene puertas azules que llevan a corredores verdes, que suben a escaleras demenciales que bajan a azoteas sin flores, que terminan en otras escaleras que llevan a zaguanes oscuros y a otras azoteas, y desde las que no se escucha sino un silencio de plata eclipsada. Más allá la misma planicie desértica y otra ciudad exactamente igual a la primera y más allá aún lo mismo, y cientos de veces, y la extensión de arena que ha consumido a sus peregrinos, sin un sólo pájaro azul, y miles de pájaros violetas. Extensión de arena infinita en la que hay desperdigadas fuentes. Y qué fuentes tan amables, tan deliciosas, tan pequeñas, tan insignificantes, tan sublimes, tan necesarias. Calor insondable y piedra. Piedra y arena blanca, como nieve caliente, desafiante y llena de alacranillos, vulgar salvo en su belleza, extensísimas regiones de blancura caliente, achicharrante, y diminutas neguillas azules, y fuentes muy pequeñitas, con un agua muy fría. Cristalitos de violetas y cuarzos rosas, sobre marejadas de perfume azul, sobre espacios vacíos al aroma, sobre grandes planicies en las que no hay nada. Los huesos de una vaca que murió hace mil años, la pisada de un peregrino que anduvo este lugar, y que no ha regresado, la música de un arpa de bronce negro, la mística de un monje que se alimentaba de raíces secas, la soberbia de una columna de topacio, la pluma de un colibrí naranja, los hibiscos rosas bajo las moreras. Extensión de arena infinita en la que hay desperdigadas fuentes. Grillos en las bocas de los Dragones. Caleidoscopios de música y nada, absolutamente nada, como un cielo en blanco, sin una sola nota de incienso, sin una sola gota de rubí, sin una sola nota de piano, nada, nada, nada, cayendo como un puñal sobre la rosa. Extensiones arena que quema, arenales gigantescos de color crema, y aquí y allá, muy lejos, una fuente muy pequeñita, pero llena de centellas. Extensiones de arenas infinitas en las que hay desperdigadas fuentes.¡¡¡Ay de aquel viajero que se encuentre la fuente seca¡¡¡¡¡¡¡.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  Selvas de Xión.
Selvas de Xión.


Selvas de Xión. Amapolas antropófagas, pétalo cuchillo, cuchillo pétalo, hilo de seda, escalpelos púrpuras, tigres verdes, panteras de fuego, lirios de metal oxidado, luciérnagas radiactivas, arañas iridiscentes, guacamayos de plata, árboles de color naranja, libélulas negrísimas, trompetas grises, cuernos de neutronio, enanos gordinflones, de tez amarilla y translúcida, de ojos azules y cobardes, que cazan mariposas gigantes y guacamayos de oro, con flechas envenenadas con henna, durmientes duendecillos cabezones, de corazón de cristal, largos efebos delgadísimos, císneos, capaces de desollar delfines vivos, turquesas fúlgidas, verdes antocianos, flavonoides rojos, logaritmos de topacio fundido, clepsidras de aceite de ámbar, xilemas y floemas llenos de miel venenosa, leche podrida, magnolias rosas, en las que crecen gusanos amarillos y caracoles horribles, moluscos con tentáculos múltiples, sangre de cisne. Selvas de Xión, impenetrables selvas de cardos contrahechos, deformes, devorados por coleópteros ámbar, selvas en las que habitan panteras de fuego, que tienen garras de cristal azul, que cazan bueyes verdes, y jabalíes con escamas de pez, estanques y lagunas de absenta verdísima, en los que se bañan nereidas de ojos rosas, con mariposas de luz negra, con riberas de hiedras doradas, perfumadas de un incienso magnífico, que penetra en la pituitaria y deja ciego al hombre, yesos y granitos púrpuras sobre los que descansan iguanas violetas, nereidas que cantan como crisoberilos refulgentes, bellísimas nereidas de cabello amarillo y voz de cristal, grillos azules y fucsias, que tintinean en noches calientes aromadas de azaleas de oro. Selvas de Xión, desiertos amarillos con una arena de oro, en los que de trecho en trecho crecen polihedros metálicos, prismas, dodecaedros, cubos, formas geométricas de piritas cupriformes, auríferas, cuárcicas, cuyo roce más leve produce la muerte. Playas azules y negras, a las que llegan algas rosas, vivas, que se agitan nerviosas, medusas de color naranja, gaviotas negras, malignas, con ojos azules en los que hay paraísos llenos de dientes, playas negras, a las que llegan náufragos íncubos, con labio leporino y doble hilera de colmillos, sedientos de sangre, con la epidermis llena de bubas, y ángeles rubios, soberbios, con mirada lasciva y mala, con puñales curvos de mango de oro labrado y perlas, y playas azules, de arena índiga, en las que crecen cactus naranja, de espinas venenosas, zarzas que no temen a los lagartos de piel de acero. Flores extrañas, extravagantes, raras formas de lirios y orquídeas, geranios arborescentes, pelargonios exquisitos, gigantescos, azules y rosas, palpitantes, cargados de polen naranjísimo, muy venenoso y salado. Desiertos boreales con icebergs negros. Ruinas de múltiples Cartagos, edificios desplomados que se mantienen sobre columnas torcidas, cúpulas de malaquita, rotas, hundidas, barrancos en los que crecen orquídeas negras, balaustradas y frontispicios con dragones gigantes, de oro macizo, fuentes de las que brota la sangre negra, pavorosas Troyas incendiadas, arbotantes y contrafuertes que sostienen muros ciclópeos, de mármol rosa o verde, pináculos en los que anidan dinosaurios pteriformes, ruinas en las que hay bacanales de íncubos, con falos macizos, y pezones con galactorrea, que se penetran sin descanso y se chupan, en una eterna y repugnante orgía, ángeles que lanzan flechas de fuego negro sobre Apolos diamantinos, de cabello azul, tatuados con arañas rojas y verdes, súcubos de genitales femeninos y torsos sin pezones, condenados a la horca. Selvas de Xión. Caballos bicéfalos, centauros de oro verde, sirenas de piel naranja, música para un asfodelo rojo, tauromaquia incorrecta, tiburones y escarabajos, columnas de topacio que soportan templos a un Zeus deforme, bellísimos arcángeles asesinos, insoportáblemente hermosos, con el corazón como la brea, fríos como los sepulcros, sepulcros, cactus, banderas, Selvas de Xión. Ergástulas llenas de orquídeas de cristal violeta, ergástulas donde efebos de veinte años se entregan a la orgía, concupiscencia de nudibranquios marinos, Apolos llenos de esmeraldas, Reinas de una Namibia oscura que transpira madreselvas en su piel, afrutadas copas de ginebra, matorrales llenos de espinas, extraños lirios de fuego verde, simios y monos sin vello que cazan muchachos desnudos. Incubos monstruosos con narices deformes, cíclopes y súcubos, arpistas ciegos que tocan melodías malditas, sobre las que galopan caballos verdes, nenúfares que exhalan aromas indescifrables, braseros ardiendo, hogueras en torno de las cuales danzan los escorpiones, sacerdotes que extraen de plantas extraordinarias venenos a la luz de la luna, copulas de hormigas con libélulas, copulas de arañas con mariposas, copulas de aves de plumas iridiscentes, luminarias azules y violetas, fuegos negros, humos rojos, bermellones granates achicharrantes, mortalmente calientes, hirviendo de sol o hirviendo de luna o hirviendo de estrellas. Planicies desérticas donde se grita Dios mil veces y responde el eco: ¡¡¡¡náusea¡¡¡¡¡. Quimeras que devoran lagartos. Muchachos que doman quimeras. Dragones de terciopelo amarillo. Selvas impenetrables en las que solo hay zombis, con los rostros destrozados por la lepra, y perros con doble dentadura, que te persiguen por laberintos de granito esmeralda. Minas de oro. Oscuras minas de oro donde miles de esclavos luchan contra serpientes bicéfalas. Danzarines que bailan sobre trapecios barrocos. Marañas de lianas y juncos, ranas con lunares violetas, libélulas del tamaño de un brazo humano, libélulas del tamaño de elefantes, arañas descomunales, tarántulas lirio, talamos llenos de prostitutas salvajes, siempre ansiosas, ninfómanas, que se bañan en fuentes de aguamiel dorada. Selvas de Xión. Templos recargados de flores a una Virgen iracunda, que mata con la mirada a quien osa sostener su vista. Aguilas que arrebatan corderos por el aire, y los degollan en vuelo, mientras la sangre cae como una lluvia de sanguijuelas, como gusanos y lombrices violetas, ávidas de deseo humano. Travestis perfumados, que lucen vestidos de novia, vestidos dorados, vestidos ámbar. Clepsidras de miel de eucalipto. Ejércitos de Sodoma enterrados en la arena. Asesinos con los ojos verdes. Muchedumbres que sacrifican con gusto sus hijos a Moloch. Espartas de placer. Ninives de orgasmo. Jerusalenes de Lujuria y sexo. Romas de deseo. Selvas de Xión. Batallas de gallos. Concupiscencia de cisnes, exquisitez de Césares. Calígulas de adulterio, Carlomagnos de Sodoma. Estancias para dormir mil años. Huitxilopxtlis de demencia. Selvas de Xión, Selvas de Xión, tucanes dorados que espolvorean su oro sobre las aspidistras. Coelos rosas y amarillos, largos coelos de hojas exóticas, inmensos coelos naranjas y fosforescentes. Pequeños poneys amarillos de cabellera azul, rosas de espinas, inmensas rosas de espinas, lacerantes y ciegas, feroces y criminales, rosas negras y azules, colibríes de cuatro alas naranjas, cangrejos con cuatro pinzas doradas, que suben en masa a los árboles para comer huevos de vencejos iridiscentes. Acantilados de perfume, escabrosos tajos profundos sobre arroyos salvajes excavados en la roca, en los que anidan golondrinas rosas, Amazonas de ojos de pupila naranja, con pezones amarillos, que se esconden entre las moreras de hojas gigantescas, y en cuyas bacanales uránicas se bebe un vino delicioso mientras la música describe una gardenia a Safo, música lésbica, llena de cintas verdes y violáceas, tornasoladas a la luz de la luna, pentagramas sobre los que se sostienen icebergs de almíbar perfumado. Selvas, selvas, profundas selvas fantasmales, habitadas por hombres de epidermis transparente, de cristal, a los que se les ven los órganos internos, las glándulas, los intestinos, y panteras también transparentes, con colmillos de plata negra. Hombres lobos con dobles penes y mujeres lobos con doble vagina, y uñas pintadas con jeroglíficos árabes, capaces de desagarrar un corazón de cuajo. Rinocerontes de seis cuernos, arañas de nueve patas, no simétricas, en un logaritmo esquizoide, serpientes emplumadas, de dobles cabezas, que paren vivas a otras serpientes, hogueras que dan frío, hogueras sepulcrales, cuyas llamas no producen calor sino frío, llamas negras, de agua, que congelan, que no queman, monstruos cuyas sombra está viva, monstruos en la espesura cuya misma sombra está viva y mata, pavos reales rojos y pavos reales rosas, de cresta amarilla, con mil ojos de color fucsia, urogallos verdes y azules, abejas amarillas que liban flores de néctar salado, Dráculas de amor carnal, vampiros de ojos violetas, selvas de Xión. Efebos que estrangulan gallos vivos, Centauros que devoran carne humana, asfodelos de pétalos de fuego, profundidades oceánicas habitadas por hormigas, caballitos marinos verdes parasitados por hormigas amarillas, corales que crecen arañando, serpientes marinas con cuernos, largas anacondas tricéfalas. Medusas cisne, medusas tigre, medusas escorpión. Abrahames que sacrifican a sus hijos aunque el ángel diga:¡¡¡ detente¡¡¡, Saturnos implacables, crueles Saturnos despiadados, Tronos de oro macizo sobre los que Cronos inmola su descendencia, con paroxismo y violencia, jades amarillos. Lagos llenos de estrellas que reflejan un cielo sin estrellas, negro y profundo como una brea densa, llamaradas frías, que hielan, y agua que arde, y toros de cuatro cuernos. Selvas de Xión.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta