Pa'l Que Se Fue
Aquellos,
los que nos vamos sentimiento en contra
de la omnipotencia que nos limita el pan
y a favor de los sueños que prometen oro
o por lo menos oportunidad;
aquellos:
los soñadores de ciudad, campo o pueblo,
los extranjeros a dos puntas,
los de una ida y pocas vueltas,
los apátridas sociales,
los añorados rompe entrañas (pobres madres)
los “vendidos”
los que nunca deberíamos volver a la avaricia nacional,
sin haber “hecho plata”,
sin tener “algo”
y sin amor.
Porque los amores juveniles ya no están;
y si están son ajenos.
Menos mal que nuestros amores,
se dormirán a veces,
pienso,
en común reminiscencia
de aquellos tiempos de besos semirobados,
manotones a lo tabú tras calzón
y mejillas como brasas.
Y sus dueños,
conocidos,
ex amigos,
algunos,
lo saben.
Pero el ser usurpadores del sentimiento ajeno,
cornudos de conciencia,
carroñeros del amor,
poco afecta a sus intereses egoístas y rastreros.
Los amigos;
algunos están,
pero a medias.
O a pedazos:
Desmemoriados,
acomplejados,
casados con la de siempre o cualquiera.
Y los que no, están muertos como los casados.
Y sus hijos son, tan, tan jóvenes que humillan;
hieren a pura presencia
a quienes ayer fuimos ‘ellos’.
Los cuervos de siempre,
los ‘dueños’ de ciudad,
campo o pueblo,
como coronación pérfida a su “hijodeputismo”,
encima terminaron de triunfar.
Los cuervos más viejos,
algunos,
se arruinaron o quedaron en el tiempo.
Pero igual, trasmutados en sapos escuerzos,
hinchando sus papadas,
nos miran sin envidia,
plácidos,
sobrándonos.
Es su desquite por nuestra hazaña extranjera,
aventurera,
liberal.
Todos hemos madurado
pero ellos tienen “la plata”.
La que siempre superó nuestro traje en cuotas,
como su auto a nuestra bicicleta.
Aunque nunca a nuestra arrogancia por ilusa
ni a aquella nuestra sana,
gallarda,
invaluable
inocencia adolescente,
contra la cual, “pelo a pelo, perdían como en la guerra”.
Hermano,
cuando vuelvas de visita a tu pueblo,
si es que vuelves,
procura que esté dormido.
Aun así, sentirás cómo sus luces te palpan recelosas.
Transítalo en silencio; no lo despiertes
porque si no te reconoce, puede morderte.
O peor:
puede bostezar y dormirse de nuevo,
anfitrión indiferente,
desilusionado
del insecto reconocido.
Y tú,
inseguro astronauta,
forastero en tu propio mundo,
como Heston en “El planeta de los simios”,
oculto a la vista, de androides ahora, hostiles y sabios,
tú,
si no tienes el orgullo en los talones y pisándolo,
te quedas
solitario y resignado a la desubicación eterna,
volverás a partir:
con el corazón carente de pasado,
mediocre de presente y corto de futuro,
pero fiel;
¡puteando lo iluso de haber vuelto!
Amando para siempre lo que te perdiste de ti
en tu pueblo.