¡Ahí vienen los paracaidistas!

Fecha  2-7-2011 15:29:44 Tema:  Prosas Poéticas
¡Ahí vienen los paracaidistas!

Un relato obligatorio en homenaje al decoro y coraje de un pueblo rebelde

“…Es que el paisaje es único,
es que el paisaje es nuestro,
y es que comulgando con sus faldas
nosotros somos el paisaje;
hemos abrazado desde antes de la luz
el precioso óleo serrano que creció
y se agigantó ante nuestros ojos y
que vibrante habita en nuestra alma…


"... Hace 38 años en Tulcán, un pueblito que esta en el paso de la frontera a Ipiales - Colombia, donde sus más importantes actividades son las comerciales, debidas al intercambio de monedas y productos de uno a otro lado de esa línea de frontera, los transportistas y comerciantes, eran entonces y continúan siendo en porcentaje, la mayoría de esa población.
A quienes llevaban mercadería al interior del país, se los llamaba “cacharreros”, como un derivado de las “cacharrerías”, tiendas en Ipiales - Colombia, en las cuales se vendía de todo, siendo mujeres mayoritariamente quienes se dedicaban a esta actividad. Y que curiosamente como una “raya más al tigre”, en nuestro país, esta actividad comercial creó una población más que vivía y vive de ella, el control aduanero, el cual a ese tiempo era numeroso y tenía varios puntos de control a lo largo de la frontera y hacia las carreteras que conducían al interior del país, pero de sus desmanes y excesos no vamos a hablar ahora.
Esta cercanía de apenas media hora entre los dos pueblos: Tulcán e Ipiales y la diferencia de la moneda, ha hecho que las relaciones se extiendan incluso a tender lazos de amistad muy férreos e incluso a constituirse parejas y familias de las dos nacionalidades y por lo tanto a crear lazos de hermandad muy fuertes, que sobrepasan las relaciones formales entre las dos naciones.
Para el año 1971 en Ecuador se cumplía el último de los gobiernos de Velasco y probablemente el más déspota y autoritario, que con el fin de buscar nuevos ingresos fiscales, este dictadorzuelo había pretendido imponer un impuesto de dos sucres, al cruce de la frontera, intentando así asaltar los bolsillos de los humildes comerciantes y de todos quienes tenían, por muchas razones dirigirse de Tulcán a Ipiales o viceversa.

La reacción fue inmediata, no demoraron en rebelarse contra este abuso; cacharreras, cambistas de moneda y choferes fueron los primeros en levantarse, más tarde se irían sumando: comerciantes locales, vendedores, artesanos y más, con acciones de desobediencia civil, que no tuvieron eco en el gobierno, el cual insistió en imponer esta decisión arbitraria y desproporcionada.
Las protestas fueron tomando otros ribetes, pasando a enfrentamientos con la policía, que reprimió con dureza todas las manifestaciones de protesta, los tulcaneños no conseguían ningún resultado y la medida de todas maneras pretendía imponerse.
Las mujeres de mi Tulcán, tuvieron una presencia decisiva en la protesta, todos recuerdan con claridad a aquellas que les llamaban con sobrenombres tales como: las churamas, caravajalas, las flechas y tantas otras heroínas anónimas de esta revuelta, que desde los mercados, las plazas y calles presionaron puerta por puerta, para que el paro se cumpla irrestrictamente, obligaban a cerrar los negocios y a unirse a estas jornadas.
De los reclamos aislados se pasó a la respuesta organizada de esta gran mayoría, ocasionándose conflictos de mayor intensidad, que más tarde dieron lugar a un paro de la población, que decidió tomarse el pueblo y por las características de esa toma del pueblo a una verdadera guerra civil, es que la población se había armado, asaltando los depósitos de armas de la misma policía y de la autoridad portuaria.
El asalto de los pobladores al estanco, oficinas de Inspectoría del Estanco que funcionaba en el edificio de Autoridad Portuaria, fue una de las noticias más sensacionales; se recuperaron para el paro muchas carabinas y fusiles, que pasaron a manos de la población, los mismos que se organizaron para de inmediato apostarse en parejas, en cada esquina de la pequeña ciudad.
La toma civil de la ciudad fue contundente, dejaron por fuera a los pocos elementos con que contaba la policía local y los efectivos del ejército que por su ubicación en las afueras de la ciudad, también quedaron aislados hacia el interior de la misma, de modo que recuperar la ciudad se convirtió en un reto para el Estado a través de la policía primero y luego con el apoyo del ejército.

El paro de Tulcán significaba, el desabastecimiento de muchos productos de intercambio comercial entre los dos países, pero principalmente significó, que la población busque sobrevivir de alguna manera; la alternativa natural fue la más ejemplar solidaridad entre sus habitantes, pues sin comercio no había ingresos para nadie.
Resultaba singular la manera como se intercambiaba panes, hortalizas, víveres, golosinas, servicios, etc., para hacer posible la supervivencia ante el cerrado autobloqueo que vivía la pequeña ciudad.
Al principio la toma que si bien tenía el resguardo armado de la población civil, dio lugar a que las calles se convirtieran en el espacio de encuentro para juegos y concentraciones pacíficas; pero pronto cuando se agudizaron las condiciones del paro, primero un toque de queda y las primeras escaramuzas de la policía por intentar retomar la ciudad, más tarde la inclusión de militares que avanzaban y se retiraban, varios choques con más balas y sobresaltos, que de ninguna manera amilanó la resistencia valiente de Tulcán, los enfrentamientos fueron aumentando en intensidad y en víctimas, que se contaban con dolor tanto del lado de los policías y militares, como del lado de los civiles.
El paro tuvo el apoyo de la población toda, los descontentos poco tardaron en unirse al cierre de negocios y a la desobediencia civil total, el toque de queda de la población era obedecido disciplinadamente, no se encendían luces y en las calles no había más presencia que la de los civiles en armas, los cuales todo el tiempo, tuvieron el soporte de alimentos y aliento del resto de vecinos.

El envío de efectivos del ejército de refuerzo por aire se vio frustrado, más bien truncado por la población que concurrió a cubrir con sus propios cuerpos y todo cuanto pudo: carretas, animales, algún vehículo y materiales de toda índole, la pista del Campo de Aviación; le fue entonces imposible al gobierno, usar avión alguno para transportar más soldados a la brava ciudad carchense.
Las dificultades de resistir frente a una fuerza represiva que crecía, con la llegada de nuevos efectivos desde Ibarra, condenaba el levantamiento a solamente algunos días más; pero mientras tanto, cada escaramuza, cada nuevo disparo, era seguido por los más jóvenes con infinito interés, haciéndose imposible de evitar, esto de curiosear.
El fragor de cada batalla, era seguido con el alma en vilo por cada poblador tulcaneño, a veces consiguiendo algún sitio para mirar desde las terrazas y techos, o saliendo cuando era seguro a la calle a contar los impactos de balas en las puertas y paredes, buscar algún casquillo de bala y guardarlo atesorándolo como recuerdo de guerra; fue una actividad generalizada, que alimentaba entre los vecinos los temas a compartir y por supuesto la fantasía de aumentar y transformar imaginariamente los hechos, sobredimensionándolos y ajustándolos a cada mente, no importando de qué edad, explosionando en creatividad y locuacidad, pero sobre todo, significó que éstas acciones quedaran insertadas como referencia ejemplar, en su capacidad crítica, para forjar una conciencia social única que no permita fácilmente, la manipulación, la demagogia y la mentira.
Un día el cielo se cubrió de paracaidistas, pues por tierra no podía el ejército avanzar, sí, a ese punto estaban las cosas, no era la policía solamente la afectada, ya no podían controlar la situación, era también el ejército y llegaba por aire, en esas extrañas bolsas que flotaban… los paracaidistas.
Los primeros paracaidistas que se habían lanzado, habían aterrizado dispersos en los alrededores del estadio y antes que puedan reaccionar y se agrupen, fueron tomados prisioneros por la población, que con palos y escobas los habían sometido, amarrado y aprisionados en los patios de algunas casas del lugar; tremendo error, que permitió el intercambio de detenidos y triunfos parciales de el levantamiento poblacional que se consolidaba en unidad de acción y resistencia, que elevaba aún más su autoestima, su valor y coraje.
Pero, el gobierno pronto organizó otro intento por vía aérea y esta vez para buscar desembarcar una fuerza mucho más numerosa de paracaidistas, pero no sobre la ciudad, el objetivo era esta vez, los potreros cercanos al Campo de Aviación.

Entre las muchas familias que no estaban directamente relacionadas con el conflicto, había un interés galopante especialmente entre los niños y jóvenes, pues los disparos y el ambiente de guerra, con muertos, heridos, ambulancias, historias alrededor de ello, angustias y rabia alrededor de esas historias, dolor, sangre, mucho llanto y coraje creciendo, hicieron que todos se juntaran, hasta ser un solo puño, un grito ensordecedor de repudio al dictador abusivo; los pobladores jóvenes eran también sin haberse imaginado jamás, integrantes de este suceso increíble en que estaban incluidos aunque fuera pasivamente.
En una de esas familias, dos niños de: once y nueve años de edad, sin poder controlar los deseos de ir a curiosear muy cerca del Campo de Aviación, que era donde esos paracaidistas caerían, fueron también presa de esta ansía de fisgonear, había que estar ahí, para mirar cómo caen, cómo funcionan esas bolsas y cómo se veían los soldados, decían que eran comandos con cursos de tigres, de selva, de no se qué no más. Estos niños dejaron su casa sin avisar a nadie, seguramente les habrían prohibido ir a tan peligrosa aventura; consiguieron descuidar el cuidado de padres y hermanos mayores y con sólo segundos de por medio, habían alcanzado la esquina y ya caminaban solos y muy emocionados, avanzaron cerca de unos tres kilómetros hacia el Campo de Aviación.
Pronto se confundieron entre las decenas de curiosos y civiles armados que acudían a cortar el avance de los soldados, compartiendo en el camino toda clase de nuevas anécdotas:
De cómo le hirieron en la pierna a aquel policía viejito, el que era buena gente y que se lo llevó la ambulancia del ejército, había sido atrás de la Escuela Sucre; del chofer que fue herido en la esquina de la Junín y Sucre, al que le atravesó la mano una bala por pararse para disparar o del “tiro fijo” que había terminado con una bala en medio de la frente de un francotirador en la torre del campanario de la catedral, -ojo por ojo- pues este había matado de igual manera a un poblador insurrecto que había estado apostado en el Parque Central.
Espacialísima impresión les causó los detalles, de cómo los pobladores, aprisionaron a los primeros paracaidistas, que en cuanto aterrizaron en los alrededores del estadio Olímpico, fueron capturados por vecinos y vecinas del lugar, les habían despojado de todo su equipo y en ropa interior les mantuvieron maniatados hasta canjearlos con civiles. Y tantas y tantas anécdotas, como los singulares aportes a la resistencia, de la población de todas las edades, que desde sus casas se daban los modos para echar: agua hirviendo, orines, desperdicios para los puercos, agua sucia y toda clase de proyectiles extras al paso de estas “fuerzas invasoras” y una larga lista de etcéteras.
Franquearon en el camino: potreros abandonados, perros alarmados por la muchedumbre, que ladraban sin parar, nerviosos también y una y otra advertencia de viejitas que al paso les conminaban a regresar, que no sean curiosos, que iban a ser castigados por sus padres.
Agitados, emocionados, sólo mantenían en sus cabecitas, la fantasía de una aventura excitante, -como las que habían visto en las revistas- siendo protagonistas de una de esas fantásticas narraciones con imágenes en vivo y todos los accesorios de adrenalina purita quemándoles las venas, de nerviosismo galopante, de olor a miedo, del sonido de las angustias hasta en las pisadas, del ambiente guerrerista que dificultaba hasta respirar.
Es que ya eran varias las historias e imágenes percibidas que sus ojos saltones, jóvenes, inquietos, querían más y esta era una oportunidad única, no podría repetirse, entonces no les importaba ser, quizás los únicos pequeños testigos de este nuevo encuentro del pueblo tulcaneño, resistiendo la represión del Estado, combatiendo unidos para hacer prevalecer sus derechos; sin embargo pronto compartieron con otros, muchos otros más, niños, niñas, jóvenes y hasta ancianos, que desde sus veredas y portales, tampoco querían perderse estos espectaculares instantes.

No habían cumplido sus expectativas, de estar muy cerca, pues con el espectáculo de esos hombres cayendo en las fundas raras, la situación se volvía mucho más crítica, de lanzar piedras e insultos a los intrusos que habían empezado a aterrizar, ya se podían escuchar disparos aislados, más insultos, muchos más gritos de rechazo, pero sobre todo, pronto tuvieron que percatarse, de las voces de los civiles armados, que alertaban sobre el disparo de bombas lacrimógenas y diarreicas, -¡era por eso, que los paracaidistas estos!- traían puestas esas máscaras tan raras.
Sólo escuchar esta alarma, hizo que los dos intrépidos curiosos, desanden el camino a la velocidad que les permitía sus pequeñas piernas, parecía que el corazón se les salía por la boca, casi tropezaban con otros más, la distancia ahora se hizo muy pero muy larga, pensaban ahora en papá y mamá y el posible castigo que tendrían al regresar; pensaban ahora en la locura que fue venir, porque el regresar se veía muy difícil.
Los civiles armados aumentaban la quema de adrenalina, por los insultos y gritos que lanzaban a todos los curiosos, pues el estorbo que ocasionaban, aumentaba el peligro de víctimas inocentes, así como de complicarse para ellos también, las vías de escape…, los paracaidistas se acercaban a fuerza de fuego y gases a discreción.

Pero esa noticia de los nuevos enfrentamientos, las bombas y más heridos, las habían recibido no solamente los curiosos y vecinos al sector, se habían propagado como pólvora y ya todo el pueblo estaba alarmado al respecto; particularmente en la casa de nuestros dos osados curiosos, sus padres habían dado cuenta no solamente de su ausencia, sino que ya les habían alarmado los vecinos, de que ¡habían sido vistos camino al Campo de Aviación!
El desesperado papá había salido en su busca, acompañado de su hijo mayor, un joven convencido de su puesto de -hermano mayor-, es que en las familias de esa época, -los hermanos menores debían obedecer al mayor sin lugar a reclamos e incluso recibir cualquier reprimenda, si él lo creía necesario- era la oportunidad de participar en el castigo a esos "malcriados".

Los dos aventureros sortearon con mucha fortuna las cuadras y cuadras que les separaban de su casa y llegaron sudorosos y extenuados, su madre angustiada y llorosa, les recibió en una mezcla de alivio y mayor preocupación, pues ahora era su esposo y su primer hijo que estaban en peligro. Molesta les ordenó que entraran a la casa y no salieran para nada, que más tarde recibirían algún castigo.
Dentro de casa, sintiendo estar en lugar seguro, la inminencia de ser castigados les hundían en un temor mucho más cierto, quisieron esconderse, pero cómo hacerlo, los encontrarían y quizás sería peor, así que se juntaron a esperar que papá y hermano regresen pronto y terminar con esa angustia.
Regresó el padre primero, pero no tuvo tiempo de amedrentar a esos dos chiquillos curiosos, pues el joven hermano mayor se había separado de él, para mejorar la búsqueda y no había regresado todavía; el padre tuvo que regresar a las calles a buscarlo.
Fueron minutos muy, pero muy extensos e intensos, pues mientras transcurrían, los aventureros ahora presas del pánico por las consecuencias de su aventura, recibían a cada oportunidad, nuevas amenazas de castigo de la desesperada madre.
Finalmente volvieron: el esposo y padre agotado y el joven hermano mayor también cansado, muy cansado y asustado.
Pero en el transcurso de esta aventura también el padre y ese joven ayudante, vivieron esto de quemar adrenalina, de sentir con la preocupación de encontrar pronto a los aventureros, el miedo cierto de poder ser alcanzados por alguna bala y pasar a ser víctimas inocentes, de las que también se contaron varias; fueron también sin proponérselo, protagonistas de esa extraña aventura de curiosidad infantil de impredecibles consecuencias; compartieron angustias con otros padres buscando y con otros civiles armados informando, entre las escaramuzas del combate a los invasores.
La aventura había tenido sin embargo un final feliz, la familia estaba completa y bajo techo, seguros y unidos; para qué castigos, el susto había sido tan grande y no terminaba, pues afuera el sonido de las balas se hacía más continuo y había motivos más serios de que ocuparse.
Bastaba entonces con restringir los movimientos de estos traviesos aventureros y tenerlos bajo cerrada vigilancia, hasta que alguna nueva oportunidad les permita seguir confundiendo las historias, con la realidad, porque eso es la infancia y la vida, una mezcla informe de fantasías y crudezas, de encantos y golpes, que hay que saber balancear y esa tarea, normalmente nos toma el resto de la existencia...”

…Yo fui el niño de once años y me tomó muchos esfuerzos recuperar la confianza de mamá y papá, antes de volver a las calles a compartir con los amigos del barrio, todo ese tesoro de historias y emociones que nos hizo crecer a todos, creo que especialmente a valorar más la vida, a ser más solidarios y a tener un concepto diferente de lo justo, de los bienes, de la amistad…

Tulcán e Ipiales demostraron en estas jornadas también, que su hermandad es a toda prueba, quienes encabezaron la revuelta contra Velasco, que fueron varias mujeres y hombres del bravo Tulcán, se autoexiliaron en Ipiales, donde recibieron la solidaridad y respaldo de los vecinos colombianos, hasta que su regreso fue garantizado y seguro.

La ocurrencia de tan impopular y poco inteligente impuesto, le costo al dictócrata Velasco, todo el rechazo de ese bravo pueblo carchense y la condena nacional por la torpe desproporción en la represión, que ocasionó muertos de ambos lados de la población, la uniformada y la civil, con dolor inconmensurable, se registraron estos casos en una misma familia, muertos combatiendo y muertos inocentes en fuego cruzado, pérdidas que jamás serán olvidadas para condena de ese tristemente recordado Dictador.
Es que además este torpe gobernante, tuvo la osadía de pretender demostrar fuerza, ingresando con tanques de guerra a las pequeñas calles del poblado, flanqueado por el vuelo de los ensordecedores aviones Canberra, que sobrevolaron el gallardo y altivo pueblo Tulcaneño; los marinos no tuvieron por donde avanzar, vano derroche de fuerza en su retirada, porque la resistencia heroica de ese pueblo, obligó a Velasco a derogar el impuesto y no volver más a ese pueblo heroico que lo repudio y lo venció.
Semanas después en su misma ley, Velasco fue derrocado por la Dictadura Militar, comandada por el General Rodríguez.
Esta resistencia duró varios días, pero se ha fijado en la memoria de los Tulcaneños, el 26 de Mayo de 1971, como fecha de referencia, de la muestra más importante y elevada de organización y lucha popular, que registra su historia, referente de orgullo y dignidad, para nunca más permitir abuso alguno a ningún dictador, tenga el pelaje que tenga…

…Es que ésta es mi tierra, es mi paisaje,
somos tú y yo, los nuestros,
es la comunión de barro, fuego y soplo divino,
es el crisol del encanto, de nuevos vuelos,
centinela del coraje y la creatividad,
cuna de la verdad y los nuevos retos,
remanso apacible a donde llega
el bruñido lucero a descansar.”
(Tomado de “Mi Tierra” – M. Álvarez - 2005)



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