Cuentos :  El pobresor digital
EL POBRESOR DIGITAL

Los primeros siglos de la noche se han ido,
y aún faltan tres segundos más, primero,
para llegar al cementerio de los planes
y planetas deshabitados por cada si, pero no,
le había dicho el día anterior un sillón cobarde,
entre lentes fugitivos y con el crédito por el suelo.

No obstante, meteórico y eufórico, estaba adelante
del milenio de esfuerzo camaleónico, donde ha
dejado de ser un topo equilibrista y astrónomo
de cátedra derretida...


El espacio ya no es como lo recuerda,
curvo y azul-negro, ir viendo añejos centenarios buhos
lo dejó paralizado en un soplo bajo la puerta invisible.

Pues había vivido al final del Pleistoceno, oh, los huesos
del Mamut recuerda, con unos treinta mil apuntes,
la nieve, el hielo, y los recibos por pagar de la renta.
Nada decían papiros, pergaminos, tablillas de arcilla
recocida con el refrigerador a medio llenar,
tal vez,
se decía, eran códices e inscripciones por descifrar,
en las pupilas desgastadas, en la memoria de los dedos,
no tan ágiles como hace dos mil siglos, en los cuentos
de ciencia ficción qué escribía...


Meditaba frente a la pantalla.
Entre somnolientos lápices y grafíticos renglones
antiquísimos... ¡Sí, es cierto, y muy serio se veía
frente al viejo espejo colgado en el rincón de su
cuarto!... Religiosamente se decía: En la explosión
del Cámbrico la historia de la vida carga en su
maleta quinientos treinta millones de años.

Por su ventana había un pequeño dinosaurio,
sonriente, y él, era el último sobreviviente con dos
toneladas de fantasía organizando una defensa
galáctica contra todo cuadriculado razonamiento,
montado en su caballo de madera, con cabeza
de mamut. !A veces, sin embargo, se transformaba
en la escoba tirada en un viejo bote de basura!.


El, pobresor digital. ¡Nadie lo creería!.
Ahora estaba desempleado y la noche anterior
había soñado una gran fila de puntos rosados,
palpitando adolescente entre unos biberones
y se decía: ¡Claro, son unos amables y sagrados
cenotes del antiguo Yucatán!. Pero... Y si el
volcán tiene faldas nevadas y se derriten. ¡Claro,
el bosque de Venus aparecerá enrojecido y el
calor me despertará de nuevo!.

Mi almohada. ¿Dónde está?.
¡Se ha perdido!. No la encuentro.
Buscó bajo la cama, y ahí estaba,
su viejo balero, empezó a jugar,
de nuevo. Y luego. ¡Salió de éste cuento!.


Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Poeta

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