|
Yo dí un eterno adiós a los placeres cuando la pena doblegó mi frente, y me soñé, mujer indiferente al estúpido amor de las mujeres.
En mi orgullo insensato yo creía que estaba el mundo para mi desierto, y que en lugar de corazón tenía una insensible lápida de muerto.
Mas despertaste tú mis ilusiones con embusteras frases de cariño, y dejaron su tumba las pasiones y te entregué mi corazón de niño.
No extraño que quisieras provocarme, ni extraño que lograras encenderme; porque fuiste capaz de sospecharme, pero no eres capaz de comprenderme.
¿Me encendiste en amor con tus encantos, porque nací con alma de coplero, y buscaste el incienso de mis cantos?... ¿Me crees, por ventura, pebetero?
No esperes ya que tu piedad implore, volviendo con mi amor a importunarte; aunque rendido el corazón te adore el orgullo me ordena abandonarte.
Yo seguiré con mi penar impío mientras que gozas envidiable calma; tú me dejas la duda y el vacío, y yo, en cambio, mujer, te dejo el alma.
Porque eterno será mi profundo que en ti pienso constante y desgraciado como piensa en la vida el moribundo como piensa en la gloria el condenado.
|
Poeta
|
|
Toma, niña, este búcaro de flores: tiene azucenas de gentil blancura, lirios fragantes y claveles rojos, tiene también camelias, amaranto y rosas sin abrojos. rosas de raso cuyo seno ofrecen urnas de almíbar con esencia pura.
Admítelas, amor de mis amores, admítelas, mi encanto; que en sus broches de oro se estremecen las cristalinas gotas de mi llanto, tibio llanto que brota del alma de una madre que en ti piensa, y por eso hallarás en cada gota emblema santo de ternura inmensa.
Una tarde de abril, así decía, sollozante, mi esposa infortunada, a mi hija indiferente que dormía en su lecho de tablas reclinada; y como Herminia, ¡nada! nada en su egoísmo respondía a esa voz que me estaba asesinando: "Déjala, -dije- tu dolor comprendo...". La madre entonces se alejó llorando, y ella en la tumba continuó durmiendo.
|
Poeta
|
|
Me hizo nacer la suerte maldecida, de sombra y luz conjunto inexplicable; que oculta en mi corteza despreciable arde un alma grandiosa y descreída.
Llevo en mi frente, do la audacia anida un mundo de ilusiones impalpable; soy, en fin, un misterio impenetrable, que me agito en el sueño de la vida.
Por el cielo a sufrir predestinado, me llena el mundo de ponzoña y duelo; mas yo siempre orgulloso y resignado
contra mi propia pena me rebelo, y, en cada golpe, al mundo malhadado doy mi desprecio, y mi perdón al cielo.
|
Poeta
|
|
Te adoré como a una virgen cuando conocí tu cara; pero dejé de adorarte cuando conocí tu alma.
Cuestión de vida o muerte son las pasiones, si alguien lo duda, deja que se apasione.
Las heridas del alma las cura el tiempo y por eso incurables son en los viejos.
Los astros serán, mi vida, más que tus ojos hermosos; pero a mi mas que los astros me gustan, linda, tus ojos.
|
Poeta
|
|