Cuentos :  LUZ Y SOMBRAS (II)
Darío se instaló como si nunca se hubiera ido y tuvo la desfachatez de presentarse en las veladas, no me molestaba que conviviera con mis invitados, pero sí que no me tomara en cuenta para presentarlo, él era un joven aventurero y por lo tanto encajó perfectamente con el grupito de don juanes que de presumían sus viajes y sus conquistas, él contaba anécdotas emocionantes de pueblos bárbaros adonde llegaba por mar o aire y de los cuales había escapado milagrosamente, para colmo mostraba con orgullo cicatrices de heridas en diferentes partes de su cuerpo, yo no pertenecía a ningún grupo, yo era una polilla que sobrevolaba y se asentaba un rato aquí y otro allá mientras los cerebros brillaban con ideas profusas y los labios y las manos gesticulaban incansablemente, en realidad a mí no me importaba integrarme a mis invitados, tan solo escuchar y degustar la gran variedad de temas que salían a flote, yo terminaba siendo un caleidoscopio de todos ellos, ellos se divertían y yo me distraía de mis temores, era una simbiosis perfecta, así me entretenía en las noches y en el día descansaba intercalando a veces los sueños de mi madre ahogada con el de cualquiera de mis invitados para vivir sus aventuras y pasiones, incluso las de Darío, de quien supe por las quejas de los criados que le gustaba salir desbocado con alguno de los caballos fuera de la finca, espiaba a las criadas y le gustaba practicar esgrima por toda la casa ocasionando la ruptura de adornos o el rayado de paredes y muebles, yo minimizaba esas quejas, eran desahogos propios de la juventud y un carácter dinámico, Darío me trataba con camaradería, pero manteniendo una respetuosa distancia; en cuanto a mis invitados, ninguno se quejaba de él en nuestras conversaciones, es más ni siquiera lo mencionaban por lo tanto deduje que no tenía nada que reclamarle, pronto me acostumbré a verlo como un habitante más de la casona, algo escandaloso y descuidado, pero tolerable.
Gonzalo llegó un tiempo después, se presentó en la biblioteca al igual que Darío; al principio pensé que era una sombra deslizándose por la entrada, pero al levantar la vista vi su figura delgada y pálida dar pasos silenciosos hacia uno de los muebles para tomar un libro de poemas, recuerdo que era un par de años menor que Darío pero su carácter era completamente diferente, Darío era un joven vigoroso y activo, en cambio Gonzalo era pálido y serio, su voz se escurría de sus labios en palabras a veces inaudibles, débiles, monótonas y no se tomaba la molestia de repetirlas, cuando entró (dirigiéndome apenas una mirada triste) le pregunté si andaba de viaje, y me contestó, como si recitara, que le parecía haber perdido la conciencia en algún lugar de la casona, tal vez a causa de una caída, tal vez una decepción y apenas estuviera despertando, sí, Gonzalo era extraño, mucho más retraído que yo, a él le gustaba sentarse en la laguna y jugar en las orillas, hablar con los cisnes, alimentarlos si se acercaban, o tumbarse entre los rosales para aspirar su aroma, a veces lo veía acariciando el de los pétalos pálidos, o los de rosa intenso, con delicadeza casi femenina, tan delicado que parecía fundir sus dedos con los pétalos, esa devoción me enfermaba y me atraía como una droga, Gonzalo no era escandaloso pero su sigilo exasperaba por igual a los criados, su cercanía les producía escalofríos y sus susurros eran como serpientes arrastrándose por pisos, techos y paredes, no pensé que el asunto fuese serio, fuera de sus comentarios no externaban deseos de que tomara medidas al respecto, comprendía que en menos de un mes dos intrusos habían perturbado mi tranquilidad pero yo no era capaz de correrlos, en realidad no tenía motivos sólidos para hacerlo, para mí lo principal era que la noche transcurriera como siempre en mis veladas y me di cuenta que a Gonzalo también le agradaban, como es lógico él se integró al grupo de los bohemios, de los que yo creía que cualquier noche alguno se cortaría las venas entre los rosales o tomaría una balsa para arrojarse con una gran piedra amarrada al cuello en medio de la laguna para luego emerger convertido en cisne, o tal vez en otra luna que mirara (junto a la original) como cuencas brillantes hacia la casona, y entraran alumbrando toda la noche como enormes lámparas y de esa manera no tuviera yo que recurrir más a las veladas, eran ideas macabras que a veces me divertían, pero nunca se materializaron, tan sólo me incitaban a sueños sicodélicos, donde a todos mis invitados les salían plumas y empezaban a graznar como cisnes, era gracioso ver a las mujeres en minifaldas, con los picos en tonos cálidos, antifaces verdes, azules o rosas, los largos pescuezos enredados de collares, sus patas apretujadas en zapatillas y a los hombres con la corbata colgando del pescuezo, cubiertos con camisas de seda o chamarras de cuero, algunos con lentes ridículos y mientras unos aleteaban o barrían con sus picos las mesas llenas de bocadillos otros los hundían en los vasos de licor, pero entonces llegaba Darío con su caballo y arremetía contra todos, tirando mesas, rompiendo lámparas, arrastrando cortinas, esgrimiendo su espada y encabritando al caballo mientras yo en una esquina reía como nunca lo he hecho ni haré jamás viendo a los cisnes correr despavoridos, desplumándose al chocar, cortándose las patas y las alas con los vidrios que estallaban, la ropa desperdigada por todas partes, más de uno era atravesado por la afilada espada de Darío, luego alcanzaba a Gonzalo que declamaba una oda en medio del desastre y lo ensartaba también, formando así una gran brocheta, mientras continuaba su carrera afuera, persiguiendo a los fugitivos.
También soñaba que Gonzalo comenzaba a cantar una de sus trágicas canciones y los invitados se ponían tristes y comenzaban a llorar y a gemir como ánimas en pena, se rasgaban la ropa, comenzaban a beber y mientras más bebían más se inflaban hasta convertirse en grandes globos de licor que flotaban por toda la casona, yo me divertía entonces jugando con ellos rebotándolos contra las paredes, pateándolos hasta que llegaba Darío y los pinchaba con su espada, al hacerlo los globos estallaban como petardos mojando toda la sala con los licores y vinos consumidos y luego yo gozaba lamiéndolos, a veces alguno de esos globos humanos no explotaba, entonces Darío lo desollaba como si fuera una naranja y lo exprimía, pedazo por pedazo sobre su boca chupando ruidosamente la piel hasta dejarla seca y delgada como papel.
Me sorprendía la sangre fría que demostraba en mis fantasías hacia esa muchedumbre que yo mismo busqué para curar mis temores, analicé detalladamente y no pude encontrar en mis primeros invitados los sentimientos que compartíamos al inicio, sólo pude deducir que los invitados de mis invitados siempre eran más entretenidos que yo, por eso ellos mismos me fueron segregando de sus conversaciones relegándome a la calidad de testigo (con suerte) o mueble, la transición de ese pasado a mi presente fue tan paulatina que solamente con mis dos huéspedes pude apreciar su dimensión, nunca he sido una persona sociable, por más que papá trató de rodearme de niños de mi edad y nunca me prohibió visitar a mis familiares, pero era bien poco lo que podía compartir con ellos a pesar de llevar la misma sangre, mis tíos decían que papá era un amargado y a mí me trataban como a un leproso, debido tal vez al trastorno padecido por mi madre antes de mi nacimiento, yo odiaba esa compasión, para ellos yo estaba estigmatizado, el hijo de la demente, siempre en riesgo de repetir ese patrón, por lo tanto mi círculo social era muy estrecho y muy contadas mis distracciones, limitadas a la biblioteca, las faenas de la finca y mis veladas.
Tal vez entonces me di cuenta de que las veladas no eran tan entretenidas como yo pensé, la triste realidad era que a pesar de tener la casa a rebosar cada noche siempre estaba completamente solo, pero al mismo tiempo era demasiado cobarde para enfrentar una noche sin ellos, la llegada de Darío y Gonzalo con sus manías hacían volar mi imaginación creando algo propio por más descabellado que fuera, y cuando apenas me estaba acostumbrando a su compañía llegó Vanesa; no sé por qué no me sorprendió, ella era una jovencita, casi niña, uno o dos años menor que Gonzalo; ella primero se asomó al umbral de la biblioteca, como hacen las criadas para espiar, me miró con su carita traviesa, era muy bonita, con rizos castaños resbalándose por las sienes, sus ojos de un intenso color ámbar y una piel sonrosada que hacía juego con sus mejillas arreboladas, Vanesa esperaba tal vez que la invitara a pasar, pero ante mi pasividad, entró con donaire de princesa y se plantó frente a mí colocando sus brazos en jarra, preguntándome si no le iba yo a preguntar dónde estuvo, entonces le contesté que si Darío y Gonzalo no habían platicado de sus aventuras conmigo tampoco albergaba la esperanza de que ella lo hiciera; Vanesa se rio como si le hubiera contado un buen chiste, me besó la frente y me dijo que tuvo un amante a quien acababa de abandonar porque le había propuesto matrimonio y ella, siendo ave de paso no podría tolerar una relación así, la miré fijamente y me pareció que estaba bromeando, por su físico pensé que no podría tener más de quince años, una edad en la que no es común entablar ese tipo de relaciones, Vanesa se alejó dejando un aroma a lavanda, tomó al azar un libro de química y comenzó a leerlo en voz alta, gesticulando como si ella lo hubiera escrito, le pedí que se callara, que se sentara otra vez conmigo, quería sentir su aroma nuevamente, mas no me hizo caso, dejó el libro y tomó otro de historia leyéndolo también en voz alta, con vehemencia, como protagonizando la historia, entonces me levanté para tratar de arrebatárselo, pero ella, ágil, siempre me esquivaba, riendo y besándome las mejillas con cada fracaso, por último aventó el libro y salió corriendo, salí tras ella, era la primera vez desde que era niño que volvía a correr, la vi perderse entre los arbustos del huerto y de repente reaparecía atravesándose frente a mi, se escondía detrás de un árbol y cuando estaba seguro de encontrarla atrás escuchaba su risa y la veía columpiándose de una rama, yo estaba feliz con su juego, pero quedé paralizado cuando vi que se dirigía al lago, la vi llegar a él, quitarse toda su ropa y meterse al agua, su piel blanca brillaba con los reflejos del sol y sentí un escalofrío, miraba alelado a mi alrededor, podía oír los cascos del caballo desbocado de Darío y una canción triste proveniente de los rosales, los criados miraban para todos lados y en sus miradas podía percibir dudas y temor, yo no acostumbraba hablar con ellos mas que para lo necesario, y ellos nunca hacían preguntas indiscretas, pero cuchicheaban entre sí.
En los primeros días a la llegada de Darío habían hecho comentarios al respecto por los daños al mobiliario y las cortinas, por los caballos constantemente encabritados, de Gonzalo no hablaban, tal vez por su pasividad y ahora con la llegada de la promiscua Vanesa percibí cierta incomodidad, era muy desinhibida para su edad y en cierta forma me sentía responsable por su seguridad, sin embargo, en poco tiempo pude darme cuenta que mis temores eran infundados, ella podía exhibirse desnuda o provocativa en plena luz del día por toda la finca, treparse a los árboles, colgarse de las enredaderas, montar a caballo o simplemente revolcarse en la hierba como gata en celo y nadie se le acercaba o respondía a sus provocaciones, ni siquiera cuando acariciara suavemente los pechos o los hombros de los mozos, éstos sólo se sobresaltaban y miraban a su alrededor fingiendo no verla, aunque estoy seguro que podían percibir su aroma, imposible no hacerlo, imposible no deslumbrarse con su cara de virgen barroca, con su piel de alabastro y mejillas de manzanita, sí, no cabía duda de su latente poder de seducción, era juguetona y muy alegre, justo lo que faltaba en mi casona de orates, en cuanto a Darío y Gonzalo, ninguno cambió sus modales, cuando se encontraban con ella Darío la tomaba de la cintura y le daba vueltas simulando un vals mientras ella reía gustosa, espigando su esbelto cuerpo, cuando se encontraba con Gonzalo ella se recostaba en su espalda y le acariciaba los brazos mientras le cantaba algunas canciones de cuna, le revolvía el pelo y se alejaba saltando mientras el otro seguía sumido en sus cavilaciones, a mí me tomaba de la mano y me jalaba a los huertos donde jugaba a esconderse mientras se iba quitando la ropa, prenda por prenda, pero a pesar de que despertaba en mí instintos dormidos no fui capaz de desearla como mujer, cosa rara en alguien a quien a veces las invitadas a se le insinuaban discretamente pero siempre terminaban encontrando a otro más interesante que yo para saciarse, Vanesa era para mí una ardilla traviesa, una niña que no tomaba nada en serio , sobre todo en las veladas, donde siempre la perdía de vista llevándome a imaginar innumerables escenas eróticas, ella me indujo a sueños mucho más placenteros, sueños en los que la seguía a escondidas con el invitado en turno hasta las recámaras, la biblioteca, las fuentes, a los jardines e incluso a las caballerizas, Vanesa se acomodaba en cualquier sitio e incitaba a su pareja que le seguía el juego encantado, la soñaba en mi alcoba, sentada en el ventanal abierto, la luna escurriendo sobre su piel, con sus mejillas encendidas y la eterna sonrisa mientras le mordían los pechos y le apretaban los glúteos, así, con las cortinas flotando parecía tener alas, y conforme el sediento recorría su cuerpo esos pechos se llenaban, su cuerpo espigado se estiraba y sus caderas se ensanchaban hasta adquirir las proporciones propias de una mujer adulta, y no sólo eso sino que la tonalidad de su piel cambiaba de color entre gemido y gemido, pasando por tonos olivo, esmeralda, magenta, celestes, índigo, oro y púrpura, como un camaleón y oh, maravilla, que se encendían con cada embestida del afortunado galán al penetrarla, Vanesa era versátil en ese sentido, su cuerpo podía adaptarse a cualquier posición, en la cocina se embarraba chocolate o miel en los sitios precisos, en los establos se hacía faldas y sostenes de paja que se desbaratan poco a poco al son de un baile lento que ella inventaba, mojada su piel al bañarse en la laguna su aspecto era igualmente tentador, parecía un pescadito de plata reverberando a la luz del sol, sus rizos mojados eran tirabuzones de grenetina cuajados de azúcar, así, noche a noche mis sueños con ella hicieron olvidar los desórdenes de Darío y de Gonzalo, incluso cuando los criados se quejaban de que los caballos se escapában constantemente y porque la presencia de Gonzalo les amedrentaba, eso sumado a las travesuras de Vanesa ocasionaron estragos visibles por toda la casa: en la cocina con los frascos de fruta en conserva, de miel y cremas abiertos, pisos y mesas manchados, los libros de la biblioteca revueltos, en el comedor cristales y loza rotos, una constante corriente de aire frío llena de susurros tristes, guirnaldas de flores olvidados en cualquier parte, paredes rayadas por el filo de las espadas, cortinas desgarradas, puertas azotadas, alcobas en desorden, incluso mencionaron que mi aspecto estaba muy desmejorado y dormía más de lo habitual, me aconsejaron consultar a un médico, me atendían como a un párvulo, me preparaban no sé cuántos menjunjes para despertarme el apetito y me recomendaban que saliera de viaje, pero todo eso me tenía sin cuidado, y poco a poco ese desinterés no pasó desapercibido para los invitados que notaron el deterioro en que había caído la casona, algunos fueron muy sutiles cuando me preguntaron si acaso mi servidumbre estaba incompleta, ahí fue cuando me di cuenta de lo poco que yo les importaba, porque a mi parecer lo que debieron preguntar es por qué me hallaba tan desmejorado como decían los criados en cuyo caso me habría tomado la molestia corregir esos detalles, no siendo así respondía que efectivamente muchos habían renunciado y dejé que las cosas siguieran su curso.
Poeta

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