Poemas surrealistas :  Coloridos argumentos
COLORIDOS ARGUMENTOS

Porqué ese día los ángulos eran azules y sensibles
caminando en la fuerte penumbra de la pirámide
escondida en un saco, en la concha del silencio, y
la esquina de cabeza contra un muro. Nadie veía.
No, nadie estaba, solo las llaves viendo un viejo
candado, inmenso en la pulsera del brasero café
suspendido de un cuchillo. Colorido, contrariado,
confiando en la consciencia confidente del convoy.
Pero el camino ahora solo habla por las ventanas
taladrando las tardes con sombrero y vestido rojo.

No es tan transparente en la táctica taciturna del tarro
al tallo, doliente y duplicado por el barro del perro.
Pues así, el musgo recordará la infancia atrapada en
los nombres subterráneos cercanos al velo del aroma
de los corchos asustados. Y que no se mueren del
todo sorprendidos alargando el cuello al día menos
pensado con la dulce pereza amante de la hoguera
entre las sombras que suspiran como mustias áureas
de amargas azucenas padeciendo el misterio amarillo.

Además, en la tierra de los cuervos se desnuda un tren
junto a la vía florecida por los pétalos que duermen, y
buscan destempladas las orillas y escaleras del jacinto
bajo el espejo del jabón atrapado en las burbujas.

No obstante, los párpados del bosque construyeron
el olvido de los lobos tan azules, que parecían hacer
signos, y siglos al reloj del gato cercana la medianoche.
Pero...¿Porqué ese día?. Pues el eucalipto lo ha dejado
olvidado en el lago presuroso de las hojas entre horas
y neblina que nada entiende de la nieve por el heno
rendido en las calderas, casi indefinidas, mordiendo
al sol el amarillo que despliega el ancla con los peces
traficando con los techos por las casas abandonadas
y el vuelo de las calles huyendo en desbandadas.

Así, como verás, hay algunas cosas que leyéndolas
nadie comprende, las razones verticales en su alto
rebaño de místicos cristales, de hábito maligno.
¡Sí!. Sabes ya de la porcelana pensativa y de los
riscos tiernos en la intimidad de los agravios, pues los dardos torturan los marfiles y al abismo tenaz. Siendo todo al final más que flexibles, las razones del caramelo en el martirio de la edad temprana.

Por tanto, la sed de saberlo es un colorido quebranto.


Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Poeta

Cuentos :  Ludibrio Impoluto... (Anticuento)
LUDIBRIO IMPOLUTO

En esos recuerdos verdes caballos amarillos, asoman el hocico desde el bolsillo del saco que arrastra su pelaje obscuro. Y me dices
que los gritos, arrastran las arenas saltando
por encima. Si, creo que hay algo de insistencia,
tanteando las sorpresas lentamente, en el sonido
seco de la madera golpeada, por la mano que nos
separa del hastío entre la vertical tormenta.

¡Bueno, en fin, ya hemos llegado aquí!. Lo que
fue solo deseo y pensamiento en un principio.
De cualquier forma, quiero contarlo, evadiendo
las sombras del olvido que tejen las corbatas,
y los sillones sin tantas explicaciones. Total...
Total...
Ya estando arriba, el trepidante silencio
es el mayor aliado, cómplice conversando lábil,
animado, como estremeciendo de la carne ardores,
por esa inmovilidad increíble, que afecta todas,
las cosas que han perdido su valor. Parecida
a una minúscula campana, gentil copa y sortilegio.

Mira, sucedió así. Caminábamos, pero nos detuvimos
y de pronto, la noche selecciona descolgarse de esa luna. Tu sabes que al salir la calle nos rodeaba en aquel momento sin importancia. El tiempo colocaba una placa en cada túnel dentro de una flor, enardecida por la impureza de la realidad en el discurso sin lengua, convite convexo,
rebosante y tartufo, del abigarramiento a la turbulencia, disimilitud holgada entre el cuello blanco al compulsar sus verdades, inconexas, asimétricas, en el vapuleo desacorde.

¿Sabes?... No fue precisamente a orillas de la playa, sino que estábamos situados más al fondo de las húmedas paredes, escribía, indudablemente influido por todos los inquietos lápices que se quejaban con amargura de las plumas digitales,
con la fina capa de su extrema fugacidad.

Estábamos a solas con el silencio, nunca podré olvidarlo, me decían los pies bajo la tierra, las sandalias entre las nubes, el derrumbe formidable de los valles, y los restos taciturnos, que pueden jurar al cielo absolutamente avecindado, en la máxima injusticia jamás vista, con la diligencia del olvido.
Debía ser algo parecido a la muerte. Pienso. Yo sentí su vacío, me lo dijo un cuaderno, antes de darse cuenta de su posición horizontal, y que sólo podía oírse en la atmósfera de un plato, de libros con la voz postrada en la imaginación del tren. Y...
sacudiéndose las vías por las espaldas.

Entonces la escala de tiempo a que se sujetaba la vida, casi no hacía más que sonreír después de haberla visto vagar por diferentes lugares sin preocuparse por nadie en sí, en su plan infalible al desandar el camino de la eternidad.
Heterogéneo, disgregado, abatido entre galerna, imperturbable, titubeo transfigurando la ordinariez, de aquéllo quejumbroso, y
lastimero de su intrínseco escolio, con el apañico desbarro.

Era el camino de la eternidad prolongada en aquel aislamiento, sin advertir la presencia del hombre cerrando las últimas brechas, de la soledad circunspecta, un espolear borrascoso de la exasperante desvergüenza, con la impavidez abrutada, algarada y bureo.
Por fuera, el viento calienta las nubes que sudan en la única cosa que puede representar el techo. Inundado con preguntas, y el olor bajo el piso... De la caterva al patíbulo, en la estrechez y el holgorio, proceroso amasijo, antípoda inexcusable por el ensalzar desdeñoso.
¿Porqué conservas la esperanza?, Hay algún premio por ello, en el más allá, me decías. El peso de la vida no se siente.
¿Cómo puedes pensar qué me parece bien todo el mal?. Te dije que no es mejor callar, eligiendo equivocadamente los frascos del elixir que daría la inmortalidad por las monedas aseguradas.
Porque pienso a veces, que hoy es lo que ayer fuera, y lo que será mañana lo mismo al descorrer el velo del pasado, talud y garrampa, rapiñar artero recio, inextricable agostado. ¡Vaya pues!.

¿Quién hará por ti, lo qué a ti te corresponde?. Y si no es ahora...
¿Cuándo?. Acaso cuando las golondrinas errantes llamen a los cristales del mal, que pone al sol espuelas penetrantes, a modo de
lámpara votiva, y que al mirarla partir, calla y espera. Tu decías que no te gustaba, como aquella tarde que apagaste de reojo en la piel de un flamazo, paseándose bajo la luz del abanico. Y como la pobre flor de ensueño, hecha de gloria falsa, indigesta deslustrada, al inficionar alevoso, se tiñe de anáfora por el rosicler macerado.
Verde también, como los cabellos amarillos, dejaron en la memoria su pelaje obscuro.


Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Poeta