Poemas :  Memorable atardecer... (Visual)
MEMORABLE ATARDECER

En
todas
las esquinas
de la infancia
aguardaban los
recuerdos del invierno
en primavera almacenados
en un trozo de pan con mermelada
y una ardilla en el bolsillo estaba
administrando unas bellotas en la
última lluvia de piedras
verdes en el campo del
maizal rebosante el
corazón de elotes.

En
la casa
de adobes
a la izquierda
del entusiasmado
álamo próximo a actuar
en el teatro libremente movido
por el viento ofreciendo una función
sin protesta de los caballo azules
cuándo alguno de ellos echando en
olivos la situación inesperada
de los arados lanzaba alado
un relincho causando la
impresión del arroyo
más enfrascado
en contemplar.

En
los peñascos
y la sedante quietud
de los sapos y las tortugas
en presencia del terrible aspecto
y la negrura de unas cuevas ignoradas
por el herrero en la satisfacción del alfarero
con las botas de macetas junto a la puerta
de los póstigos también azulado gris
castigando las jaulas con las aves
en el último escalón de la esquina
de los pájaros aferrados dónde
se podría ver una ventana.

Por
el opaco
vidrio lábil
al apagarse
la luz del sol
al renacer interminable
sobre las camas
pausado lauro
en la voz luz
diligente
tarde.



Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
Poeta

Poemas :  MUERTE DE UN NATURALISTA
MUERTE DE UN NATURALISTA
___Seamus Heaney (Irlanda)
1939.


Poeta, crítico literario, profesor de poesía en Oxford y de Retórica y Oratoria en Harvard. Premio Nobel de literatura 1995. Esta es versión de Vicente Forés y Jenaro Talens.

Muerte de un naturalista

Durante todo el año el dique de lino supuraba
en el corazón del pueblo; verde y de cabeza pesada
el lino se pudría allí, aplastado por enormes terruños.
A diario chorreaba bajo un sol de justicia.
Burbujas gorgojeaban con delicadeza, moscardones
tejían una fuerte gasa de sonido en tomo al olor.
Había también libélulas, mariposas con lunares,
pero lo mejor de todo era esa baba caliente y espesa
de huevos de rana que, a la sombra de las orillas,
crecía como agua coagulada. Aquí, cada primavera
yo llenaría los tarros de mermelada con gelatinosas
motas para poner en fila en el alféizar de la casa,
y en el colegio, sobre estantes, y esperaría y miraría
hasta que los puntos engordasen estallando en ágiles
renacuajos nadadores. La Señora Walls nos contaría cómo
a la rana padre se le llamaba rana toro
y cómo croaba y cómo la mamá rana
depositaba centenares de pequeños huevos y eso eran
babas de rana. También se podía predecir el tiempo por las ranas
pues eran amarillas al sol y marrones
bajo la lluvia.
Entonces, un caluroso día cuando los campos apestaban
a boñiga de vaca sobre la hierba, las airadas ranas
invadieron el dique de lino; yo atravesaba los marjales
agachado y al son de un áspero croar que no había oído
antes. El aire se espesó con un coro de bajos.
Justo al pie del dique ranas de gordas barrigas sé mantenían alertas
sobre terruños; sus nucas sueltas latían como velas. Algunas saltaban:
el slap y plop eran amenazas obscenas. Algunas se sentaron
dispuestas como granadas de barro, con sus calvas cabezas pedorreando.
Me sentí enfermo, di la vuelta y corrí. Los grandes reyes babosos
se reunían allí para vengarse y supe
que si metía mi mano las babas la agarrarían.
Poeta