Las promesas que hicimos Todo aquello que nos prometimos Se lo ha llevado el viento, Sin piedad, ni remordimiento.
¿Recuerdas la casa de madera, que junto al río te iba a construir? ¿O aquel Inmenso jardín lleno de vida, de niños, flores, mariposas y abejorros?
Todo sería hecho por nosotros, por Nuestras manos y nuestro cariño. Así quedó grabado en el umbral De mis esquizoides sueños.
Por las tardes yo, salgo a mirar el Paisaje y mirando, el sueño amodorra Mis sentidos. La frialdad del abandono Fui rumiando, a golpes de martillo.
Yo hice la casa, en derredor sembré Las flores. Están las mariposas y las Avecillas, mas por ahí no se oyen risas de Alegría, ni la tuya, ni la de niño alguno.
A pesar de los años que, gracias a ti, Ahora llevan luto, aún puedo entre Esas sombras vislumbrar, añoranzas; De cuando tú eras mi piel, y yo, tu deseo.
Sin pensar más que en la felicidad de Entonces, nos echamos a andar en un Camino que no era el nuestro. Eso fue Una casualidad un mal juego del destino.
No medimos riesgos, ni consecuencias Y nos amamos con locura inusitada, Cual par de vagabundos encontrando un Ojo de agua en el desierto, nos bebimos.
Mas todo fue un error, ese cruce de Palabras debió haber sido solo un cordial Saludo, nada más. Sin embargo nuestros Ojos se buscaron y cedimos a la tentación.
En tus labios rojos pecadores, mis sueños Aprendieron a volar, Y sus alas alzaron al viento, A que los llevara por éste mundo incierto.
Entre primavera y primavera Solo hojas verdes Y flores de lozanos pétalos, ellos, En llovizna diurna solían acercarse a acariciar.
Y volaron cuan alto y lejos los llevara el viento, Todo aquello que pudieron, Vieron y tocaron, Mas nada extranjero para sí guardaron.
Verdes océanos cruzaron divisando en su larga Travesía, a sirenas y tritones, Quienes en alegre vergel de risas y canciones, Disfrutaban de su ignota vida.
Ascendieron a los azules cielos, más allá de las Más altas montañas de la tierra Y, oh… sorpresa…!!! Pudieron mis sueños ver Y oír cantar a Dios…!!!
Ardorosas melodías se esparcían por el cielo, en Cadenciosas notas envolvían el espacio Su voz como una espada, Cortaba las maldades de los corazones.
El Dios de los cantares celestiales Ensayaba una obra con seres de luz espiritual, Fue hermoso escuchar a éste gran señor Del cielo: Dimash Kudaibergen.
La forma de tu boca me conmueve y tu voz, Maravillosa voz; ha sabido derretir las rocas Circundantes que encerraban a mi voluntad, Para regalarme, eso que se llama… ¡libertad!
Y salgo disparado de mi cuerpo, por ver si tu Mirada sagaz y penetrante, en los ojos de otra Gente encuentro, pero no la hay, porque solo Tú tienes ese brillo hechicero en los ojos.
Fruto prohibido hay en la dulzura de tu boca, Que me invitan a soñar con agarrarte a besos Hasta quitarte la respiración, para que de mi Te enamores, como yo de ti me he enamorado.
De perlas y corales, la playa de mi corazón, Se ha vuelto a cubrir, Un rumor de olas esperado, con el viento Llega y el alma se me agita…
Esperando que de ese verde mar, color De la esperanza, Aparezcas tú como un chorro de agua dulce, Para saciar mi sed de espera.
Todo puede suceder cuando la magia del amor, tiende su vara y guarda, Los secretos en la sonrisa de la luna, Trocando en alegrías las tristezas.
Tú que me has pintado azul el horizonte y Quitado las espinas del camino, Tú la vida en tus poemas me has devuelto y Ya te quiero mía, aunque nunca lo serás.
Mar y distancia de mis brazos te separan, mas Como nada hay imposible para el amor, A tu encuentro ha marchado, llevándote mi voz Mis caricias y mis versos.
Yo me sentía acosado porque ella siempre estaba ejerciendo presión sobre mí. Cándida se llamaba y para colmo de mala suerte, era mi vecina, vivía al frente de mi casa. A veces yo tenía que mirar a hurtadillas, escondiéndome detrás de la cortina de la ventana para poder salir, cuando ella no estaba, porque nada más verme y ella corría tras de mí. Debo reconocer que Cándida no estaba nada mal, era guapa y tenía buen cuerpo, pero yo en aquel entonces vivía dedicado al deporte de la equitación, andaba entre caballerizas y caballos o sea que, a pesar del baño que me daba, siempre olía a estiércol, creo yo; más ahora que lo pienso bien, tal vez sería que ese olor se quedó impregnado en la memoria de mis sentidos, olor que yo sentía en cada paso que daba. -Cándida: ¡Hola Juan!... ¿Por qué me ignoras? Solo quiero hablar contigo un momento y tú te vas tan rápido cuando te me acerco, que pareciera que ves en mí al diablo en persona. -Yo: ¡Hola Corazón!... no es como tú crees, es solo que el carro que me lleva a donde voy todos los días, pasa a hora exacta y no me puedo demorar. -Cándida: Yo puedo acompañarte si quieres, el día que quieras, solo dímelo e iré contigo a dónde tú quieras. - Yo: Bueno cándida, yo te aviso ¿Si? Ese era el diálogo más o menos, que se suscitaba entre mi vecina y yo. No era que ella me desagradara, más bien la timidez que sentía, no me dejaba acercarme a ninguna chica de entonces, las miraba y a veces sonreía. Así pasó algún tiempo. -Cándida: ¡hola Juan! ¿Y para cuando me vas a llevar a la caballeriza? Si quieres podemos ir hoy. -Yo: ¡Pues muy bien, vamos ahora, te va a encantar! Ese día la mirada de mi vecina traía un brillo muy especial, sus labios como que deseaban ser besados -me estremecí- además ella estaba vestida con una blusa que llevaba un escote muy pronunciado, con un nudo debajo de sus senos, que dejaba entrever la blancura de los mismos y lo erguidos que estaban, no usaba brasier. También traía una minifalda de infarto, con un cierre o zipper en la parte delantera, le quedaba tan ajustada que parecía que le iba a reventar ahí mismo. Esa minúscula faldita dejaba admirar las bien formadas curvas de su cuerpo. Me quedé helado, mirándola de la cabeza a los pies. -Cándida; ¡Gracias! -Yo: De nada, por favor avanza. Ella se puso unos pasos delante de mí y empezó a caminar, su pelo largo se levantaba con el viento, mientras ella los acomodaba con sus manos redonditas. A ratos volteaba y me sonreía, luego proseguía el camino. Su cintura estrecha marcaban el rítmico andar de sus caderas, mostrando generosa sus nalgas prominentes y los bien trabajados muslos suaves y lisos. La verdad que provocaba darle una mordida allí mismo. Así llegamos al club y yo entré primero a la caballeriza, la paja dispersa por el suelo y los animales metidos en la cuadra, ella me seguía mientras yo me detenía frente al caballo. Para ponerle los arreos. Cuando me alcanzó empezaron las sorpresas, al estar a solas, las caricias de Cándida no se hicieron esperar. Empezó por desabrochar la correa, con sus manos tibias y suaves le agarró la cabeza dura, rígida; palpándolo de tal manera que enardecía. Una y otra vez le pasaba la mano por el cuello, extasiada al sentir los pelos en su mano, yo no atinaba a decir nada, solo miraba. Ella no se aguantó más, tomó la cabeza con sus dos manos y le dio un beso, en la nariz, se puede decir. -Cándida: (sensualmente) ¡Juan, quiero montar de una vez! -Yo:¿ Estás segura que lo quieres hacer? ¿No te arrepentirás luego? -Cándida: ¡No, yo quiero hacerlo ya, será mi primera vez! ¡Lo deseo! ¡Quiero aprender contigo, que tú seas mi maestro para llevarte siempre dentro de mí! El calor de su cuerpo tan cerca del mío, su mirada ardiente, casi una súplica, no dejaba alternativa y me dispuse a complacerla. La aparté un poco mientras me alistaba, ella trastabilló y calló de rodillas en la paja del piso, mientras ella se daba la vuelta sonriente, yo me saqué la camisa y el macho que tenía encerrado se encabritó… -Yo: ¿Cómo quieres montar? -Cándida: ¡no sé… quiero que tú me enseñes, ten en cuenta que será mi primera vez! Yo: Bien, abre las piernas corazón para hacerlo, tienes que, acomodarte lentamente, con suavidad y todo saldrá bien. -Cándida: Pero… ¿No se puede hacer de costado y sin abrir las piernas? Yo he visto que así también se hace, me gustaría que fuera de costado, porque tú sabes, siento un poco de vergüenza que me veas abriendo las piernas. -Yo: Cándida, si tú quieres aprender a montar un caballo, tienes que hacer lo que yo te diga, tal vez más adelante con experiencia tú decidas si quieres de frente, de costado o de espaldas. -Cándida: Viéndolo bien, prefiero no hacerlo, el caballo es muy alto y me puedo caer. Yo: Bien, quizás otro día te enseñe a montar.
Aquella inolvidable noche de mi vida, En que hice míos, la flor y su perfume, Me sentí bogar entre plumas de ganso Y nubes de algodón al entrar al paraíso.
Bebí ansioso el vino del sagrado cáliz, Guardado por celosa amazona en el vértice Profundo de su delta, donde desbordados Se unen los ríos del amor, la pasión y la locura.
La noche con su magia colmó de pétalos la Habitación, entre tules y telas de seda yo Unté a mí amada flor, con apasionada esencia De besos y caricias tiernas en su tersa piel.
Con mi boca acallé los gemidos de la boca De mi rosa, la luna se puso a danzar dichosa, Presumiendo ser hada madrina del amor Y sus caprichos, en medio de la noche.
Y me interné goloso en las aguas de su río, Acariciando con mis dedos los húmedos Hierbajos, que cubre la rivera donde discurren Placenteros los orgasmos consumados.
Después de ti solo me queda el silencio Que es la única manera que yo tengo de Recordarte. Tú fuiste mi alma, mi sol, mi luna Mi estrella; pero ya se acabó. Lo sabes bien.
¡Vuelve, te suplico amor, vuelve! Que sin ti no Podré más vivir, te lo imploro; ven y dime que sí. Yo te estoy esperando para darte mi calor. No, esas palabras jamás de mis labios oirás.
Tal vez en algún momento de mi vida te recuerde, Más no será por tu amor que me haga falta, mejores He conocido y el tuyo, hace tiempo que ya pasó Al olvido. No pienses que volveré para rogarte.
Sin embargo debo ser agradecido por los años que Me diste, por eso te digo que esto no es un juego, Ahora lejos de ti, tengo la claridad del día para Ver todo mejor y no veo que tú estés ahí.