Prosas poéticas :  Hitler.
Hitler.

Hitler empezó a tocar el piano. Acababa de firmar un largo protocolo de colaboración con la España fascista de Franco y le apetecía relajarse. Por la ventana del palacio entraba el débil cosquilleo de la campana de un Iglesia católica. Qué contrariedad, una mosca también entró por la ventana junto con la débil armonía. ¿cómo tocaría ahora su piano, ahora mismo en que le apetecía revisar una melodía de diamantes y rubíes?. La campana de aquella iglesia de Berlin soltaba su débil maravilla de siringas anaranjadas, junto con una miríada de siringas de vencejos locos, que iban de aquí para allá en un cielo violeta y añil. Tres judíos para España a cambio de diez millones de pesetas convertibles en marcos. No estaba mal la carne judía, valía su precio en oro. La gente ya no compraba el Mein Kampf que le hiciera rico, y necesitaba más dinero. Pero qué agobio no poder despellejar tres horrorosos y criminales judíos. La mosca, impertinente, se posó en el piano, y la mató. Empezó a tocar. Primero surgieron pequeñas chispas de luz anaranjada, en las que ardían insectos de jade y turquesa, que se movieron sobre la melodía de un cisne brutal, de ojos profundamente negros e hieráticos, fríos como témpanos de hielo negro, en los que se reflejaba una malaquita de nauseas, y un profundo laberinto escarchado de ostiones de nácar, feos como horribles y estrambóticas piedras, luego las chispas se hicieron más intensas, rojas, tal la sangre, de un bermellón rabioso, y casi negro, en las que ardían pupilas de niños arrancadas de cuajo, y navajas de barbero afiladísimas que cortaban pescuezos de gallos verdes. La habitación se llenó de pavos reales, verdes y azules, y el músico, abstraído, los elevó a la categoría de Dioses, hasta sus deyecciones eran de color azul, y se hicieron de pronto tan pequeños que cupieron en una gota de rocío, que se evaporó. Prosiguió la melodía, todo el mundo sabe que los nazis tocan el piano de una manera apoteósica. Hitler estaba sudando, qué placer, Dios mío, se decía, ante la música que surgía de sus dedos, llena de arabescos de ázucar y jengibre, junto al piano había un pequeñito reloj de arena, regalo de una condesa, sin quitar las manos del piano le dio la vuelta para contemplar la caída de la arena de oro. La música sonaba a Leviatanes marinos, grandes y deformes, llenos de tentáculos, que también se hicieron diminutos hasta caber en una sola gota de rocío, que también se evaporó. Se deslizaban los acordes por prismas de bellísimos arcoiris, en los que flotaban mariposas de ocre, marrones, y llenas de pelo, muy feas, como sucios vagabundos, y Hitler las espantó con un trinar de notas de piano amarillas, en las que había un tenebroso bosque lleno de cocodrilos, un manglar lleno de bueyes , y la cola de un guepardo, cortada en dos. La melodía era naranja, azul, violeta, verde, rosa, sesenta mil arpas tocaban en cada nota del piano de Hitler. Qué perfección, Dios mío, dijo un soldado que escuchaba desde la calle. Trescientos geranios brotaron de golpe sobre una alcantarilla y se derritieron en una llamarada de inciensos. Hitler dejó de tocar el piano. ¿por qué salvar tres horribles judíos?. Tenía el protocolo de colaboración con España sobre el piano, lo cogió con sus bellísimas manos, le echó un vistazo, y lo rompió. Luego, incomodo, se levantó, y cerró la ventana. Seguiría tocando el piano de una manera bellísima. Todo el mundo sabe o debería de saber que Hitler era un magnífico pianista.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  La Reunión de los Cardenales.
La Reunión de los Cardenales.

En la magnífica y amplia sala, arabescos, ónices y damasquinados que herían la vista, entró el Cardenal Azul Turquesa. Llevaba un manto arzobispal tan hermoso como las pupilas de la más bella de las huríes del paraíso. En sus huesudas manos tres anillos daban mordiscos relampagueantes al aire. Uno de los anillos eran un rubí, tan feroz y lascivo como una gota de sangre al mediodía. Otro de los anillos era un carbunclo, espantoso en sus acordes de anochecer enfurecido. Y el tercer anillo era un ámbar, fulgente como la miel de romero, que escondía una dosis siniestra de estricnina, y tenía forma de cisne de plata. Tras el Cardenal Azul Turquesa entró el Cardenal Azul Marino, sereno como una estatua de mármol, con una cruz de oro que describía puñaladas de fulgor a la luz de los grandes candelabros. Después de él entró el Cardenal Azul Lapislázuli, fastuosamente bello, delgado, hierático, tal un extraño pavo real aristocrático, solemne en su majestad de príncipe de la Iglesia satánica. Y más tarde entró el Cardenal Azul Celeste, exactamente igual a un cielo sevillano, indescriptible en su soledad fantasmagórica. Y finalmente entró el Cardenal violeta., terrorífico como la tortura, y bello como una explosión de lilas. Entraron en la sala y se saludaron con besos jesuíticos y cariñosos e hipócritas abrazos. Todos ellos se amaban y se detestaban al mismo tiempo. Y el roce les hacía saltar chispas de amor y rencor a la vez. Tenían que debatir, se dijeron. ¿qué hacer con el Hereje?. El Cardenal Azul Turquesa describió su castigo: Que una negra gorda, bestial como un elefante, con la boca llena de mierda, desvergonzada, maligna como un cáncer, y enormemente gorda, gorda, gorda, tal un hipopótamo, estrangulara al blasfemo. El Cardenal Azul Marino, no estaba de acuerdo, se mordió los labios antes de pensar el tormento y dijo: No me parece bastante, ¡¡¡¡arranquémosle los ojos¡¡¡¡¡, para que no pueda ver el producto de sus blasfemias. Un silencio de neumonía recorrió la sala sobre grandes témpanos de hielo. Habló el Cardenal Azul lapizlázuli. ¿Para qué sacarle los ojos?. Que vea a sus hijos deformes y repugnantes nadar en la piscina, esqueléticos y feos, nauseabundos, y que esa misma visión le atormente hasta el final de sus días. O hagamos que lo sodomice el más brutal de los maricas. Una sonrisa macabra tenía en la cara, hermosa como un jade lunar, como empolvada de harina, y sus dientes eran tan blancos como la nieve más pura, brillaban arañas de plata en tanta malignidad. Pero habló el Cardenal Azul Celeste. ¡¡¡No¡¡¡, dijo, mientras doblaba los brazos sobre el pecho junto a una cruz de carey verde. No, dijo. Hagamos que tenga hijos, que los vea crecer y ser felices hasta los quince años, y entonces, tal el segador que corta las espigas de los trigos, arrebatémosle esa belleza. O metámoslo en la más profunda de nuestras prisiones para que no vea la luz del sol, ni se acaricie con sus rayos, y se vuelva loco en su silencio de cristal irisado. El Cardenal violeta estaba casi como un ausente, espeso como el aceite o la piedra, y tan morado que causaba enojo. Se dirigieron a él con un gesto de amigos fraternos. ¿qué hacer con el autor de tales herejías?. Y habló entonces como enloquecido, gritando casi, desesperado y maniático: ¡¡¡Hagámosle creer que no existimos¡¡¡¡¡¡¡.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
(El autor ha hecho tal esfuerzo que tiene callos en el cerebro).
Poeta

Poemas eroticos :  Muchachos de Veinte Años, Delgados y Desnudos, con Collares de Esmeraldas en los Cuellos, se Pasean por El Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. Y entonces los Pavos Reales desplegaron sus Colas.
Muchachos de Veinte Años, Delgados y Desnudos, con Collares de Esmeraldas en los Cuellos, se Pasean por El Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. Y entonces los Pavos Reales desplegaron sus Colas.

Los muchachos son bellos como flores exóticas,
y llevan esmeraldas en los cuellos sublimes,
Versalles rabia en oro, cae, golpea, oprime,
una larga serpiente muestra su ese erótica.

Hay un aroma rojo a amapolas narcóticas,
que a los muchachos verdes de dolores exime,
las lámparas de oro brillan, denuncian, gimen
por turquesas azules, y esmeraldas cianóticas.

Son los chavales bellos como ramas de acantos,
sus falos irritados muestran cohombro espanto,
y los pavos reales sus colas explosionan.

Y cíclopes de ojos verdes en los espejos miran
y el arpa entre los falos exótica delira,
¡¡¡¡oh tormento de espuma que la mar ocasiona¡¡¡¡.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Poemas eroticos :  Muchachos de Veinte Años, Delgados y Desnudos, con Collares de Esmeraldas en los Cuellos, se Pasean por El Salón de los Espejos del Palacio de Versalles.
Muchachos de Veinte Años, Delgados y Desnudos, con Collares de Esmeraldas en los Cuellos, se Pasean por El Salón de los Espejos del Palacio de Versalles.

Narciso y Francisco, Jesús y José Juán,
se pasean desnudos por Versalles brillando,
los espejos preciosos los falos reflejando
y las joyas que llevan al cuello sensual.

Esmeraldas Narciso lleva seminevado
el torso de muchacho blanco como paloma
y Francisco que lleva rubíes encelados
en un cuerpo moreno que al espejo se asoma.

Jesús lleva zafiros y rinde honor a Priápo.
Y José Juán diamantes enseña el gordo pene,
y sueña con hortensias y claveles de trapo.

A por ellos la luna enamorada viene,
no reflejan espejos desagradables sapos,
y trempan entusiastas los falos de los nenes.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  La Pelea.
La Pelea. (relato manifiestamente mejorable).

Los Arzobispos, seda púrpura y ocaso de rubíes, verónica ejecutada por un demente, carmesí vestimenta de la rosa católica, pájaros de fuego y escarlata profundo, se enfrascaron en una pelea a manotazos. Llevaba el arzobispo de Toledo una cruz verde de carey y plata, con un pequeño Jesús de marmolito, y el arzobispo de Granada llevaba un rosario de esmeraldas finas, donde la tarde bailaba un síncope de moreras. Y empezaron a golpearse barriobajeros. Ausente Lucrecia Borgia con sus venenos, no había anillos de ónice con cicuta, ni las amanitas rabiosas demostraban su cintura y sombrerillo, siempre dispuestas para horadar un hígado, sino que para celebración del odio y el resentimiento la pelea fue a puñetazo limpio, como dos desnudos Apolos boxeadores, vestidos de seda fulgurante y rubí. El púgil de Toledo dió el primer guantazo, galera portuguesa contra galeón británico, o tanque de guerra alemán contra refugio antiaéreo ruso, y temblaron todas las copas de vino de los bares de París de noche, y en el rostro de su rival granadino un rojo crisantemo apareció en la mejilla como un poniente en un balcón. Respondió Granada con un baile de serpientes de fantasía, cinco, abiertas en una mano rotunda, grande, elefantiásica, que demostró la fortaleza de la Alambra y el poder de la Cartuja de los Hurtado, yeserías calientes y rojas marcaron los mofletes de Toledo y Santa María La Blanca se puso sonrosada como una sandía abierta, jugosa de pulpa y azúcar y ácida como un limón de Lorca. Siguió Toledo con un cruzado de derecha, retorcido como los avaros judíos, usurero y rabioso, sin piedad, que hirió el aire como una mariposa de ladrillo pues buscaba un rostro de cemento para edificar una mezquita roja, pero Granada esquivó la ventolera y alzó su brazo de espasmo inmaculado contra la proposición deshonesta. Volvió Toledo a levantar una gardenia de granito y la nariz de Granada sintió un batallón de legionarios borrachos pero Granada, como Zaragoza, no se rinde, y contraatacó con un gancho de izquierda que fue al estómago de la ciudad imperial donde un bocadillo de chorizo hacía una mala digestión. Los dos atlantes, inmaculadamente rojos, tenían las caritas como los tomates de temporada, y prosiguieron su dialéctica de barrio bajo como dos elefantes que se atropellan, aquí una mariposa de piedra contra el Alcázar, aquí una libélula de mármol contra el Generalife, aquí un rinoceronte de cinco cuernos abierto de par en par como una ventana, aquí los cinco hijos de Manuela golpeando el rostro de Jesús Nazareno. Granada contra Toledo, Toledo contra Granada, Asiria nunca es Ninive, Ninive nunca fue Asiria. Trece ostias se pegaron los cardenales hasta que cansados y echando sangres por las narices dejaron el asunto para otro día, cuando quisiera iluminarlos el Espíritu Santo, pero se oyeron los golpes y bofetadas hasta en la Cochinchina, donde un súbdito inglés tomaba té con pastas.

Dos danzarines rojos que vieron cúpulas de fuego, dos camiones cargados de cerdos que chocaron de frente, dos tiranosaurios que se dieron cabezazos, dos amapolas rojas que enfrentaron sus corolas, ebrias de bermellón y granate, dos caritas que se pusieron coloraditas coloraditas, como una pintura abstracta, todo lo majestuoso del vuelo de dos colibríes rojos y todo lo chabacano de la gentuza expresidiaria. Los cisnes rojos se enfrentaron en una orgía de bofetones a la media luna, de bofetones a la luna entera. Trece santas ostias se dieron los príncipes del Espíritu, aderezadas con mala leche y vinagre, ácidas de pomelo y fuertes como los correazos de un padre, y no se dieron de navajas porque no las llevaban encima pero los campanarios de ambas catedrales sonaron a arrebato y a fuego y la Virgen María espantada giró un poco la cabeza para no verlos estropearse de manera tan mala. Abajo, en los infiernos, Satán se frotaba las manos alegre y para festejarlo encendió una caldera nueva, recién comprada en IKEA, que tenía pececillos triangulares esmaltados en un fondo amarillo. Pero quien más lo festejó fue el arzobispo de Burgos, pues había apostado a que se daban de ostias nada más apareciesen por la Sacristía.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  ¡¡¡¡Maldito seas José Fernando¡¡¡¡¡. y, el Burdel.
¡¡¡Maldito seas José Fernando¡¡¡.

Gruesos cordobanes de cuero repujado ocultan azulejos verdes, azules, dorados, hasta la altura de las cenefas, con grabados jeroglíficos de plata y púrpura. Sobre un piano de nácar Namibia desnuda tiene el cuello de un cisne negro rodeado de granates, brillan las joyas chispeantes, rutilantes, líricas. Ella, Namibia, tiene los ojos como las maldiciones, su escorzo es el de la garza negra. En el piano, desnuda, parece una pantera con una gargantilla de rubíes. En el mismo piano Tasuko Sumori, perla del arrecife, toca las danzas españolas de Granados, surgen libélulas de cristal del artefacto y la caja de música resuena con un ruiseñor por dentro. Tasuko Sumori tiene los ojos azules, y en sus pupilas lilas hay un cielo nipón constelado de nubes negras. Hay cigüeñas que huyen en sus ojos azules y sus manos son blancas y amarillas como el marfil. Rosa María, en bragas rosas, es como una paloma en un nido amarillo, lleva una orquídea en el pelo y parece somnolienta, sueña acaso con colibríes verdes que liban de hibiscos amarillos en un sueño de ópalos y turquesas, rodeada de almendros y tilos. Los cojines son de seda de oro, los sillones son de terciopelo granate. Por encima de las cenefas, Judith y Holofernes, en un cuadro, descubren una victoria de Sión, Holofernes muestra su cabeza cortada con una mueca de angustia, en sus labios crecen lúpulos amarillos y amargos. Eva Luna está desnuda y se abanica con un plumón de pavo real, lleva un único zarcillo con un jade verde translucido engarzado en un cisne. Cien ojos azules la contemplan, y el sudor en sus senos brilla como el ámbar. Francisca se mira en un espejo dorado y se espolvorea en la mejilla blanca una crema rosa, sus labios son fucsias y tienen una gota de miel. Da vueltas y vueltas el marco del espejo, y éste brilla bajo la lámpara de araña, que deslumbra. A su lado Adelaida, desnuda, toma un frasco con perfume, un spray con una pera de goma verde, y se rocía la colonia en el cuello. Su cuello es un arabesco y un nardo, tiene un collar de esmeraldas que le aprieta la garganta y cae hacia los pechos brillando como el Guadalquivir en Córdoba. Federica lee un libro de pornografía, sus uñas de gata en celo pasan las páginas con los eróticos grabados, hay un Apolo rubio víctima de Sodoma en sus hojas, y un rayo de luz atraviesa una vidriera de cristales azules. Carla, con un lunar en el pecho, lee en cambio en un catecismo los sermones de Antonio de Guevara, hay en sus ojos verdes un manantial de jacintos rojos y en sus labios implorantes las rosas han descubierto, exóticas, su jardín predilecto. Tiene un Yorkshire pequeñito en su regazo, dormido, todo él de algodón. En un jarrón de alabastro cuatro rosas níveas exhalan mariposas de alcanfor sublime. En un brasero los rubíes furiosos queman semillas de alucema y hojas de menta. Conchita escribe en su escritorio de ébano un poema sobre la Atlántida, tiene la pluma de águila el cálamo marrón, la moja sobre un frasco de tinta que brilla como sus ojos, su melodía tiene cariátides gigantescas y atlantes de granito, majestuosas balaustradas y frontispicios de ángeles esbeltos, dragones mitológicos y espejos que lanzan rayos, y una hecatombe que derriba muros ciclópeos. Está desnuda y parece una luna en forma de serpiente, blanca y marmórea.

Un reloj de arena de oro acaba de soltar su último grano, es un reloj de platino con un diosesillo Dagón esculpido. Ernesta le da la vuelta y lanza al aire un suspiro. Su boca entreabierta tiene los labios marrones y su cabello es tan rubio como el oro, molesta la vista, vestida de seda roja borda en un pañuelo un clavel azul. Josefa desnuda se entretiene en un solitario y el As de diamantes se refleja en el espejo granate de sus labios, en sus ojos la noche oculta demonios fantásticos que cazan tigres de fuego y bailan sobre brasas verdes. Y apareciendo por la puerta, toda envuelta en armiño, Nieves, ¡¡¡oh cisne, oh arcángel, oh lirio¡¡¡, arroja un guante al suelo enfadada. ¡¡¡Maldito seas , José Fernando¡¡¡¡. Y el piano deja de sonar.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.


El Burdel.

El Burdel tiene las paredes de café con leche, aunque cuatro grandes candelabros de oro le adornan lo ruín. Y una gran lámpara en el techo ilumina el salón, con sus sillones de armiño amarillo. Sobre un gran brasero de bronce los rubíes enfurecidos parecen los dientes de un dragón rabioso. Se queman semillas de alucema e incienso. En una mesa un jarrón chino. ¿Qué escena se dibuja en él?, cuatro pescadores sacan con una red de oro un pez espada que hiere a uno de ellos en un brazo. Hay una gota carmesí en una camisa arremangada. Y la mar se bambolea en olas espumosas. Sobre el jarrón una gran hortensia rosa, con un millón de pétalos secos. De la mesa cae un mantel que llega al suelo. En los sofás, las putas. Desnudas y cubiertas de polvo de oro. Doradas. Rapadas al cero, sin cabellos. Pero doradas. Salvo en el antifaz que cubre los ojos, que es de color azul. Está Trinidad, de grandes pechos y lengua viperina, conoce por su nombre los venenos y su lengua es sucia como todos los falos que ha lamido. Sabe insultar. Se ha defecado diez veces en el sombrero del último cliente, que no dió propina. Le mentó a la madre por los cuernos del padre antes de lanzar un espantoso gargajo amarillo al brasero. Se contonea como una serpiente y es la endemoniada hermosa como las cimas del Himalaya. Qué pechos tiene la buena serrana, capaces de amamantar a cien mil legionarios sedientos. Y en sus opulentos muslos de oro, la cripta de su sexo depilado exige un cohombro marino eternamente erecto. Sobre un Piano verde, dorada como un poniente Concha la Peruana sostiene una copa de anís en la mano. La llaman la Peruana, pero nació en Cádiz. Jamás visitó Perú. Pero denunció a la policía a un miembro de Sendero Luminoso que se enamoró de ella de visita en España. Llevaba el terrorista cheques por valor de cien millones, y es puta por afición. Su cuenta corriente jamás estuvo en números rojos. Rojos son solo sus labios, que ahora prueban el anís, cuando folla es una hembra que caza tigres, araña las espaldas de los hombres, a los que rodea con sus piernas como un cangrejo, y es una escorpiona mutante cuyos labios son veneno. Hay en sus ojos negros siete panteras rabiosas y su cuerpo es el de un arcángel. ¿cuántas vergas ha bebido esta noche?, todavía ninguna, por eso bebe el anís, porque sus labios están secos y ella cabreada no ha degustado todavía el sabor de un varón. Han sonado en el reloj las tres de la madrugada, y un gran cisne blanco sobre las azoteas vomita su luz enormemente ebrio. Francisca se mira en un espejo. Ayer cocinó conejo. Se encargó de golpearlo, matarlo, desollarlo, y cocinarlo. Qué soberbia es. Rapada al cero parece un cadete americano, lo es, porque es un hombre, pero su culo ha recibido la verga de ochenta muchachos. En realidad se llama José Alberto, y es de Fuentes de Cantos de Arriba. Con quince años mamó su primera polla. Es un gato, o una gata. Pero sufrió un horror durante su circuncisión. Ese día fue como un pájaro al que le hieren el sexo con tijeras. No tiene pechos, es un hombre, pero su culo ha recibido más esperma y vaselina que el contienen los cachalotes en sus gónadas. Qué buen maromo fuera sino fuera puto. Colecciona mariposas. Y nunca bebe vino porque le hace vomitar. Pero es una mujer en la cama, sedienta de deseo. El esclavo absoluto. En su pecho tatuado hay una cruz egipcia. Y sólo folla por dinero. Una belleza endeble que si tuviera navaja sería felina. Dulce María lee una revista del Corazón, en su portada una Infanta de España proclama su divorcio. Tiene un zarcillo en la oreja de oro puro. Repito que todos estos ángeles están rapados y dorados. El polvo de oro los hace exóticos, como extraños pájaros semidemonios. Dulce María es pequeña, traviesa, esconde una libélula en su pecho, y sus tetas, llenas de miel de higuera, conocen el significado del pellizco. Acaba de estar con un cliente, y ha naufragado con él en el Cabo de Hornos. Qué fellatio tan placentera le ha hecho. Por noventa euros. Era un gordo peludo, con bigote mejicano y andares patosos. Que se empeñaba en decirle Mialma, mialma, mialma, mientras le succionaba entero. No ha sido generoso. Ha pagado la tarifa mínima y ella está enfadada. Por eso le acaba de dar una patada al gato. Lee que la Infanta Elena está harta de su marido y ahora mismo es feliz con esa noticia, también ella quisiera degollar hombres y cortarles el pescuezo, como a una gallina roja.

Oh, Ernestina, es tu primera noche y tiemblas. En tus labios hay una amapola virgen, y tus dientes, duros, aun no conocen el misterio de la no mordedura. ¿quién te tomará esta noche por vez primera?. Ya Juán José te robó el Virgo, y Fernando, y Federico, y Carlos, y Adolfo, y Felipe, y Rodrigo, y Enrique, pero nunca lo hiciste por dinero. Tus tetas son hermosas como dos peras inmensas y hay en tu pubis un olor a romero y salvia. Es tu pureza como la de la azucena mustia y en tus ojos la noche y la luna destilan su fría incógnita. Solo un cuadro de Venecia es testigo a estas horas del perfecto crimen que la alcoba esconde.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
(sin haber estado jamás en un burdel).
Poeta

Prosas poéticas :  Último Pase de Modelos de John Galiano. I y II.
Ultimo Pase de Modelos de John Galiano.

Empezaron a desfilar por la pasarela. Eran delgadas y bellísimas, no excesivamente esqueléticas, pero sin un gramo de grasa. Llevaban trajes fastuosos, con arabescos y alamares taurinos, de una candelería naranja, violeta, cristal, rosa, verde. Se movían suavemente lujuriosas, al compás de una maravillosa música técno. Los rostros estaban pintados de azul y dorado, con antifaces, en los ojos, de purpurina. Los maravillosos trajes brillaban como rabiosos capotes de torero. Pero en las manos, con el brazo derecho alzado, llevaban un corazón palpitante y sanguinolento. La víscera, roja, aún palpitaba en las manos cuando empezaron a desfilar sobre la pasarela. Aquellos moluscos carnosos y sanguinolentos goteaban sangre, que caía sobre la blanca superficie como un reguero. Sujetaban en las manos aquellos coágulos de carne, gordos moluscos extraídos directamente de un pecho, arrancados de cuajo como en un sacrificio azteca. Brillaban las hojas de acanto doradas en los vestidos, las plumas negras o rosas con las que se adornaban, y la purpurina de los antifaces en los ojos. Y chorreaban sangre sobre los brazos, con las manos ensangrentadas, que sostenían en alto, aquellos moluscos de carne maciza, aquellas bombas pulsátiles de músculo. Cuando salió del fondo de la inexistencia la primera y bellísima muchacha, contoneando su cadera, con el corazón en la mano, y una candelería sublime en los vestidos, la gente gritó un OH de admiración y asco. Cuando terminó de desfilar la última muchacha la pasarela estaba teñida de sangre y la gente aplaudía a rabiar. Tuvieron que volver a salir, para saludar al publico, con el brazo derecho empapado en sangre, y un corazón repugnante en la mano, gordo y carnoso como un bicho.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.


Ultimo Pase de Modelos de John Galiano II.

Cien Cabezas de Holofernes de Plástico. Con el mismo rictus de dolor en la boca que la que se muestra en la película “El Silencio de los Corderos”. Cien cabezas humanas de goma para el último desfile de John Galiano. Ellas saldrán con las cabezas agarradas de los cabellos, moviendo sus caderas y sus culos con voluptuosidad. Llevarán los bellísimos trajes del diseñador, candelerías naranjas y violetas, azules y celestes glamurosos, únicos, rosas fúlgidos y guantes blancos. Un pequeño receptáculo de sangre en cada cabeza hará que dichas cabezas goteen el licor sanguinolento sobre la pasarela. Cada Judith se contoneará como una serpiente de rectas formas, dejando la esbeltez sublime de sus cuerpos el regusto a Victoria de la bella judía, las cabezas, con la boca semiabierta y la lengua casi saliendo de la boca, parecerán que están gritando de espanto. Los Focos iluminarán los brillantes dorados de los tejidos, los capotes de torero de las faldas y los alamares rabiosos en los pechos. Alguna que otra muchacha llevará una orquídea en el cabello, alguna que otra llevará zarcillos de rubíes, alguna que otra tendrá un antifaz de purpurina roja en los ojos. Y todas portarán la horrorosa cabeza cortada y goteante, agarrada de los cabellos, recién noqueada por un espantoso golpe, en un rictus de dolor cochambroso y temible, como la testa de un borracho asqueroso. Los hermosos cisnes llevarán capotes azules de torero envolviendo el bombón escultural del cuerpo. Serán diosas macabras deudoras sanguinolentas de Huitxilopxli. Otras, sin embargo, llevarán trajes de charol negro y reluciente, y antifaces negros o azules en los ojos, y, agarrando de los cabellos la sanguinolenta cabeza de plástico, que parecerá verdaderamente humana, se pasearán sobre la blanca pasarela como panteras temibles, como asesinas horripilantes, recién surgidas de una noche de veneno. Las habrá de trajes naranjas voluptuosos, con bucles de fantasía, o de trajes ajustados al cuerpo, tan ceñidos como la propia piel, azulísimos o rosas. Pero todas llevarán la espantosa cabeza del Bautista, arrancada de un torso. Estarán totalmente serias, sin pestañear, magnificas y sensuales, dignísimas, bellísimas y espectrales, como de ultratumba. Oh , Hannibal Lecter, verás a tu amada Clarisse con la terrible cabeza, como un Teodoto femenino y lascivo, que se contonea suavemente, bajo unos focos irascibles, que despeñan la luz sobre el negro del charol con la rabia de un millón de estrellas. Cuánto horror y cuánta belleza en los malévolos y preciosísimos cisnes. En cada pantera habrá un orco decapitado. En cada rosa habrá la cabeza de un orco. Y en el traje de la última doncella, un fastuoso rojo rubí bellísimo, una gota de sangre capitalina saltará de la grotesca y beoda cabeza.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  El Asesino de la Armónica de Oro.
El Asesino de la Armónica de Oro.

El Asesino de la Armónica de oro iba andando por la calle como si fuera un copón de incienso sostenido por un monaguillo, desprendía su aroma de lirios y fresas bajo un sol de oro y topacios. De la armónica surgían mariposas verdes y colibríes violetas y toda la calle era un inmenso acuario de peces naranjas. Iba en su música, con gusto a mazapanes de sidra y olor a alberca de cortijo, un toro negro como la noche, de ojos tan azules como un cielo iracundo, y cuernos tan blancos y peligrosos como la acrilamida. Y al lado del toro, feroz bestia que parecía de mentirijillas, iba un chavalillo torero de quince años, bello como el esfuerzo de una rosa en la nieve. Desaparecían para dejar mil mariposas verdes y diez mil colibríes violetas, y un olor a inciensos sublimes, recién quemados en un incensario de plata. La calle era un inmenso acuario de peces naranjas. La plazoleta se abría de par en par como una inmensa ventana, y por ella entraba la música como una gran antorcha en una cueva de diamantes. Era la plaza una gran ballena de oro, varada en la playa, penosamente agonizante, pero el esplendor del sonido la devolvía de nuevo al mar, y una gran medusa escarlata se quedaba en la orilla proclamando su venenosa malignidad bellísima. El sol brillaba en lo alto como la promesa de un beso, y en medio de la plaza, la fuente, manaba un agua tan pura como un crisantemo amarillo. Había en la fuente quince monedas de oro, brillando al sol, tan relucientes que daban de si mismos pinchazos dolorosos, y una bailarina en el Gran Moulin Rouge se torcía el tobillo en un esguince azulísimo, las monedas las acababa de arrojar un chiquillo de siete años, que no existía, y un anciano de noventa, con los cabellos de ceniza, que tampoco existía. La armónica de oro sonaba a perfume de lilas, y tres jorobados cruzaban su melodía aterrorizados por un cisne de fuego. Serpentinas rosas había en aquella armónica, y jades tan furiosos que mordían como los escorpiones, y sobre todo había tanta ázucar como en un turrón de guirlache. Los colibríes violetas se estremecían en sus notas libando de flores azules, tan azules como el mediodía en Florencia, e iban flotando junto a un cisne de fuego que ardía sin consumirse tan dorado y carmesí como una rosa. Cien mil espejos reflejaron la plaza, que era un inmenso acuario, lleno de peces naranjas, y todo brillaba como la pupila verde de una Hurí. Qué extraño caballo jerezano verde cruzaba violentamente un puente de turquesas, con las crines de fuego amarillas y los ojos rojos como los de los vampiros, y qué extraño tigre sin rayas daba zarpazos morados a una gacela rosa, de donde surgía la música?, de un fondo de oro y piedras preciosas, de ámbares con hormigas, tan naranjas y tan ambarinos, como un palacio bajo el mar. Y las rosas exhalaban hacia el cielo su alma de esclavas en Babilonia. Al verme el músico pasar calló su armónica porque yo no sabía torear y no me merecía la gloria de los gladiolos, y la calle y la plaza quedaron en silencio, como el cadáver de un anciano. Era tan bonita la música como un paseo entre los lirios, pero el dueño de la armónica, al verme, como yo no sabía torear, dejó de tocarla. Y solo recuerdo que era una música tan densa como la miel, tan perfumada, como una rosa, y tan hermosa como un cisne de fuego. En el silencio del mediodía la Tumba de los faraones tenía una momia tan fea como un asesinato. Y empezaron a sonar las campanas de San Gil, de una manera dulce y amarga, limpia y rencorosa, melosa y estridente, y en cada campana había un hipopótamo recién nacido y un cocodrilo rabioso. Yo solo quería ver un chavalito negro.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  El Asesino que vivía en una Mariposa.
El Asesino que vivía en una Mariposa.

En un fondo de luz azul vivía, en una estela dorada, en una nota de piano. Se sostenía en los arabescos de una pompa de jabón amarilla. Vivía en el ala de una mariposa. En una gota de ámbar se paseaba a la caída de la tarde armado con un cuchillo mellado, oxidado y pardo, que cortaba el aire siniestro y lascivo, voraz como una hidra de mil fauces. En ese cuchillo la luna se deslizaba destilando su gota de aguardiente venenoso, para el paladar exclusivo de los malvados, y la cicuta crecía como en el costado de un árbol caído, reseco y con talados muñones. En aquel cuchillo había un vuelo de colibríes negros, que libaban de hibiscos de fuego una miel caliente y amarga, nunca dulce, preparada por los sacerdotes de una iglesia satánica. Preparaban la miel en noches de luna nueva, de luna inexistente, la extraían de una mandrágora arrancada de la tierra, mandrágora regada por el semen de un ahorcado tuerto. El acto preparatorio era un carnaval de máscaras horrendas, emplumadas de avestruces y deformes, narices inmensas y ojos de buey castrado, y capas carmesíes. Danzaban los sacerdotes bajo el incienso quemado y prodigaban oraciones en etrusco y latín, y hacía presencia en la mascarada un chivo de pelaje negro, un macho cabrío, con la boca llena de colmillos. Se asesinaba a un niño recién nacido, ahogándolo en sangre de tigre. Esa miel la destilaban de los hibiscos de fuego los colibríes negros, colibríes que tatuaban, grabados, la daga del asesino. El asesino que vivía en las alas de una mariposa. ¿Qué pescuezo de cisne, toro, o gallo no cortó aquel cuchillo?, describió espantosas oraciones a Satanás con la veracidad del algebra de los números complejos. Polinomios sangrantes ejecutó con la perfección de los compositores de clavicordio, tiñó la nieve de margaritas rojas y se clavó en corazones calientes en los que había colibríes de oro, y robó de vasos de alabastro rosa hielo picado suficiente para todas las coctelerías del mundo. Magnífico cuchillo, mellado pero certero, roto pero afilado, como un diente o uña de tigre en celo. Lo llevaba el asesino en sus paseos orientales, cuando a la caída de la tarde, sobre una gota de ámbar puro, sobre un damasquinado de yeso verde, paseaba. Con él sajó los ojos del cardenal Santorno, emboscado en la alacena de palacio, cuando fue a probar los pastelitos de miel e higos. Le habían pedido los ojos del sacerdote como prueba del arzobispidio. Cuando extrajo los ojos aún vivía el sacerdote, su garganta, cortada como un clavel púrpura aún manaba sangre caliente, sangre que manchaba su uniforme de príncipe, con caléndulas rojas en un rojo vestido estremecido. Aquello lo contempló una libélula azul y verde, silenciosa como una calle de noche, que voló de una orquidea naranja a una margarita rosa. También lo presenció un coleóptero dorado, que se empeñaba en horadar un trozo de madera con sus grandes mandíbulas de hueso. Y un cuadro de Caravaggio, La Muerte de Verónica, también contempló el cardenicidio, y la extracción sanguinolenta de los ojos, que fueron guardados en un vaso de aceite perfumado. Cuatrocientas onzas de oro fuera el pago, lo avalara un judío de Toledo y un moro de Granada. El asesino vivía en el ala de una mariposa, y disfrutaba del oro y del ámbar, de la estela y el perfume de la algalia, de los dorados y el relumbre de las tardes verdes del verano, y de los otoños violetas. De las primaveras iracundas cargadas de vencejos. Vivía en una estela del mar de la China , en una playa remota rodeada de dragones de fuego, en cada dragón veinte panteras y en cada pantera veinte dragones, uña por uña y colmillo por colmillo. La mariposa iba de orquídea en orquídea y de jacinto en jacinto. Era un palacio de oro y crisoberilos, era un palacio de lilas húmedas, regadas con sangre de plata. Y de noche la sangre en el cuchillo era negra como la tinta china. El asesino era un vampiro con los ojos marrones, como de miel de eucalipto, bebía anís a las once y té a las siete y media, y guardaba cuatrocientas doblas de oro en un cofre de mármol, que cerraba con una llave de plata en la que había un cisne. Tenía un cuchillo árabe de filo roto, y una cruz de carey al cuello. Una cruz egipcia regalo de algún muerto, amuleto que le protegía de la justicia sagrada. Y vivía en una mariposa de alas de diamantes, envuelto en un aroma a rosas asesinadas.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  La Apoteósis de Segourney Weber.
La Apoteosis de Segourney Weber.

Los muchachos avanzan con sus formidables lanzallamas. Son hermosos muchachos como ramas de sauce, en su delgada presencia la esbeltez de los mirtos se comba y se retuerce como largas serpientes. En sus ojos oscuros hay ponientes de lilas, y es su fortaleza endeble como los lirios, y en sus labios granates de difíciles jacintos, hay un toque maligno de pecado y lascivia. Llevan en las manos los lanzallamas como pequeños reyes Arturos soberbios Excalibures, y son tigres de Bengala, gallos vietnamitas, tiburones del Índico, o arcángeles de nieve.

Los monstruos están encerrados en formol transparente. Como engendros de nausea, rencor, y pesadilla. Los hay que tienen ojos inyectados de sangre. Los hay que son sólo un ojo o una boca dentuda, los hay que son arañas con orejas de gato, los hay que son serpientes con patas de coleóptero, otros tienen esfínteres en la boca sin dientes, otros tienen diez brazos, siete penes, dos alas, uno tiene en la cabeza una orquídea, y otro tiene en la lengua la pezuña de un toro. Siete engendros cabalgan a lomos de una pulga, siete pares de ovarios caben en un colmillo, otro tiene tres lenguas y catorce narices, y otro tiene dos cuellos retorcidos en uno. Los muchachos son bellos como rosas sangrantes. Suena un golpe de piano y un respirar de armónicas, y las orquídeas tienen las corolas torcidas y hay sedientas gardenias rosas como la aurora.

Los muchachos avanzan y en el instante preciso hacen arder sus soberbios lanzallamas. Y un furibundo espejo refleja siete escualos, y una rosa perfuma el aire gota a gota.

Rugen los lanzallamas sobre los monstruos amarillos. Se quema el escorpión y el híbrido de cangrejo. El calamar con dientes se quema en una antorcha, y el león de tres ojos muerde sierpes de fuego. Los cuarenta demonios pierden los tres anillos, una rosa de pelos se descoyunta en un cirio, la serpiente bicéfala pierde su rostro amable, y el dragón de mil uñas pierde su voz de arena.

Rugen los lanzallamas y los monstruos perecen. Perece el cuervo rubio y el elefante perro, perece el gallo mosca y los mosquitos murciélagos, y el monstruo de cinco ojos pierde su cabellera.

Rugen los lanzallamas bajo acordes de lilas y los recintos de formol y acrilamida, y la sirena tuerta arde como una tea, y los chavales son bellos como atlantes de azúcar.

Pasan los chavales quemando abominaciones, hermosos y lascivos como fuentes perfumadas.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta