Prosas poéticas :  La Pelea.
La Pelea. (relato manifiestamente mejorable).

Los Arzobispos, seda púrpura y ocaso de rubíes, verónica ejecutada por un demente, carmesí vestimenta de la rosa católica, pájaros de fuego y escarlata profundo, se enfrascaron en una pelea a manotazos. Llevaba el arzobispo de Toledo una cruz verde de carey y plata, con un pequeño Jesús de marmolito, y el arzobispo de Granada llevaba un rosario de esmeraldas finas, donde la tarde bailaba un síncope de moreras. Y empezaron a golpearse barriobajeros. Ausente Lucrecia Borgia con sus venenos, no había anillos de ónice con cicuta, ni las amanitas rabiosas demostraban su cintura y sombrerillo, siempre dispuestas para horadar un hígado, sino que para celebración del odio y el resentimiento la pelea fue a puñetazo limpio, como dos desnudos Apolos boxeadores, vestidos de seda fulgurante y rubí. El púgil de Toledo dió el primer guantazo, galera portuguesa contra galeón británico, o tanque de guerra alemán contra refugio antiaéreo ruso, y temblaron todas las copas de vino de los bares de París de noche, y en el rostro de su rival granadino un rojo crisantemo apareció en la mejilla como un poniente en un balcón. Respondió Granada con un baile de serpientes de fantasía, cinco, abiertas en una mano rotunda, grande, elefantiásica, que demostró la fortaleza de la Alambra y el poder de la Cartuja de los Hurtado, yeserías calientes y rojas marcaron los mofletes de Toledo y Santa María La Blanca se puso sonrosada como una sandía abierta, jugosa de pulpa y azúcar y ácida como un limón de Lorca. Siguió Toledo con un cruzado de derecha, retorcido como los avaros judíos, usurero y rabioso, sin piedad, que hirió el aire como una mariposa de ladrillo pues buscaba un rostro de cemento para edificar una mezquita roja, pero Granada esquivó la ventolera y alzó su brazo de espasmo inmaculado contra la proposición deshonesta. Volvió Toledo a levantar una gardenia de granito y la nariz de Granada sintió un batallón de legionarios borrachos pero Granada, como Zaragoza, no se rinde, y contraatacó con un gancho de izquierda que fue al estómago de la ciudad imperial donde un bocadillo de chorizo hacía una mala digestión. Los dos atlantes, inmaculadamente rojos, tenían las caritas como los tomates de temporada, y prosiguieron su dialéctica de barrio bajo como dos elefantes que se atropellan, aquí una mariposa de piedra contra el Alcázar, aquí una libélula de mármol contra el Generalife, aquí un rinoceronte de cinco cuernos abierto de par en par como una ventana, aquí los cinco hijos de Manuela golpeando el rostro de Jesús Nazareno. Granada contra Toledo, Toledo contra Granada, Asiria nunca es Ninive, Ninive nunca fue Asiria. Trece ostias se pegaron los cardenales hasta que cansados y echando sangres por las narices dejaron el asunto para otro día, cuando quisiera iluminarlos el Espíritu Santo, pero se oyeron los golpes y bofetadas hasta en la Cochinchina, donde un súbdito inglés tomaba té con pastas.

Dos danzarines rojos que vieron cúpulas de fuego, dos camiones cargados de cerdos que chocaron de frente, dos tiranosaurios que se dieron cabezazos, dos amapolas rojas que enfrentaron sus corolas, ebrias de bermellón y granate, dos caritas que se pusieron coloraditas coloraditas, como una pintura abstracta, todo lo majestuoso del vuelo de dos colibríes rojos y todo lo chabacano de la gentuza expresidiaria. Los cisnes rojos se enfrentaron en una orgía de bofetones a la media luna, de bofetones a la luna entera. Trece santas ostias se dieron los príncipes del Espíritu, aderezadas con mala leche y vinagre, ácidas de pomelo y fuertes como los correazos de un padre, y no se dieron de navajas porque no las llevaban encima pero los campanarios de ambas catedrales sonaron a arrebato y a fuego y la Virgen María espantada giró un poco la cabeza para no verlos estropearse de manera tan mala. Abajo, en los infiernos, Satán se frotaba las manos alegre y para festejarlo encendió una caldera nueva, recién comprada en IKEA, que tenía pececillos triangulares esmaltados en un fondo amarillo. Pero quien más lo festejó fue el arzobispo de Burgos, pues había apostado a que se daban de ostias nada más apareciesen por la Sacristía.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

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