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Miré, airado, tus ojos, cual mira agua un sediento, mordí tus labios como muerde un reptil la flor; posé mi boca inquieta, como un pájaro hambriento, en tus desnudas formas ya trémulas de amor.
Cruel fue mi caricia como un remordimiento; y un placer amargo, con mezcla de dolor, se deshacía en ansias de muerte y de tormento; de frenesí morboso de angustia y de furor.
Faunesa, tus espasmos fueron una agonía. ¡Qué hermosa estabas ebria de deseo, y qué mía fue tu carne de mármol luminoso y sensual!
Después, sobre mi pecho, tranquila te dormiste como una dulce niña, graciosamente triste que sueña ¡sobre el tibio regazo maternal!
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Poeta
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Como al fondo del mar baja el buzo en busca de perlas, la inspiración baja a veces al fondo de mis tristezas para recoger estrofas empapadas con mis penas. Y en cada uno de mis versos viven, con vida siniestra, mis deseos, mis temores, mis dudas y mis creencias ¡Qué mucho que yo los ame! ¡Qué mucho que yo los lea, si son hojas arrancadas al libro de mi existencia!
Cuando en mi oscura memoria la frase brillando queda, como en un jirón de nube el reflejo de una estrella, es porque bajó tan hondo la inspiración a cogerla, que en esa frase palpita el corazón del poeta.
Siempre que a soñar me pongo encantadoras quimeras, imposibles ideales, seres de extraña belleza que habitan en luminosas arquitecturas aéreas; formas que flotan aisladas y diáfanas, y serenas, como los ángeles blancos de la Divina Comedia, la realidad de la vida, inflexible, me despierta, y quedo confuso y triste sintiendo angustias supremas, como esas aves que huyen en busca de primavera y en alta mar las sorprende el furor de la tormenta.
Entonces escribo, escribo con una ternura inmensa, que sólo cuando hago versos el alma llora y se queja, y la inspiración se hunde en el mar de las tristezas para recoger estrofas empapadas en mis penas. Y sin embargo, en el fondo,
Cuántos dolores se quedan sin expresión, tan intensos que no caben en la idea, porque son, deseos vagos, aspiraciones inmensas, alas que exploran espacios, sueños de cosas eternas, nostalgias de extraños mundos, citas de lo que no llega... La inspiración es un buzo que no ha pescado esas perlas.
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Poeta
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¿Qué si me duele? Un poco; te confieso que me heriste a traición; mas por fortuna, tras el rapto de ira vino una dulce resignación.... Pasó el exceso.
¿Sufrir? ¿Llorar? ¿Morir? ¿Quién piensa en eso? El amor es un huésped que importuna; mírame como estoy, ya sin ninguna tristeza que decirte. Dame un beso.
Así, muy bien; perdóname, fui un loco; tú me curaste –gracias-, y ya puedo saber lo que imagino y lo que toco.
En la herida que hiciste, pon el dedo. ¿Qué si me duele? Sí; me duele un poco, mas no mata el dolor.... No tengas miedo.
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Poeta
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-Dolor: ¡qué callado vienes! ¿Serás el mismo que un día se fue y me dejó en rehenes un joyel de poesía? ¿Por qué la queja retienes? ¿ Por qué tu melancolía no trae ornadas las sienes de rosas de Alejandría? ¿Qué te pasa? ¿Ya no tienes romances de «yoglería», trovas de amor y desdenes, cuentos de milagrería? Dolor: tan callado vienes que ya no te conocía...
Y él, nada dijo. Callado, con el jubón empolvado, y con gesto fosco y duro, vino a sentarse a mi lado, en el rincón más oscuro, frente al fogón apagado. Y tras lento meditar, como en éxtasis de olvido, en aquel mudo penar, nos pusimos a llorar, con un llanto sin rüido...
* * *
Afuera, sonaba el mar...
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Poeta
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Blanca como esta noche no he visto cosa alguna: ni el mármol, ni la nieve, ni el armiño. Semeja el cielo, un gran abismo de plata, que refleja su luz, en otro abismo de cristal: la laguna.
Sólo, de tarde, en tarde, pasa, pequeña y bruna, la góndola, que efímero surco ondulante deja; y cuando, hacia las brumas rutilantes, se aleja, todo es latir de astros; todo, fulgor de luna.
¿Donde están los colores? En uno se han fundido. El negro huyó a esconderse. El azul se ha dormido. El blanco, puro y virgen, sus imperios rescata.
Y en silencio vasto, sideral y profundo, parece que esta noche se va a morir el mundo con una inmensa muerte de cristal y de plata.
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Poeta
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¿Que si me duele? Un poco; te confieso que me heriste a traición; mas por fortuna tras el rapto de ira vino una dulce resignación... Pasó el acceso.
¿Sufrir? ¿Llorar? ¿Morir? ¿Quién piensa en eso? El amor es un huésped que importuna; mírame cómo estoy; ya sin ninguna tristeza que decirte. Dame un beso.
Así; muy bien; perdóname, fui un loco; tú me curaste -gracias-, y ya puedo saber lo que imagino y lo que toco:
En la herida que hiciste pon el dedo; ¿que si me duele? Si; me duele un poco, mas no mata el dolor... No tengas miedo...
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Poeta
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No sentí cuando entraste; estaba oscuro en la penumbra de un ocaso lento, el parque antiguo de mi pensamiento que ciñe la tristeza, cual un muro.
Te vi llegar a mí como un conjuro, como el prodigio de un encantamiento, como la dulce aparición de un cuento: blanca de nieve y blonda de oro puro.
Un hálito de abril sopló en mi otoño; en cada fronda reventó un retoño; en cada viejo nido, hubo canciones;
y, entre las sombras del jardín –errantes luciérnagas– brillaron, como antes de mi postrer dolor, las ilusiones.
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Poeta
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En mi angustia, callada y escondida, sé tú como enfermera bondadosa, cuya mano ideal viene y se posa, llena de suave bálsamo, en la herida.
Ríe en mi tedio –sepulcral guarida– como un rayo de sol en una fosa; perfuma, como un pétalo de rosa, el fango y la impureza de mi vida.
Del corazón en el silencio, canta; entre las sombras de mi ser, fulgura; mi conturbado espíritu levanta;
enciende la razón en mi locura, Tengo hambre y sed de bien, dame una santa limosna de piedad y de ternura...
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Poeta
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El ruiseñor cantaba. La noche era divina, toda cendal de nieve, toda cristal azul; y en el jardín de plata, la coruscante encina alzaba entre la sombra su cúpula de luz.
El ruiseñor cantaba. Y en un ambiente extático dormían las praderas. Cantaba el ruiseñor; y el viento flebil, alitendido y aromático, soplaba el adorable cantar, de flor en flor.
Y repintó las cumbres la aurora ardiente y flava, y levantó la alondra su trino matinal, y abrió su seno el día...y el ruiseñor cantaba soñando en el nocturno misterio de cristal.
Vino la siesta cálida; la tarde pensativa vino; la noche negra sus lumbres apagó, y el ruiseñor cantaba, como si la votiva lámpara de la luna colgase de un crespón.
Estío, otoño, invierno, primavera... Y el canto surgía de las verdes entrañas del jardín, alegre o melancólico -ora risa, ora llanto- inacabable y único, magnífico y sin fin.
El ruiseñor se había vuelto loco; se había embriagado de luna, de sueño y de pasión, y ¡cantaba, cantaba...!
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Poeta
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Ha muerto ya la pasión loca después de una larga agonía. No busques besos en mi boca. Se quedó la jaula vacía.
Barrí los últimos despojos de ilusiones y de ternuras. No busques brillo en mis ojos. ¿No ves que la casa está a oscuras?
Es inútil que tiendas la mano. Ni una flor en el parque en ruina. No tiendas la mano. Es en vano, te pudieras clavar una espina.
Sólo musgo en las lápidas nace. Ya lo ves: camposanto de olvido. ¡Vete! Y cierra el portón podrido. Déjame a solas con mis muertos.
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Poeta
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