|
Se me va de los dedos la caricia sin causa, se me va de los dedos... En el viento, al pasar, la caricia que vaga sin destino ni objeto, la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita, pude amar al primero que acertara a llegar. Nadie llega. Están solos los floridos senderos. La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero, si estremece las ramas un dulce suspirar, si te oprime los dedos una mano pequeña que te toma y te deja, que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa, si es el aire quien teje la ilusión de besar, oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos, en el viento fundida, ¿me reconocerás?
|
Poeta
|
|
Me levanté temprano y anduve descalza Por los corredores: bajé a los jardines Y besé las plantas Absorbí los vahos limpios de la tierra, Tirada en la grama; Me bañé en la fuente que verdes achiras Circundan. Más tarde, mojados de agua Peiné mis cabellos. Perfumé las manos Con zumo oloroso de diamelas. Garzas Quisquillosas, finas, De mi falda hurtaron doradas migajas. Luego puse traje de clarín más leve Que la misma gasa. De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo Mi sillón de paja. Fijos en la verja mis ojos quedaron, Fijos en la verja. El reloj me dijo: diez de la mañana. Adentro un sonido de loza y cristales: Comedor en sombra; manos que aprestaban Manteles. Afuera, sol como no he visto Sobre el mármol blanco de la escalinata. Fijos en la verja siguieron mis ojos, Fijos. Te esperaba.
|
Poeta
|
|
DECAIDOLVIDO
Del olvido han caído las estatuas. Del vértigo de pronto. ¡Locomotoras vigilantes, sueños horrendos!. Al barniz obscuro destrozando los motivos, disimulados de los defectos, instructivas amarguras y apariencias, en las caricias exiliadas de las tardes, enormes avenidas de los omóplatos, en la tropa de tristeza babeando corazones.
De Caidolvido De Caidolvido. Al decir, morir, no quiero, ya vivir así, en las palabras, insípidas, escribiendo, en los ficticios y temporales mundos, en los sueños melodiosos ojos, al decir, de la razón que justifica. ¡Lo qué al infierno avergüenza!.
Del Olvido Han caído las estatuas, decaidolvido. Entre sobresaltos del tabaco, descolgando, los aviones de las nubes, y apagando las mediasnoches dulces, pesadillas redondeces de los castaños, azulados los nogales de las orugas asustadas, en las perlas vencidas de los veranos, y los arroyos empobrecidos, decaída la risa castiga.
Por el aquí... De las águilas perpetuas ruinas. Por el aquí... De las palomas acartonadas. Por el allá... Una locomotora piadosa. Por el allá... Una vociferante hormiga Pensó En El decaidolvido. Caído en el olvido decaída. Al descubrir el alboroto del gusano. Al culto desinformado escorpión. Al cúbico leonino helado Una orilla inocente. Una sombrilla en declive.
Del Olvido Han Caído Las estatuas. ¡Navegando bajo el desastre!.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
|
Poeta
|
|
I
Mañana que ya no puedan encontrarse nuestros ojos, y que vivamos ausentes, muy lejos uno del otro, que te hable de mí este libro como de ti me habla todo.
II
Cada hoja es un recuerdo tan triste como tierno de que hubo sobre ese árbol un cielo y un amor; reunidas forman todas el canto del invierno, la estrofa de las nieves y el himno del dolor.
III
Mañana a la misma hora en que el sol te besó por vez primera, sobre tu frente pura y hechicera caerá otra vez el beso de la aurora; pero ese beso que en aquel oriente cayó sobre tu frente solo y frío, mañana bajará dulce y ardiente, porque el beso del sol sobre tu frente bajará acompañado con el mío.
IV
En Dios le exiges a mi fe que crea, y que le alce un altar dentro de mí. ¡Ah! ¡ Si basta no más con que te vea para que yo ame a Dios, creyendo en ti!
V
Si hay algún césped blando cubierto de rocío en donde siempre se alce dormida alguna flor, y en donde siempre puedas hallar, dulce bien mío, violetas y jazmines muriéndose de amor;
yo quiero ser el césped florido y matizado donde se asienten, niña, las huellas de tus pies; yo quiero ser la brisa tranquila de ese prado para besar tus labios y agonizar después.
Si hay algún pecho amante que de ternura lleno se agite y se estremezca no más para el amor, yo quiero ser, mi vida, yo quiero ser el seno donde tu frente inclines para dormir mejor.
Yo quiero oír latiendo tu pecho junto al mío, yo quiero oír qué dicen los dos en su latir, y luego darte un beso de ardiente desvarío, y luego. . . arrodillarme mirándote dormir.
VI
Las doce. . . ¡adiós. . .! Es fuerza que me vaya y que te diga adiós. . . Tu lámpara está ya por extinguirse, y es necesario. -Aún no.- Las sombras son traidoras, y no quiero que al asomar el sol, se detengan sus rayos a la entrada de nuestro corazón. . . -Y, ¿qué importan las sombras cuando entre ellas queda velando Dios? -¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras al lado del amor? -¿Cuando te duermas ¿me enviarás un beso? -¡Y mi alma! -¡Adiós. . . ! -¡Adiós. . . !
VII
Lo que siente el árbol seco por el pájaro que cruza cuando plegando las alas baja hasta sus ramas mustias, y con sus cantos alegra las horas de su amargura; lo que siente pro el día la desolación nocturna que en medio de sus angustias, ve asomar con la mañana de sus esperanzas una; lo que sienten los sepulcros por la mano buena y pura que solamente obligada por la piedad que la impulsa, riega de flores y de hojas la blanca lapida muda, eso es al amarte mi alma lo que siente por la tuya, que has bajado hasta mi invierno, que has surgido entre mi angustia y que has regado de flores la soledad de mi tumba.
Mi hojarasca son mis creencias, mis tinieblas son la duda, mi esperanza es el cadáver, y el mundo mi sepultura. . . Y como de entre esas hojas jamás retoña ninguna; como la duda es el cielo de una noche siempre oscura, y como la fe es un muerto que no resucita nunca, yo no puedo darte un nido donde recojas tus plumas, ni puedo darte un espacio donde enciendas tu luz pura, ni hacer que mi alma de muerto palpite unida a la tuya; pero si gozar contigo no ha de ser posible nunca, cuando estés triste, y en el alma sientas alguna amargura, yo te ayudaré a que llores, yo te ayudaré a que sufras, y te prestaré mis lágrimas cuando se acaben las tuyas.
VIII
1
Aún más que con los labios hablamos con los ojos; con los labios hablamos de la tierra, con los ojos del cielo y de nosotros.
2
Cuando volví a mi casa de tanta dicha loco, fue cuando comprendí muy lejos de ella que no hay cosa más triste que estar solo.
3
Radiante de ventura, frenético de gozo, cogí una pluma, le escribí a mi madre, y al escribirle se lo dije todo.
4
Después, a la fatiga cediendo poco a poco, me dormí y al dormirme sentí en sueños que ella me daba un beso y mi madre otro.
5
¡Oh sueño, el de mi vida más santo y más hermoso! ¡Qué dulce has de haber sido cuando aun muerto gozo con tu recuerdo de este modo!
IX
Cuando yo comprendí que te quería con toda la lealtad de mi corazón, fue aquella noche en que al abrirme tu alma miré hasta su interior. Rotas estaban tus virgíneas alas que ocultaba en sus pliegues un crespón y un ángel enlutado cerca de ellas lloraba como yo. Otro tal vez, te hubiera aborrecido delante de aquel cuadro aterrador; pero yo no miré en aquel instante más que mi corazón; y te quise tal vez por tus tinieblas, y te adoré, tal vez, por tu dolor, ¡qué es muy bello poder decir que el alma ha servido de sol. . .!
X
Las lágrimas del niño la madre enjuga, las lágrimas del hombre las seca la mujer. . . ¡Qué tristes las que brotan y bajan por la arruga, del hombre que está solo, del hijo que está ausente, del ser abandonado que llora y que no siente ni el beso de la cuna, ni el beso del placer!
XI
¡Cómo quieres que tan pronto olvide el mal que me has hecho, si cuando me toco el pecho la herida me duele más! Entre el perdón y el olvido hay una distancia inmensa; yo perdonaré la ofensa; pero olvidarla. . . . ¡jamás!
XII
¡Ah, gloria! ¡De qué me sirve tu laurel mágico y santo, cuando ella no enjuga el llanto que estoy vertiendo sobre él! ¡De que me sirve el reflejo de tu soñada corona, ¡cuando ella no me perdona ni en nombre de ese laurel!
La que a la luz de sus ojos despertó mi pensamiento, la que al amor de su acento encendió en mi la pasión; muerta para el mundo entero y aun para ella misma muerta, solamente está despierta dentro de mi corazón.
XIV
El cielo muy negro, y como un velo lo envuelve en su crespón la oscuridad; con un sombra más sobre ese cielo el rayo puede desatar su vuelo y la nube cambiarse en tempestad.
XV
Oye, ven a ver las naves, están vestidas de luto, y en vez de las golondrinas están graznando los búhos. . . El órgano está callado, el templo solo y oscuro, sobre el altar. . . ¿y la virgen por qué tiene el rostro oculto? ¿Ves?. . . en aquellas paredes están cavando un sepulcro, y parece como que alguien solloza allí, junto al muro. ¿Por qué me miras y tiemblas? ¿Por qué tienes tanto susto? ¿Tú sabes quién es el muerto? ¿Tú sabes quién fue el verdugo?
|
Poeta
|
|
(Al eminente actor D. José Valero)
Esa noche, ardiendo el pueblo de animación y entusiasmo bajo el influjo sublime de tu genio soberano, todo era bravos y dianas, todo era vivas y aplausos, todo cariño en los ojos todo cariño en los labios, y todo flores, laureles, admiración y ... entretanto, allá muy lejos, muy lejos, sonando lento y pausado, se alzaba entre las tinieblas y entre el silencio un cadalso, sin otro eco que el latido del pecho del condenado que en diálogo con la muerte velaba en un subterraneo. aquel cadalso se alzaba cada vez más y más alto, como un espectro, sombrío como un vampiro, callado, como una tumba implacable, y como un monstruo, inhumano; se alzaba y, sin que ninguno oyera aquel ruido amargo, por los sollozos de un hombre solamente acompañado, la humanidad impasible bajo su mudo letargo, miraba crecer y alzarse las formas de aquel cadalso, cuando tú, tú que escuchaste sus ecos tristes y vagos te levantaste por ella con la voz del entusiasmo, y en presencia de aquel pueblo y enfrente de aquel tablado ceñida con tus laureles la hiciste hablar por tus labios, salvando al sol de aquel día del rubor de aquel cadalso.
...
Aquel que es su desamparo, y aún más que unos pocos días y aún más que unos pocos años pudo gozar la dulzura de ver a su hijo en los brazos, libre del infame nombre de hijo del ajusticiado; pero yo que desde niño aprendí lleno de espanto a aborrecer los verdugos y a maldecir los cadalsos dejo a la gloria que entonces para ensalzarte su canto, y del condenado a muerte bajo los recuerdos gratos, en nombre suyo, las gracias de la humanidad te mando.
|
Poeta
|
|
Dolora
¡Qué triste es vivir soñando en un mundo que no existe! Y qué triste ir viviendo y caminando, sin fe en nuestros delirios, de la razón con los ojos, que si hay en la vida lirios, son muchos mas los abrojos.
Nace el hombre, y al momento se lanza tras la esperanza, que no alcanza porque no se alcanza el viento; y corrre, corre, y no mira al ir en pos de la gloria que es la gloria una mentira tan bella como ilusoria.
¡No ve al correr como loco tras la dicha y los amores, que son flores que duran poco, muy poco! ¡No ve cuando se entusiasma con la fortuna que anhela, que es la fortuna un fantasma que cuando se toca vuela!
Y que la vida es un sueño del que, si al fin despertamos, encontramos el mayor placer pequeño; pues son tan fuertes los males de la existencia en la senda, que corren allí a raudales las lágrimas en ofrenda.
Los goces nacen y mueren como puras azucenas, mas las penas viven siempre y siempre hieren; y cuando vuelve la calma con las ilusiones bellas, su lugar dentro del alma queda ocupado por ellas.
Porque al volar los amores dejan una herida abierta que es la puerta por donde entran los dolores; sucediendo en la jornada de nuestra azarosa vida que es para el pesar "entrada" lo que para el bien "salida".
Y todos sufren y lloran sin que una queja profieran, porque esperan ¡hallar la ilusión que adoran!... Y no mira el hombre triste cuando tras la dicha corre, que sólo el dolor existe sin que haya bien que lo borre.
No ve que es un fatuo fuego la pasión en que se abrasa, luz que pasa como relámpago, luego: y no ve que los deseos de su mente acalorada no son sino devaneos, no son más que sombra, nada.
Que es el amor tan ligero cual la amistad que mancilla porque brilla sólo a la luz del dinero; y no ve cuando se lanza loco tras de su creencia, que son la fe y la esperanza, mentiras de la existencia.
|
Poeta
|
|
Hirió blandamente el aire Con su dulce voz Narcisa, Y él le repitió los ecos Por boca de las heridas.
De los celestiales Ejes El rápido curso fija, Y en los Elementos cesa la discordia nunca unida.
Al dulce imán de su voz Quisieran, por asistirla, Firmamento ser el Móvil, El Sol ser estrella fija.
Tan bella, sobre canora, Que el amor dudoso admira, Si se deben sus arpones A sus ecos, o a su vista.
Porque tan confusamente Hiere, que no se averigua, si está en la voz la hermosura, O en los ojos la armonía.
Homicidas sus facciones El mortal cambio ejercitan; Voces, que alteran los ojos Rayos que el labio fulmina.
Quién podrá vivir seguro, si su hermosura Divina Con los ojos y las voces Duplicadas armas vibra.
El Mar la admira Sirena, Y con sus marinas Ninfas Le da en lenguas de las Aguas Alabanzas cristalinas: Pero Fabio que es el blanco Adonde las flecha tira, Así le dijo, culpando De superfluas sus heridas: No dupliques las armas, Bella homicida, que está ociosa la muerte Donde no hay vida.
|
Poeta
|
|
Amado dueño mío, Escucha un rato mis cansadas quejas, Pues del viento las fío, Que breve las conduzca a tus orejas, Si no se desvanece el triste acento Como mis esperanzas en el viento.
Óyeme con los ojos, Ya que están tan distantes los oídos, Y de ausentes enojos En ecos de mi pluma mis gemidos; Y ya que a ti no llega mi voz ruda, Óyeme sordo, pues me quejo muda.
Si del campo te agradas, Goza de sus frescuras venturosas Sin que aquestas cansadas Lágrimas te detengan enfadosas; Que en él verás, si atento te entretienes Ejemplo de mis males y mis bienes.
Si al arroyo parlero Ves, galán de las flores en el prado, Que amante y lisonjero A cuantas mira intima su cuidado, En su corriente mi dolor te avisa Que a costa de mi llanto tiene risa.
Si ves que triste llora Su esperanza marchita, en ramo verde, Tórtola gemidora, En él y en ella mi dolor te acuerde, Que imitan con verdor y con lamento, Él mi esperanza y ella mi tormento.
Si la flor delicada, Si la peña, que altiva no consiente Del tiempo ser hollada, Ambas me imitan, aunque variamente, Ya con fragilidad, ya con dureza, Mi dicha aquélla y ésta mi firmeza.
Si ves el ciervo herido Que baja por el monte, acelerado Buscando dolorido Alivio del mal en un arroyo helado, Y sediento al cristal se precipita, No en el alivio en el dolor me imita,
Si la liebre encogida Huye medrosa de los galgos fieros, Y por salvar la vida No deja estampa de los pies ligeros, Tal mi esperanza en dudas y recelos Se ve acosa de villanos celos.
Si ves el cielo claro, Tal es la sencillez del alma mía; Y si, de luz avaro, De tinieblas emboza el claro día, es con su oscuridad y su inclemencia, imagen de mi vida en esta ausencia.
Así que, Fabio amado Saber puede mis males sin costarte La noticia cuidado, Pues puedes de los campos informarte; Y pues yo a todo mi dolor ajusto, Saber mi pena sin dejar tu gusto. Mas ¿cuándo ¡ay gloria mía! Mereceré gozar tu luz serena?
¿cuándo llegará el día que pongas dulce fin a tanta pena? ¿cuándo veré tus ojos, dulce encanto, y de los míos quitarás el llanto?
¿Cuándo tu voz sonora herirá mis oídos delicada, y el alma que te adora, de inundación de gozos anegada, a recibirte con amante prisa saldrá a los ojos desatada en risa?
¿Cuándo tu luz hermosa revestirá de gloria mis sentidos? ¿y cuándo yo dichosa, mis suspiros daré por bien perdidos, teniendo en poco el precio de mi llanto? Que tanto ha de penar quien goza tanto.
¿Cuándo de tu apacible rostro alegre veré el semblante afable, y aquel bien indecible a toda humana pluma inexplicable? Que mal se ceñirá a lo definido Lo que no cabe en todo lo sentido.
Ven, pues, mi prenda amada, Que ya fallece mi cansada vida De esta ausencia pesada; Ven, pues, que mientras tarda tu venida, Aunque me cueste su verdor enojos, Regaré mi esperanza con mis ojos.
|
Poeta
|
|
Cogióme sin prevención Amor, astuto y tirano: con capa de cortesano se me entró en el corazón. Descuidada la razón y sin armas los sentidos, dieron puerta inadvertidos; y él, por lograr sus enojos, mientras suspendió los ojos me salteó los oídos.
Disfrazado entró y mañoso; mas ya que dentro se vio del Paladión, salió de aquel disfraz engañoso; y, con ánimo furioso, tomando las armas luego, se descubrió astuto Griego que, iras brotando y furores, matando los defensores, puso a toda el Alma fuego.
Y buscando sus violencias en ella al príamo fuerte, dio al Entendimiento muerte, que era Rey de las potencias; y sin hacer diferencias de real o plebeya grey, haciendo general ley murieron a sus puñales los discursos racionales porque eran hijos del Rey.
A Casandra su fiereza buscó, y con modos tiranos, ató a la Razón las manos, que era del Alma princesa. En prisiones su belleza de soldados atrevidos, lamenta los no creídos desastres que adivinó, pues por más voces que dio no la oyeron los sentidos.
Todo el palacio abrasado se ve, todo destruido; Deifobo allí mal herido, aquí Paris maltratado. Prende también su cuidado la modestia en Polixena; y en medio de tanta pena, tanta muerte y confusión, a la ilícita afición sólo reserva en Elena.
Ya la Ciudad, que vecina fue al Cielo, con tanto arder, sólo guarda de su ser vestigios, en su ruina. Todo el amor lo extermina; y con ardiente furor, sólo se oye, entre el rumor con que su crueldad apoya: "Aquí yace un Alma Troya ¡Victoria por el Amor!"
|
Poeta
|
|
Verde embeleso de la vida humana, loca esperanza, frenesí dorado, sueño de los despiertos intrincado, como de sueños, de tesoros vana;
alma del mundo, senectud lozana, decrépito verdor imaginado; el hoy de los dichosos esperado, y de los desdichados el mañana:
sigan tu sombra en busca de tu día los que, con verdes vidrios por anteojos, todo lo ven pintado a su deseo;
que yo, más cuerda en la fortuna mía, tengo en entrambas manos ambos ojos y solamente lo que toco veo.
|
Poeta
|
|