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Río de las Siete Estrellas, camino del Libertador, sangre del Corazón de América, ¡aorta que no sale del corazón!
Río delgado de las fuentes río colérico de los saltos, río de las siete estrellas, que en la Fuente no llenas el hueco de las manos y luego eres el sueño de un mar sin continencia!
Río brujo, que te pintas de todos los cielos, Río de La Urbana, planicie pampera, Río de San Félix, solución de gloria, Río de Angostura, cauce de la guerra, Río de Barrancas, Río de pensar cómo puede haber tanta agua en la Tierra, Río de nuestra Esperanza, cuando la Esperanza sea! Río de nosotros, nuestro espejo mismo, espejo de esta alma nuestra, por la cual, incansable como tú de horizontes, trasudamos en vueltas y revueltas!,P> No he de poner mis manos sobre tu lomo, no he de pintar tus riberas, que si en la izquierda tienes el corazón de las ciudades, en la derecha levantas el brazo de las selvas; no he de tocar tus aguas, tus millones de gotas, que son el diezmo de las cumbres para el culto de las praderas, no he de caminar por tus ondas, que ya vendrá el Maestro caminando por ellas.
Sólo quiero ensanchar los ojos hacia el desfile futuro que por tus aguas navega y hacia el desfile del pasado, hacia la realidad y la promesa, hacia la barca de Antonio Díaz y hacia el hondo sueño en que sueñas con la proa del acorazado, como los niños campesinos con su vapor de cuerdas, con el barco de acero que avance hacia tus fuentes aureolado de velas y parada en el tope la paloma del Iris, abierto el pecho por tus Siete Estrellas...
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Poeta
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Al oír tu dulce acento me subyuga la emoción, y en un mudo arrobamiento se arrodilla el pensamiento y palpita el corazón... Al oír tu dulce acento.
Canta, virgen, yo lo imploro; que tu voz angelical semeja el rumor sonoro de leve lluvia de oro sobre campo de cristal. Canta, virgen, yo lo imploro: es de alondra tu garganta, ¡Canta!
¡Qué vagas melancolías hay en tu voz! Bien se ve que son amargos tus días. Huyeron las alegrías, tu corazón presa fue de vagas melancolías.
¡Por piedad! ¡No cantes ya, que tu voz al alma hiere! Nuestro amor, ¿en dónde está? Ya se fue..., todo se va... Ya murió..., todo se muere... Por piedad, no cantes ya, que la pena me avasalla... ¡Calla!
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Poeta
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Rindióme al fin el batallar continuo de la vida social; en la contienda, envidiaba la dicha del beduíno que mora en libertad bajo su tienda.
Huí del mundo a mi dolor extraño, llevaba el corazon triste y enfermo, y busqué , como Pablo el Ermitaño, la inalterable soledad del yermo.
Allí moro, allí canto, de la vista del hombre huyendo, para el goce muerto, y bien puedo decir como el Bautista: ¡Soy la voz del que clama en el desierto!
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Poeta
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Oh mar, enorme mar, corazón fiero De ritmo desigual, corazón malo, Yo soy más blanda que ese pobre palo Que se pudre en tus ondas prisionero.
Oh mar, dame tu cólera tremenda, Yo me pasé la vida perdonando, Porque entendía, mar, yo me fui dando: "Piedad, piedad para el que más ofenda".
Vulgaridad, vulgaridad me acosa. Ah, me han comprado la ciudad y el hombre. Hazme tener tu cólera sin nombre: Ya me fatiga esta misión de rosa.
¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena, Me falta el aire y donde falta quedo, Quisiera no entender, pero no puedo: Es la vulgaridad que me envenena.
Me empobrecí porque entender abruma, Me empobrecí porque entender sofoca, ¡Bendecida la fuerza de la roca! Yo tengo el corazón como la espuma.
Mar, yo soñaba ser como tú eres, Allá en las tardes que la vida mía Bajo las horas cálidas se abría... Ah, yo soñaba ser como tú eres.
Mírame aquí, pequeña, miserable, Todo dolor me vence, todo sueño; Mar, dame, dame el inefable empeño De tornarme soberbia, inalcanzable.
Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza, ¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo! Desdichada de mí, soy un abrojo, Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.
Y el alma mía es como el mar, es eso, Ah, la ciudad la pudre y equivoca Pequeña vida que dolor provoca, ¡Que pueda libertarme de su peso!
Vuele mi empeño, mi esperanza vuele... La vida mía debió ser horrible, Debió ser una arteria incontenible Y apenas es cicatriz que siempre duele.
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Poeta
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Mi corazón es como un dios sin lengua, Mudo se está a la espera del milagro, He amado mucho, todo amor fue magro, Que todo amor lo conocí con mengua.
He amado hasta llorar, hasta morirme. Amé hasta odiar, amé hasta la locura, Pero yo espero algún amor natura Capaz de renovarme y redimirme.
Amor que fructifique mi desierto Y me haga brotar ramas sensitivas, Soy una selva de raíces vivas, Sólo el follaje suele estarse muerto.
¿En dónde está quien mi deseo alienta? ¿Me empobreció a sus ojos el ramaje? Vulgar estorbo, pálido follaje Distinto al tronco fiel que lo alimenta.
¿En dónde está el espíritu sombrío De cuya opacidad brote la llama? Ah, si mis mundos con su amor inflama Yo seré incontenible como un río.
¿En dónde está el que con su amor me envuelva? Ha de traer su gran verdad sabida... Hielo y más hielo recogí en la vida: Yo necesito un sol que me disuelva.
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Poeta
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(Composición recitada por una niña en Tacubaya de los Mártires, el 11 de septiembre de 1873.)
Ante el recuerdo bendito de aquella noche sagrada en que la patria aherrojada rompió al fin su esclavitud; ante la dulce memoria de aquella hora y de aquel día, yo siento que en el alma mía canta algo como un láud.
Yo siento que brota en flores el huerto de mi ternura, que tiembla entre su espesura la estrofa de una canción; y al sonoroso y ardiente murmurar de cada nota, siendo algo grande que brota dentro de mi corazón.
¡Bendita noche de gloria que así mi espíritu agitas, bendita entre benditas noche de la libertad! Hora del triunfo en que el pueblo vio al fin en su omnipotencia, al sol de la independencia rompiendo la oscuridad.
Yo te amo. . . y al acercarme ante este altar de victoria donde la patria y la historia contemplan nuestro placer, yo vengo a unir al tributo que en darte el pueblo se afana mi canto de mexicana, mi corazón de mujer.
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Poeta
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(A mi querido amigo Manuel Roa.)
Humanidad pigmea, tú que proclamas la verdad y el Cristo, mintiendo caridad en cada idea: tú que, de orgullo el corazón beodo, por mirar a la altura te olvidas de que marchas sobre lodo: tú que diciendo hermano, escupes al gitano y al mendigo porque son un mendigo y un gitano: Ahí está esa mujer que gime y sufre con el dolor inmenso con que gimen los que cruzan sin fe por la existencia; escúpela tambien... ¡anda!... ¡no importa que tú hayas sido quien la hundió en el crimen que tú hayas sido quien mató su creencia!
¡Pobre mujer! que abandonada y sola sobre el oscuro y negro precipicio, en lugar de una mano que la salve siente una mano que la impele al vicio; y que al bajar en su redor los ojos y a través de las sombras que la ocultan no encuentra mas que seres que la miran y que burlando su dolor la insultan...
Antes era una flor... una azucena rica de galas y de esencias rica, llena de aromas y de encantos llena; era una flor hermosa que envidiaban las aves y las flores, y tan bella y tan pura como es pura la nieve del armiño, como es pura la flor de los amores, como es puro el corazón del niño.
Las brisas le brindaban con sus besos, y con sus tibias perlas el rocío, y el bosque con sus álamos espesos, y con su arena y su corriente el río; y amada por las sombras en la noche, y amada por la luz en la mañana, vegetaba magnífica y lozana, tendiendo al aire su purpúreo broche; pero una vez el soplo del invierno en su furia maldita, pasó sobre ella y le arrancó sus hojas, pasó sobre ella y la dejó marchita; y al contemplar sin galas su cálice antes de perfumes lleno, la arrebató impaciente entre sus alas y fue a hundirla cadáver en el cieno.
¡Filósofo mentido!... ¡Apóstol miserable de una idea que tu cerebro vil no ha comprendido! Tú que la ves que gime y que solloza, y burlas su sollozo y su gemido... ¿Qué hiciste de aquel ángel que amoroso y sonriente formó de tu niñez el dulce encanto! ¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días, que lloraba contigo si llorabas y gozaba contigo si reías...? ¡Te acuerdas!... Lo arrancaste de la nube donde flotaba vaporoso y bello, y arrojándola al hambre, sin ver su angustia ni su amor siquiera, le convertiste de camelia en lodo: le transformaste de ángel en ramera!
¡Maldito tú que pasas junto a las frescas rosas, y que sus galas sin piedad les quitas! ¡Maldito tú que sin piedad las hieres, y luego las insultas por marchitas! ¡Pobre mujer!... ¡Juguete miserable de su verdugo mismo!... Víctima condenada a vegetar sumida en un abismo mas negro que el abismo de la nada y a no escuchar mas eco en sus dolores, que el eco de la horrible carcajada con que el hombre le paga sus amores.
¡Pobre mujer, a la que el hombre niega el derecho sublime de llamar hijo a su hijo! ¡Pobre mujer que de rubor se cubre cuando escucha que le grita madre! Y que quiere besarle, y se detiene, porque sabe que un beso de sus besos se convierte en borrón donde lo imprime!
Deja ya de llorar, pobre criatura, que si del mundo en la escabrosa senda, caminas entre fango y amargura, sin encontrar un ser que te comprenda, en el cielo los ángeles te miran, te compadecen, te aman, y lloran con el llanto lastimero que tus ojos bellísimos derraman.
¡Y que se burle el hombre, y que se ría! ¡Y que te llame harapo y te desprecie! Déjale tú reír, y que te insulte, Que ha de llegar el día en que la gota cristalina y pura se desprenda del lodo para elevarse nube hasta la altura.
Y entonces en lugar de un anatema, en lugar de un desprecio, escucharás al Cristo del Calvario, que añadiendo tu pena a tus lágrimas tristes en abono te dirá como ha tiempo a Magdalena: Levántate, mujer, yo te perdono.
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Poeta
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Con el dolor de la mortal herida, de un agravio de amor me lamentaba, y por ver si la muerte se llegaba procuraba que fuese más crecida.
Toda en el mal el alma divertida, pena por pena su dolor sumaba, y en cada circunstancia ponderaba que sobraban mil muertes a una vida.
Y cuando, al golpe de uno y otro tiro rendido el corazón, daba penoso señas de dar el último suspiro,
no sé con qué destino prodigioso volví a mi acuerdo y dije: ¿qué me admiro? ¿Quién en amor ha sido más dichoso?
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Poeta
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Yo no puedo tenerte ni dejarte, ni sé por qué al dejarte o al tenerte, se encuentra un no sé qué para quererte, y muchos sí sé qué para olvidarte.
Pues ni quieres dejarte ni enmendarte, yo templaré mi corazón de suerte que la mitad se incline a aborrecerte, aunque la otra mitad se incline a amarte;
si ello es fuerza querernos, haya modo, que es morir el estar siempre riñendo: no se hable más en celo ni en sospecha.
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Poeta
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Afuera, afuera, ansias mías; no el respeto os embarace: que es lisonja de la pena perder el miedo a los males. Salgan signos a la boca de lo que el corazón arde, que nadie, nadie creerá el incendio si el humo no da señales. El que su cuidado estima, sus sentimientos no calle; que no es muy valiente el preso que no quebranta la cárcel. Afuera, afuera ansias mías; no el respeto os embarace: que nadie, nadie creerá el incendio si el humo no da señales. Salgan signos a la boca de lo que el corazón arde, que no es muy valiente el preso que no quebranta la cárcel.
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Poeta
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