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FANTASMAGÓRICOS EMPLUMADOS
Así son los cisnes de los poros comestibles, por los manojos furiosos de amarillos, que ya no quieren ni a los rojos ni a los verdes, por hacer azules a los grises, entre violetas, lisas y rugosas, con la pantera temerosa escuchando una sirena, que se le escapa entre los dedos. Cuando los ardores le consumen el cariño iluminado por la rima, del destino virginal de los placeres, en el fondo dispuesto a hilar ensueños de tenues claridades.
Emplumados. Aunque así lo hubieren forzado las noches. Fantasmagóricos. Aunque se hubiese forzado dulcemente. El astro saliente fragante. En la excelsa virtud compartida. Del amar con sereno decoro.
Antes que la roca ría sentada en el río tibio, sonrosado simpatizante, y cierre la puerta, a los peces de coqueto sombrerito. __¿Cómo es posible que puedan salir y hacer una fogata?. Pensaba. Hasta en las plumas, que extrañaban al viejo lápiz. A veces toda la tarde caía de bruces andando por el cielo milagro repetido inquieto dentro amapola que nace en el brasero del lago sencillamente juntos fuego y agua al desnudarse ese tiempo perdido en los rincones desbordándose.
¡Fogoso y sin espinas!. Porqué ahora, las vacaciones son viudas alegres, y se niegan a tocar la playa, con las guitarras más cercanas al tambor, que a las trompetas, con la falda de escaleras, y la cena de cojines, mayores a los veinte minutos de humedades. Pluma a pluma, pues en el interior, hay una criatura diferente, a cuantas pudiese haberse imaginado. Tal vez por el silencio escondido fuego contando pétalos, virginales derramándose sedas, ágatas, algas, debajo del cuello, las alas invisibles gota a gota encendiendo al fuego plumas de oro.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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EL RELOJERO FANTASMA
Cada mañana regresaba cargando el futuro demasiado tarde para contarlo en el pasado antes qué ahora, dónde ni siquiera un valeroso reloj se hubiese aventurado atravesando las dimensiones del instante, parte a parte, sin romper el aislamiento qué callaba gris e impresionado pudiendo permanecer así mucho más qué indefinidamente desmesurado.
El mar se agitaba inerte al apuntar el alba cuándo el viento aconsejó suavemente la rebelión de las olas del mismo verde rígido y frío sin encontrar ni la menor huella de la sal desordenada en sus latidos en la playa tosca y bárbara dónde pasó el último invierno el sol sin decir nada de la tarde en un coro mecánico incapaz de hacerle mal a nadie.
Según dicen que eso hubiera sido un cuento de nunca acabar, pero la cosa es que decidió irse al extenderse en el espectro brillante de la piel del aire, y desde entonces no se acerca de improviso dónde es imposible detener las gotas del relámpago en la cama obscura que suele llegar al dejar las cosas deslizarse por el abismo unos cuantos pasos en la eclosión qué se avecina incendiando tenuemente la noche menos dura con la puerta de la blanca habitación qué se abre más allá de la pequeña esquina de los volcanes. Entre trasgo y quimera midiendo al tiempo entusiasta celosa aparición.
Cabalgando unas inquietas nubes llegaban, y le traían el mundo de afuera, el desconocido y feliz mundo al que ya no pertenecía dando la impresión de que querían ponerlo en aprietos debido al color del alboroto al abrir la ventana sin saber lo que querían con la misma luz en la esperanza qué llovían solo sequías.
Antes de la crisis cualquier ausencia tejía ilusiones de nuevos paisajes dentro de una esfera raramente placentera, justamente al mediodía, verdaderamente excitante por tanto sosiego que invita a pasar un rato como si fuera una persona con vida sin disimulo estando vestida en ropa interior, y salir sin decir nada hasta subir el tono de voz fumando un anticuado silencio.
Aquella mañana probablemente no iría hasta ver al día siguiente satisfecho por haber vuelto del bosque a pie más bien por aburrimiento qué por curiosidad dando vueltas cada vez más largas en la penumbra extraviada para decir todas las cosas qué dicen los cementerios sepultados haciendo un gran esfuerzo por pasar ignorados medio paralizados continuamente en las plataformas abrumadas de piedras.
__¡Cuándo se carece de cuerpo las palabras viajan solas luego de escribirlas con la voz adecuadamente teñida!. Pensaba convencido de su propia irrealidad vacilando sobre la manera de expresarlo. __Sin cuerpo...¿Qué duele?. Solo los recuerdos sostenidos por el tiempo que impacientes esperan ser descubiertos por el equilibrio inolvidable ajustado, sin aspaviento, en la inercia inmutable qué de todas maneras retorna llevando las cosas, y cobrando las deudas a pesar de sentir alivio ya caminando lejano del hiato y fisura.
Estuvo callado toda la noche, me exasperaba que creyera qué existía una ley indestructible como algo sólido a qué aferrarse, seguro en los momentos difíciles, cómo al salva-vidas qué no necesitaba, y encaminándose sencillamente hacia el techo dando vueltas a la pieza en la manifestación ficticia del asco a la vida por las calles vacías, y diciendo maquinalmente ya todo está en paz, al cabo de cinco minutos de ignorarlo, y forcejear con el olvido con arrojo.
En la mañana se fue sonriendo con turbación diciendo... ___¡No tiene importancia!. No son ahora más que relojes encarnados abrazando perdones. _____La próxima vez que aparezca espero que usted ya no esté siendo el segundo primero.
Autor: Joel Fortunato Reyes Pérez
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Poeta
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