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Las horas, su intangible pesadumbre, su peso que no pesa, su vacío, abigarrado horror, la sed que expío frente al espejo y su glacial vislumbre,
mi ser, que multiplica en muchedumbre y luego niega en un reflejo impío, todo, se arrastra, inexorable río, hacia la nada, sola certidumbre.
Hacia mí mismo voy; hacia las mudas, solitarias fronteras sin salida: duras aguas, opacas y desnudas,
horadan lentamente mi conciencia y van abriendo en mí secreta herida, que mana sólo, estéril, impaciencia.
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Poeta
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Ya por cambiar de piel o por tenerla nos acogemos a lo oscuro, que nos viste de sombra la carne desollada.
En los ojos abiertos cae la sombra y luego son los ojos los que en la sombra caen y es unos ojos líquidos la sombra.
¡En esos ojos anegarse, no ser sino esos ojos que no ven, que acarician como las olas si son alas, como las alas si son labios!
Pero los ojos de la sombra en nuestros ojos se endurecen y arañemos el muro o resbalemos por la roca, la sombra nos rechaza: en esa piedra no hay olvido.
Nos vamos hacia dentro, túnel negro. “Muros de cal. Zumba la luz abeja entre el verdor caliente y ya caído de las yerbas. Higuera maternal: la cicatriz del tronco, entre las hojas, era una boca hambrienta, femenina, viva en la primavera. Al mediodía era dulce trepar entre las ramas y en el verde vacío suspendido en un higo comer el sol, ya negro.”
Nada fue ayer, nada mañana, todo es presente, todo está presente, y cae y no sabemos en qué pozos, ni si detrás de ese sinfín aguarda Dios, o el Diablo, o simplemente Nadie.
Huimos a la luz que no nos miente y en un papel cualquiera escribimos palabras sin respuesta. Y enrojecen a veces las líneas azules, y nos duelen.
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Poeta
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La plaza es diminuta. Cuatro muros leprosos, una fuente sin agua, dos bancas de cemento y fresnos malheridos. El estruendo, remoto, de ríos ciudadanos. Indecisa y enorme, rueda la noche y borra graves arquitecturas. Ya encendieron las lámparas. En los golfos de sombra, en esquinas y quicios, brotan columnas vivas e inmóviles: parejas. Enlazadas y quietas, entretejen murmullos: pilares de latidos.
En el otro hemisferio la noche es femenina, abundante y acuática. Hay islas que llamean en las aguas del cielo. Las hojas del banano vuelven verde la sombra. En mitad del espacio ya somos, enlazados, un árbol que respira. Nuestros cuerpos se cubren de una yedra de sílabas.
Follajes de rumores, insomnio de los grillos en la yerba dormida, las estrellas se bañan en un charco de ranas, el verano acumula allá arriba sus cántaros, con manos visibles el aire abre una puerta. Tu frente es la terraza que prefiere la luna.
El instante es inmenso, el mundo ya es pequeño. Yo me pierdo en tus ojos y al perderme te miro en mis ojos perdida. Se quemaron los nombres, nuestros cuerpos se han ido. Estamos en el centro imantado de ¿donde?
Inmóviles parejas en un parque de México o en un jardín asiático: bajo estrellas distintas diarias eucaristías. Por la escala del tacto bajamos ascendemos al arriba de abajo, reino de las raíces, república de alas.
Los cuerpos anudados son el libro del alma: con los ojos cerrados, con mi tacto y mi lengua, deletreo en tu cuerpo la escritura del mundo. Un saber ya sin nombres: el sabor de esta tierra.
Breve luz suficiente que ilumina y nos ciega como el súbito brote de la espiga y el semen. Entre el fin y el comienzo un instante sin tiempo frágil arco de sangre, puente sobre el vacío.
Al trabarse los cuerpos un relámpago esculpen.
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Poeta
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La noche borra noches en tu rostro, derrama aceites en tus secos párpados, quema en tu frente el pensamiento y atrás del pensamiento la memoria.
Entre las sombras que te anegan otro rostro amanece. Y siento que a mi lado no eres tú la que duerme, sino la niña aquella que fuiste y que esperaba que durmieras para volver y conocerme.
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Poeta
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La luz sostiene —ingrávidos, reales— el cerro blanco y las encinas negras, el sendero que avanza, el árbol que se queda;
la luz naciente busca su camino, río titubeante que dibuja sus dudas y las vuelve certidumbres, río del alba sobre unos párpados cerrados;
la luz esculpe al viento en la cortina, hace de cada hora un cuerpo vivo, entra en el cuarto y se desliza, descalza, sobre el filo del cuchillo;
la luz nace mujer en un espejo, desnuda bajo diáfanos follajes una mirada la encadena, la desvanece un parpadeo;
la luz palpa los frutos y palpa lo invisible, cántaro donde beben claridades los ojos, llama cortada en flor y vela en vela donde la mariposa de alas negras se quema:
la luz abre los pliegues de la sábana y los repliegues de la pubescencia, arde en la chimenea, sus llamas vueltas sombras trepan los muros, yedra deseosa;
la luz no absuelve ni condena, no es justa ni es injusta, la luz con manos invisibles alza los edificios de la simetría;
la luz se va por un pasaje de reflejos y regresa a sí misma: es una mano que se inventa, un ojo que se mira en sus inventos.
La luz es tiempo que se piensa.
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Poeta
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Nubes a la deriva, continentes sonámbulos, países sin substancia ni peso, geografías dibujadas por el sol y borradas por el viento.
Cuatro muros de adobe. Buganvillas: en sus llamas pacíficas mis ojos se bañan. Pasa el viento entre alabanzas de follajes y yerbas de rodillas.
El heliotropo con morados pasos cruza envuelto en su aroma. Hay un profeta: el fresno –y un meditabundo: el pino. El jardín es pequeño, el cielo inmenso.
Verdor sobreviviente en mis escombros: en mis ojos te miras y te tocas, te conoces en mí y en mí te piensas, en mí duras y en mí te desvaneces.
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Poeta
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Islas del cielo, soplo en un soplo suspendido, ¡con pie ligero, semejante al aire, pisar sus playas sin dejar más huella que la sombra del viento sobre el agua!
¡Y como el aire entre las hojas perderse en el follaje de la bruma y como el aire ser labios sin cuerpo, cuerpo sin peso, fuerza sin orillas!
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Poeta
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Inmóvil en la luz, pero danzante, tu movimiento a la quietud que cría en la cima del vértigo se alía deteniendo, no al vuelo, sí al instante.
Luz que no se derrama, ya diamante, fija en la rotación del mediodía, sol que no se consume ni se enfría de cenizas y llama equidistante.
Tu salto es un segundo congelado que ni apresura el tiempo ni lo mata: preso en su movimiento ensimismado
tu cuerpo de sí mismo se desata y cae y se dispersa tu blancura y vuelves a ser agua y tierra oscura.
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Poeta
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Hexaedros de madera y de vidrio apenas más grandes que una caja de zapatos. En ellos caben la noche y sus lámparas.
Monumentos a cada momento hechos con los desechos de cada momento: jaulas de infinito.
Canicas, botones, dedales, dados, alfileres, timbres, cuentas de vidrio: cuentos del tiempo.
Memoria teje y destejo los ecos: en las cuatro esquinas de la caja juegan al aleleví damas sin sombra.
El fuego enterrado en el espejo, el agua dormida en el ágata: solos de Jenny Lind y Jenny Colon.
"Hay que hacer un cuadro", dijo Degas, "como se comete un crimen". Pero tú construiste cajas donde las cosas se aligeran de sus nombres.
Slot machine de visiones, vaso de encuentro de las reminiscencias, hotel de grillos y de constelaciones.
Fragmentos mínimos, incoherentes: al revés de la Historia, creadora de ruinas, tú hiciste con tus ruinas creaciones.
Teatro de los espíritus: los objetos juegan al aro con las leyes de la identidad.
Grand Hotel Couronne: en una redoma el tres de tréboles y, toda ojos, Almendrita en los jardines de un reflejo.
Un peine es un harpa pulsada por la mirada de una niña muda de nacimiento.
El reflector del ojo mental disipa et espectáculo: dios solitario sobre un mundo extinto.
Las apariciones son patentes. Sus cuerpos pesan menos que la luz. Duran lo que dura esta frase.
Joseph Cornell: en et interior de tus cajas mis palabras se volvieron visibles un instante.
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Poeta
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Soy hombre: duro poco y es enorme la noche. Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben. Sin entender comprendo: también soy escritura y en este mismo instante alguien me deletrea.
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Poeta
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