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Quisiera hacer un verso que tuviera ritmo de Primavera; que fuera como una fina mariposa rara, como una mariposa que volara sobre tu vida, y cándida y ligera revolara sobre tu cuerpo cálido de cálida palmera y al fin su vuelo absurdo reposara --tal como en una roca azul de la pradera-- sobre la linda rosa de tu cara...
Quisiera hacer un verso que tuviera toda la fragancia de la Primavera y que cual una mariposa rara revolara sobre tu vida, sobre tu cuerpo, sobre tu cara.
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Poeta
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Sencilla y vertical como una caña en el cañaveral. Oh retadora del furor genital: tu andar fabrica para el espasmo gritador espuma esquina entre tus muslos de metal.
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Poeta
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Tu vientre sabe más que tu cabeza y tanto como tus muslos. Esa es la fuerte gracia negra de tu cuerpo desnudo.
Signo de selva el tuyo, con tus collares rojos, tus brazaletes de oro curvo, y ese caimán oscuro nadando en el Zambeze de tus ojos.
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Poeta
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Noche mucho más noche; el amor ya es un hecho. Feliz nivel de paz extiende el sueño como una perfección todavía amorosa. Bulto adorable, lejos ya, se adormece, y a su candor en la isla se abandona, animal por ahí, latente. ¡Qué diario infinito sobre el lecho de una pasión: costumbre rodeada de arcano! ¡Oh noche, más oscura en nuestros brazos!
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Poeta
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¡Aquí estamos! La palabra nos viene húmeda de los bosques, y un sol enérgico nos amanece entre las venas. El puño es fuerte y tiene el remo.
En el ojo profundo duermen palmeras exorbitantes. El grito se nos sale como una gota de oro virgen. Nuestro pie, duro y ancho, aplasta el polvo en los caminos abandonados y estrechos para nuestras filas. Sabemos dónde nacen las aguas, y las amamos porque empujaron nuestras canoas bajo los cielos rojos. Nuestro canto es como un músculo bajo la piel del alma, nuestro sencillo canto.
Traemos el humo en la mañana, y el fuego sobre la noche, y el cuchillo, como un duro pedazo de luna, apto para las pieles bárbaras; traemos los caimanes en el fango, y el arco que dispara nuestras ansias, y el cinturón del trópico, y el espíritu limpio. Traemos nuestro rasgo al perfil definitivo de América.
¡Eh, compañeros, aquí estamos! La ciudad nos espera con sus palacios, tenues como panales de abejas silvestres; sus calles están secas como los ríos cuando no llueve en la montaña, y sus casas nos miran con los ojos pávidos de las ventanas. Los hombres antiguos nos darán leche y miel y nos coronarán de hojas verdes.
¡Eh, compañeros, aquí estamos! Bajo el sol nuestra piel sudorosa reflejará los rostros húmedos de los vencidos, y en la noche, mientras los astros ardan en la punta de nuestras llamas, nuestra risa madrugará sobre los ríos y los pájaros.
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Poeta
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Tendida en la madrugada, la firme guitarra espera: voz de profunda madera desesperada.
Su clamorosa cintura, en la que el pueblo suspira, preñada de son, estira la carne dura.
Arde la guitarra sola, mientras la luna se acaba; arde libre de su esclava bata de cola.
Dejó al borracho en su coche, dejó el cabaret sombrío, donde se muere de frío, noche tras noche,
y alzó la cabeza fina, universal y cubana, sin opio, ni mariguana, ni cocaína.
¡Venga la guitarra vieja, nueva otra vez al castigo con que la espera el amigo, que no la deja!
Alta siempre, no caída, traiga su risa y su llanto, clave las uñas de amianto sobre la vida.
Cógela tú, guitarrero, límpiale de alcol la boca, y en esa guitarra, toca tu son entero.
El son del querer maduro, tu son entero; el del abierto futuro, tu son entero; el del pie por sobre el muro, tu son entero...
Cógela tú, guitarrero, límpiale de alcol la boca, y en esa guitarra, toca tu son entero.
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Poeta
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Esta mujer angélica de ojos septentrionales, que vive atenta al ritmo de su sangre europea, ignora que en lo hondo de ese ritmo golpea un negro el parche duro de roncos atabales.
Bajo la línea escueta de su nariz aguda, la boca, en fino trazo, traza una raya breve, y no hay cuervo que manche la solitaria nieve de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.
¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas; boga en el agua viva que allá dentro te fluye, y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;
que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla la dulce sombra oscura del abuelo que huye, el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.
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Poeta
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Sobre la quemadura de la amapola aplícate jazmines ,que eso la cura; si acaso fuese grave la quemadura usarás la camelia, pero una sola.
Cuando el cielo en verano se tornasola y ni una nube vaga de cruel blancura, y el hastío te invade como una impura serpiente que te aprieta y asfixia y viola,
búscate una muchacha que toque viola, siempre que de ella sea la partitura, y quémala tú mismo con amapola;
una muchacha fresca, sonriente y pura y dale una camelia, pero una sola, si acaso fuese grave la quemadura...
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Poeta
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Cómo no ser romántico y siglo XIX, no me da pena, cómo no ser Musset viéndola esta tarde tendida casi exangüe, hablando desde lejos, lejos de allá del fondo de ella misma, de cosas leves, suaves, tristes.
Los shorts bien shorts permiten ver sus detenidos muslos casi poderosos, pero su enferma blusa pulmonar convaleciente tanto como su cuello-fino-Modigliani, tanto como su piel-margarita-trigo-claro, Margarita de nuevo ( así preciso ), en la chaise-longue ocasional tendida ocasional junto al teléfono, me devuelven un busto transparente ( Nada, no más un poco de cansancio ).
Es sábado en la calle, pero en vano. Ay, cómo amarla de manera que no se me quebrara de tan espuma tan soneto y madrigal, me voy no quiero verla, de tan Musset y siglo XIX cómo no ser romántico.
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Poeta
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¡De que callada manera se me adentra usted sonriendo, como si fuera la primavera ! (Yo, muriendo.)
Y de que modo sutil me derramó en la camisa todas las flores de abril
¿Quién le dijo que yo era risa siempre, nunca llanto, como si fuera la primavera? (No soy tanto.)
En cambio, ¡Qué espiritual que usted me brinde una rosa de su rosal principal!
De que callada manera se me adentra usted sonriendo, como si fuera la primavera (Yo, muriendo.)
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Poeta
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