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Dijiste la palabra que enamora A mis oídos. Ya olvidaste. Bueno. Duerme tranquilo. Debe estar sereno Y hermoso el rostro tuyo a toda hora.
Cuando encanta la boca seductora Debe ser fresca, su decir ameno; Para tu oficio de amador no es bueno El rostro ardido del que mucho llora.
Te reclaman destinos más gloriosos Que el de llevar, entre los negros pozos De las ojeras, la mirada en duelo.
¡Cubre de bellas víctimas el suelo! Más daño al mundo hizo la espada fatua De algún bárbaro rey Y tiene estatua.
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Poeta
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Oh mar, enorme mar, corazón fiero De ritmo desigual, corazón malo, Yo soy más blanda que ese pobre palo Que se pudre en tus ondas prisionero.
Oh mar, dame tu cólera tremenda, Yo me pasé la vida perdonando, Porque entendía, mar, yo me fui dando: "Piedad, piedad para el que más ofenda".
Vulgaridad, vulgaridad me acosa. Ah, me han comprado la ciudad y el hombre. Hazme tener tu cólera sin nombre: Ya me fatiga esta misión de rosa.
¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena, Me falta el aire y donde falta quedo, Quisiera no entender, pero no puedo: Es la vulgaridad que me envenena.
Me empobrecí porque entender abruma, Me empobrecí porque entender sofoca, ¡Bendecida la fuerza de la roca! Yo tengo el corazón como la espuma.
Mar, yo soñaba ser como tú eres, Allá en las tardes que la vida mía Bajo las horas cálidas se abría... Ah, yo soñaba ser como tú eres.
Mírame aquí, pequeña, miserable, Todo dolor me vence, todo sueño; Mar, dame, dame el inefable empeño De tornarme soberbia, inalcanzable.
Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza, ¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo! Desdichada de mí, soy un abrojo, Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.
Y el alma mía es como el mar, es eso, Ah, la ciudad la pudre y equivoca Pequeña vida que dolor provoca, ¡Que pueda libertarme de su peso!
Vuele mi empeño, mi esperanza vuele... La vida mía debió ser horrible, Debió ser una arteria incontenible Y apenas es cicatriz que siempre duele.
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Poeta
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Anda, date a volar, hazte una abeja, En el jardín florecen amapolas, Y el néctar fino colma las corolas; Mañana el alma tuya estará vieja.
Anda, suelta a volar, hazte paloma, Recorre el bosque y picotea granos, Come migajas en distintas manos La pulpa muerde de fragante poma.
Anda, date a volar, sé golondrina, Busca la playa de los soles de oro, Gusta la primavera y su tesoro, La primavera es única y divina.
Mueres de sed: no he de oprimirte tanto... Anda, camina por el mundo, sabe; Dispuesta sobre el mar está tu nave: Date a bogar hacia el mejor encanto.
Corre, camina más, es poco aquéllo... Aún quedan cosas que tu mano anhela, Corre, camina, gira, sube y vuela: Gústalo todo porque todo es bello.
Echa a volar... mi amor no te detiene, ¡Cómo te entiendo, Bien, cómo te entiendo! Llore mi vida... el corazón se apene... Date a volar, Amor, yo te comprendo.
Callada el alma... el corazón partido, Suelto tus alas... ve... pero te espero. ¿Cómo traerás el corazón, viajero? Tendré piedad de un corazón vencido.
Para que tanta sed bebiendo cures Hay numerosas sendas para tí... Pero se hace la noche; no te apures... Todas traen a mí...
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Poeta
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Me levanté temprano y anduve descalza Por los corredores: bajé a los jardines Y besé las plantas Absorbí los vahos limpios de la tierra, Tirada en la grama; Me bañé en la fuente que verdes achiras Circundan. Más tarde, mojados de agua Peiné mis cabellos. Perfumé las manos Con zumo oloroso de diamelas. Garzas Quisquillosas, finas, De mi falda hurtaron doradas migajas. Luego puse traje de clarín más leve Que la misma gasa. De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo Mi sillón de paja. Fijos en la verja mis ojos quedaron, Fijos en la verja. El reloj me dijo: diez de la mañana. Adentro un sonido de loza y cristales: Comedor en sombra; manos que aprestaban Manteles. Afuera, sol como no he visto Sobre el mármol blanco de la escalinata. Fijos en la verja siguieron mis ojos, Fijos. Te esperaba.
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Poeta
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Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera; una constelación; la que te guste; todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes... te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido...
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Poeta
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Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas, he sentido el otoño; sus achaques de viejo me han llenado de miedo; me ha contado el espejo que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas...
¡Que curioso destino! Me ha golpeado a las puertas en plena primavera para brindarme nieve y mis manos se hielan bajo la presión leve de cien rosas azules sobre sus dedos muertas
Ya me siento invadida totalmente de hielo; castañean mis dientes mientras el sol, afuera, pone manchas de oro, tal como en primavera, y ríe en la ensondada profundiad del cielo.
Y lloro lentamente, con un dolor maldito... con un dolor que pesa sobre mis fibras todas, ¡Oh, la palida muerte que me ofrece sus bodas y el borroso misterio cargado de infinito!
¡Pero yo me rebelo!... ¿Cómo esta forma humana que costó a la materia tantas transformaciones me mata, pecho adentro, todas las ilusiones y me brinda la noche casi en plena mañana?
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Poeta
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Quisiera esta tarde divina de octubre Pasear por la orilla lejana del mar;
Oue la arena de oro, y las aguas verdes, Y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera, Como una romana, para concordar
Con las grandes olas, y las rocas muertas Y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos Y la boca muda, dejarme llevar;
Ver cómo se rompen las olas azules Contra los granitos y no parpadear
Ver cómo las aves rapaces se comen Los peces pequeños y no despertar;
Pensar que pudieran las frágiles barcas Hundirse en las aguas y no suspirar;
Ver que se adelanta, la garganta al aire, El hombre más bello; no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente, Perderla, y que nunca la vuelva a encontrar;
Y, figura erguida, entre cielo y playa, Sentirme el olvido perenne del mar.
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Poeta
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Ahora quiero amar algo lejano... Algún hombre divino Que sea como un ave por lo dulce, Que haya habido mujeres infinitas Y sepa de otras tierras, y florezca La palabra en sus labios, perfumada: Suerte de selva virgen bajo el viento...
Y quiero amarlo ahora. Está la tarde Blanda y tranquila como espeso musgo, Tiembla mi boca y mis dedos finos, Se deshacen mis trenzas poco a poco.
Siento un vago rumor... Toda la tierra Está cantando dulcemente... Lejos Los bosques se han cargado de corolas, Desbordan los arroyos de sus cauces Y las aguas se filtran en la tierra Así como mis ojos en los ojos Que estoy sonañdo embelesada...
Pero Ya está bajando el sol de los montes, Las aves se acurrucan en sus nidos, La tarde ha de morir y él está lejos... Lejos como este sol que para nunca Se marcha y me abandona, con las manos Hundidas en las trenzas, con la boca Húmeda y temblorosa, con el alma Sutilizada, ardida en la esperanza De este amor infinito que me vuelve Dulce y hermosa...
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Poeta
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Mi corazón es como un dios sin lengua, Mudo se está a la espera del milagro, He amado mucho, todo amor fue magro, Que todo amor lo conocí con mengua.
He amado hasta llorar, hasta morirme. Amé hasta odiar, amé hasta la locura, Pero yo espero algún amor natura Capaz de renovarme y redimirme.
Amor que fructifique mi desierto Y me haga brotar ramas sensitivas, Soy una selva de raíces vivas, Sólo el follaje suele estarse muerto.
¿En dónde está quien mi deseo alienta? ¿Me empobreció a sus ojos el ramaje? Vulgar estorbo, pálido follaje Distinto al tronco fiel que lo alimenta.
¿En dónde está el espíritu sombrío De cuya opacidad brote la llama? Ah, si mis mundos con su amor inflama Yo seré incontenible como un río.
¿En dónde está el que con su amor me envuelva? Ha de traer su gran verdad sabida... Hielo y más hielo recogí en la vida: Yo necesito un sol que me disuelva.
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Poeta
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Tú me quieres alba, Me quieres de espumas, Me quieres de nácar. Que sea azucena Sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada
Ni un rayo de luna Filtrado me haya. Ni una margarita Se diga mi hermana. Tú me quieres nívea, Tú me quieres blanca, Tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas Las copas a mano, De frutos y mieles Los labios morados. Tú que en el banquete Cubierto de pámpanos Dejaste las carnes Festejando a Baco. Tú que en los jardines Negros del Engaño Vestido de rojo Corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto Conservas intacto No sé todavía Por cuáles milagros, Me pretendes blanca (Dios te lo perdone), Me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡Me pretendes alba!
Huye hacia los bosques, Vete a la montaña; Límpiate la boca; Vive en las cabañas; Toca con las manos La tierra mojada; Alimenta el cuerpo Con raíz amarga; Bebe de las rocas; Duerme sobre escarcha; Renueva tejidos Con salitre y agua; Habla con los pájaros Y lévate al alba. Y cuando las carnes Te sean tornadas, Y cuando hayas puesto En ellas el alma Que por las alcobas Se quedó enredada, Entonces, buen hombre, Preténdeme blanca, Preténdeme nívea, Preténdeme casta.
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Poeta
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