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Nadadora de noche, nadadora entre olas y tinieblas. Brazos blancos hundiéndose, naciendo, con un ritmo regido por designios ignorados, avanzas contra la doble resistencia sorda de oscuridad y mar, de mundo oscuro. Al naufragar el día, tú, pasajera de travesías por abril y mayo, te quisiste salvar, te estás salvando, de la resignación, no de la suerte. Se te rompen las alas, desbravadas, hecho su asombro espuma, arrepentidas ya de su milicia, cuando tú les ofreces, como un pacto, tu fuerte pecho virgen. Se te rompen las densas ondas anchas de la noche contra ese afán de claridad que buscas, brazada por brazada, y que levanta un espumar altísimo en el cielo; espumas de luceros; sí, de estrellas, que te salpica el rostro con un tumulto de constelaciones; de mundos. Desafía mares de siglos, siglos de tinieblas, tu inocencia desnuda. Y el rítmico ejercicio de tu cuerpo soporta, empuja, salva mucho más que tu carne. Así tu triunfo tu fin será, y al cabo, traspasadas el mar, la noche, las conformidades, del otro lado ya del mundo negro, en la playa del mundo que alborea, morirás en la aurora que ganaste.
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Poeta
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¿Las oyes cómo piden realidades, ellas, desmelenadas, fieras, ellas, las sombras que los dos forjamos en este inmenso lecho de distancias? Cansadas ya de infinitud, de tiempo sin medida, de anónimo, heridas por una gran nostalgia de materia, piden límites, días, nombres. No pueden vivir así ya más; están al borde del morir de las sombras que es la nada. Acude, ven conmigo. Tiende tus manos, tiéndeles tu cuerpo. Los dos les buscaremos un color, una fecha, un pecho, un sol. Que descansen en ti, se tú su carne. ¡Se calmará su enorme ansia errante, mientras las estrechamos ávidamente entre los cuerpos nuestros donde encuentran su pasto y su reposo. Adormirán al fin en nuestro sueño abrazado, abrazadas. Y así luego, al separarnos, al nutrirnos sólo de sombras, entre lejos, ellas tendrán recuerdos ya, tendrán pasado de carne y hueso, el tiempo que vivieron en nosotros. Y su afanoso sueño de sombras, otra vez, será el retorno a esta corporeidad mortal y rosa donde el amor inventa su infinito.
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Poeta
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Tú vives siempre en tus actos. Con la punta de tus dedos pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores, alegrías: es tu música. La vida es lo que tú tocas.
De tus ojos, sólo de ellos, sale la luz que te guía los pasos. Andas por lo que ves. Nada más.
Y si una duda te hace señas a diez mil kilómetros, lo dejas todo, te arrojas sobre proas, sobre alas, estás ya allí; con los besos, con los dientes la desgarras: ya no es duda. Tú nunca puedes dudar.
Porque has vuelto los misterios del revés. Y tus enigmas, lo que nunca entenderás, son esas cosas tan claras: la arena donde te tiendes, la marcha de tu reloj y el tierno cuerpo rosado que te encuentras en tu espejo cada día al despertar, y es el tuyo. Los prodigios que están descifrados ya.
Y nunca te equivocaste, más que una vez, una noche que te encaprichó una sombra -la única que te ha gustado-. Una sombra parecía. Y la quisiste abrazar. Y era yo.
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Poeta
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La forma de querer tú es dejarme que te quiera. El sí con que te me rindes es el silencio. Tus besos son ofrecerme los labios para que los bese yo. Jamás palabras, abrazos, me dirán que tú existías, que me quisiste: Jamás. Me lo dicen hojas blancas, mapas, augurios, teléfonos; tú, no. Y estoy abrazado a ti sin preguntarte, de miedo a que no sea verdad que tú vives y me quieres. Y estoy abrazado a ti sin mirar y sin tocarte. No vaya a ser que descubra con preguntas, con caricias, esa soledad inmensa de quererte sólo yo.
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Poeta
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No estás ya aquí. Lo que veo de ti, cuerpo, es sombra, engaño. El alma tuya se fue donde tú te irás mañana. Aún esta tarde me ofrece falsos rehenes, sonrisas vagas, ademanes lentos, un amor ya distraído. Pero tu intención de ir te llevó donde querías lejos de aquí, donde estás diciéndome: «aquí estoy contigo, mira». Y me señalas la ausencia.
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Poeta
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Horizontal, sí, te quiero. Mírale la cara al cielo, de la cara. Déjate ya de fingir un equilibrio donde lloramos tú y yo. Ríndete a la gran verdad final, a lo que has de ser conmigo, tendida ya, paralela, en la muerte o en el beso. Horizontal es la noche en el mar, gran masa trémula sobre la tierra acostada, vencida sobre la playa. El estar de pie, mentira: sólo correr o tenderse. Y lo que tú y yo queremos y el día - ya tan cansado de estar con su luz, derecho - es que nos llegue, viviendo y con temblor de morir, en lo más alto del beso, ese quedarse rendidos por el amor más ingrávido, al peso de ser de tierra, materia, carne de vida. En la noche y la trasnoche, y el amor y el transamor, ya cambiados en horizontes finales, tú y yo, de nosotros mismos.
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Poeta
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¿Fue como beso o llanto? ¿Nos hallamos con las manos, buscándonos a tientas, con los gritos, clamando, con las bocas que el vacío besaban? ¿Fue un choque de materia y materia, combate de pecho contra pecho, que a fuerza de contactos se convirtió en victoria gozosa de los dos, en prodigioso pacto de tu ser con mi ser enteros? ¿O tan sencillo fue, tan sin esfuerzo, como una luz que se encuentra con otra luz, y queda iluminado el mundo, sin que nada se toque?
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Poeta
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¡Ay qué tarde organizada en surtidor y palmera, en cristal recto, desmayo en palma curva, querencia!
Dos líneas se me echan encima a campanillazos paralelas del tranvía. Pero yo quiero a esas otras que se van sin llevarme por el cielo: telégrafo, nubes blancas, y -compás de los horizontes- el pico de las cigüeñas.
¡Qué perfecto lo redondo verde, azul! ¡Ay, si se suelta! Lo tiene un niño de un hilo. ¡Quieto, aire del sur, aire aire! La pura geometría, dime, ¿quién se la quita a la tarde?
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Poeta
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No me fío de la rosa de papel, tantas veces que la hice yo con mis manos. Ni me fío de la otra rosa verdadera, hija del sol y sazón, la prometida del viento. De ti que nunca te hice, de ti que nunca te hicieron, de ti me fío, redondo seguro azar.
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Poeta
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En vez de soñar, contar.
La fachada del oeste tiene seiscientas doce ventanas.
Por la primavera van en su cielo, hacia el domingo una, dos, tres, cuatro, cinco nubes blancas.
Yo te quiero a ti, y a ti y a ti. A tres os quiero yo. A las doce el tiempo da doce campanadas.
Y ya no podrá escapárseme en las volandas del sueño la mañana. Haré la raya para ir sumando: seiscientas doce, más cinco, más tres, más doce. ¡Qué felicidad igual a seiscientas treinta y dos! En abril, al mediodía cuenta clara.
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Poeta
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