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No quiero que te vayas, dolor, última forma de amar. Me estoy sintiendo vivir cuando me dueles no en ti, ni aquí, más lejos: en la tierra, en el año de donde vienes tú, en el amor con ella y todo lo que fue. En esa realidad hundida que se niega a sí misma y se empeña en que nunca ha existido, que sólo fue un pretexto mío para vivir. Si tú no me quedaras, dolor, irrefutable, yo me lo creería; pero me quedas tú. Tu verdad me asegura que nada fue mentira. Y mientras yo te sienta, tú me serás, dolor la prueba de otra vida en que no me dolías. La gran prueba, a lo lejos, de que existió, que existe, de que me quiso, sí, de que aún la estoy queriendo.
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Poeta
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Tú vives siempre en tus actos. Con la punta de tus dedos pulsas el mundo, le arrancas auroras, triunfos, colores, alegrías: es tu música. La vida es lo que tú tocas.
De tus ojos, sólo de ellos, sale la luz que te guía los pasos. Andas por lo que ves. Nada más.
Y si una duda te hace señas a diez mil kilómetros, lo dejas todo, te arrojas sobre proas, sobre alas, estás ya allí; con los besos, con los dientes la desgarras: ya no es duda. Tú nunca puedes dudar.
Porque has vuelto los misterios del revés. Y tus enigmas, lo que nunca entenderás, son esas cosas tan claras: la arena donde te tiendes, la marcha de tu reloj y el tierno cuerpo rosado que te encuentras en tu espejo cada día al despertar, y es el tuyo. Los prodigios que están descifrados ya.
Y nunca te equivocaste, más que una vez, una noche que te encaprichó una sombra -la única que te ha gustado-. Una sombra parecía. Y la quisiste abrazar. Y era yo.
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Poeta
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Tú no puedes quererme: estás alta, ¡qué arriba! Y para consolarme me envías sombras, copias retratos, simulacros, todos tan parecidos como si fueses tú. Entre figuraciones vivo, de ti, sin ti.
Me quieren, me acompañan. Nos vamos por los claustros del agua, por los hielos flotantes, por las pampas, o a cines minúsculos y hondos. Siempre hablando de ti. Me dicen: "No somos ella, pero ¡si tú vieras qué iguales!" Tus espectros, que brazos largos, que labios duros tienen: si, como tú.
Por fingir que me quieres, me abrazan y me besan. Sus voces tiernas dicen que tú abrazas, que tú besas así. Yo vivo de sombras, entre sombras de carne tibia, bella, con tus ojos, tu cuerpo, tus besos, si, con todo lo tuyo menos tú. Con criaturas falsas, divinas, interpuestas para que ese gran beso que no podemos darnos me lo den, se lo dé.
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Poeta
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Tú no las puedes ver; yo, sí. Claras, redondas, tibias. Despacio se van a su destino; despacio, por marcharse más tarde de tu carne. Se van a nada; son eso no más, su curso. y una huella, a lo largo, que se borra en seguida. ¿Astros? Tú no las puedes besar. Las beso yo por ti. Saben; tienen sabor a los zumos del mundo. ¡Qué gusto negro y denso a tierra, a sol, a mar! Se quedan un momento en el beso, indecisas entre tu carne fría y mis labios; por fin las arranco. Y no sé si es que eran para mí. Porque yo no sé nada. ¿Son estrellas, son signos, son condenas o auroras? Ni en mirar ni en besar aprendí lo que eran. Lo que quieren se queda allá atrás, todo incógnito. y su nombre también. (Si las llamara lágrimas, nadie me entendería.)
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Poeta
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Te busqué por la duda: no te encontraba nunca. Me fui a tu encuentro por el dolor. Tú no venías por allí.
Me metí en lo más hondo por ver si, al fin, estabas. Por la angustia, desgarradora, hiriéndome . Tú no surgías nunca de la herida.
Y nadie me hizo señas -un jardín o tus labios, con árboles, con besos-; nadie me dijo -por eso te perdí- que tú ibas por las últimas terrazas de la risa, del gozo, de lo cierto.
Que a ti te encontraba en las cimas del beso si duda y sin mañana. En el vértice puro de la alegría alta, multiplicando júbilos por júbilos, por risas, por placeres. Apuntando en el aire las cifras fabulosas, sin peso de tu dicha.
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Poeta
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Sin armas. Ni las dulces sonrisas, ni las llamas rápidas de la ira. Sin armas. Ni las dulces sonrisas, ni las llamas rápidas de la ira. Sin armas. Ni las aguas de la bondad sin fondo, ni la perfidia, corvo pico. Nada. Sin armas. Sola. Ceñida en tu silencio. «Sí» y «no», «mañana» y «cuando» quiebran agudas puntas de inútiles saetas en tu silencio liso sin derrota ni gloria. ¡Cuidado! que te mata -fría, invencible, eterna- eso, lo que te guarda, eso, lo que te salva, el filo del silencio que tú aguzas.
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Poeta
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¡Si tú supieras que ese gran sollozo que estrechas en tus brazos, que esa lágrima que tú secas besándola, vienen de ti, son tú, dolor de ti hecho lágrimas mías, sollozos míos! Entonces ya no preguntarías al pasado, a los cielos, a la frente, a las cartas, qué tengo, por qué sufro. Y toda silenciosa, con ese gran silencio de la luz y el saber, me besarías más, y desoladamente. Con la desolación del que no tiene al lado otro ser, un dolor ajeno; del que está solo ya con su pena. Queriendo consolar en un otro quimérico el gran dolor que es tuyo.
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Poeta
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No te quiero mucho, amor. No te quiero mucho. Eres tan cierto y mío, seguro, de hoy, de aquí, que tu evidencia es el filo con que me hiere el abrazo. Espero para quererte. Se gastarán tus aceros en días y noches blandos, y a lo lejos turbio, vago, en nieblas de fue o no fue, en el mar del más y el menos, cómo te voy a querer, amor, ardiente cuerpo entregado, cuando te vuelvas recuerdo, sombra esquiva entre los brazos.
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Poeta
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Te busco. No en tu nombre, si lo dicen, no en tu imagen, si la pintan. Detrás, detrás, más allá.
Por detrás de ti te busco. No en tu espejo, no en tu letra, ni en tu alma. Detrás, más allá.
También detrás, más atrás de mí te busco. No eres lo que yo siento de ti. No eres lo que me está palpitando con sangre mía en las venas, sin ser yo. Detrás, más allá te busco.
Por encontrarte, dejar de vivir en ti, en mí, y en los otros. Vivir ya detrás de todo, al otro lado de todo -por encontrarte- como si fuese morir.
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Poeta
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¡Si me llamaras, sí, si me llamaras!
Lo dejaría todo, todo lo tiraría: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos y un amor. Tú, que no eres mi amor, ¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz: telescopios abajo, desde la estrella, por espejos, por túneles, por los años bisiestos puede venir. No sé por dónde. Desde el prodigio, siempre. Porque si tú me llamas -¡si me llamaras, sí, si me llamaras!- será desde un milagro, incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso, nunca desde a voz que dice: "No te vayas."
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Poeta
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