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Qué demencia, con soplo arrebatado, me impulsa a ti en un vértigo? Lo ignoro, sólo sé que te ansío, que te adoro, y que en ti el universo he compendiado.
Tu hechizante beldad brilló a mi lado y no la supe ver; perdí el tesoro de tu belleza espléndida; y hoy lloro la infausta ceguedad de mi pasado.
Mejor así: te ennobleció la vida en la cruz del pesar, y al encontrarte te siento a mí por el dolor unida.
Hago de tu dolor sangre del arte, y te amo con amor cuya medida se extiende al tiempo que dejé de amarte.
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Poeta
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En la noche de enero plenamente estrellada, como acaso en los siglos no lo ha sido ninguna, parecían los cielos constelados de luna, florestas por donde iba pasando una nevada.
Era un lecho de bodas la tierra perfumada; propicio era el silencio; la paz era oportuna; mas la noche inspiraba tal arrobo, que ni una vez osaron mis labios besar los de la Amada.
Unción ultraterrena de dos almas; delicia de dos seres que, a solas, eluden la caricia y que juzgan sacrílego contemplarse un momento.
Noche, de tan hermosa, noche casi imposible, en la que era su carne, cual la luz, intangible, y puro, cual los astros, era mi pensamiento.
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Poeta
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Después de que con lúbrico recreo ávidos besos en tu boca imprima, como quien logra ambicionada cima te escalaré en la fiebre del deseo.
Buscaré el montecillo de Himeneo donde celoso musgo lo escatima, y en contubernio de tu carne opima llegaré del deleite al apogeo.
Pasado el lujurioso escalofrío, sentiré ante tu carne poseída odio a tu cuerpo, repugnancia al mío;
y también la congoja repetida de ver que sólo a destilar hastío se abre, mujer, tu impenitente herida.
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Poeta
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Estábamos a solas en el parque silente la tarde en desmayadas medias tintas moría, y era tal el encanto que en las cosas había que daban como anhelos de besar el ambiente.
Primavera llegaba y el retoño incipiente -anuncio placentero de la flor- verdecía y el alma contagiada del milagro del día florecía lo mismo que el jardín renaciente
Ella escrutaba el cielo con fijeza tan honda que el verdor transparente de sus ojos cordiales transformóse en un verde sensitivo de fronda.
Yo la miré y ansioso de halagar sus antojos, la dije ante los tiernos brotes primaverales: esta vez ha empezado la estación en tus ojos.
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Poeta
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Dos columnas pulidas, dos eternas columnas que relucen de blancura, forja la línea irreprochable y pura, como trazada en mármol, de tus piernas.
Con qué noble prestigio las gobiernas cuando al marchar, solemne de hermosura, imprimes a tu cuerpo la segura majestad de las Venus sempiternas.
Y cuando, inmóvil, luminosa y alta, en desnudez olímpica te ofreces, entre tus muslos de marfil resalta,
como una sombra, el bosquecillo terso de ébano y seda, bajo el cual guarneces el tesoro mejor del universo.
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Poeta
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Guardo en mi triste corazón inquieto un recóndito amor. Nadie lo ha visto ni lo verá jamás, pues lo revisto -para hacerlo más mío- del secreto.
Ella lo inspira en mí, pero discreto nunca lo nombro ni en mirarla insisto cuando, por un feliz don imprevisto, de su vago mirar soy el objeto...
Callada vive en mis ensueños como en virgen concha adormecida perla, o leve aroma en repulido pomo.
Y si presiento en mi inquietud perderla, a el alma bajo y con temor me asomo, para poder, sin que me miren, verla.
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Poeta
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Ella es así: la frente marfileña, a sol bruñidos los cabellos de oro, y dichoso compendio del sonoro brazo de un arpa la nariz risueña.
Su perfil reproduce el de fileña concha de mar en que durmió un tesoro, y los hombros, de helénico decoro, son dignos de un reposo de cigüeña.
Es tan blanca, que a veces se confunde su cuerpo con la luz. en lo que mira una instantánea castidad infunde;
a su lado inocencia se respira, y en conjunto feliz ella refunde nieve, perla, ave, flor, ángel y lira.
***
Ella es así: por donde pasa deja de subyugante sencillez la nota; cada expresión que de sus labios brota algún móvil purísimo refleja.
Nunca turba su voz áspera queja; nunca innoble pesar su alma denota; donde impera la sed, ella es la gota; donde falta el panal. ella es la abeja.
La intimidad de los jardines ama; ingenua devoción le inspira el arte que en el dolor de sus bálsamos derrama.
Cual pan de Dios la comprensión reparte; si dicha no le doy no la reclama, mas si alguna le dan, tengo mi parte.
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Poeta
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Cuando llegué a tus brazos, mi corazón rendido venía del desierto de una pena tenaz; tus brazos eran tibios y muelles como un nido, y en ellos me ofreciste la blandura y la paz.
Con flatiga del mundo, con nostalgia de olvido, escondí entre tus senos perfumados la faz, y me quedé sobre ellos dulcemente dormido, como un niño confiado sobre un valle feraz.
Quiero que así transcurra la vida que me resta por vivir: sin anhelos, sin dolor, sin protesta, sintiendo que tú encarnas mi insa,ciado ideal.
y cuando ya la muerte se llegue cautelosa, pasar, como en un sueño, de tus brazos de rosa, a los brazos solemnes de la noche eternal.
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Poeta
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En la grata penumbra de la alcoba todo, indecisamente sumergido y ella, desmelenada en el mullido y perfumado lecho de caoba;
tembló mi carne enfebrecida y loba, y arrobeme a su cuerpo repulido como un jazminero florecido una alimaña pérfida se arroba;
besé con beso deleitoso y sabio su palpitante desnudez de luna y en insaciada exploración, mi labio
bajo al umbroso edén de los edenes mientras sus piernas me formaban una corona de impudor sobre las sienes....
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Poeta
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En medio a mis congojas, en mitad de mi hastío, tu recuerdo lejano, tu recuerdo clemente, vino, desde las sombras, a posarse en mi frente y a decirme que aún vive nuestro amor, amor mío.
Perdóname! La culpa del injusto desvío fue del hombre que sueña, no del hombre que siente. Míra: puede en su rumbo desviarse la corriente pero la imagen sigue reflejada en el río.
Tu recuerdo en mi alma se nubló como aquella lumbre de los luceros que en la noche callada se eclipsa si las nubes se detienen ante ella.
Mi olvido fue una nube que ya va de partida, y tu amor es la estrella que un momento eclipsada sigue irradiando inmóvil en lo azul de mi vida.
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Poeta
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