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A veces, tan ligera como un pez en el agua, me muevo entre las cosas feliz y alucinada.
Feliz de ser quien soy, sólo una gran mirada: ojos de par en par y manos despojadas.
Seno de Dios, asombro lejos de las palabras. Patria mía perdida, recobrada.
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Poeta
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No, no es la solución tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy ni apurar el arsénico de Madame Bovary ni aguardar en los páramos de Ávila la visita del ángel con venablo antes de liarse el manto a la cabeza y comenzar a actuar. Ni concluir las leyes geométricas, contando las vigas de la celda de castigo como lo hizo Sor Juana. No es la solución escribir, mientras llegan las visitas, en la sala de estar de la familia Austen ni encerrarse en el ático de alguna residencia de la Nueva Inglaterra y soñar, con la Biblia de los Dickinson, debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo ni Mesalina ni María Egipciaca ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.
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Poeta
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Quisimos aprender la despedida y rompimos la alianza que juntaba al amigo con la amiga. Y alzamos la distancia entre las amistades divididas.
Para aprender a irnos, caminamos. Fuimos dejando atrás las colinas, los valles, los verdeantes prados. miramos su hermosura pero no nos quedamos.
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Poeta
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Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día; este cabello triste que se cae cuando te estás peinando ante el espejo. Esos túneles largos que se atraviesan con jadeo y asfixia; las paredes sin ojos, el hueco que resuena de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche se vuelve, de pronto, respirable. Y cuando un astro rompe sus cadenas y lo ves zigzaguear, loco, y perderse, no por ello la ley suelta sus garfios. El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla el sabor de las lágrimas. Y en el abrazo ciñes el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.
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Poeta
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Compartimos sólo un desastre lento Me veo morir en ti, en otro, en todo Y todavía bostezo o me distraigo Como ante el espectáculo aburrido.
Se destejen los días, Las noches se consumen antes de darnos cuenta;
Así nos acabamos.
Nada es. Nada está. Entre el alzarse y el caer del párpado.
Pero si alguno va a nacer (su anuncio, La posibilidad de su inminencia Y su peso de sílaba en el aire), Trastorna lo existente, Puede más que lo real Y desaloja el cuerpo de los vivos.
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Poeta
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Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos de mil dioses antiguos derribados se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo recomponer su estatua. De las bocas destruidas quiere subir hasta mi boca un canto, un olor de resinas quemadas, algún gesto de misteriosa roca trabajada. Pero soy el olvido, la traición, el caracol que no guardó del mar ni el eco de la más pequeña ola. Y no miro los templos sumergidos; sólo miro los árboles que encima de las ruinas mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos el viento cuando pasa. Y los signos se cierran bajo mis ojos como la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego. Pero yo sé: detrás de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa, y alrededor de mí muchas respiraciones cruzan furtivamente como los animales nocturnos en la selva. Yo sé, en algún lugar, lo mismo que en el desierto cactus, un constelado corazón de espinas está aguardando un hombre como el cactus la lluvia. Pero yo no conozco más que ciertas palabras en el idioma o lápida bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.
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Poeta
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I Entre la muerte y yo he erigido tu cuerpo: que estrelle en ti sus olas funestas sin tocarme y resbale en espuma deshecha y humillada.
Cuerpo de amor, de plenitud, de fiesta, palabras que los vientos dispensan como pétalos, campanas delirantes al crepúsculo .
Todo lo que la tierra echa a volar en pájaros, todo lo que los lagos atesoran de cielo más el bosque y la piedra y las colmenas.
Cuajada de cosechas bailo sobre las eras mientras el tiempo llora por sus guadañas rotas.
Venturosa ciudad amurallada, ceñida de milagros, descanso en el recinto de este cuerpo que empieza donde termina el mío.
II Convulsa entre tus brazos como mar entre rocas, rompiéndome en el filo del gozo o mansamente lamiendo las arenas asoleadas.
Bajo tu tacto tiemblo como un arco en tensión palpitante de flechas y de agudos silbidos inminentes.
Mi sangre se enardece igual que una jauría olfateando la presa y el estrago pero bajo tu voz mi corazón se rinde en palomas devotas y sumidas.
III Tu sabor se anticipa entre las uvas que lentamente ceden a la lengua comunicando azúcares íntimos y selectos.
Tu presencia es el júbilo. Cuando partes, arrasas jardines y transformas la feliz somnolencia de la tórtola en una fiera expectación de galgos.
Y, amor, cuando regresas el ánimo turbado te presiente como los siervos jóvenes la vecindad del agua.
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Poeta
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I Al pie de un sauce, triste Narciso de las aguas, o cerca de una roca inexorable quiero dejar mi cuerpo como el que deja ropas en la playa. Ay, mis brazos, guirnaldas desceñidas, ay, mi cintura quieta entre las danzas.
No soy de los que exprimen su corazón en un lugar violento. Soy de los que atestiguan la belleza y la muerte de la rosa.
II Si pudiera mirarte, bella tan sólo, rosa, y detener mis ojos largamente en tus pétalos como una sed que duerme a la orilla de un río.
Si te mirara sólo, sin amarte, con este amor convulso y desgarrado de quien siente tu fuga irrevocable.
Ah, si yo no quisiera disecarte, amarilla, en las páginas herméticas de un libro con el afán inútil del que conoce el tiempo.
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Poeta
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Nunca, como a tu lado, fui de piedra.
Y yo que me soñaba nube, agua, aire sobre la hoja, fuego de mil cambiantes llamaradas, sólo supe yacer, pesar, que es lo que sabe hacer la piedra alrededor del cuello del ahogado.
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Poeta
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¿Por qué decir nombres de dioses, astros espumas de un océano invisible, polen de los jardines más remotos? Si nos duele la vida, si cada día llega desgarrando la entraña, si cada noche cae convulsa, asesinada. Si nos duele el dolor en alguien, en un hombre al que no conocemos, pero está presente a todas horas y es la víctima y el enemigo y el amor y todo lo que nos falta para ser enteros. Nunca digas que es tuya la tiniebla, no te bebas de un sorbo la alegría. Mira a tu alrededor: hay otro, siempre hay otro. Lo que él respira es lo que a ti te asfixia, lo que come es tu hambre. Muere con la mitad más pura de tu muerte.
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Poeta
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