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Inaccesible al viento que suspira por apagar la luz de su cabello, inaccesible al pálido destello de la estrella lejana que la mira.
Inaccesible al agua que delira por llegar a la orilla de su cuello, inaccesible al sol y a todo aquello que alrededor de su persona gira,
la doncella en su mundo de diamante inclina la cabeza lentamente para escuchar en el remoto mundo:
el eco de un latido muy distante, la resonancia de una voz ausente y el sonido de un paso vagabundo.
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Poeta
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Firme en la majestad y en la armonía de su maravillosa arquitectura, cuya seguridad serena y pura es más fuerte que el tiempo y su porfía,
tu casi celestial topografía alza la claridad de su estructura, dando cuerpo de paz y de dulzura al alma de la eterna poesía.
Y hace que, confundidos y abrazados, la letra y el espíritu inflamados unan su voluntad y su poder,
para vivir en el espacio frío y en el tiempo dramático y sombrío con la luz y el calor de un solo ser.
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Poeta
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Si para recobrar lo recobrado debí perder primero lo perdido, si para conseguir lo conseguido tuve que soportar lo soportado,
si para estar ahora enamorado fue menester haber estado herido, tengo por bien sufrido lo sufrido, tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado que no se goza bien de lo gozado sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado.
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Poeta
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No digas nada, no preguntes nada. Cuando quieras hablar, quédate mudo: que un silencio sin fin sea tu escudo y al mismo tiempo tu perfecta espada.
No llames si la puerta está cerrada, no llores si el dolor es más agudo, no cantes si el camino es menos rudo, no interrogues sino con la mirada.
Y en la calma profunda y transparente que poco a poco y silenciosamente inundará tu pecho de este modo,
sentirás el latido enamorado con que tu corazón recuperado te irá diciendo todo, todo, todo.
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Poeta
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En su vecindad el tiempo parece que no corriera, pues el invierno es verano, y el otoño, primavera: Las noches se vuelven días, los días no tienen fecha, y cuando el sol se termina parece que el sol empieza. Sus ojos siempre lejanos a pesar de su presencia (porque miran de muy lejos aunque miren de muy cerca) son dos pájaros oscuros, desterrados de la tierra: Uno se llama nostalgia y otro se llama tristeza. Las mañanas y las tardes de Córdoba son más bellas que las del resto del mundo porque las frente las sueña; y las noches de los otros (para mí no puede haberlas) han aprendido su oficio en la de su cabellera. Su voz es como el arroyo pensativo de la tierra, que dulcifica el paisaje por más huraño que sea, pues aunque sus aguas dulces van pensando en lo que piensan, dejan como por descuido una flor en cada piedra. En mi vida he visto nada como sus manos morenas para alumbrar mi camino con la luz de sus estrellas: La derecha me señala el rumbo de su cabeza. Y el seguro derrotero de su corazón la izquierda. Su presencia es como el vino que, junto a la chimenea, toma el viajero cansado para recobrar sus fuerzas, mientras el viento y la lluvia están llamando a la puerta, como queriendo decirle que en el camino lo esperan. Quiero vivir en un mundo maravilloso que tenga su frente por horizonte y sus ojos por fronteras, sin más noches que la dulce noche de su cabellera, ni más estrella de plata que las de sus manos buenas, soñando mañana y tarde, por única recompensa, con el laurel de su nombre para ceñir mi cabeza, y dando todas las voces musicales de la tierra por una sola palabra de la niña cordobesa.
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Poeta
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Aquellas cosas profundas Que yo apenas entendía. Desde que el amor las nombra Me parecen cristalinas.
Aquel tiempo de otro tiempo, Que sin gloria transcurría, Desde que el amor lo empuja Tiene lo que no tenía.
Aquella voz apagada Es una voz encendida Desde que el amor de fuego Su fervor le comunica.
Aquella frente desierta. Aquella frente perdida. Está mucho menos sola Desde que el amor la habita.
Aquellos ojos cerrados Están abiertos y miran Desde que el amor les muestra Riquezas desconocidas.
Aquellas manos desnudas Ya no son manos vacías Desde que el amor las llena Con su propia maravilla.
Aquellos pasos sin rumbo. Aquellos pasos sin vida. Ya tienen rumbo seguro Desde que el amor los guía.
Aquel corazón oscuro Luce una luz infinita Desde que el amor lo alumbra Con su verdadero día.
Aquel pobre entendimiento Tiene una fuerza más limpia Desde que el amor lo inflama. Desde que el amor lo anima.
Aquella pluma de siempre Vive una vida más viva Desde que el amor la mueve, Desde que el amor la inspira.
Aquel mundo sin objeto Tiene una razón precisa Desde que el amor eterno Lo sustenta y justifica.
Aquella vida de antaño Responde a peso y medida Desde que el amor confunde Su existencia con la mía.
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Poeta
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En cada ser, en cada cosa, en cada palpitación, en cada voz que siento espero que me sea revelada esa palabra de que estoy sediento.
Aguardo a que la diga el firmamento, pero su boca inmensa está callada; la busco por el mar y por el viento, pero el viento y el mar no dicen nada.
Hasta los picos de los ruiseñores y las puertas cerradas de las flores me niegan lo que quiero conocer.
Sólo en mi corazón oigo un sonido que acaso tenga un vago parecido con lo que esa palabra puede ser.
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Poeta
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No sé quién la lloró, pero la siento (por su calor secreto y su amargura) como brotada de mi desventura, como nacida de mi desaliento.
Quizá desde un lejano sufrimiento, desde los ojos de una estrella pura, se abrió camino por la noche oscura para llegar hasta mi sentimiento.
Pero la siento mía, porque alumbra mi corazón sin esa luz sin tasa que sólo puede dar el propio fuego:
Rayo del mismo sol que me deslumbra, chispa del mismo incendio que me abrasa, gota del mismo mar en que me anego.
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Poeta
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Aunque el cielo no tenga ni una estrella y en la tierra no quede casi nada, si un destello fugaz queda de aquella que fue maravillosa llamarada,
me bastará el fervor con que destella, a pesar de su luz medio apagada, para encontrar la suspirada huella que conduce a la vida suspirada.
Guiado por la luz que inmortaliza, desandaré mi noche y mi ceniza por el camino que una vez perdí,
hasta volver a ser, en este mundo devuelto al corazón en un segundo, el fuego que soñé, la luz que fui.
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Poeta
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Tan unidas están nuestras cabezas y tan atados nuestros corazones, ya concertadas las inclinaciones y confundidas las naturalezas,
que nuestros argumentos y razones y nuestras alegrías y tristezas están jugando al ajedrez con piezas iguales en color y proporciones.
En el tablero de la vida vemos empeñados a dos que conocemos, a pesar de que no diferenciamos,
En un juego amoroso que sabemos sin ganador, porque los dos perdemos, ni perdedor, porque los dos ganamos.
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Poeta
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