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Si tú me dices ven, lo dejo todo... No volveré siquiera la mirada para mirar a la mujer amada... Pero dímelo fuerte, de tal modo
que tu voz como toque de llamada, vibre hasta el más íntimo recodo del ser, levante el alma de su lodo y hiera el corazón como una espada.
Si tú me dices ven, todo lo dejo... Llegaré a tu santuario casi viejo, y al fulgor de la luz crepuscular,
más he de compensarte mi retardo, difundiéndome ¡Oh, Cristo! como un nardo de perfume sutil, ante tu altar.
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Poeta
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Por diez centavos lo compré en la esquina y vendiómelo un ángel desgarbado; cuando a sacarle punta lo ponía lo vi como un cañón pequeño y fuerte.
Saltó la mina que estallaba ideas y otra vez despuntólo el ángel triste. Salí con él y un rostro de alto bronce lo arrió de mi memoria. Distraída
lo eché en el bolso entre pañuelos, cartas, resecas flores, tubos colorantes, billetes, papeletas y turrones.
Iba hacia no sé dónde y con violencia me alzó cualquier vehículo, y golpeando iba mi bolso con su bomba adentro.
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Poeta
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Dijiste la palabra que enamora A mis oídos. Ya olvidaste. Bueno. Duerme tranquilo. Debe estar sereno Y hermoso el rostro tuyo a toda hora.
Cuando encanta la boca seductora Debe ser fresca, su decir ameno; Para tu oficio de amador no es bueno El rostro ardido del que mucho llora.
Te reclaman destinos más gloriosos Que el de llevar, entre los negros pozos De las ojeras, la mirada en duelo.
¡Cubre de bellas víctimas el suelo! Más daño al mundo hizo la espada fatua De algún bárbaro rey Y tiene estatua.
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Poeta
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Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme prestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera; una constelación; la que te guste; todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes... te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo: si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido...
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Poeta
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(A mi hermano Juan de Dios Peza.)
Cuando todo era flores tu camino, cuando todo era pájaros tu ambiente, cediendo de tu curso a la pendiente todo era en ti fugaz y repentino.
Vino el invierno con sus nieblas vino el hielo que hoy estanca tu corriente, y en situación tan triste y diferente ni aún un pálido sol te da el destino.
Y así en la vida el incesante vuelo mientras que todo es ilusión, avanza en sólo una hora cuanto mide un cielo;
Y cuando el duelo asoma en lontananza entonces como tú cambiada en hielo no puede reflejar ni la esperanza.
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Poeta
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Esta hoja arrebatada a una corona que la fortuna colocó en mi frente entre el aplauso fácil e indulgente con que el primer ensayo se perdona.
Esta hoja de un laurel que aún me emociona como en aquella noche, dulcemente, por más que mi razón comprende y siente que es un laurel que el mérito no abona.
Tú la viste nacer, y dulce y buena te estremeciste como yo al encanto que produjo al rodar sobre la escena;
Guárdala y de la ausencia en el quebranto, que te recuerde de mis besos, llena, al buen amigo que te quiere tanto.
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Poeta
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Cuando tu broche apenas se entreabría para aspirar la dicha y el contento ¿te doblas ya y cansada y sin aliento, te entregas al dolor y a la agonía?
¿No ves, acaso, que esa sombra impía que ennegrece el azul del firmamento nube es tan sólo que al soplar el viento, te dejará de nuevo ver el día?...
¡Resucita y levántate!... Aún no llega la hora de que en el fondo de tu broche des cabida al pesar que te doblega.
Injusto para el sol es tu reproche, que esa sombra que pasa y que te ciega, es una sombra, pero aún no es la noche.
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Poeta
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Con el dolor de la mortal herida, de un agravio de amor me lamentaba, y por ver si la muerte se llegaba procuraba que fuese más crecida.
Toda en el mal el alma divertida, pena por pena su dolor sumaba, y en cada circunstancia ponderaba que sobraban mil muertes a una vida.
Y cuando, al golpe de uno y otro tiro rendido el corazón, daba penoso señas de dar el último suspiro,
no sé con qué destino prodigioso volví a mi acuerdo y dije: ¿qué me admiro? ¿Quién en amor ha sido más dichoso?
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Poeta
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Amor empieza por desasosiego, solicitud, ardores y desvelos; crece con riesgos, lances y recelos; susténtase de llantos y de ruego.
Doctrínanle tibiezas y despego, conserva el ser entre engañosos velos, hasta que con agravios o con celos apaga con sus lágrimas su fuego.
Su principio, su medio y fin es éste: ¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío de Celia, que otro tiempo bien te quiso?
¿Qué razón hay de que dolor te cueste? Pues no te engaño amor, Alcino mío, sino que llegó el término preciso.
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Poeta
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Feliciano me adora y le aborrezco; Lisardo me aborrece y yo le adoro; por quien no me apetece ingrato, lloro, y al que me llora tierno, no apetezco:
a quien más me desdora, el alma ofrezco; a quien me ofrece víctimas, desdoro; desprecio al que enriquece mi decoro y al que le hace desprecios enriquezco;
si con mi ofensa al uno reconvengo, me reconviene el otro a mí ofendido y al padecer de todos modos vengo;
pues ambos atormentan mi sentido; aquéste con pedir lo que no tengo y aquél con no tener lo que le pido.
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Poeta
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