Vierte, corazón, tu pena donde no se llegue a ver, por soberbia, y por no ser motivo de pena ajena.
Yo te quiero, verso amigo, porque cuando siento el pecho ya muy cargado y deshecho, parto la carga contigo.
Tú, me sufres, tú aposentas en tu regazo amoroso, todo mi amor doloroso, todas las ansias y afrentas.
Tú porque yo pueda en calma amar y hacer bien, consientes en enturbiar tus corrientes con cuanto me agobia el alma.
Tú, porque yo cruce fiero la tierra, y sin odio, puro, te arrastras, pálido y duro, mi amoroso compañero.
Mi vida así se encamina al cielo limpia y serena, y tú me cargas mi pena con tu paciencia divina.
Y porque mi cruel costumbre de echarme en ti te desvía de tu dichosa armonía y natural mansedumbre; porque mis penas arrojo sobre tu seno, y lo azotan, y tu corriente alborotan, y acá lívido, allá rojo, blanco allá como la muerte, ora arremetes y ruges, ora con el peso crujes de un dolor más que tú fuerte. ¿Habré, como me aconseja un corazón mal nacido, de dejar en el olvido a aquel que nunca me deja? ¡Verso, nos hablan de un Dios a donde van los difuntos. Verso, o nos condenan juntos, o nos salvamos los dos!
|
Poeta
|