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CAPITULO I

Él esperaba junto al lago; a su alrededor todo era de un tono rosado por el efecto del sol que de a poco se ocultaba en el horizonte; sobre el lago brillaban millones de destellos, como si de sus aguas fueran a nacer las estrellas que al anochecer subirían hacia el cielo; la brisa era como habían sido todas las brisas de los veranos pasados; frescas, con ese peculiar toque entre romanticismo y nostalgia. Nada había cambiado, nada… incluso el viento silbaba de la misma manera mientras se abría paso entre las hojas de los mismos árboles que se mecían resistiéndose a él. En aquel lugar, precisamente en aquel lugar, él esperaba con las manos en los bolsillos, sacando la izquierda de cuando en cuando para mirar la hora en su reloj; en tanto, sus pies un poco ansiosos, pateaban quedamente las hojas secas que no habían resistido los embates del tiempo y yacían en el suelo; nada había cambiado… el mismo paisaje, el mismo nerviosismo, la misma emoción invadía su cuerpo; todo es como la última vez, pensó, y ante aquél paisaje y aquellas sensaciones, a sus recuerdos se sometió.

CAPITULO II

Unos veranos atrás…
Él caminaba con la mirada clavada en el pasto, como si fuera contando sus pasos al mismo tiempo que por su mente cruzaban todos esos problemas que en algunos días le eran tan cotidianos y que en otros no lo eran tanto. Como siempre y sin importar cual fuere el día; de los ligeros o de los pesados, él iba al lago cada tarde y sentado bajo la sombra de un árbol, solía pensar y escribir. Siempre el lago y siempre el mismo árbol, no había otro lugar que le llenara de semejante paz; no sabía si era el olor de la hierba húmeda; los sonidos del pequeño oleaje producido por el viento y que rompía contra la ribera o el canto de aquellas aves que en “su” árbol habían ceñido su hogar; o el color verde de los árboles y arbustos que se extendían al otro extremo del lago como una pared; o el agua que según la hora del día o la posición del sol iba cambiando de color, a veces incolora, anaranjada de vez en cuando y a veces gris si el cielo se hallaba nublado. No sabía que era en realidad, pero no había otro lugar que le produjera aquél efecto tan hipnótico que a veces tanto sentía necesitar para escribir o para olvidar.
Esa tarde no parecía fuera de lo normal; a sus oídos llegaban ya los sonidos del agua y de las aves, el lago, ese día, brillaba con un tono naranja intenso, ya podía respirar esa tranquilidad en el ambiente, hasta que unos débiles sollozos detuvieron abruptamente su andar; aquellos pequeños lamentos le hicieron alzar la mirada y pudo notar que del costado de “su” árbol, sobresalían unos "jeans" azules y tenis blancos con las agujetas sin anudar, mientras trocitos de papel volaban en todas direcciones y sin cesar.
Lentamente se acercó al lugar, no era para nada su intención provocar algún susto en aquella persona, aunque ello parecía, en ese momento, toda una hazaña; -un completo extraño… en un paraje desolado… acercándose…- a nadie le pintaría nada bien aquella escena, pensó, pero él nunca había podido ser indiferente ante nadie que sufría, no era de las personas que fingían que nada ocurría tan sólo para evitar la incomodidad; por eso y con un ápice de indecisión se detuvo a un par de metros frente a ella, quizás más nervioso él que ella; se aclaró la garganta y casi como un suspiro ahogado, pudo decir:
-Hola…
Ella alzó la vista frunciendo un poco la nariz y entrecerrando sus ojos húmedos, y por un segundo, que a él le pareció toda una eternidad, sus miradas se cruzaron…
Poeta

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