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Flota mi rostro entre las aguas de una incierta realidad, y se eleva en silencio hasta las alas de la risa digitando las teclas que viven en el pecho,
en el alma, solo peces divagando, arrugando los renglones de una hoja en blanco,
en el corazón, solo pájaros usando al viento como almohada,
el ocaso se zambulle desde la pezuña del cielo cuando la locura se convierte en una tonta compañía, y el diablo juega con la mente en una danza macabra,
la boca suele ser prisionera... los oídos no...
las circunstancias se dan desde el comienzo de la creencia, allá donde los fantasmas deciden jugar a sentirse vivos, sacrificando la verdad,
sin oírme será otro ocaso, cada ocaso, las palabras que me diga no serán un reflejo más, y se perderá en el aire o en el mar el deseo diáfano después de enlazar su sombra,
sin horarios ni fechas los días son míos, y las noches del amor escribiéndose en la piel, e iré vivo con mi muerte evitando alguna espera bajo la bofetada del tiempo,
solo necesito la sensualidad de un suspiro que fusione estómagos y espaldas, aunque soporte a menudo su cara de tramposo robando mi sonrisa,
camino a mis huesos bajarán los días cuando mi boca susurre todavía, y se hamaque la lengua delirante entre las selvas,
la mente suele ser dictadora... las piernas no...
y cuando la cúpula se estire en vano y las manos ya no vuelvan de su escondrijo tibio, todo comenzará a terminarse como el polvo creyéndose inmortal,
acaso podría fallecer conmigo el resto de mí, en alguna noche en que se incendien las estrellas, si todas las suturas temen hallarla muerta a la vida,
con el sentir de la palabra eternamente anónima y asomada a mi entrecejo, se presentará suavemente estruendosa la edad de mi cuerpo, y serán mis rústicas arterias las que simulen no morir para seguir vivas hasta el fin de este milagro,
que simulacro enardecido permanecerá conmigo?... cuanto hechizo verdadero disparará mi sangre en la ruina quejumbrosa y crujiente de algún sexo?...
el tiempo suele hacerlo todo... los secretos no...
todo párpado acuático entona su himno antes del final huyendo del sonido, y las prosas roídas encarcelan su movimiento bendito remendando teorías maltrechas,
la pocilga choca en la fragancia dentro de su agujero, y en el jardín de la espalda se aclimatan las palmas aún cuando en las heridas duerman palabras de música,
solo quedará algún principio antes del final, y algún nuevo fin antes del próximo comienzo, hasta la siguiente calma que se suicide con el viento,
en una invasión de cenizas la sutileza escala mi interior resaltando la realidad varada y desde la garganta de este invierno sospechoso solo conservo peces y pájaros,
cuanta pobreza la mía, ninguna porción de piel dentro de mi cuerpo insípido ha escuchado mis palabras, y en mi penúltimo resabio resbaló tu boca sabiéndose cobarde,
las camas suelen ser mágicas... los espejos no.
Jorge Rosso
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Poeta
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Cumplían años mis arterias, interpretaban la tierra de la oscuridad, cambiaban como el viento y trepaban por la sombra buscando al sol,
se gestaba la vida a sabiendas de la muerte, caminaba la música sin tetas, sin corcheas, y el espantapájaros del día, hacía un celeste falso y altanero,
y estaba ahí, en ese día nocturno, la trovadora lengua imaginándose carcomida por el mar, descifrando una mujer desnuda sobre la magia herida de voces y de noche, toda la bestia mía, golpeada y oscura, tenía boca de doncella,
más allá del hueso yacía un insecto consumido, más allá del tiempo una tortuga contará aún mejor los pueblos que los pumas,
y en un puño de agua, mis venas, la crisálida, destrozaba el lamento, cruento y sabático, se esfumaba la paciencia temporal en una longitud desmedida,
desconozco, aún, lo explorado del entorno del corazón, las arterias granates vuelan a caballo, fabuloso entre las arcas con el último niño sobre una cumbre de historias,
alza la bandera de la fábula pujante, este ladrón triste, e impera el hambre de la risa, hoy, la cisterna de los nervios espera despertar en algún sensual pliegue despojada del vacío.
Jorge Rosso
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Poeta
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Nazco del hombre, de la aurora y de la noche, nazco de mí, traductor criminal de mi propio guión, forense de mis restos y mis lágrimas espantado en la ceguera, dibujando a lápiz esperanzas y cicatrices para desdoblar la vida con mis ojos de piedra,
nazco del hombre y de la lluvia, y de una tormenta en vano que se estrelló en las congojas, aniquilando estrellas empedradas de almas, nazco del silencio con mi corazón perdido entre los lechos, nazco del perdón haciendo encrucijadas en tu cuerpo,
nazco del hombre mientras envejece el mundo y el tiempo de la noche con su codicia al hombro arrebata el vagido de aquél danzarín suspiro, nazco en la mañana cuando la aurora peina con reflejos la orilla vacía y mis pies carretean por el muslo de las dunas,
nazco del hombre que no es nada ni nadie, nazco desde este interior mío sin amor ni sensaciones, escritor de mi estúpida fábula, girando con el viento que ni siquiera respira por creerme, pues la infancia en mí, ha pesado más que mis años de vivencias,
nazco del hombre y su calamidad, y en un silencio ahogado lucho contra el olvido envejeciendo rápidamente, nazco de un tiempo fugitivo en su corteza, y desde una hirsuta semilla en su grieta hasta la vida narraré esas tercas palabras en su sinsabor,
nazco del hombre de hambres arañando una reliquia, de aquél reflejo cruzado por cordeles de alambre con finas y sensuales prendas tendidas en los párpados, nazco de los sexos del sol y de la luna, y de sus hijos vivientes cincelados en el gozo,
nazco del hombre de la biblia y de aquella primera costilla engendrando un nuevo ser, habían ido en pos de la renovada carne relatando un diluvio que devorara el pecado, nazco de la música de dios aunque no le importe si aún vivo entre sus hijos,
nazco del hombre de las llamas que inhumara aquél frágil puente al edén, nazco de mí, de mi estrategia adormecida, de un ciclón sin arco iris y sin mi familia literaria en un paraíso inhabitado, nazco de mi estero y de mi nácar por alguna fugaz razón que no tengo el coraje de entender,
nazco del hombre y sus principios, nazco de mi hija y de su pecho adolescente y humilde cuando la tomo por amiga y hermana de mis años diminutos entre las palabras del día, nazco de su mente y de sus manos cuando duerme sobre un inmaculado manto, su sonrisa,
nazco del hombre y de las cavernas con ecos, y de los años pasados y presentes buceando en sus tramas fronterizas, acaso mis ancestros de barro surjan de sus urnas recitando genealógicas suicidas, nazco de la cumbre de mi madre y de mi padre y de los cerros cercenados por la naturaleza sapiente,
nazco del hombre que vive y muere en su líquido mundo a horcajadas de su lengua insípida, nazco en la verdad transformándome en mentira desde la creencia suburbana que atruena en el interior de mi tumba,
nazco del hombre y de la tierra, y de la leyenda olvidada del profeta soñoliento, nazco cada mañana por doquier entre llanto y carcajadas y entre estas cuatro paredes blancas que protegen mi brío soñador,
nazco del hombre del hogar con intrépida impaciencia en sus hombros de crepúsculo, nazco de mí, de esta cuerda locura en esta enorme noche maltrecha y sin sentido, nazco de la flor y de la tumba, y de la mujer demonio pintada en mis espaldas, y aún cuando su estremecido cuerpo se me niegue dormiré entre sus caderas,
nazco del hombre y de mis huesos inhumanos, desde el interior vacío de las ciudades flotantes, nazco del aliento que naufraga en un poniente, del beso destruido y predestinado por la intensión de su creador, nazco de los navíos corroídos donde parece fallecer la voz de dios,
nazco del hombre y en la derruida época en que alguna violenta hembra asesina a su hijo dentro de su vientre, nazco de las aguas y ventiscas donde el mar y su memoria agudizan un clamoreo de gaviotas cuando por fin su alimento brinca hacia la libertad,
nazco del hombre y sus bemoles, y de la sombra sigilosa del iris de la flor, nazco de los blancos y los negros y del color de tu rostro, y de las palomas volando entre las naves cuando el sol en tus cabellos forma un verso en su atavío,
nazco del hombre y de la vida, y de los jirones, secuelas del adiós donde hundida en la carne viaja la última nostalgia, nazco de mí y de ti, centelleante mariposa que llevas el nombre y las vestiduras de mi amada, donde un noble trino vuela convirtiéndose en caricia,
nazco del hombre y de la luz, del anochecer primero dominado por el brillo de la luna, nazco de la creencia y del relámpago, y desde el llanto contenido cuando con lascivos movimientos aumenta la fiebre del amante después de cuatro copas,
nazco del hombre y de mis sueños, y de aquél que quise ser y no supe, y del prodigio que ha muerto en el camino, nazco de mí, desafiando al tiempo y a la vida, nazco por mí y por los míos, nazco porque solo naciendo, vivo y me contento,
nazco del hombre y sus milagros de amor entre un sudor de muerte en mi ciudad de rascacielos, bajo el párpado del diablo aún existen las promesas sin talones de que fuera yo lo que soñaban los hipócritas, nazco de mi feliz estupidez sin que nada me importe porque solo soy yo y nada ni nadie más,
nazco del hombre de cenizas y desde la muerte misma, y del deseo de pintar sobre las olas este bello óleo ensangrentado en la caricia y en el beso, nazco de la sombra cuando con antiguo sabor la lengua precipita hasta tu boca este génesis soñado,
nazco del hombre y sobrevivo, con el derecho y la opción de la eutanasia, nazco del afuera y del adentro, nazco del amor tuyo y mío, de un incendiado viento a través del horizonte, de un huracanado beso en las alas de la tarde, he soñado con la fusión de la verdad sin un después si nosotros somos las naciones de una tierra sin mapas,
nazco del hombre de piernas largas como lluvia, del campo y los ombúes donde el pájaro anida y se procrea, nazco bajo un duelo de pulgares que a par navegan por tu espalda y desde una poesía sin úteros mi cuerpo adormecido muere cuando agoniza la suave magia sobre tu piel de pergamino.
Jorge Rosso
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Poeta
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Ya no más, la estela bastarda desatada, huía, yo, del estío de la prisa, gemían los nuevos vientos entre el matorral de la noche, y el ocaso moribundo danzaba en sed,
castraban las horas tus hombros féminos, y los últimos rayos hacían tu avaricia, cada silencio atrevido yacía certero en la penumbra de las sábanas,
las voces se apagaban, volando, y un verso en órbita pareció fallecer, ya no más, los colores de tu rostro si tu espalda se menea en la ceniza,
los árboles narraban pálidas leyendas mientras agitaban tus bordes llameantes, ya no más, promesas ni mentiras,
quizá la vida te devuelva esa fábula desnuda y la luz no observe mis ojos vehementes, cuando transcurran los labios iracundos en las horas del final,
que no haga, de mí, jirones, este día, y mi boca remendada no ensangriente estos instantes tersos,
zumbará el amor partiendo desde tus pies y la excusa gris nos dictará una nueva soledad,
ya no más, la piel tibia, agonizante, el nuevo cielo se habrá deshecho en sombras de lluvia como en aquella noche en que aullaron hasta las puertas.
Jorge Rosso
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Poeta
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Vienen y van mis pies describiendo sus cánticos, mientras el alba se pasea en la arena inyectada de horizonte,
el mar acredita sus secretos y me los cuenta con pudor,
la niebla digita una palabra y llora entre sus ruinas bajo la falda del alba, y un rostro me trae de la nada, en sus esferas, me fabrica una historia y quizá descrea de la mía,
un duende perezoso precipita en sus ojos que con gestos dramatiza la rompiente,
toda la magia se apodera de un principio, y en el umbral de las campanas hay un sueño que me arde,
luego riman los poemas, porque dicen lo que nunca y hacen lo de siempre,
cuan poca calma a la orilla de este mar desordenado con olas feroces y enigmáticas!,
cuanta fe embebida de viento va forjando fantasías!,
todo parece desaparecer en el movimiento de las dunas y celestialmente, me enervan,
las aves callan su grito ante el suspiro del mar, sembrando desolación bajo mis palmas, y esos ojos gimen un lamento despiadado,
hay un perro que se ahuyenta y su contorno se deshace, me late un precipicio que no está,
y esa mirada transmite y me transporta hasta la semilla de un destino fugaz,
yo soy mi dios y me hablo desde el desierto de mi boca callejera, soy esta palabra sencilla y me vuelvo vulnerable,
una melodía dormida sacude su cabeza y se delata, y el viento del sur corroe mis oídos,
mi soledad ya casi existe, se pronuncia a tientas, y se me rompe el pecho de preguntas entre el frío del invierno,
hay un fuego que no veo y un rayo al caer, hay un tiempo titilando bajo nubes de luciérnagas,
y una mano temblorosa y anónima a la orilla de un rostro, dibujando mi sonrisa, entre tanto su calma me devora con su mirada a cuestas, y la siento, y no sé por que la siento,
es el arte de las almas cuando la mañana se recuesta a morir con su garganta en el suelo,
... y las esferas esperan por ella.
Jorge Rosso
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Poeta
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Tengo los años suficientes, tengo los tiempos enredados,
tengo algo que escribir para nada y para nadie, tengo los sentimientos naufragados,
tengo frío y tengo miedo, tengo el alma derruida,
tengo mi privacidad compartida y un triste desconsuelo con sonrisas,
tengo la promesa de la muerte, tengo el alma deshecha en sensaciones,
tengo incompleto este compendio que me dio vida y hoy me la quita,
tengo convicta hasta la víspera, tengo la espera inconsolable,
tengo los versos destruidos entre palabras incendiadas,
tengo los ojos en el límite, tengo mis piernas derrumbadas,
tengo la pasión irresoluta de un alfabeto incomprendido,
tengo la silueta derrochada, tengo las sílabas eternas,
tengo la impaciencia sospechada de no saber donde buscarte,
tengo el espíritu insolado, tengo el agravio de todas las voces,
tengo la secuencia invencible de todas las nubes que son mías,
tengo una mañana transparente, tengo una tarde ensangrentada,
tengo mil noches al resguardo de lo que desconozco en un completo desafío,
tengo un por venir y no lo tengo, tengo mi mundo consumido,
tengo una repentina sensación de que el momento está próximo y lejano,
tengo hecha trizas la consciencia, tengo mil lluvias escurridas,
tengo viva la estupidez de no haber soñado despierto una vez más,
tengo una pregunta sin respuesta, tengo una respuesta inexistente,
tengo un pájaro y una rosa esperando por ti en el fondo de mi alma,
tengo los sonidos confundidos, tengo maléficas mis lunas,
tengo un silencio inexorable que me cuenta una historia muda y desvastada.
Jorge Rosso
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Poeta
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Silencio, sombras de nada, una pesadilla indistinguible,
como una mueca del destino se corporizan los fantasmas y nuestras cicatrices nos recuerdan un pasado real,
sueño una gestación, periplo de voces y de truenos, y en un espejo de azabache y plata se yerguen nuestras siluetas frágiles como la pluma,
y brota la nostalgia con la lluvia en su lenguaje, cuando todavía canta mi negro corazón,
me encuentro en los brazos en los que quisiera perderme, sin una mirada que reemplace una historia,
y aunque nos haga cosquillas el roce del amor, el amor sabe de esperas y fragancias, y del canto de las aves que te arrullan sin ser vistas,
somos dos aves negras, oscura nostalgia interminable, venimos del destino que nos propuso la vida de nuestro propio destino en este minuto estéril,
y aún así me digo, deseo tu sombra, oscura como mi alma, como la verdad del silencio, y el silencio de una mentira,
no es verdad que se estrangulen los colores de los sueños, si, es veraz nuestro negro sabor inocultable cuando ocultas tu palabra,
somos una letra postergada, una hoja en blanco, como cuando te escurres con tu vuelo entre mis sueños de agua, errantes, siderales,
tanto negro día habita nuestros cuerpos y tanta noche imaginada, tanta muerta oración, que fallece al instante tanto amor inmaculado,
una negra remembranza sin ataduras ni pulsadas emociones, trepa desde mi estómago que retorna de un negro mar,
no desnudes los pliegues de tu cuerpo, negra ave, desnuda tu alma pura para que puramente logre hacerle el amor sin profanar lo solemne,
mientras, mi oscuro cadáver espumoso ubicará sus restos y su sangre en este infierno sórdido, y el héroe que creí ser acabará por diluirse en su negra esperanza.
Jorge Rosso
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Poeta
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Alguna vez, todos mis músculos tiesos, a la intemperie de nada, doradas de veneno las manos y los dedos como cuando cruzo tus valles ingenuos sino apenas el viento traspasara,
va dejando mi boca huellas de sal sobre las intermitencias de la muerte, donde descienden las pasiones del halcón a modo de dormir, barajando los sonidos y la fiebre,
y la sonrisa cayendo como nieve derretida, agonizada entre los cuartos de cera,
alta y erguida la luz de la manzana, gira festiva y nupcial la semilla hiriente donde la lengua encalla tramposa a la sombra de tu cuerpo de agua,
hemos inventado el camino de helechos que nos devuelvan al amor,
lento y vacío viaja y sacude su piel el momento pedante e indeciso como una nube que se nutre a cada paso del beso en la entraña,
con su lengua bestial hundida en mis encías gira en remolino un montón de oraciones mudas donde ningún recuerdo prevalece entonando su himno,
intuye y adivina la luz de las arterias, el recorrido de las manos como llamas entre los pliegues desiertos de tu carne,
y lágrimas como oleos dirigen el periplo de azúcar más allá de la muerte del sol entre las piernas cristalinas,
... duerme entre los sueños,
... toma mi mano triste y canta con el viento,
... quédate conmigo hasta la agonía de los sexos.
Jorge Rosso
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Poeta
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Cuando mi cumpleaño ya se iba esta noche de febrero aulló desnuda, sustrajo todas las letras de secretos impulsados, se nublaron las bases y triplicando indicios escribí una carta donde estrellaba mi vida en un amor gigante,
se exaltaba un mundo en una sonrisa y participó la catarsis de las borras del corazón a la hora del destino buscado,
observando de esos ojos la verdad, se extraviaron mis guaridas blancas y rechinaron todas las palabras a la orilla de mi lengua, sino apenas el viento murmuraba,
merodeó la nube del recuerdo y cruzó un azúl sonido la cabeza despierta, los rebaños atrasaron su paso y el sueño se negó entre colores enroscados que soñaron su boca antes de dormir,
en mi mente, donde el mundo envejecía, solo mi pobreza desnuda, y tú, descreyendo de mí, bailaron utopías en silencio y quemaron madrugadas, acaso en la parábola un recuerdo resucite y haga que se hunda la tristeza de mi opaco corazón,
ninguno de mis mortales pensamientos me anunció que tu boca me extrañaba, y a destiempo habré sabido del navajazo en la piel y la violencia del mar,
qué fue del amor que imaginaba?, de tus besos húmedos?... solo retengo la tempestad del párpado y una víspera incendiada, donde los fantasmas de los malos momentos brindan con el diablo,
enceguecida la humildad del pensamiento en un sueño infiel, tras el festín de la agonía, su hombro desnudo y su cabello diluviado, allá donde posan sus libélulas ya no permiten que mi alma se defienda,
en la esencia de su ser luminoso anidará esta carta quebrada, para cuando sus oídos necesiten de un poeta y el tropiezo de la vida nos ubique un nuevo escollo,
se disparata cada acción porque todo es nostalgia, pues no olvides lo que llevas en tu alma, ... y desde la turbulencia, su voz me suena a melodía,
y cincelando los murciélagos de la soledad junto al eco de un suspiro, conviven mis manos con esta piel que las sostiene, acaso traduzcan sus ojos la confesión de su pecho ausente, ataviado con bemoles,
cuando irrumpa y duela mi destino después del funeral de mi sol irreverente, será muy sólido el nacimiento de mi muerte, y derretirá mi semántica como descifrando en sueños, quizá un adiós definitivo.
Jorge Rosso
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Poeta
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Todo se sucede, simple, sin prejuicios, y todo está por suceder hasta el secreto en el hueso,
desde la jungla de su personalidad cada cosmos se libera y delibera consigo,
desde una nada casi temible, sonríe, solo sonríe, y me mostró su abierto corazón,
y de inmaculada manera, ya conozco sin ver los ojos de su alma, ya la nombro sin nombrarla,
tibia sensatez que inventa imágenes, las detiene, las conserva, y como el sabio conjuga el verso, robándole pequeñas fantasías a la vida,
manteniendo brillos, acumulando sombras, solo sonríe, posada en la nube de su otoño,
y besos en el beso del pedestal de los labios, la mencionan, la seducen,
palpa la tierra su palma, y solo intenta la noble felicidad en un futuro riguroso cercano, y el espíritu, indeleble,
breve, demasiado breve, vive un recuerdo hacia la paz perdurable,
cómo olvidarla?... ahí donde la pesadilla se vuelve sueño vive su sonrisa,
y la garganta recostada, para que nunca deje de sonreír, ... atruena, que quiere ser silenciosa.
Jorge Rosso
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Poeta
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