Nos dijeron que de nuestro rostro las lágrimas no cayeron en balde. Que nuestra niñez en sepia, que nuestra madurez en blanco y negro, nos habló del pan, del agua, del vino para... matar el hambre.
Que nuestras piernas jamás olvidarían aquellas calles, aquellos huertos, aquellos escondrijos, patios de adobe, donde nuestra libertad a gritos sería... el silencio del más pobre.
Y que en el lloro más profundo, aquél que nunca se escapa y siempre arde, sentiríamos el estéril vacío de eterno lamento, inútil llanto callado, aguardiente sin aliento, la hendidura más huérfana... de madre y de padre.