Poemas eroticos :  Cuatro Muchachos desnudos le dan Latigazos con Plumas de Avestruz a un quinto Muchacho desnudo. En el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. Y entonces los Pavos Reales desplegaron sus colas.
Cuatro Muchachos desnudos le dan Latigazos con Plumas de Avestruz a un quinto Muchacho desnudo. En el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. Y entonces los Pavos Reales desplegaron sus colas.

Un tormento de pluma exuberante
a un muchacho le dan todo desnudo
y diez y siete pavos reales mudos
contemplan la tortura equidistantes.

Alzan sus colas los cíclopes trempantes
y hay un escorzo masculino y rudo
en el escherzo del chaval desnudo
al que golpean con plumas elegantes.

Son los chavales malos y viciosos,
es bello el torturado como un cisne,
Versalles reluce con diez mil espejos.

Son los crisoberilos prodigiosos,
y son cisnes desnudos contra cisnes,
Qué belleza en la Francia de un reflejo.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Poemas eroticos :  Crucifixión a la Luz de la Luna.
Varios Muchachos de diezyseis años Desnudos dan Latigazos a un Jesucristo Desnudo de diezyseis años a la Luz de la Luna.

Era noche cerrada y la luna lucía
sobre los bellos torsos de los adolescentes,
y al moreno muchacho de nácar reluciente
látigos a su espalda los niños le ponían.

Sangre negra y purpurea en su espalda se abría,
oh tormento de púa y látigo inclemente,
y los falos brillaban perfectos, indecentes,
eran los niños malos y era bella la umbría.

La luna era tal peso de plata mejicano,
el chaval Jesucristo era un clavel oscuro,
teñido de los nácares, delicioso en la noche.

Y los muchachos malos golpeaban impuros
la espalda del muchacho, y Dios de los cristianos,
de sangre negra y pura Dios hacía derroche.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Poemas eroticos :  Crucifixión. Otra variación.
Varios Muchachos de diezyseis años Desnudos dan Latigazos a un Jesucristo Desnudo de diezyseis años en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. Y entonces los Pavos Reales desplegaron sus Colas.

Zumo verde bebían sus labios carmesíes.
Arpas rojas soberbias sonaban en el oro.
Versalles brillaba tal ascua de un tesoro.
Los espejos vibraban con gotas de rubíes.

Era bello el muchacho, flor de los sefardíes,
y eran verdugos bellos, bellísimos y malos,
duplicaban espejos los insolentes falos,
¿cuando a un ángel tan bello robaron tal rubíes?.

Erizaron sus plumas los pavos reales machos,
puso el látigo fuego al dorso del muchacho,
los chavales reían, violentos y carnales.

Y de placer borrachos sobre el niño Dios puro
fastuosos pusieron sus látigos oscuros
los perfectos muchachos, salvajes, ideales.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Poemas eroticos :  CRUCIFIXIÓN. variación.
Varios Muchachos de diezyseis años Desnudos dan Latigazos a un Jesucristo Desnudo de diezyseis años en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. Y entonces los Pavos Reales desplegaron sus Colas.

A la espalda sagrada acariciaban
los látigos de púas de los niños,
y la rosa perfecta profanaban
martirizando sublimes los armiños.

Soberbios clavicémbalos al himno
entre oro y rubí lirios quemaban
y al querube perfecto de aquel niño
otros niños sangrientos lastimaban.

Era de oro Versalles fastuoso,
era el adolescente muy hermoso
los ojos verdes, circunciso el falo,

y bebía zumo verde el Dios muchacho,
y le pegaban entre pavos reales machos
bellísimos muchachos, muy muy malos.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Poemas eroticos :  Crucifixión.
Varios Muchachos de diezyseis años Desnudos dan Latigazos a un Jesucristo Desnudo de diezyseis años en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. Y entonces los Pavos Reales desplegaron sus Colas.

Estaba el niño Dios desnudo hermoso
de sagrados verdugos rodeado,
y a su espalda, a su torso nacarado,
Versalles relucía fabuloso.

Era sobre su cuerpo esplendoroso
un tormento de látigo morado
y los niños verdugos desolados
le atacaban violentos y viciosos.

Todo era un tormento de rubíes,
reflejaban espejos carmesíes
el cuerpo del muchacho adolescente.

Y los azules pavos reales machos
contemplaban al lirio del muchacho
beberse un vino verde tan ardiente.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Poemas eroticos :  Mariconada Total.
Mariconada Total.

Cuatro Muchachos desnudos le dan Latigazos con Plumas de Avestruz a un quinto Muchacho desnudo. En el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles.

Una antorcha de oro indescriptible
rodea a los muchachos de diamante,
multiplican espejos el instante
de un tormento de azúcar insufrible.

Ya la pluma se alza inmarcesible
sobre la espalda preciosa del amante,
y los niños, los niños de diamante,
a su amor lo laceran imposibles.

Cae la pluma sobre el dorso amado,
brillan los penes entre las estatuas,
y duplican los falos los espejos.

Y son blancos los torsos nacarados,
y prueba vino verde y verde agua
el chaval al que hiere su reflejo.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  Durísimo.
Durísimo.

Paseaba desnudo por la luna. Heliotropos blancos, de plata, le llegaban a las caderas. Un leve viento glaciar y cálido a la vez, inexistente, no levantaba ni una minúscula nota de polvo, pero le acariciaba la espalda y el pecho, y le daba en la frente, y se le metía en los ojos haciéndoselos brillar lacrimosos. La larga extensión de cenizas blancas, diamantinas, le invitaba a tirarse en la arena, a fundirse con ella, con el polvo de la luna, sonaban diapasones reverberantes de plata pura, diamantinos, ácidos, líricos, dulcísimos, melosísimos, arriba el cielo era negro como una inmensa pantera, con la imagen azul de la tierra como un enorme balón de futbol. El andaba desnudo por la luna, espalda ancha, hombros robustos, falo ejemplar, nalgas redondas, cuello de rinoceronte, cintura de avispa, brazos capaces de descoyuntar toros. Blanco como la nieve era, tatuado de perlas de rocío plateado, esmaltado en plata. El frío era tan espeso como un cuchillo árabe, de mango de nácar blanco, con un topacio amarillo y ámbar en su extremo. El frío era como una copa de aguardiente dulce, un colapso de bandoneones ronroneantes, como una tarde de otoño con lluvia. La luna estaba blanca y nívea, como una salina de Cádiz, reverberando cristales, como una singular orilla de río, como si toda ella fuera un inmenso azucarero, oh nieve ¿cuándo te fundirás para convertirte en piscina?.. La luna era un cisne de plata y mármol, el ala de un arcángel, una gigantesca cucharada de sal. Sonaban ónices y turquesas en las notas de limón amarillo y el piano desplegaba un vuelo de colibríes argentinos, con el pico azul y violeta y los ojos verdísimos. En cada nota, una aguamarina, y en cada aguamarina un pitufo azul, un selenita gris, con dos cuernecillos dorados, y en la melodía un oasis en medio del desierto, azul sobre una arena de oro, terriblemente caliente, y siete pavos reales, uno por cada color del arcoiris. Blanca era la luna, y brillante, toda ella de nácar y de nieve, con leves toques grises de ceniza de tabaco. El estaba desnudo en la luna, y cortó un heliotropo níveo, del que brotó una savia blanca, que olía a madreselva, y luego se acercó al recodo de un cráter. En el recodo diez muchachos blancos y desnudos se entregaban a todo tipo de caricias, se besaban, se penetraban, se mordían, se acariciaban, se desollaban, se mordían, y se volvían a besar, sonrientes, extasiados, veloces, suaves, duros, nacarinos y aceitosos, totalmente depravados, jóvenes como un arroyo, y despiadados como los tigres de bengala. Se entregaban con lilas en los ojos, y se estragaban, se azotaban con leves cardos blancos, y sobre las espaldas brotaban leves chispas de rubíes pequeñísimos, y volvían a fornicar, sin parar, unos con otros, voluptuosos tal estatuas de alabastro. Grandes cojines dorados sobre la harina selénica, jarrones llenos de hielo picado, pipas para fumar opio, helechos negros y grises entre almohadones de seda de oro, gatos de ángora, orquídeas negras, grises, exuberantes, belcebuícas. Fornicaban los muchachos, entre ellos, se chupaban las vergas, una y otra vez, se comían las orejas, entrechocaban las lenguas, como moluscos rosas húmedos, se lamían los esfínteres anales, y procedían luego a la penetración, durísima, sensual, lenta, rápida, dionisiaca, bebían de cálices de plata batidos de helado de coco, se chupaban los penes con las bocas llenas de batido, se desmayaban en orgasmos multiples, se mordían las nueces del cuello. Cisnes. El muchacho, oculto tras el cráter, todo él una pira de fuego, se consumía de deseo observando a aquellos incubos de la luna, a aquellos arcángeles de nácar, blanquísimos como la harina, posesos de una bacanal de nieve. Sobre un cojín amarillo, un Apolo dorado, con brillantina áurea, se acariciaba su serpiente, abandonado al placer, y la anaconda era durísima como una barra de hierro. Le vieron, se sonrieron, le llamaron, le hicieron un gesto con la mano, le dijeron: Ven. Con una sonrisa de mediodía en la boca. Le dijeron: Ven, Ven, Ven. Le miraron, se lamieron las bocas de nuevo, y le volvieron a decir: Ven. Un gran arpegio de diapasón azul estremeció la espalda del muchacho, franqueó la barrera. Le rodearon, le obsequiaron besos y abrazos, le mordieron el cuello y la oreja derecha, le dieron un gran beso en la boca, y el muchacho más bello de todos, de ojos azules y cabello rizado, se arrodilló ante él y se metió su pene en la boca, como una oración a un Dios de pecado. Luego, abandonado como un naufrago extenuado, se dejó llevar por las olas y las serpientes, acariciado por veinte manos, lamido por cinco bocas a la vez, crucificado una y otra vez en una cruz de deleite, penetrado, manchado, esclavizado, sorbido, hasta que el sueño y el placer se apoderaron de él, varias veces, hasta el agotamiento. Los acordes de armonios dulcificaron la suave tortura a la que fue sometido, y cuando el dolor empezó a instalarse en su cuerpo la orgía cesó.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  La Matanza de los Gallos. Belleza y Sangre. y Zombies matando Gallos.
La Matanza de los Gallos.



Equilibrio y crimen, cáncer y corola, luz azul y feldespato, rayo negro. Para complacer a un simio un ángel, para complacer a un ángel una hormiga, ojo rojo, cresta de gallo.

Estaban los muchachos desnudos y fríos, como estatuas de nieve perfumada. Exhalaban los nardos y jazmines su aroma de serpientes de oro y en las caderas de alabastro crecían los corales blancos como terrones de azúcar brillante. Luna que resbala en los torsos de paloma, y cuellos finos con su nuez pronunciada en un escorzo de cisne. A los pies de los muchachos estaban los gallos asustados, había un rumor de saxofones rojos, de tubas de carmín y de trompas de granate que describían elipses sobre un temblor de cuerdas de argénteas arpas, caracoleaban escorpiones verdes sobre las cuerdas de los pianos, oscuras sombras de rubíes brillaban en las crestas de vino derramado y en los cálices de oro un licor azul hervía. Mostraban las plumas negras y rojas un santo pavor amarillo, un santo pánico negro a los pies de los arcángeles desnudos. Había en los brazos la fortaleza del tigre y eran los cisnes, delgados como alambres, negros cactus abiertos en la sombra luminosa y de oro. Las cinturas eran finas, eran rectas las piernas, eran los falos sublimes y eran hermosas las frentes de los íncubos aromados. Si uno mostraba un tatuaje en el pecho, en los ojos de otro el verde era un relámpago de crisoberilos, y lirios y lilas se mezclaban con orquídeas naranjas y el arcángel mulato era un toro donde dejarse una víbora olvidada. Tenían los ojos de los muchachos hermosos paraísos de crisantemos y torres de oro en las que se profanaban bustos sagrados. Cientos de gallos temblaban a los pies de los chavales desnudos y cien mil libélulas de oro había en una clepsidra de ámbar derretido. Oh denso perfume de madreselvas rosas, esmeraldas corruptas en arcoiris de pavor y esfuerzo. Y en los ojos de los gallos la muerte era una hormiga de azufre.

Comenzó la matanza. Es decir que comenzaron los cisnes su salvaje vuelo paroxísmico. Los muchachos agarraban a los gallos con una crueldad demoníaca, el movimiento era una bailarina con espasmos, volteaban a las salvajes gallinas y arrancaban los cuellos de los plúmeos troncos. Oh los chorros de sangre y la violencia inusitada y la bella musculatura de los arcángeles. Diapasones negros temblaban y brillaban y la sanguinolenta brea teñía el níveo alabastro. Una y otra vez los chavales, hermosos y crueles, salvajes como cardos violetas, arrancaban la cabeza crestada de los débiles gallos, que se agitaban muertos como espantosos zombies plúmeos. Todo se teñía de un perfecto rojo lascivo. Los muchachos eran cisnes. Los muchachos eran gallos. Gallos que arrancaban la cabeza a los gallos. Las febriles arpas y marimbas arrancaban las notas de las tubas de cuajo y el espanto era un rubí líquido, fundido, que teñía las negras plumas. Había gotas de lascivo sudor y se movían los ángeles sobre una mar de gallos y cabezas arrancadas y la sangre llegaba a la frente y el paroxismo era un tigre de Bengala furioso apresado en una trampa de granates.

Las iguanas fulgentes estaban sobre las verdes algas. Y el mar cupo de golpe en una nota de clavicémbalo.

La luna daba a los cuerpos matices de nácar negro y la sangre violeta y negra lo teñía todo, los ángeles proseguían su matanza, temblaban las crestas y los arcángeles-gallos arrancaban las cabezas de cuajo. Negras orquídeas se deslizaban sobre malignos pentagramas turquesas, se columpiaban los hermosos gorilas sobre los alambres y caían miles de hormigas violetas sobre jarrones llenos de topacio fundido, cortaban los violines los matices azules de las lilas, aullaban mil perros en las bocas de los dragones deformes, crepitaban las llamas en las hogueras y diez mil trompetas de oro sonaban bajo una esfera de cuchillos. Las iguanas tornasoladas brillaban bellísimas y eran los verdes fúlgidos como esmeraldas y la sangre de los gallos coagulaba brutalmente espesa.

Se agitaban nerviosos los alados cuerpos sin cabeza.

Y acordeones de zafiro irisaban campanas de plata. Proseguían los cisneos gallos arrancando cabezas de gallo hasta que un sublime muchacho se detuvo cansado.

Y entonces diez mil colibríes de oro sufrieron por una gota de almíbar.

Un águila bicéfala hay en la bandera de Albania.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero


Belleza y Sangre. (cuatro muchachos en Córdoba matando gallos).



Macizas rocallas de pelargonios fucsias. Violetas rabiosos ígneos de ponientes crisoberílicos. Hibiscos naranjas en los que el polen se desprende como si fuera polvo de oro, petunias rojas como sanguinolentos y lascivos labios. Granates, bermellones, índigos y azules, un arabesco de centellas, un repetir de notas iridiscentes de piano, un frenesí de espirales de acordeones de plata, un toque de trompeta áurea, un marasmo de notas de color rosa y celeste. Damasquinados de lilas y turquesas, añiles brutales y fucsias violentos, limpísimos, una colección de tornasoladas aguamarinas. Y cuatro muchachos desnudos.

Cuatro chavales altos y delgados, de pelo trigueño, de ojos azules o verdes, de labios rosas, exquisitos como nenúfares implorantes, con un leve toque de maligno salvajismo, con tetillas pequeñas y rosas en pechos de nácar impoluto, a la luz de un sol dorado como un alfanje árabe, y cuatro gallos en sus manos, agitándose, violentos, en un frenesí soberbio de plumas escarlatas, transidamente aterrados por la belleza. Un resonar de diapasones de plata negra y un profundo trinar de grillos azules en la hojarasca, y una explosión de sangre y crueldad sublime, y cuatro chorros de fuentes plumeas y púrpuras. Y falos circuncisos. Y endeble musculatura perpetrando un sublime y pavoroso holocausto. Y el patio todo lleno de geranios furiosos, y los ojos verdes o azules de los íncubos brillando como puñales. Y una estridencia de rubíes y granates manando desde las plumeas gargantas arrancadas.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.


Zombies matando Gallos. II.



Brillaban las camisas blancas de los Zombies como trozos de luna eléctrica, fulgentes de nácar puro, níveas hasta el espanto, horrorizadas de un blancor absoluto. Los zombies en cambio eran oscuros y repugnantes como sacos de estiércol. Aquí el rostro demacrado y violáceo tenía una mueca de angustia y desagrado, allí faltaba un ojo en su cuenca y una cicatriz igual que un río cruzaba la mejilla llena de arañazos, aquí faltaban tres dientes en una boca que vomitaba brea, allí los dientes eran negros como trozos de carbón podrido, aquí un gusano salía de una mejilla rosa, allí el rostro de la muerte ponía su gorda y esmerilada faz de luna corrompida, aquí había hueso en vez de boca, allí la boca era una maraña de colmillos grotescos. Sonaban áureas arpas de angustia demolida, con rencor en cada cuerda de vidrio ferocísimo, un dedo descarnado rozaba con su uña rota un berilo de verde refulgente, otro dedo tocaba un rojo vivísimo, de caballo descoyuntado y muerto, y aún otro más acariciaba la uña de un gato sin poder remediar la iridiscente y espantosa arañadura, sonaban áureas arpas de oro venenoso, agridulce de miseria y trémolos negros. Pero brillaban las camisas con un fulgor tan perfecto y nacarino que cuando la brea cayó sobre ellas la antítesis de un rayo en una noche de tormenta tiñó los colibríes tricéfalos. Repugnante era la esfera de mercurio en la que se paseaban esos siniestros arcángeles, y los murciélagos violetas vampirizaban perros amarillos recién nacidos, gimoteantes de pena azulísima, y chirriaban las astillas de acero de las puertas como pellizcos de metal eclipsado. Se movían los zombies como en un ballet de naturaleza macabra, tales extraños orangutanes terroríficos, vestidos tan de blanco que la luna en ellos se arrojaba a las simas de antracita vidriosa. Pulcros azogues violentos manchaban las camisas de nieve perfecta, como resplandores negros sobre iridiscentes nácares. Se movían los zombies, nerviosos y convulsos, llenos de gusanos unos, de rostro violeta los otros, sin cara algunos, o con la cara devastada por una antigua sífilis necrófila, se movían como muñecos de porcelana criminal, como títeres pervertidos, como pequeñas estatuillas de maligno cobre, fulgentes de plateados nylons. Se movían los zombies y entraron en aquella granja donde esperaban colapsadas de pavor las gallinas y los pavos, y un resplandor de mierda negra cruzó sobre un río de nieve limpísima. Se agitaron entonces los diapasones de plata, que brillaron como diez mil demonios verdes, marcando una pulsión del Tanathos oscura como una mancha de tinta china en una perla rosa. Comenzó la matanza, los gallos y los pavos saltaban desesperados tratando de huir de los muertos vivientes, feos como zapatos rotos, y crueles como nopales de vidrio, las tubas y los saxofones gritaban sus melodías de chirrido y nenúfar, despeñándose por acantilados de piedras erizadas, llenos de aristas descuartizantes. Los pavos gritaban espantados en un cacareo de ónices amarillos, mezcla de cemento y gardenia, y los muertos vivientes los atrapaban y acto seguido arrancaban las cabezas de los cuellos y lamían la sangre que a borbotones surgía de las plúmeas fuentes. Holocausto caníbal. Sacrificio y estiércol, cáncer y crimen, veneno y cuchillo, tiza negra. Arpegiaban los cuchillos una melodía de brea sanguinolenta, al pavor de las aves se sumaba la fealdad inconclusa de sus verdugos, estériles y yermos como tiranos asesinos, y el horror pasaba sobre ascuas de fuego negro, sobre ascuas de fuego rojo, sobre ascuas de fuego verde, y sobre densos pozos de estricnina criminal. Saltaban los gallos espantados por la violencia de los cadáveres vivos, que les arrancaban las cabezas con un deleite rayano en la locura, unos bebían la sangre con las bocas llenas de larvas de moscas, y otros aplastaban las cabezas arrancadas, caídas en el suelo, donde los cuerpos sin cabeza se agitaban como escolopendras marrones. La Luna en todo lo alto del cielo era como un caballo de nieve que caía como una concha marina sobre la horrorosa y descoyuntada escena. Una entelequia de náusea y lilas. Trompetas.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

Prosas poéticas :  Jardines con Espejos.
Jardines con Espejos.


Jardines con espejos. Fragilidad y belleza. Precipicios y fuentes. Marcos de oro labrado y barroco. Rococós marcos de carey verde. Inmensos espejos circulares. Fuentes espejos y espejos fuentes. Rosas y sorpresa. Jardines con espejos. Paseos bajo la umbría rematados con espejos, fuentes con caleidoscopías. Salamandras de azulejos, precipicios que terminan en cascadas, laberintos de agua, surtidores de fuego, pirámides de cristal irisado, balaustradas llenas de crisantemos, naranjas, amarillos, rosas, ánemonas rojas, bancales llenos de amapolas, rocallas exquisitas poseídas por las petunias, jardines con cactus, y espejos. Locura y crisoberilo. Agua y reflejo del agua, agua y reflejo del reflejo, transposición y espejismo, sombra y claroscuros, madreselvas frías, y madreselvas calientes, arroyuelos llenos de luz, mármoles y ámbares. Estanques llenos de shubukins. Acuarios bajos los magnolios. Tintineo de cascabeles y grillos, bajo acordes argénteos. La luna se asoma a la luna, el sol se abrasa de sol, centellas y agua perfumada, brillos aúreos, estatuas de oro macizo, lirios para plazoletas con fuego. Jardines con espejos. Fuentes venecianas. Buganvillas naranjas y rosas, crisantemos y campánulas, marcos de carey labrado, la sorpresa al final del laberinto, cintas fosforescentes, uvas que caen desde el techo, orquídeas negras y rosas. Dragones que echan agua por la boca, inmensos dragones de fuego y oro, con el escorzo retorcido, scherzo musical fantasmagórico, Nínives de perfume, Babilonias de rosas, Jerusalenes de lirios. Absoluta fragilidad y absoluta belleza, bailarines al borde del precipicio, equilibristas de circo, fuentes rojas y azules, fuentes verdes, fuentes de cristal y topacio. Lagos de malaquita fundida. Plenilunios bajo el mediodía. Rojos fluorescentes, naranjas aterradores, violetas maravillosos. Reflejos y deslumbramiento. Jardines con espejos. Botellas atrapando el sol. Fuentes en eterna cacería de la luna. Selene muerta, Helios herido, que huye bajo la sombra de las moreras, y pide agua donde mojarse los ojos, celestiales turquesas, índigos furiosos. Templetes donde las arpas se enfrentan, en un duelo de centellas lilas, y lilas al final de los estanques. Equilibrio imposible. Un Jardín que durara un minuto. Antes del ataque de los bárbaros. Orgasmos de luz. Clímax de sombras. Helechos y mirlos. Un Jardín que durara un minuto, y fuera recordado por un siglo.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero. (lo malo es que los chavales se dedicarían a romper a pedradas, o a naranjazos, los espejos).
Poeta

Prosas poéticas :  Jardines con Fuego.
Jardines con Fuego.


El problema de integrar el Fuego como elemento decorativo en unos jardines radica en el poder explosivo de los depósitos de gas o gasolina. Si la lluvia apaga el surtidor de fuego el gas empieza a salir de forma indiscriminada desde las espitas que producen las llamaradas y se vuelve tóxico y explosivo. Habría que hacer espitas que permanecieran encendidas aunque cayera mucha lluvia, nieve, o granizo. Y se consumiría mucho petroleo, que es un material muy caro. Pero hacerse creo que es posible hacerse, se pueden hacer jardines con fuego. La mercromina, a su vez, se evapora y cristaliza, luego hay que reponer constantemente el material, igual que sucede con la tinta china. Y además el vidrio es frágil y mucha gente, por diversión, apedrea las estatuas y las rompe.

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Jardines con Fuego.


En el corazón del dragón. Rosas y fuego. Lirios y fuego. Nenúfares y fuego. Cascadas de mercromina. Cactaceas y fuego. Fuentes que vomitan chorreones de fuego, entre los estanques y los lirios. Círculos de agua perfumada. Albercas coronadas por dragones de oro que escupen fuego por sus ojos. Cascadas de mercromina roja, arroyuelos y acequias llenos de mercromina, como si fuera sangre. Estatuas de Venus desnudas, rocallas llenas de prímulas y petunias, antorchas, braseros protegidos de la lluvia, albercas ardiendo entre los magnolios. Hibiscos rojos y naranjas, y pebeteros olímpicos flameantes. En el corazón del dragón. Islas de lirios y azulejos dorados, promontorios de pensamientos violetas, amarillos, rosas, rocallas de amapolas y cardos, y, en el centro de las rocallas, fuentes de fuego. Eternamente ardiendo, fuentes de agua cristalina, eternamente manando, lagos rodeados de fuego, estatuas de mármol sumergidas en estanques de mercromina. Y el sol y la luna poniendo sobre las fuentes su lujuria. En el corazón del dragón, lirios, nenúfares, petunias. Llamaradas desde los ojos de las estatuas. Pavos reales de cristal verde. Pavos reales de cristal naranja. Inmensos pavos reales de vidrio. Gardenias entre serpientes de ira. Primero estaban las fuentes de bronce, negras, negras y macabras. En el primer círculo, manando la sangre sobre el abismo. Flores extrañas se abrían, azules corolas venenosas, flores de fuego, humo esperpéntico, setas llenas de gusanos. Abajo, el abismo. Arriba, el comienzo de los círculos. Y las fuentes de bronce vomitaban, y fuego y humo y sangre. Diapasones, danzantes violines, arpas, claves, golpes de cascabel. Y se alzaban los espejos, caleidoscopio de formas amarillas. Orquídeas rojas, rosas, naranjas. Pompas de jabón, negras, negras pompas de jabón, ponzoñosas. Tacto de goma, aceite, ungüento. Perfume. Y la escala ascendía. Segundo círculo, estatuas de mármol rosa. Formas bubosas y estrambóticas. Espanto, coágulo. Calaveras. Tacto de hueso. Golpes de terribles tambores, el gong, gong, gong, del instrumento rotundo. También brotaba el fuego. Jarrones de malaquita, azurita, rodocrositas. Surgían de las macabras fuentes la absenta. Caballos de dientes devorantes, negros dragones a su vez devorándolos. Escorzo de guerra, batalla, depredadores sobre los cuellos de las jacas. El Lanzallamas desde la boca de un horror. Se podía caer en el abismo. Arista afilada. Filo agudísimo. Onice y jaspe. Vetas en la carne del mármol, raíces, muchas raíces en los granitos. No perfume. Sí perfume. Sándalo y gasolina. Madreselva y loto, en los estanques nenúfares rojos. Se subía al tercer círculo. Ascensión, tremenda escala, filo de cuchillas, cortante, lija demoníaca. La Ambición no dejaba de irritar. Escorpiones de metal. Veneno en ánforas amarillas. Biombos y espejos, flores de cerezo. Los cerdos estaban allí, vomitando y saciándose. Tercer círculo. Estatuas de cristal. Cristal de color verde. Cristal de color azul. Cristal transparente. De las fuentes brotaba el agua. En los estanques nenúfares rosas. Las truchas rojas y naranjas. Moaré en las telas. Sedas iridiscentes. Arabescos, mariposas, yeserías. Nada. Fuentes de Tinta china negra. Fuentes de tinta china azul. Láminas de agua roja que cae sobre prismas turquesas colosales. Escorpiones de bronce gigantes que vomitan fuego, y helechos verdes exuberantes. Prados de cesped verdes con solitarios estanques de fuego. Fuentes con forma de escalera que no conducen sino al abismo, descoyuntadas terrazas colgantes, de las que cuelga la yedra, manantiales de fuego entre las aspidistras, estatuas de jabalíes deformes que vomitan tinta china azul, tinta china negra, tinta china roja. Estatuas de gallos con el cuello herido, fuentes de gallos desde las que brota la absenta o el fuego. Macizos de petunias. Gladiolos en el laberinto. Cactaceas y cardos entre tortugas de bronce. Elefantes gigantescos de oro. Paredes inclinadas y empalizadas torcidas, paseos para tomar la sombra a la luz de las bengalas. Antorchas bajo la lluvia. Dragones en el corazón del dragón.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta