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Cantó una noche el alma del vino en las botellas: «¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado, Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos, Un cántico fraterno y colmado de luz!»
Sé cómo es necesario, en la ardiente colina, Penar y sudar bajo un sol abrasador, Para engendrar mi vida y para darme el alma; Mas no seré contigo ingrato o criminal.
Disfruto de un placer inmenso cuando caigo En la boca del hombre al que agota el trabajo, y su cálido pecho es dulce sepultura Que me complace más que mis frescas bodegas.
¿Escuchas resonar los cantos del domingo y gorjear la esperanza de mi jadeante seno? De codos en la mesa y con desnudos brazos Cantarás mis loores y feliz te hallarás;
Encenderé los ojos de tu mujer dichosa; Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores, Siendo para ese frágil atleta de la vida, El aceite que pule del luchador los músculos.
Y he de caer en ti, vegetal ambrosía, Raro grano que arroja el sembrador eterno, Porque de nuestro amor nazca la poesía Que hacia Dios se alzará como una rara flor!»
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Poeta
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La diana resonaba en todos los cuarteles Y apagaba las lámparas el viento matutino.
Era la hora en que enjambres de maléficos sueños Ahogan en sus almohadas a los adolescentes; Cuando tal palpitante y sangrienta pupila, La lámpara en el día traza una mancha roja Y el alma, bajo el peso del cuerpo adormilado, Imita los combates del día y de la lámpara. Como lloroso rostro que enjugase la brisa, Llena el aire un temblor de cosas fugacísimas Y se cansan los hombres de escribir y de amar.
Empiezan a humear acá y allá las casas, Las hembras del placer, con el párpado lívido, Reposan boquiabiertas con derrengado sueño; Las pobres, arrastrando sus fríos y flacos senos, Soplan en los tizones y soplan en sus dedos. Es la hora en que, envueltas en la mugre y el frío, Las parturientas sienten aumentar sus dolores; Como un roto sollozo por la sangre que brota El canto de los gallos desgarra el aire oscuro; Baña los edificios un océano de niebla, y los agonizantes, dentro, en los hospitales, Lanzan su último aliento entre hipos desiguales. Los libertinos vuelven, rotos por su labor.
La friolenta aurora en traje verde y rosa Avanzaba despacio sobre el Sena desierto Y el sombrío Paris, frotándose los ojos, Empuñaba sus útiles, viejo trabajador.
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Poeta
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I De aquel terrible paisaje Como nunca vio mortal, Esta mañana, aún la imagen Vaga y lejana perdura.
¡Lleno está el sueño de magia! Por un singular capricho Desterré de ese espectáculo Al barroco vegetal,
Y, pintor fiel de mi sueño, En el cuadro saboreé La monotonía embriagante De agua, mármol y metal.
Babel de arcos y escaleras, Era un palacio infinito lleno de fuentes y aljibes En oro bruñido o mate;
Y rumorosas cascadas, Como cortinas de vidrio, Se suspendían destellantes Sobre murallas metálicas.
No árboles, sino columnas, Ceñían estanques dormidos, Donde gigantescas náyades Como damas se miraban.
Capas de agua se extendían, Por muelles rosas y verdes, Durante miles de leguas, Hacia el fin del universo;
Había piedras inauditas Y olas mágicas; había Inmensos hielos absortos Por lo que ellos reflejaban.
Taciturnos y distantes, Ganges en el firmamento, Arrojaban sus tesoros En diamantinos abismos.
Arquitecto de mis magias Hacía, a mi voluntad, Bajo un enjoyado túnel Pasar un manso océano;
Y hasta los negros colores Parecían claros y limpios; Fundía su gloria el líquido En el rayo cristalino.
No había vestigio de astros, ¡Ni siquiera el sol poniente, Para alumbrar los prodigios Que con su fuego brillaban!
Y sobre esas maravillas Planeaba (¡atroz novedad! Presente el ojo, no el oído) Un infinito silencio.
II Al abrir mis ardientes ojos, Miré el horror de mi cuarto Y sentí, de nuevo en mi alma, De la inquietud el aguijón;
El fúnebre son del péndulo, Me recordó el mediodía; Caía la oscuridad Sobre el embotado mundo.
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Poeta
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A la buena sirvienta que un día os tuvo celosa Y que su sueño duerme bajo la humilde hierba, Pese a todo, debiéramos llevarle algunas flores. Los muertos, pobres muertos, tienen grandes pesares Y cuando lanza Octubre su viento melancólico Que despoja a los árboles en torno de las tumbas, A los vivos, sin duda, encuentran bien ingratos Por dormir tibiamente bajo sus cobertores, Mientras que, devorados por negras pesadillas, Sin agradables charlas, sin compañía en el lecho, Esqueletos helados que trabajó el gusano, Ellos sufren las nieves goteantes del invierno, Y transcurrir el siglo, sin que amigos ni deudos, Reemplacen los jirones que penden de sus verjas. Cuando silba y crepita el leño, si una noche, Tranquila, en el sillón la viera reclinarse, Si en una noche azul y helada de Diciembre La encontrara encogida en un rincón del cuarto, Grave y recién llegada de su lecho perenne, Ciñendo al niño grande con maternal mirada, A aquella alma piadosa ¿qué le respondería Viendo caer las lágrimas de sus profundos párpados?
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Poeta
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Todavía no he olvidado, cercana a la ciudad, Nuestra blanca mansión, pequeña más tranquila, La Pomona de estuco y la antigua Afrodita Velando su pudor tras una rala fronda, Y el sol, en el crepúsculo, destellante y soberbio Que, tras el vidrio donde se quebraban sus rayos, Parecía, gran pupila en el cielo curioso, Contemplar nuestras largas y solitarias cenas, Derramando sus bellos reflejos alongados En el estor de sarga y en el frugal mantel.
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Poeta
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Cuando te veo cruzar, oh mi amada indolente, Paseando el hastío de tu mirar profundo, Suspendiendo tu paso tan armonioso y lento Mientras suena la música que se pierde en los techos.
Cuando veo, al reverbero del gas que va tiñéndola, Tu frente aureolada de un mórbido atractivo Donde las luces últimas del sol traen a la aurora, Y, como los de un cuadro, tus fascinantes ojos,
Me digo: ¡qué bella es! , ¡qué lozanía extraña! El taraceado recuerdo, pesada y regia torre, La corona, y su corazón, prensado como fruta, Y su cuerpo, están prestos para el más sabio amor.
¿Serás fruto que en otoño da sazonados sabores? ¿Vaso fúnebre que aguarda ser colmado por las lágrimas? ¿Perfume que hace soñar en perfumes lejanísimos, Almohadón acariciante o canastilla de flores?
Sé que hay ojos arrasados por la cruel melancolía Que no guardan escondido ningún precioso secreto, Bellos estuches sin joyas, medallones sin reliquias Más vacíos y más lejanos, ¡oh cielos!, que esos dos tuyos.
Pero ¿no basta que seas la más sutil apariencia, Alegrando al corazón que huye de la verdad? ¿Qué más da tontería en ti o qué más da indiferencia? Te saludo adorno o máscara. Sólo adoro tu belleza.
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Poeta
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La calle atronadora aullaba en torno mío. Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina Una dama pasó, que con gesto fastuoso Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,
Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas. De súbito bebí, con crispación de loco. Y en su mirada lívida, centro de mil tomados, El placer que aniquila, la miel paralizante.
Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer. ¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?
¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca! Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta, ¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!
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Poeta
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Sé sabia, Pena mía, y permanece en calma. Reclamabas la Noche; ya desciende, hela aquí: Envuelve a la ciudad una atmósfera oscura A unos la paz trayendo y a los más la zozobra.
Mientras que la gran masa de los viles mortales, Del Placer bajo el látigo, ese verdugo impávido, Cosecha sinsabores en la fiesta servil, Ofréceme tu mano, Pena mía, ven aquí
Lejos de ellos. Mira balancearse los años transcurridos Con vestidos ridículos, sobre las balaustradas Del cielo; la nostalgia burlona ya emerge de las aguas;
Descansa bajo un arco el moribundo sol Y, tal enorme sudario rezagado, hacia Oriente, Oye, querida, oye cómo avanza la Noche.
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Poeta
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Por la vieja barriada, donde, de las casuchas Las persianas ocultan las lujurias secretas Cuando el astro cruel furiosamente hiere La ciudad y los campos, los techos y sembrados, Quisiera ejercitarme en mi esgrima fantástica Husmeando en los rincones azares de la rima, Tropezando en las sílabas, como en el empedrado, Acaso hallando versos que hace tiempo soñé.
Ese padre nutricio, que huye de las clorosis, En los campos despierta los versos y las rosas; Logra que se evaporen hacia el éter las penas Saturando de miel cerebros y colmenas. Es el quien borra años al que lleva muletas Y le torna festivo como las bellas mozas, Y a las mieses ordena madurar y crecer En la inmortal entraña que desea florecer.
Cuando, como un poeta, desciende a las ciudades, Ennoblece la suerte de las cosas mas viles, Y penetra cual rey, sin séquito ni pompa, Tanto en las casas regias como en los hospitales.
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Poeta
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Deseo, para escribir castamente mis églogas, Dormir cerca del cielo, cual suelen los astrólogos, Y escuchar entre sueños, vecino a las campanas, Sus cánticos solemnes que propalan los vientos. El mentón en las manos, tranquilo en mi buhardilla, Observaré el taller que parlotea y canta; Las chimeneas, las torres, esos urbanos mástiles, Y los cielos que invitan a soñar con lo eterno.
Es dulce ver surgir a través de las brumas La estrella en el azul, la luz en la ventana, Alzarse al firmamento los ríos del carbón Y derramar la luna sus desvaído hechizo. Veré las primaveras, los estíos, los otoños, Y al llegar el invierno de monótonas nieves, Cerraré a cal y canto postigos y mamparas, Para alzar en la noche mis feéricos palacios. Y entonces soñaré con zarcos horizontes, Jardines, surtidores quejándose en el mármol, Con besos y con pájaros que cantan noche y día, Lo que el Idilio alberga de puro y de infantil. El Motín, golpeando sin éxito en los vidrios, No hará que del pupitre se levante mi frente, Pues estaré gozando la voluptuosidad, De que la Primavera a mi capricho irrumpa, De hacer que se alce un sol en mi pecho, y crear Una atmósfera tierna de mis ideas quemantes.
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Poeta
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