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En la sombra debajo de tierra, donde nunca llegó la mirada, se deslizan en curso infinito silenciosas corrientes de agua. Las primeras, al fin, sorprendidas, por el hierro que rocas taladra, en inmenso penacho de espumas hervorosas y límpidas saltan. Mas las otras, en densa tiniebla, retorciéndose siempre resbalan, sin hallar la salida que buscan, a perpetuo correr condenadas.
A la mar se encaminan los ríos, y en su espejo movible de plata, van copiando los astros del cielo o los pálidos tintes del alba: ellos tienen cendales de flores, en su seno las ninfas se bañan, fecundizan los fértiles valles, y sus ondas son de agua que canta.
En la fuente de mármoles níveos, juguetona y traviesa es el agua, como niña que en regio palacio sus collares de perlas desgrana; ya cual flecha bruñida se eleva, ya en abierto abanico se alza, de diamantes salpica las hojas o se duerme cantando en voz baja.
En el mar soberano las olas los peñascos abruptos asaltan; al moverse, la tierra conmueven y en tumulto los cielos escalan. Allí es vida y es fuerza invencible, allí es reina colérica el agua, como igual con los cielos combate y con dioses y monstruos batalla.
¡Cuán distinta la negra corriente a perpetua prisión condenada, la que vive debajo de tierra do ni yertos cadáveres bajan! ¡La que nunca la luz ha sentido, la que nunca solloza ni canta, esa muda que nadie conoce, esa ciega que tienen esclava!
Como ella, de nadie sabidas, como ella, de sombras cercadas, sois vosotras también, las oscuras silenciosas corrientes de mi alma. ¿Quién jamás conoció vuestro curso? ¡Nadie a veros benévolo baja! ¡Y muy hondo, muy hondo se extienden vuestras olas cautivas que callan!
!Y si paso os abrieran, saldríais, como chorro bullente de agua, que en columna rabiosa de espuma sobre pinos y cedros se alza! Pero nunca jamás, prisioneras, sentiréis de la luz la mirada: ¡seguid siempre rodando en la sombra, silenciosas corrientes del alma!
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Poeta
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I.
Yo soy el ave errante que solitaria llora, y en áridos desiertos -cruzando siempre va; sé tú la verde rama que brinde bienhechora al ave que ya muere dulcísimo solaz.
Yo soy brisa que pasa, yo soy hoja que rueda, arista que arrebata furioso el huracán; no sé por do camino, no sé ni en donde pueda de mi incesante lucha el término encontrar.
Yo soy el sol que se hunde, allá tras la montaña, envuelto en el sudario rojizo de su luz; sé tú la blanca aurora que el horizonte baña y rasga de las sombras el lóbrego capuz.
Yo soy la negra noche, sin luces, sin estrellas: yo soy cielo de sombras, rugiente tempestad; sé tú la casta luna que con su luces bellas disipe de esa noche la horrible obscuridad.
Yo soy la navecilla que el aquilón azota, y que, sin rumbo, en medio del anchuroso mar; juguete de los vientos entre arrecifes flota y sin timón ni brújula se mira zozobrar.
Sé tú la blanca estrella que alumbre mi camino, el faro que me guíe al puerto de salud; no dejes que en los brazos de mi cruel destino me arroje en el abismo y olvide la virtud.
Yo soy la flor humilde sin galas ni belleza, sin plácidos colores ni aroma embriagador; tú, pálida azucena de eólica pureza cuyo perfume casto es hálito de amor.
Mas si la flor humilde amara la azucena, si venturosa viere premiada su pasión, alzara, su corola, tal vez de aroma llena, irguiérase en su tallo al soplo del amor.
II.
Yo vivo entre sollozos, mi canto es el gemido, jamás mi labio entona la estrofa del placer; mi pecho siempre exhala tristísimo alarido, mi rostro siempre abate terrible padecer.
Muy lentas son mis horas; muy tristes son mis días; horribles horizontes limitan mi existir, caverna pavorosa de obscuras lejanías, preséntase á mis ojos el negro porvenir.
La luz que iluminaba mi lóbrego camino y que tranquilos goces en la niñez me dió, dejándome entre sombras, cual raudo torbellino, ante mi vista atónita por el espacio huyó.
Tan triste es lo que siento, tan negro lo que veo, que sólo me consuelan mi llanto y mi gemir; ya no en la dulce dicha, ni en la ventura creo, ya sólo me presenta la muerte el porvenir.
La duda con sus garras destroza mi creencia, marchita con su aliento las flores de mi amor; hay sombras en mi alma, hay luto en mi conciencia, mi vida es una estrofa del himno del dolor!
III
Tu vida ángel hermoso, cual cándido arroyuelo, deslizase entre flores con suave murmurar, tu corazón es puro como el azul del cielo, jamás tu frente empañan las nubes del pesar.
Tú ignoras, niña bella, del mundo los engaños, no sabes cómo muere del alma la ilusión ; no sabes cómo agotan terribles desengaños los sueños más hermosos del triste corazón.
No sabes cual se llora al contemplar perdida aquella fe sublime que guió nuestra niñez; no sabes cómo amarga las horas de la vida la duda que nos cerca de eterna lobreguez.
Es blanca tu conciencia y azul tu pensamiento, rosados horizontes te ofrece el porvenir, ninguna nube empaña de tu alma el firmamento, ninguna pena enluta tu plácido existir.
Cuando del sacro templo en las soberbias naves, murmuras una tierna, purísima oración, suspenden al oírla, sus cánticos las aves, y un ángel la conduce al trono del Señor.
Los cielos te sonríen, la tierra te da flores, las fuentes su murmullo, las aves su cantar; tu corazón es nido de cándidos amores, con tu mirada ahuyentas las nubes del pesar.
IV
Mi vida es un suspiro, tu vida una sonrisa; mi alma negra sombra, la tuya blanca luz; eres arroyo y ave, eres perfume y brisa; yo lágrimas y duelo, tristísimo sauz.
Convierte los abrojos de mi cruel destino con las hermosas flores de tu bendito amor; y entonces, vida mía, al fin de este camino, irán nuestras dos almas al trono del Señor.
Tal vez en mi alma existen en sombra aletargados, los gérmenes sublimes de gloria y majestad: sin ámbito ni norte dormitan cobijados en el sudario lúgubre de horrible obscuridad.
Alumbra con tus ojos mi obscura inteligencia, sé tú, mi vida, el norte que mire mi ambición, y me alzaré gigante y arrancaré á la ciencia el más hermoso lauro que anhela el corazón.
Si de tu amor el hálito mi espíritu alentara, si de tu amor sintiera la llama celestial, yo el vuelo poderoso con majestad alzara, y un rayo alcanzaría del sol de lo inmortal.
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Poeta
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¿Por qué de amor la barca voladora con ágil mano detener no quieres, y esquivo menosprecias los placeres de Venus, la impasible vencedora?
A no volver los años juveniles, huyen como saetas disparadas por mano de invisible Sagitario; triste vejez, como ladrón nocturno, sorpréndenos sin guarda ni defensa, y con la extremidad de su arma inmensa la copa del placer vuelca Saturno.
¡Aprovecha el minuto y el instante! Hoy te ofrece rendida la hermosura de sus hechizos el gentil tesoro, y llamándote ufana en la espesura, suelta Pomona sus cabellos de oro.
En la popa del barco empavesado que navega veloz rumbo a Citeres, de los amigos del clamor te nombra, mientras tendidas en la egipcia alfombra, sus crótalos agitan las mujeres.
¡Deja, por fin, la solitaria playa, y coronado de fragantes flores descansa en la barquilla de las diosas! ¿Qué importa lo fugaz de los amores? ¡También expiran jóvenes las rosas!
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Poeta
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Idos, dulces ruiseñores. Quedó la selva callada, y a su ventana, entre flores, no sale mi enamorada.
Notas, salid de puntillas; está la niñita enferma... Mientras duerme en mis rodillas, dejad, ¡oh notas!, que duerma.
Luna, que en marco de plata su rostro copiabas antes, si hoy tu cristal lo retrata acas, luna, la espantes.
Al pie de su lecho queda y aguarda a que buena esté, coqueto escarpín de seda que oprimes su blanco pie.
Guarda tu perfume, rosa, guarda tus rayos, lucero, para decir a mi hermosa, cuando sane que la quiero.
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Poeta
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¡No moriré del todo, amiga mía! De mi ondulante espíritu disperso, algo en la urna diáfana del verso, piadosa guardará la poesía.
¡No moriré del todo! Cuando herido caiga a los golpes del dolor humano, ligera tú, del campo entenebrido levantarás al moribundo hermano.
Tal vez entonces por la boca inerme que muda aspira la infinita calma, oigas la voz de todo lo que duerme con los ojos abiertos de mi alma!
Hondos recuerdos de fugaces días, ternezas tristes que suspiran solas; pálidas, enfermizas alegrías sollozando al compás de las violas...
Todo lo que medroso oculta el hombre se escapará, vibrante, del poeta, en áureo ritmo de oración secreta que invoque en cada cláusula tu nombre.
Y acaso adviertas que de modo extraño suenan mis versos en tu oído atento, y en el cristal, que con mi soplo empaño, mires aparecer mi pensamiento.
Al ver entonces lo que yo soñaba, dirás de mi errabunda poesía: era triste, vulgar lo que cantaba... mas, ¡qué canción tan bella la que oía!
Y porque alzo en tu recuerdo notas del coro universal, vívido y almo; y porque brillan lágrimas ignotas en el amargo cáliz de mi salmo;
porque existe la Santa Poesía y en ella irradias tú, mientras disperso átomo de mi ser esconda el verso, ¡no moriré del todo, amada mía!
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Poeta
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Oigo el crujir de tu traje, turba tu paso el silencio, pasas mis hombros rozando y yo a tu lado me siento. Eres la misma: tu talle, como las palmas, esbelto, negros y ardientes los ojos, blondo y rizado el cabello; blando acaricia mi rostro como un suspiro tu aliento; me hablas como antes me hablabas, yo te respondo muy quedo, y algunas veces tus manos entre mis manos estrecho. ¡Nada ha cambiado: tus ojos siempre me miran serenos, como a un hermano me buscas, como a una hermana te encuentro! ¡Nada ha cambiado: la luna deslizando su reflejo a través de las cortinas de los balcones abiertos; allí el piano en que tocas, allí el velador chinesco y allí tu sombra, mi vida, en el cristal del espejo. Todo lo mismo: me miro, pero al mirarte no tiemblo, cuando me miras no sueño. Todo lo mismo, peor algo dentro de mi alma se ha muerto. ¿Por qué no sufro como antes? ¿Por qué, mi bien, no te quiero?
Estoy muy triste; si vieras, desde que ya no te quiero siempre que escucho campanas digo que tocan a muerto. Tú no me amabas pero algo daba esperanza a mi pecho, y cuando yo me dormía tú me besabas durmiendo. Ya no te miro como antes, ya por las noches no sueño, ni te esconden vaporosas las cortinas de mi lecho. Antes de noche venías destrenzando tu cabello, blanca tu bata flotante, tiernos tus ojos de cielo; lámpara opaca en la mano, negro collar en el cuello, dulce sonrisa en los labios y un azahar en el pecho. Hoy no me agito si te hablo ni te contemplo si duermo, ya no se esconde tu imagen en las cortinas del techo.
Ayer vi a a un niño en la cuna; estaba el niño durmiendo, sus manecitas muy blancas, muy rizado su cabello. No sé por qué, pero al verle vino otra vez tu recuerdo, y al pensar que no me amaste, sollozando le di un beso. Luego, por no despertarle, me alejé quedo, muy quedo. ¡Qué triste que estaba el alma! ¡Qué triste que estaba el cielo! Volví a mi casa llorando, me arrojé luego en el lecho. Todo estaba solitario, Todo muy negro, muy negro. Como una tumba mi alcoba, la tarde tenue muriendo, mi corazón con el frío. Busqué la flor que me diste una mañana en tu huerto y con mis manos convulsas la apreté contra mi pecho; miré luego en torno mío y la sombra me dio miedo... Perdóname, si, perdóname, ¡no te quiero, no te quiero!
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Poeta
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Quiero morir cuando decline el día, en alta mar y con la cara al cielo, donde parezca sueño la agonía y el alma un ave que remonta el vuelo.
No escuchar en los últimos instantes, ya con el cielo y con el mar a solas, más voces ni plegarias sollozantes que el majestuoso tumbo de las olas.
Morir cuando la luz retira sus áureas redes de la onda verde, y ser como ese sol que lento expira; algo muy luminoso que se pierde.
Morir, y joven; antes que destruya el tiempo aleve la gentil corona, cuando la vida dice aún: “Soy tuya”, aunque sepamos bien que nos traiciona.
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Poeta
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