|
Bien está: me río porque es una forma de pudor la risa; pero muy adentro, muy solo, muy mío, un pesar cansado se me vuelve hastío y un último anhelo se me extingue aprisa. Mas no me contemples tan sólo la cara; acerca a mi espíritu -que es vaso pequeño- tu vida, radiante de júbilo, para gustar de la gota de miel de un ensueño. Del juvenil cántico, un eco remoto queda todavía en tal cual epigrama romántico, y en una que otra sutil ironía. Hace tiempo adquirí la destreza de ser frívolo. Ve mi alegría: ¿que de cuando en cuando sale la tristeza en un gesto ambiguo de melancolía? Vivo y basta. Muerdo los frutos amargos de mi otoño, anuncio de un vecino invierno; para mi fastidio los días son largos, ásperas las piedras, y el camino, eterno.
¡Bah! ¡No importa! Deja que alumbre mi paso una intermitente luz de poesía; yo voy como todos, sin rumbo, al acaso... Bebe, y no preguntes si hay hiel en el vaso: ¡Déjame que ría!
|
Poeta
|
|
Lo sentí; no fue una separación, sino un desgarramiento; quedó atónita el alma, y sin ninguna luz, se durmió en la sombra el pensamiento.
Así fue; como un gran golpe de viento en la serenidad del aire. Ufano, en la noche tremenda, llevaba yo en la mano una antorcha con qué alumbrar la senda, y que de pronto se apagó; la oscura asechanza del mal y del destino extinguió así la llama y mi locura.
Vi un árbol a la orilla del camino, y me senté a llorar mi desventura. Así fue, caminante que me contemplas con mirada absorta y curioso semblante.
Yo estoy cansado, sigue tú adelante; mi pena es muy vulgar y no te importa. Amé, sufrí, gocé, sentí el divino soplo de la ilusión y la locura; tuve la antorcha, la apagó el destino, y me senté a llorar mi desventura a la sombra de un árbol del camino.
|
Poeta
|
|
¡Aleluya, aleluya, aleluya, alma mía! Que en un himno concluya mi doliente elegía: Ya me dijo: ¡Soy tuya! Ya le dije: ¡Eres mía! Y una voz encantada, que de lejos venía, me anunció la alborada, me gritó: ¡Ya es de día!
Todo es luz y tibieza lo que fue sombra fría; se apagó la Tristeza, se encendió la alegría. Ya le dije: ¡Eres mía! Ya me dijo: ¡Soy tuya! -¡cuánto sol tiene el día!- ¡Aleluya, alma mía!
|
Poeta
|
|
Deja que llegue a ti, deja que ahonde como el minero en busca del tesoro, que en tu alma negra la virtud se esconde como en el seno de la tierra el oro.
¡Alma sombría, ayer inmaculada! Tu caída me asombra y me entristece. ¿Qué culpa ha de tener la nieve hollada si el paso del viajero la ennegrece?
No mereces castigo ni reproche. Entre los vicios tu virtud descuella; en el pliegue más negro de la noche brillará más que la lejana estrella.
La mano aleve que al rosal arranca su flor más bella, y luego la deshoja; la que manchó tu vestidura blanca, la que en los brazos del placer te arroja;
la que apagó en tu frente de azucena la llama del pudor y la alegría, y ornó tu sien, marchita por la pena, con las deshechas flores de la orgía,
es la que al verte desvalida y sola, te empuja hacia el abismo, sin aliento; la que tu amor y tu pureza inmola por el amargo pan del sufrimiento.
Me admiran tus heroicos sacrificios; me admira que no temas, que no dudes, y que en la árida roca de los vicios puedan colgar su nido las virtudes.
Por eso llego a ti... ¿No lo imaginas? A ver surgir, cual gratas ilusiones, luz entre sombras, flores entre ruinas, ¡amor entre los muertos corazones!
Vengo a cubrirte de brillantes galas, a ser tu protección y tu consuelo, y a desatar tus poderosas alas ¡para que puedas ascender al cielo!
|
Poeta
|
|
METAMORFOSIS
Era un cautivo beso enamorado de una mano de nieve que tenia la apariencia de un lirio desmayado y el palpitar de un ave en agonía.
Y sucedió que un día, aquella mano suave de palidez de cirio de languidez de lirio, de palpitar de ave.
se acercó tanto a la prisión del beso que ya no pudo más el pobre preso y se escapó; más, con voluble giro, huyó la mano hasta el confín lejano, y el beso, que volaba tras la mano, rompiendo el aire, se volvió suspiro.
|
Poeta
|
|