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El sueño es una larga despedida de ti. ¡Qué gran vida contigo, en pie, alerta en el sueño! ¡Dormir el mundo, el sol, las hormigas, las horas, todo, todo dormido, en el sueño que duermo!
Menos tú, tú la única, viva, sobrevivida, en el sueño que sueño. Pero sí, despedida: voy a dejarte cerca, la mañana prepara toda su precisión de rayos y de risas. Afuera, afuera, ya, lo soñado flotante, marchando sobre el mundo, sin poderlo pisar, porque no tiene sitio, desesperadamente.
Te abrazo por vez última: eso es abrir los ojos. Ya está. Las verticales entran a trabajar, sin un desmayo, en reglas. Los colores ejercen sus oficios de azul, de rosa, verde, todos a la hora en punto. El mundo va a funcionar hoy bien; me ha matado ya el sueño. Te siento huir, ligera, de la aurora, exactísima, hacia arriba, buscando la que no se ve estrella, el desorden celeste, que es sólo donde cabes. Luego, cuando despierto, no te conozco casi, cuando, a mi lado, tiendes los brazos hacia mí diciendo: "¿Qué soñaste?". Y te contestaría: "No sé, se me ha olvidado", si no estuviera ya tu cuerpo limpio, exacto, ofreciéndome en labios el gran error del día.
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Poeta
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El alma tenías tan clara y abierta, que yo nunca pude entrarme en tu alma. Busqué los atajos angostos, los pasos altos y difíciles... A tu alma se iba por caminos anchos. Preparé alta escala -soñaba altos muros guardándote el alma-, pero el alma tuya estaba sin guarda de tapial ni cerca. Te busqué la puerta estrecha del alma, pero no tenía, de franca que era, entrada tu alma. ¿En dónde empezaba? ¿acababa, en dónde? Me quedé por siempre sentado en las vagas lindes de tu alma.
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Poeta
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Dame tu libertad. No quiero tu fatiga, no, ni tus hojas secas, tu sueño, ojos cerrados. Ven a mí desde ti, no desde tu cansancio de ti. Quiero sentirla. Tu libertad me trae, igual que un viento universal, un olor de maderas remotas de tus muebles, una bandada de visiones que tú veías cuando en el colmo de tu libertad cerrabas ya los ojos. ¡Qué hermosa tú libre y en pie! Si tú me das tu libertad me das tus años blancos, limpios y agudos como dientes, me das el tiempo en que tú la gozabas. Quiero sentirla como siente el agua del puerto, pensativa, en las quillas inmóviles el alta mar. La turbulencia sacra. Sentirla, vuelo parado, igual que en sosegado soto siente la rama donde el ave se posa, el ardor de volar, la lucha terca contra las dimensiones en azul. Descánsala hoy en mí: la gozaré con un temblor de hoja en que se paran gotas del cielo al suelo. La quiero para soltarla, solamente. No tengo cárcel para ti en mi ser. Tu libertad te guarda para mí. La soltaré otra vez, y por el cielo, por el mar, por el tiempo, veré cómo se marcha hacia su sino. Si su sino soy yo, te está esperando.
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Poeta
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¡Cuánto sabe la flor! Sabe ser blanca cuando es jazmín, morada cuando es lirio. Sabe abrir el capullo sin reservar dulzuras para ella, a la mirada o a la abeja. Permite sonriendo que con su alma se haga miel.
¡Cuánto sabe la flor! Sabe dejarse coger por ti, para que tú la lleves, ascendida, en tu pecho alguna noche. Sabe fingir, cuando al siguiente día la separas de ti, que no es la pena por tu abandono lo que la marchita.
¡Cuánto sabe la flor! Sabe el silencio; y teniendo unos labios tan hermosos sabe callar el "¡ay!" y el "no", e ignora la negativa y el sollozo.
¡Cuánto sabe la flor! Sabe entregarse, dar, dar todo lo suyo al que la quiere, sin pedir más que eso: que la quiera. Sabe, sencillamente sabe, amor.
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Poeta
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Cuando tú me elegiste -el amor eligió- salí del gran anónimo de todos, de la nada. Hasta entonces nunca era yo más alto que las sierras del mundo. Nunca bajé más hondo de las profundidades máximas señaladas en las cartas marinas. Y mi alegría estaba triste, como lo están esos relojes chicos, sin brazo en que ceñirse y sin cuerda, parados. Pero al decirme: “tú” a mí, sí, a mí, entre todos-, más alto ya que estrellas o corales estuve. Y mi gozo se echó a rodar, prendido a tu ser, en tu pulso. Posesión tú me dabas de mí, al dárteme tú. Viví, vivo. ¿Hasta cuándo? Sé que te volverás atrás. Cuando te vayas retornaré a ese sordo mundo, sin diferencias, del gramo, de la gota, en el agua, en el peso. Uno más seré yo al tenerte de menos. Y perderé mi nombre, mi edad, mis señas, todo perdido en mí, de mí. Vuelto al osario inmenso de los que no se han muerto y ya no tienen nada que morirse en la vida.
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Poeta
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¿Cómo me vas a explicar, di, la dicha de esta tarde, si no sabemos porqué fue, ni cómo, ni de qué ha sido, si es pura dicha de nada? En nuestros ojos visiones, visiones y no miradas, no percibían tamaños, datos, colores, distancias. De tan desprendidamente como estaba yo y me estabas mirando, más que mirando, mis miradas te soñaban, y me soñaban las tuyas. Palabras sueltas, palabras, deleite en incoherencias, no eran ya signo de cosas, eran voces puras, voces de su servir olvidadas. ¡Cómo vagaron sin rumbo, y sin torpeza las caricias! Largos goces iniciados, caricias no terminadas, como si aun no se supiera en qué lugar de los cuerpos el acariciar se acaba, y anduviéramos buscándolo, en lento encanto, sin ansia. Las manos, no era tocar lo que hacían en nosotros, era descubrir; los tactos nuestros cuerpos inventaban, allí en plena luz, tan claros como en la plena tiniebla, en donde sólo ellos pueden ver los cuerpos, con las ardorosas palmas. Y de estas nadas se ha ido fabricando, indestructible, nuestra dicha, nuestro amor, nuestra tarde. Por eso no fue nada, sé que esta noche reclinas lo mismo que una mejilla sobre este blancor de plumas -almohada que ha sido alas- tu ser, tu memoria, todo, y que todo te descansa, sobre una tarde de dos, que no es nada, nada, nada.
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Poeta
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Ayer te besé en los labios. Te besé en los labios. Densos, rojos. Fue un beso tan corto, que duró más que un relámpago, que un milagro, más. El tiempo después de dártelo no lo quise para nada ya, para nada lo había querido antes. Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso; estoy solo con mis labios. Los pongo no en tu boca, no, ya no... -¿Adónde se me ha escapado?-. Los pongo en el beso que te di ayer, en las bocas juntas del beso que se besaron. Y dura este beso más que el silencio, que la luz. Porque ya no es una carne ni una boca lo que beso, que se escapa, que me huye. No. Te estoy besando más lejos.
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Poeta
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Aquí en esta orilla blanca del lecho donde duermes estoy al borde mismo de tu sueño. Si diera un paso más, caería en sus ondas, rompiéndolo como un cristal. Me sube el calor de tu sueño hasta el rostro. Tu hálito te mide la andadura del soñar: va despacio. Un soplo alterno, leve me entrega ese tesoro exactamente: el ritmo de tu vivir soñando. Miro. Veo la estofa de que está hecho tu sueño. La tienes sobre el cuerpo como coraza ingrávida. Te cerca de respeto. A tu virgen te vuelves toda entera, desnuda, cuando te vas al sueño. En la orilla se paran las ansias y los besos: esperan, ya sin prisa, a que abriendo los ojos renuncies a tu ser invulnerable. Busco tu sueño. Con mi alma doblada sobre ti las miradas recorren, traslúcida, tu carne y apartan dulcemente las señas corporales, para ver si hallan detrás las formas de tu sueño. No la encuentran. Y entonces pienso en tu sueño. Quiero descifrarlo. Las cifras no sirven, no es secreto. Es sueño y no misterio. Y de pronto, en el alto silencio de la noche, un soñar mío empieza al borde de tu cuerpo; en él el tuyo siento. Tú dormida, yo en vela, hacíamos lo mismo. No había que buscar: tu sueño era mi sueño.
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Poeta
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Esta noche te cruzan verdes, rojas, azules, rapidísimas luces extrañas por los ojos. ¿Será tu alma? ¿Son luces de tu alma, si te miro? Letras son, nombres claros al revés, en tus ojos. Son nombres: Universum, se iluminan, se apagan, con latidos de luz de corazón. Universum. Miro; ya sé; ya leo: Universum cinema, ocho cilindros, saldo de blanco junto a las estrellas. Te quiero así inocente, toda ajena, palpitante en lo que está fuera de ti, tus ojos proclamando las vívidas verdades de colores de la noche. Las compraremos todas cuando se abran las tiendas, ahora mismo -Universum cinema-, cuando bese las luces de tu alma, sí, las luces, anuncios luminosos de la vida en la noche, en tus ojos.
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Poeta
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Ahora te quiero, como el mar quiere a su agua: desde fuera, por arriba, haciéndose sin parar con ella tormentas, fugas, albergues, descansos, calmas. ¡Qué frenesíes, quererte! ¡Qué entusiasmo de olas altas, y qué desmayos de espuma van y vienen! Un tropel de formas, hechas, deshechas, galopan desmelenadas. Pero detrás de sus flancos está soñándose un sueño de otra forma más profunda de querer, que está allá abajo: de no ser ya movimiento, de acabar este vaivén, este ir y venir, de cielos a abismos, de hallar por fin la inmóvil flor sin otoño de un quererse quieto, quieto. Más allá de ola y espuma el querer busca su fondo. Esta hondura donde el mar hizo la paz con su agua y están queriéndose ya sin signo, sin movimiento. Amor tan sepultado en su ser, tan entregado, tan quieto, que nuestro querer en vida se sintiese seguro de no acabar cuando terminan los besos, las miradas, las señales. Tan cierto de no morir, como está el gran amor de los muertos.
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Poeta
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