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Yo fui. Columna ardiente, luna de primavera. Mar dorado, ojos grandes.
Busqué lo que pensaba; pensé, como al amanecer en sueño lánguido, lo que pinta el deseo en días adolescentes. Canté, subí, fui luz un día arrastrado en la llama.
Como un golpe de viento que deshace la sombra, caí en lo negro, en el mundo insaciable.
He sido.
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Poeta
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Ventana huérfana con cabellos habituales, Gritos del viento, Atroz paisaje entre cristal de roca, Prostituyendo los espejos vivos, Flores clamando a gritos Su inocencia anterior a obesidades.
Esas cuevas de luces venenosas Destrozan los deseos, los durmientes; Luces como lenguas hendidas Penetrando en los huesos hasta hallar la carne, Sin saber que en el fondo no hay fondo, No hay nada, sino un grito, Un grito, otro deseo Sobre una trampa de adormideras crueles.
En un mundo de alambre Donde el olvido vuela por debajo del suelo, En un mundo de angustia, Alcohol amarillento, Plumas de fiebre, Ira subiendo a un cielo de vergüenza, Algún día nuevamente surgirá la flecha Que abandona el azar Cuando una estrella muere como otoño para olvidar su sombra.
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Poeta
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Unos cuerpos son como flores, otros como puñales, otros como cintas de agua; pero todos, temprano o tarde, serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden, convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.
Pero el hombre se agita en todas direcciones, sueña con libertades, compite con el viento, hasta que un día la quemadura se borra, volviendo a ser piedra en el camino de nadie.
Yo, que no soy piedra, sino camino que cruzan al pasar los pies desnudos, muero de amor por todos ellos; les doy mi cuerpo para que lo pisen, aunque les lleve a una ambición o a una nube, sin que ninguno comprenda que ambiciones o nubes no valen un amor que se entrega.
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Poeta
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Te hubiera dado el mundo, muchacho que surgiste al caer de la luz por tu Conquero, tras la colina ocre, entre pinos antiguos de perenne alegría.
Eras emanación del mar cercano? Eras el mar aún más que las aguas henchidas con su aliento, encauzadas en río sobre tu tierra abierta, bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de rotos resplandores.
Eras el mar aún más tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo; eras forma primera, eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.
Y tus labios, de bisel tan terso, eran la vida misma, como una ardiente flor nutrida con la savia de aquella piel oscura que infiltraba nocturno escalofrío.
Si el amor fuera un ala.
La incierta hora con nubes desgarradas, el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa, la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos, te enviaban a mí, a mi afán ya caído, como verdad tangible.
Expresión amorosa de aquel mismo paraje, entre los ateridos fantasmas que habitaban nuestro mundo, eras tú una verdad, sola verdad que busco, mas que verdad de amor, verdad de vida; y olvidando que sombra y pena acechan de continuo esa cúspide virgen de la luz y la dicha, quise por un momento fijar tu curso ineluctable.
Creí en ti, muchachillo.
Cuando el amor evidente, con el irrefutable sol del mediodía, suspendía mi cuerpo en esa abdicación del hombre ante su dios, un resto de memoria levantaba tu imagen como recuerdo único.
Y entonces, con sus luces el violento Atlántico, tantas dunas profusas, tu Conquero nativo, estaban en mí mismo dichos en tu figura, divina ya para mi afán con ellos, porque nunca he querido dioses crucificados, tristes dioses que insultan esa tierra ardorosa que te hizo y te hace.
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Poeta
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Por las esquinas vagas de los sueños, alta la madrugada, fue conmigo tu imagen bien amada, como un día en tiempos idos, cuando Dios lo quiso.
Agua ha pasado por el río abajo, hojas verdes perdidas llevó el viento desde que nuestras sombras vieron quedas su afán borrarse con el sol traspuesto.
Hermosa era aquella llama, breve como todo lo hermoso: luz y ocaso. Vino la noche honda, y sus cenizas guardaron el desvelo de los astros.
Tal jugador febril ante una carta, un alma solitaria fue la apuesta arriesgada y perdida en nuestro encuentro; el cuerpo entre los hombres quedó en pena.
¿Quién dice que se olvida? No hay olvido. Mira a través de esta pared de hielo ir esa sombra hacia la lejanía sin el nimbo radiante del deseo.
Todo tiene su precio. Yo he pagado el mío por aquella antigua gracia, y así despierto; hallando tras mi sueño un lecho solo, afuera yerta el alba.
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Poeta
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El cantar de los pájaros, al alba, cuando el tiempo es más tibio, alegres de vivir, ya se desliza entre el sueño, y de gozo contagia a quien despierta al nuevo día.
Alegre sonriendo a su juguete pobre y roto, en la puerta de la casa juega solo el niñito consigo, y en dichosa ignorancia, goza de hallarse vivo.
El poeta, sobre el papel soñando su poema inconcluso, hermoso le parece, goza y piensa con razón y locura que nada importa: existe su poema.
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Poeta
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Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente, derriban los instintos como flores, deseos como estrellas para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.
Que derriben también imperios de una noche, monarquías de un beso, no significa nada; que derriben los ojos, que derriben las manos como estatuas vacías.
Mas este amor cerrado por ver sólo su forma, su forma entre las brumas escarlata, quiere imponer la vida, como otoño ascendiendo tantas hojas hacia el último cielo, donde estrellas sus labios dan otras estrellas, donde mis ojos, estos ojos, se despiertan en otro.
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Poeta
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Te quiero.
Te lo he dicho con el viento jugueteando tal un animalillo en la arena o iracundo como órgano tempestuoso;
te lo he dicho con el sol, que dora desnudos cuerpos juveniles y sonríe en todas las cosas inocentes;
te lo he dicho con las nubes, frentes melancólicas que sostienen el cielo, tristezas fugitivas;
te lo he dicho con las plantas, leves caricias transparentes que se cubren de rubor repentino;
te lo he dicho con el agua, vida luminosa que vela un fondo de sombra; te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría, con el hastío, con las terribles palabras. Pero así no me basta; más allá de la vida quiero decírtelo con la muerte, más allá del amor quiero decírtelo con el olvido.
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Poeta
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Sombras frágiles, blancas, dormidas en la playa, dormidas en su amor, en su flor de universo, el ardiente color de la vida ignorando sobre un lecho de arena y de azar abolido.
Libremente los besos desde sus labios caen en el mar indomable como perlas inútiles; perlas grises o acaso cenicientas estrellas ascendiendo hacia el cielo con luz desvanecida.
Bajo la noche el mundo silencioso naufraga; bajo la noche rostros fijos, muertos, se pierden. Sólo esas sombras blancas, oh blancas, sí, tan blancas. La luz también da sombras, pero sombras azules.
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Poeta
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Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
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Poeta
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