Poemas :  La vaca blanca
De un amor que pasó, como un paisaje
visto del tren, cuando se va de viaje;
de un romance de un mes, en un cobijo
del llano, una mujer me dejó un hijo.

Ella murió, y abrieron una fosa,
y allí metieron el residuo humano,
y una cúpula azul sobre una losa
fue el mausoleo: el cielo sobre el llano.

Y me dejó un pequeño
así de grande y como flor de harina,
con unos ojos como para un sueño
y el laberinto de su lengua china.

Yo vine de muy lejos para verle. Tenía
las pestañas muy largas; me miró fijamente
y me mostró la lengua bajo la calva encía,
con una picardía
de granuja que dice: "Qué me verá esta gente?"

Tuvo hambre. Yo anduve de covacha en covacha
comprándole su leche al niño ajeno;
cada vez que encontraba una muchacha,
con cierta gula le miraba el seno.

Había seis mujeres:
eran cinco doncellas y una vieja arrugada;
eran diez pechos para los placeres
y dos que no servían para nada.

Pasé por el corral y hallé en la puerta
la vaca blanca y su ternera muerta.
Y se vino hacia mí la vaca blanca,
una estrella en la frente y una cruz en el anca...

Mi niño era de nieve; su ternera, de armiño;
por su ternera, yo le di mi niño.

Y era aquel despertar por la mañana,
cuando rompía el sueño
el mugir de la vaca en la ventana,
y el breve ordeñador iba al ordeño.

Y aquella boca en el pezón colgante,
y aquel mirar de vaca, mansamente,
y después, él delante
del testuz, y la vaca le lamía la frente.

Hoy le enterramos. Vino
la fiebre, y en dos días se me fue. En el camino
he encontrado la vaca; por la tierra albariza
se acercaba a lo lejos su dolor de nodriza...

Los dos nos arrimamos, y se puso a mirarme;
en la frente dolida se le avivó el lucero,
y sus remotos ojos parecían hablarme
del dolor que le daba de perder mi ternero.

Y la nodriza y todo
cuanto del llano tuve, se me quedó en el llano...
La vaca me miraba..., me miraba de un modo,
que yo sentí la angustia de tenderle la mano...
Poeta

Poemas :  La mujer de sal
¡Oh, blancura imposible de la Amada imposible!
¡Por todos mis desvelos cruza, como un fantasma,
como un jirón de invierno, su carne sin penumbras,
inverosímilmente blanca!

¡Oh, blancura imposible,
que integra mis delirios y va sobre mi alma,
con la apariencia leve de un sudario
y la verdad de mármol de una lápida!

Si alguna vez la viste, filósofo ambulante,
devanador de calles, enredador de plazas,
tejedor de monólogos, si alguna vez la viste,
di si es verdad que te espantó mirarla.

El resumen de todas las blancuras
en Ella se anidó como una garza,
y fue en sus manos un sopor de ovejas
y fue lienzo de altar en su garganta.

Vibrante, musical y suspendida
sobre la tierra, su blancura se alza
y va floreando sobre el alto cielo
como un arbusto bajo la nevada.

¡Blancura universal, ¡cómo te miro
resumida al mirarla!
¡El blancor de esos días tercamente lluviosos;
las estatuas de mármol recién inauguradas;
el estertor de la pechuga exangüe;
el ruedo que la mar prende a su falda;
la capa voladora del beduino
y sus tiendas errantes, palomar del Sahara;
los caminos ahogados en la arena;
al fondo de los árboles, la pared de una casa;
las tumbas escondidas en la noche;
el cirio iluminando la mortaja;
¡yacente livor del esqueleto
que el cincel del gusano cincelara;
esas frases inéditas, alargadas de aes,
con que los sordomudos desahogan su rabia;
las gotas de azahar sobre las bodas,
y en la Suprema hora de las ansias,
en el instante de aflojar los brazos,
aquel blanco en los ojos de la mujer cansada!

Blancura universal, ¡Cómo te miro
resumida, al mirarte!
El remoto dolor de los pañuelos
que aletean de adioses en la playa;
las velas de cien barcos bajo el sol,
que parece
que un gran lirio se hubiera deshojado
en la rada;
las nubecillas huérfanas que entristecen
los cielos
con la miseria de su buche de agua;
la alegría lustral del primer diente
que en la frescura del pezón se clava
y en la inquietud de una cabeza negra
la aguja cruel de la primera cana;
el alba, cuando bajo los rayos del ordeño
se amanece de leche la penumbra del ánfora;
el pan de trigo antes de entrar al horno;
el lecho albar que está estrenando sábanas
y la cuerda del patio con la ropa
que ponen a secar por la mañana!...

Mucho de amargo y mucho de imposible
tiene, en verdad, la carne de la Amada;
en Ella hay la amargura de esas drogas blanquísimas,
y es imposible como el Himalaya.

Su carne es la Primera Comunión de la Carne,
y tiene lo intocado de las páginas
donde no escribió nadie, porque esperan la mano
que escriba con su sangre la Primera Palabra.

¡Mujer de Nieve, inédita de los llanos polares!
¡Mujer de Sal, como la vieja Estatua!
Cuando duerme, su rostro
se debe confundir con la almohada,
y cuando muere la creerán dormida,
porque después de muerta no podrá ser más pálida.

¡Mujer de Nieve, efigie de la Muerte,
Mujer de Sal, Estatua!
Si has de venir a mí, ven por la senda
más nocturna o más blanca;
así te fundirás en el camino
y yo no te veré hasta la llegada.

Vendrás diciendo una palabra hueca,
con muchas aes y la voz muy baja;
tus dedos azulados palparán las tinieblas,
y un collar de corales, ciñendo tu garganta,
suspenderá hasta el vértice
de mis presentimientos
la evocación de las descabezadas.

Mujer de sal, mujer de nieve, siento
como un largo vacío tu blancura en el alma,
y voy a ti como al abismo el ciego,
aunque presienta que has de ser mañana,
Como la muerte, fría e imposible
y como la mujer de Lot, amarga...
Poeta

Poemas :  El dulce mal
Vuelvo los ojos a mi propia historia.
Sueños, más sueños y más sueños... gloria,
más gloria... odio... un ruiseñor huyendo...
y asómbrame no ver en toda ella
ni un rasgo, ni un esbozo, ni una huella
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Torno a mirar hacia el camino andado...
Mi marcha fue una marcha de soldado,
con paso vencedor, a todo estruendo;
mi alegría una bárbara alegría...
Y en nada está la sombra todavía
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Surgió una cumbre frente a mí; quisieron
otros mil coronarla y no pudieron;
sólo yo quedé arriba, sonriendo,
y allí, suelta la voz, tendido el brazo,
nunca sentí ni el leve picotazo,
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Volví la frente hacia el más bello ocaso...
Mil bravos se rindieron al fracaso
mas, yo fui vencedor del mal tremendo;
fui gloria empurpurada y vespertina,
sin presentir la marcha clandestina
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Fuerzas y potestades me sitiaron
y, prueba sobre prueba, acorralaron
mi fe, que ni la cambio ni la vendo,
y yo les vi marchar con su despecho
feliz, sin presentir nada en mi pecho
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Mujeres... por mi gloria y por mis luchas
en muchas partes se me dieron muchas
y en todas partes me dormí queriendo
y en la mañana hacia otro amor seguía,
pero en ninguno el dardo presentía
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Y un día fue la torpe circunstancia
de quedarnos a solas en la estancia,
leyendo juntos, sin estar leyendo,
mirarnos en los ojos, sin malicia,
y quedarnos después con la delicia
del dulce mal con que me estoy muriendo.
Poeta

Poemas :  ¿Cuántas estrellas tiene el cielo?
La última noche que pasamos juntos,
lo preguntó:
-¿Cuántas estrellas tiene el cielo?
-Trescientas cincuenta mil.
-¿A que no?
-¿A que sí?

-Cállate. Esta noche
no quiero que preguntes esas cosas.
Esta noche, si quieres preguntar
cuántas estrellas tiene el cielo,
o cualquier otra cosa,
pregunta algo así como ¿me quieres?
¿tienes frío? ¿quién dice que tiene hambre?

Esta noche, pregunta algo que sea
contestado en el mundo sin palabras.
Interroga con toda tu sangre
algo en que toda la vida del mundo
esté preguntando,
algo así como ¿quién llora?
¿hace falta algo?

Y verás como todo hace falta
y sabrás cuántas estrellas tiene el cielo
cuando sepas que el cielo tiene una sola estrella
para cada momento,
porque con una que se pierda
dará un paso de sombra la luz del Universo.
Poeta

Poemas :  AYER VINO LA PALOMA
Ayer vino la paloma
que viene todos los días,
ayer se paró en la reja
y comió de mi comida,
ayer vino hasta mis hierros,
ayer me escuchó tranquila
y digo en el romancillo
las cosas que le decía:

-Paloma, vuelve a los cielos
y mira hacia los tejados;
cuando veas una casa
grande, que tiene tres patios;
el primero con palmeras,
el segundo con mosaicos,
el tercero, un patio grande
con azotea de un lado
y arboleda y gallinero
y olor de jabón pintado,
cuando veas esa casa
verás en el primer patio
cuatro mujeres cosiendo
cuatro mujeres bordando.
Allí llegarás, paloma
y allí bajarás al patio
y caerás en las rodillas
de la del pelo dorado;
después volarás de nuevo
y volverás a mi lado,
y entonces sabré, paloma,
si la del pelo dorado
tiene las manos cosiendo,
tiene los ojos llorando.

Ayer vino la paloma
que viene todos los días,
ayer se paró en mi reja
y comió de mi comida,
ayer vino hasta mis hierros,
ayer hablóme tranquila
y digo en el romancillo
las cosas que me decía:

-Prisionero, fui a los cielos
y miré hacia los tejados
hasta que encontré una casa
grande, que tiene tres patios;
el primero guarnecido
Con zócalo de mosaicos,
lleno de tiestos con flores
y sillas de junco blanco,
con un vitral en el fondo
de vidrios esmerilados;
el segundo, con columnas
y reja de alicatados
y con una enredadera
y unos rosales cargados;
y el tercero con gallinas
y una higuera y unos plátanos
y un hilo con ropa blanca
y olor de jabón pintado.

Allí llegué, prisionero,
y encontré en el primer patio
tres niños con las cabezas
como zagal de retablo.
Y en el segundo encontré
cinco mujeres bordando
cuatro con el pelo negro
y una con el pelo blanco.
Allí llegué, prisionero,
y allí me metí en el patio
y le caí en las rodillas
de aquella del pelo blanco.
Tiene las manos cosiendo,
tiene los ojos llorando.
Poeta

Poemas :  A un año de tu luz
A un año de tu luz, e iluminado
hasta el final de su latir, por ella,
desanda el viaje el corazón cansado.

De tu voz, de tu mano y de tu huella
retorna a la niñez, donde palpita
sangres de luz tu corazón de estrella.

Vamos los dos a la esperada cita
y parece saltar de mi costado,
santa y clara, tu voz de agua bendita.
Y así al solar de la niñez llegado,
mi corazón, devuelto de tu muerte,
a un año de tu luz, e iluminado.

Luna de Cumaná, para encenderte
la lámpara de arrullo que me duerma
y el postigo de voz que me despierte.

Luna en el pan de la colina yerma,
en el río, en la sabana,
pavón lunar de mariposa enferma;

y luna en el cocal, junto a Chiclana,
donde el recuerdo azul de tus amores
se echa a dormir, como una caravana;

luna para los mapas de colores
que teje la nocturna confidencia
rumbo a la calle de Flor de las Flores

y luna que en tus uvas aquerencia
para miel de aquellas de tu parra
y el limón de las doce de tu ausencia.

Ancha la casa que el poema narra:
blancas mujeres, de azabache el pelo,
hechas al par de hormiga y de cigarra;

buenas para el bautizo y para el duelo,
parejas en el hambre o en la medra,
del sueño canto y del dolor pañuelo.

Galaica flor en castellana piedra:
vaciada al acueducto segoviano
la ría de cantor de Pontevedra

Así te halló el esposo y hortelano,
Doctor para saber cómo se tienta
el pulso al corazón desde la mano.

Así el hogar, señora y cenicienta,
nodriza y enfermera en el manejo
y en el combate al sol, lugartenienta.

Así la lucha y la prisión, espejo
de aquella tierra de recluta y canto,
panal del niño y retamal del viejo.

Y tu niño en la flor del camposanto
y el Esposo en el sol de los caminos
el exilio y el mar: cosas del llanto.

La isla de los lobos peregrinos,
de níspero el sabor, de perla el flanco,
de sal, de sol, de piedra los marinos.

Copia de espuma y ola en el barranco,
de noche y playa, médico y cochero,
el coche negro y el caballo blanco.

Y la Virgen del Valle y el vallero,
perla para los buzos hacia arriba,
madre del mar y de su marinero.

La Isla, como tú, del mar cautiva,
con eso de la sed y de la vela,
siempre llegando y siempre fugitiva.

Dormir allí, bajo tu cantinela
soñar domingos de color de playa
en la semana de color de escuela.

Dormir allí, pescado en la atarraya
de tu labor de estambre y mecedora,
mi sueño, entre las dunas de tu saya.

¡Ay, las hermanas de durazno y mora!
¡Ay, mi hermano de amor y de centella!
¡Ay, mi Padre de luz y tú de aurora!

¡Ay, el claro querer sin la querella!
Tu pan, tu sol, tus ojos, para el día;
para la noche, kerosén y estrella.

Para la noche de ponerte fría,
cuando oíste subir de tus hinojos
el llanto de mi verso que nacía.

Yo en tus rodillas, en la calle abrojos,
en la acera los dos, y una saeta
mi primer verso fue para tus ojos.

Me alzaste en brazos; trémula y coqueta,
fuiste y volviste de la risa al lloro
y empezaste a gritar: -Tengo un Poeta!

tú quisiste decir: - Tengo un tesoro,
tengo un ovillo de torzal de plata
y una cocina de fogón de oro...

Así la Isla: calles de piñata,
amor de la muñeca y la gaviota,
cartas de sol con lunas de postdata.

Hasta el día en que el mar, gota por gota,
cayó desde las nubes de tu llanto
hasta los pies de tu muñeca rota;

y otro pedazo tuyo al camposanto:
niña del mar, que te prestó la tierra;
tanto te daba y te quitaba tanto.

Y al mar de nuevo, la balandra en guerra.
Y el cabo al tajamar y el salto al valle
del pequeño calvario y la alta sierra.

La ciudad linda, de guirnalda al talle,
el bronce amado y verdugo triste
y el silencio del hombre de la calle.

Y tus manos de bruja artesanía
en el punto cabal de la chaqueta
y en escarpines de juguetería.

(Por eso, tejedora en el poeta,
en la dantesca red de los tercetos
engarzo a ti lazada y cadeneta).

Y el regreso a los hijos y los nietos,
feliz de tus estancias favoritas
y enredada la lengua de alfabetos;

y la puntualidad de tus visitas
a misa de San Juan, por la mañana,
a la capilla de las hermanitas.

Morir, morir... La insustituible hermana
al reino de la nube y de la flecha,
luna descalza, huyó por la ventana.

No fue más que otra deuda satisfecha
en el trueque de savias y de flores
que había entre la tumba y tu cosecha.

Tu casa de San Luis de los Dolores
alzó al lacrimatorio de los pinos
la conciencia de ángel de las flores.

Y tú a sus pies; el odio en los caminos
y tú ofreciendo en el cruzar del fuego
aire de amor a todos los molinos.

Era molerte el alma; el mundo ciego
luchando, y tú, en el centro de la guerra,
sin queja, sin rencor y sin sosiego.

Y al ultimo dolor, tu vida cierra
balance de los hombres de tu entraña:
bajo la tierra, dos, y uno sin tierra.

Al mar de nuevo, a darme en tierra extraña
la valiente mirada que quería
luchar contra la gota en la pestaña.

Después, aquellos hombres de alma fría;
el inhóspito lecho hospitalario,
sobre la tela del cercano cielo,
el encaje final de tu rosario.

Y el regreso al hogar, el negro vuelo:
con las dos alas el avión cortaba
varas de noche para nuestro duelo.

Aldebarán, que nos acompañaba,
las Pléyades y el mar que las refleja
miraron una urna que volaba.

Al final del estambre en tu madeja
se cuajó en tu mirada nebulosa
la última uva de la noche vieja.

Así fue. Y al morir la dolorosa,
un ave negra le llevó al lucero
en el pico ladrón la mariposa.

Fue en un día tres veces agorero;
ese día de un mes, nos ha quedado
como el mejor para decir «Me muero».

Así fue, madre, el fin de tu bordado
como el mejor para decir «Me muero».

Así fue, madre, el fin de tu bordado.
De tus hijas y nietas el gemido
puso a temblar el pino abandonado.

En hombros te llevaba el pueblo herido,
la múltiple cabeza descubierta,
y al pasar por San Luis, tu viejo nido,

el mundo de tu amor salió a la puerta
y el silencio de un hijo que lloraba
metió el pinar en tu cajón de muerta.

Aquí conmigo estás; yo, que soñaba
viajar contigo, tengo en tu retrato
esa sonrisa que te iluminaba.

Y allá estarás, en el taller beato,
para vestir de blancos faldellines
a mi angelito negro y mulato,

para llenar de azules escarpines,
tejidos con celajes de destellos,
la canastilla de los serafines.

Estamos con los hijos y hasta ellos
vemos caer la luz de tu mirada,
peinando con tu nombre sus cabellos.

Tenemos tu sonrisa iluminada;
la voz de tu trisagio y de tu misa
le grita a mi dolor: -¡No ha muerto nada!

Con bosque y mar, con huracán y brisa,
con esa misma muerte que te encierra,
de la gracia inmortal de tu sonrisa
llenos están los cielos y las tierras.
Poeta

Poemas :  A FLORINDA EN INVIERNO
Al hombre mozo que te habló de amores
dijiste ayer, Florinda, que volviera,
porque en las manos te sobraban flores
para reírte de la Primavera.

Llegó el Otoño: cama y cobertores
te dio en su deshojar la enredadera
y vino el hombre que te habló de amores
y nuevamente le dijiste: -Espera.

Y ahora esperas tú, visión remota,
campiña gris, empalizada rota,
ya sin calor el póstumo retoño

que te dejó la enredadera trunca,
porque cuando el amor viene en Otoño,
si le dejamos ir no vuelve nunca.
Poeta

Poemas :  LAS UVAS DEL TIEMPO
Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca...
¡Yo estoy tan solo, madre,
tan solo!; pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año
pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas esta alboroto: hay hombres
vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes,
cencerros y cornetas;
el hálito canalla
de las mujers ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.

Esta es la noche en que todos se ponen
en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una perdida.

Aquí es de la tradición que en esta noche,
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega,
todos los hombres coman, al compas de las horas,
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan: ¡FELIZ AÑO!,
como en los pueblos de mi tierra;
en este gozo hay menos caridad; la alegría
de cada cual va sola, y la tristeza
del que está al margen del tumulto acusa
lo inevitable de la casa ajena.

¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,
sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión unánime
de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
«¡Venid compadre, que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!»
Y el cañonazo en la Planicie,
y el himno nacional desde la iglesia,
y el amigo que viene a saludarnos:
«feliz año, señores», y los criados que llegan
a recibir en nuestros brazos
el amor de la casa buena.

Y el beso familiar a medianoche:
«La bendición, mi madre»
«Que el Señor la proteja...»
Y después, en el claro comedor, la familia
congregada para la cena,
con dos amigos íntimos, y tú, madre, a mi lado,
y mi padre, algo triste, presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son ácidas
las uvas de la ausencia!

¡Mi casona oriental! Aquella casa
con claustros coloniales, portón y enredaderas,
el molino de viento y los granados,
los grandes libros de la biblioteca
—mis libros preferidos: tres tomos con imágenes
que hablaban de los reinos de la Naturaleza—.
Al lado, el gran corral, donde parece
que hay dinero enterrado desde la Independencia;
el corral con guayabos y almendros,
el corral con peonías y cerezas
y el gran parral que daba todo el año
uvas más dulces que la miel de las abejas.

Bajo el parral hay un estanque;
un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado, las uvas en racimos,
tan bajas, que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la uva,
los pies hacen saltar el agua fresca.

Cuando llegaba la sazón tenía
cada racimo un capuchón de tela,
para salvarlo de la gula
de las avispas negras,
y tenían entonces
una gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus talas blancas,
sordas a la canción de las abejas...

Y ahora, madre, que tan sólo tengo
las doce uvas de la Noche Vieja,
hoy que exprimo las uvas de los meses
sobre el recuerdo de la viña seca,
siento que toda la acidez del mundo
se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que fue dulzura
las uvas de la ausencia.

Y ahora me pregunto:
¿Por qué razón estoy yo aquí? ¿Qué fuerza pudo
más que tu amor, que me llevaba
a la dulce aninomia de tu puerta?
¡Oh miserable vara que nos mides!
¡El Renombre, la Gloria..., pobre cosa pequeña!
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!

Y esta es la lucha ante los hombres malos
y ante las almas buenas;
yo soy un hombre a solas en busca de un camino.
¿Dónde hallaré camino mejor que la vereda
que a ti me lleva, madre; la verdad que corta
por los campos frutales, pintada de hojas secas,
siempre recién llovida,
con pájaros del trópico, con muchachas de la aldea,
hombres que dicen: «Buenos días, niño»,
y el queso que me guardas siempre para merienda?
Esa es la Gloria, madre, para un hombre
que se llamó fray Luis y era poeta.

¡Oh mi casa sin cítricos, mi casa donde puede
mi poesía andar como una reina!
¿Qué sabes tú de formas y doctrinas,
de metros y de escuela?
Tú eres mi madre, que me dices siempre
que son hermosos todos mis poemas;
para ti, soy grande; cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas...
¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo
toda una vida absurda, la promesa
de vernos otra vez se va alargando,
y el momento de irnos está cerca,
y no pensamos que se pierde todo!
¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta
y en la última uva libo la última gota
del año que se aleja,
pienso en que tienes todavía, madre,
retazos de carbón en la cabeza,
y ojos tan bellos que por mí regaron
su clara pleamar en tus ojeras,
y manos pulcras, y esbeltez de talle,
donde hay la gracia de la espiga nueva;
que eres hermosa, madre, todavía,
y yo estoy loco por estar de vuelta,
porque tú eres la Gloria de mis años
y no quiero volver cuando estés vieja!...

Uvas del Tiempo que mi ser escancia
en el recuerdo de la viña seca,
¡cómo me pierdo, madre, en los caminos
hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha,
donde va mi emoción sin compañera,
mientras los hombres comen las uvas de los meses,
yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta.
Mi labio está bebiendo de tu seno,
que es el racimo de la parra buena,
el buen racimo que exprimí en el día
sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.

Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda
tiene el dolor de una muchacha muerta...
Y vino toda la acidez del mundo
a destilar sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja.
Poeta

Poemas :  LA RENUNCIA
He renunciado a ti. No era posible
Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.

Yo me quedé mirando cómo el río se iba
poniendo encinta de la estrella...
hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...

He renunciado a ti, serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;

Como el que ve partir grandes navíos
como rumbo hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amorosos brios
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;

Como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.

He renunciado a ti, como renuncia el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos estáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia, soplando los cristales en los escaparates de las confiterías...

He renunciado a ti, y a cada instante
renunciamos un poco de lo que antes quisimos
y al final, !cuantas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!

Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño...
Poeta

Poemas :  PÍNTAME ANGELITOS NEGROS
--Ay, compadrito del alma,
¡Tan sano que estaba el negro!
Yo no le acataba el pliegue,
yo no le miraba el hueso;
como yo me enflaquecía,
lo medía con mi cuerpo,
se me iba poniendo flaco
como yo me iba poniendo.
se me murió mi negrito;
dios lo tendría dispuesto;
ya lo tendrá colocao
como angelito de Cielo.

--Desengáñese, comadre,
que no hay angelitos negros.

Pintor de santos de alcoba,
pintor sin tierra en el pecho,
que cuando pintas tus santos
no te acuerdas de tu pueblo,
que cuando pintas tus Vírgenes
pintas angelitos bellos,
pero nunca te acordaste
de pintar un ángel negro.

Pintor nacido en mi tierra,
con el pincel extranjero,
pintor que sigues el rumbo
de tantos pintores viejos,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.

¿No hay un pintor que pintara
angelitos de mi pueblo?
Yo quiero angelitos blancos
con angelitos morenos.
Ángel de buena familia
no basta para mi cielo.

Si queda un pintor de santos,
si queda un pintor de cielos,
que haga el cielo de mi tierra,
con los tonos de mi pueblo,
con su ángel de perla fina,
con su ángel de medio pelo,
con sus ángeles catires,
con sus ángeles morenos,
con sus angelitos blancos,
con sus angelitos indios,
con sus angelitos negro,
que vayan comiendo mango
por las barriadas del cielo.
Poeta