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Si tu alma pura es un broche que para abrirse a la vida quiere la calma adormecida de las sombras de la noche;
Si buscas como un abrigo lo más tranquilo y espeso, para que tu alma y tu beso se encuentren sólo conmigo;
Y si temiendo en tus huellas testigos de tus amores, no quieres ver más que flores, más que montañas y estrellas;
Yo sé muchas grutas, y una donde podrás en tu anhelo, ver un pedazo de cielo cuando aparezca la luna.
Donde a tu tímido oído no llegarán otros sones que las tranquilas canciones de algún ruiseñor perdido.
Donde a tu mágico acento y estremecido y de hinojos, veré abrirse ante mis ojos los mundos del sentimiento.
Y donde tu alma y la mía, como una sola estrechadas, se adormirán embriagdas de amor y melancolía.
Ven a esta gruta y en ella yo te daré mis desvelos, hasta que se hunda en los cielos la luz de la última estrella.
Y antes que el ave temprana su alegre vuelo levante y entre los álamos cante la vuelta de la mañana.
Yo te volveré al abrigo de tu estancia encantadora, donde el recuerdo de esa hora vendrás a soñar conmigo...
Mientras que yo en el exceso de la pasión que me inspiras iré a soñar que me miras, e iré a soñar que te beso.
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Poeta
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(A mi querido amigo A.F. Cuenca.)
¡Entrad!... en mi aposento donde sólo se ven sombras, está una mujer muriendo entre insufribles congojas... Y a su cabecera tristes dos niñas bellas que lloran, y que entrelazan sus manos y que gimen y sollozan. Y la infeliz ya no mira ni tiene aliento en la boca, y cuando habla sólo dice con voz hueca y espantosa: "¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre! Por piedad ¡Una limosna!" Y calla... y las niñas gimen... y calla... y el viento sopla... y llora... y nadie la escucha, ¡que nadie escucha al que llora! ........................................... ¿Y la oís? - ¡Ay!, hijas mías vanse por fin a quedar solas... solas... y sin una madre que os alivie y que os socorra... solas... y sin un mendrugo que llevar a vuestra boca... Adiós... adiós... ya me muero... ya no tengo hambre... y la mísera expiraba ¡"Una limosna"! entre angustias y congojas, mientras que las pobres niñas casi locas, casi locas la besaban y lloraban envueltas entre las sombras. Después... temblando de frío bajo sus rasgadas ropas, caminaban lentamente por la calle oscura y sola, exclamando con voz triste al divisar una forma; ..."¡Me muero de hambre!" Y la otra... ...¡"Una limosna"!
Enero de 1869.
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Poeta
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Página en que la esfinge de la muerte con su enigma de sombrea nos provoca: ¿Cómo poderte descifrar, si es poca toda la luz del sol para leerte?
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Poeta
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Romancero de la Guerra de Independencia
I
Medio oculta entre la selva como un nido entre las ramas, y medio hundido en el fondo tranquilo de una cañada, allá por aquellos tiempos hubo en Landín una casa que no por ser tan sencilla ni de un fecha tan larga, era menos pintoresca, ni tampoco menos blanca. Sombreaba su puerta un olmo de hojosas y verdes ramas, punto de citas de todas las aves de las montañas; y en uno de sus costados, brotando límpida y clara, estaba entre los terrones y entre las hierbas el agua, de noche siempre tranquila y eternamente callada. Apenas el sol naciente filtraba por sus ventanas, cuando estremeciendo el aire, sonaban dulces y claras, la voz de una cuna hablando de cuanto los niños hablan; la voz de una madre, rica de sentimientos y de alma, y la voz de un hombres que era la eterna voz de la patria, soñando ya con sus glorias y ya con sus esperanzas. Tez cobriza como aquellos primeros hijos de Anáhuac, que tantas veces hicieron temblar de miedo a la España, cuando la España atrevida midió con ellos sus armas; fuerte y ágil como todos los hijos de las montañas; como un labriego, robusto; como un patriota, entusiasta; como un valiente, atrevido, y como un joven, todo alma, el hombre de aquellas selvas, el hombre de aquella casa, era el eterno modelo de esas figuras sagradas que en el altar de los siglos hacen un Dios de una estatua. Veinticinco años apenas por ese tiempo contaba, y de sus nobles heridas la suma aún era más larga, que no hubo por el Bajío ningún combate ni hazaña donde su ardor no estuviera donde faltara su lanza, ni donde al grito de muerte sus huellas no señalara con el licor de sus venas o el de las venas extrañas. Y allí tranquilo y oculto su triste vida pasaba, lamentando en su impotencia la esclavitud de la patria que renunciando a la lucha, renunciaba a la esperanza: cuando una mañana, a la hora que el último sueño marca, despertó oyendo a lo lejos un ruido confuso de armas; y adivinando al instante la suerte que le amagaba, bajó del lecho al influjo de una decisión extraña; besa en los labios a su hijo, besa en la frente a su amada, clava los ojos ardientes en la entreabierta ventana, y al ver por sus enemigos ya casi envuelta su casa, salta a las rocas, y entre ellos se escapa por la montaña.
II
Aún no se alzaba del todo la niebla de la mañana, y aún no acertaban a darse cuenta de tamaña audacia los sitiadores furiosos que sorprenderle esperaban, cuando al galope y bajando camino de la cañada, vieron venir a lo lejos un grupo de gente armada, compuesto de ocho jinetes y el hombre que los mandaba; en mayor número que ellos y con superiores armas, seguros de la victoria fácil que se les aguarda, todos empuñan las riendas, todos afirman la lanza, todos ven al enemigo todos miden la distancia, y en silencio y todos ellos prontos a ponerse en marcha, sólo esperan a que llegue la hora de entrar en batalla. Los insurgentes en tanto viendo las huestes contrarias, más de coraje la encienden y más de amor la entusiasman, y ansiosos de dar su sangre por la salud de la patria, sobre el caballo inclinan, la floja rienda adelantan, y fijos los barboquejos y el sombrero hacia la espalda, entre la niebla y el polvo corren, y vuelan y avanzan, siguiendo entre los peñascos al hombre de la cañada. Y ya los de Bustamante su primer paso avanzaban, anhelando en su impaciencia cómo acortar la distancia que la interpuesta colina con un recodo aumentaba; cuando de pie en lo más alto de las rocas escarpadas, vieron alzarse a un jinete que con voz sonora y clara, "Yo soy el Giro –les dijo, -si al Giro es a quien aguardan; y el que lo busque que venga si tiene honor y tiene alma, que a todos espera el Giro frente a frente y cara a cara"- Dijo: y los fieros dragones al grito de "¡Viva España!" como un solo hombre treparon hasta donde el Giro estaba dispuesto como los suyos a sucumbir por la patria. . . Y fue la lucha, y terribles al dar la espantosa carga, insurgentes y realistas ardiendo en cólera y rabia, se entremezclaron sedientos de victoria y de matanza. . . Quiso la triste fortuna favorecer a la España, el brillo de sus fulgores negándole a nuestras armas, que ya de los insurgentes uno tan sólo quedaba a caballo todavía, pero ya herido y sin armas. Era el Giro, que entre doce dragones que le rodeaban, sin rendirse al desaliento ni inclinarse a la desgracia, luchaba y arremetía contra el que más se acercaba, convirtiendo a su caballo, a un tiempo en escudo y arma. Por fin un brazo atrevido clavó en su pecho una lanza, perder haciéndole el poco aliento que le quedaba; pero él aunque ya en el suelo, con fuerza siempre y con alma, coge la lanza, del pecho sin vacilar se la arranca, y estremecido y al grito de independencia y de patria, de pie sobre los peñascos a sus contrarios aguarda; y después de herir a todos los que acercársele ensayan, hace huir a los restantes que ante heroicidad tamaña se alejan, y desde lejos lo rematan a pedradas.
III
Mártir, que toda tu sangre supiste dar por la patria; tú, de los desconocidos que murieron por salvarla, ¡gracias por tu fortaleza, por tu sacrificio, gracias!
HOJAS SECAS
I
Mañana que ya no puedan encontrarse nuestros ojos, y que vivamos ausentes, muy lejos uno del otro, que te hable de mí este libro como de ti me habla todo.
II
Cada hoja es un recuerdo tan triste como tierno de que hubo sobre ese árbol un cielo y un amor; reunidas forman todas el canto del invierno, la estrofa de las nieves y el himno del dolor.
III
Mañana a la misma hora en que el sol te besó por vez primera, sobre tu frente pura y hechicera caerá otra vez el beso de la aurora; pero ese beso que en aquel oriente cayó sobre tu frente solo y frío, mañana bajará dulce y ardiente, porque el beso del sol sobre tu frente bajará acompañado con el mío.
IV
En Dios le exiges a mi fe que crea, y que le alce un altar dentro de mí. ¡Ah! ¡ Si basta no más con que te vea para que yo ame a Dios, creyendo en ti!
V
Si hay algún césped blando cubierto de rocío en donde siempre se alce dormida alguna flor, y en donde siempre puedas hallar, dulce bien mío, violetas y jazmines muriéndose de amor;
yo quiero ser el césped florido y matizado donde se asienten, niña, las huellas de tus pies; yo quiero ser la brisa tranquila de ese prado para besar tus labios y agonizar después.
Si hay algún pecho amante que de ternura lleno se agite y se estremezca no más para el amor, yo quiero ser, mi vida, yo quiero ser el seno donde tu frente inclines para dormir mejor.
Yo quiero oír latiendo tu pecho junto al mío, yo quiero oír qué dicen los dos en su latir, y luego darte un beso de ardiente desvarío, y luego. . . arrodillarme mirándote dormir.
VI
Las doce. . . ¡adiós. . .! Es fuerza que me vaya y que te diga adiós. . . Tu lámpara está ya por extinguirse, y es necesario. -Aún no.- Las sombras son traidoras, y no quiero que al asomar el sol, se detengan sus rayos a la entrada de nuestro corazón. . . -Y, ¿qué importan las sombras cuando entre ellas queda velando Dios? -¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras al lado del amor? -¿Cuando te duermas ¿me enviarás un beso? -¡Y mi alma! -¡Adiós. . . ! -¡Adiós. . . !
VII
Lo que siente el árbol seco por el pájaro que cruza cuando plegando las alas baja hasta sus ramas mustias, y con sus cantos alegra las horas de su amargura; lo que siente pro el día la desolación nocturna que en medio de sus angustias, ve asomar con la mañana de sus esperanzas una; lo que sienten los sepulcros por la mano buena y pura que solamente obligada por la piedad que la impulsa, riega de flores y de hojas la blanca lapida muda, eso es al amarte mi alma lo que siente por la tuya, que has bajado hasta mi invierno, que has surgido entre mi angustia y que has regado de flores la soledad de mi tumba.
Mi hojarasca son mis creencias, mis tinieblas son la duda, mi esperanza es el cadáver, y el mundo mi sepultura. . . Y como de entre esas hojas jamás retoña ninguna; como la duda es el cielo de una noche siempre oscura, y como la fe es un muerto que no resucita nunca, yo no puedo darte un nido donde recojas tus plumas, ni puedo darte un espacio donde enciendas tu luz pura, ni hacer que mi alma de muerto palpite unida a la tuya; pero si gozar contigo no ha de ser posible nunca, cuando estés triste, y en el alma sientas alguna amargura, yo te ayudaré a que llores, yo te ayudaré a que sufras, y te prestaré mis lágrimas cuando se acaben las tuyas.
VIII
1
Aún más que con los labios hablamos con los ojos; con los labios hablamos de la tierra, con los ojos del cielo y de nosotros.
2
Cuando volví a mi casa de tanta dicha loco, fue cuando comprendí muy lejos de ella que no hay cosa más triste que estar solo.
3
Radiante de ventura, frenético de gozo, cogí una pluma, le escribí a mi madre, y al escribirle se lo dije todo.
4
Después, a la fatiga cediendo poco a poco, me dormí y al dormirme sentí en sueños que ella me daba un beso y mi madre otro.
5
¡Oh sueño, el de mi vida más santo y más hermoso! ¡Qué dulce has de haber sido cuando aun muerto gozo con tu recuerdo de este modo!
IX
Cuando yo comprendí que te quería con toda la lealtad de mi corazón, fue aquella noche en que al abrirme tu alma miré hasta su interior. Rotas estaban tus virgíneas alas que ocultaba en sus pliegues un crespón y un ángel enlutado cerca de ellas lloraba como yo. Otro tal vez, te hubiera aborrecido delante de aquel cuadro aterrador; pero yo no miré en aquel instante más que mi corazón; y te quise tal vez por tus tinieblas, y te adoré, tal vez, por tu dolor, ¡qué es muy bello poder decir que el alma ha servido de sol. . .!
X
Las lágrimas del niño la madre enjuga, las lágrimas del hombre las seca la mujer. . . ¡Qué tristes las que brotan y bajan por la arruga, del hombre que está solo, del hijo que está ausente, del ser abandonado que llora y que no siente ni el beso de la cuna, ni el beso del placer!
XI
¡Cómo quieres que tan pronto olvide el mal que me has hecho, si cuando me toco el pecho la herida me duele más! Entre el perdón y el olvido hay una distancia inmensa; yo perdonaré la ofensa; pero olvidarla. . . . ¡jamás!
XII
¡Ah, gloria! ¡De qué me sirve tu laurel mágico y santo, cuando ella no enjuga el llanto que estoy vertiendo sobre él! ¡De que me sirve el reflejo de tu soñada corona, ¡cuando ella no me perdona ni en nombre de ese laurel!
La que a la luz de sus ojos despertó mi pensamiento, la que al amor de su acento encendió en mi la pasión; muerta para el mundo entero y aun para ella misma muerta, solamente está despierta dentro de mi corazón.
XIV
El cielo muy negro, y como un velo lo envuelve en su crespón la oscuridad; con un sombra más sobre ese cielo el rayo puede desatar su vuelo y la nube cambiarse en tempestad.
XV
Oye, ven a ver las naves, están vestidas de luto, y en vez de las golondrinas están graznando los búhos. . . El órgano está callado, el templo solo y oscuro, sobre el altar. . . ¿y la virgen por qué tiene el rostro oculto? ¿Ves?. . . en aquellas paredes están cavando un sepulcro, y parece como que alguien solloza allí, junto al muro. ¿Por qué me miras y tiemblas? ¿Por qué tienes tanto susto? ¿Tú sabes quién es el muerto? ¿Tú sabes quién fue el verdugo?
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Poeta
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(Composición recitada por una niña en Tacubaya de los Mártires, el 11 de septiembre de 1873.)
Ante el recuerdo bendito de aquella noche sagrada en que la patria aherrojada rompió al fin su esclavitud; ante la dulce memoria de aquella hora y de aquel día, yo siento que en el alma mía canta algo como un láud.
Yo siento que brota en flores el huerto de mi ternura, que tiembla entre su espesura la estrofa de una canción; y al sonoroso y ardiente murmurar de cada nota, siendo algo grande que brota dentro de mi corazón.
¡Bendita noche de gloria que así mi espíritu agitas, bendita entre benditas noche de la libertad! Hora del triunfo en que el pueblo vio al fin en su omnipotencia, al sol de la independencia rompiendo la oscuridad.
Yo te amo. . . y al acercarme ante este altar de victoria donde la patria y la historia contemplan nuestro placer, yo vengo a unir al tributo que en darte el pueblo se afana mi canto de mexicana, mi corazón de mujer.
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Poeta
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Mire usted, Asunción: aunque algún ángel metiéndose envidioso, conciba allá en el cielo el mal capricho de venir por la noche a hacerle el oso y en un acto glorioso llevársela de aquí, como le ha dicho no sé que nigromante misterioso, no vaya usted, por Dios, a hacerle caso, ni a dar con el tal ángel un mal paso; estése usted dormida, debajo de las sábanas metida, y deje usted que la hable y que la vuelva a hablar y que se endiable, que entonces con un dedo puesto sobre otro en cruz, ¡afuera miedo! No vaya usté a rendirse ante el ruego o las lágrimas y a irse. . . que donde usted nos deje por seguir en el vuelo a su Tenorio, después irá a llorar al purgatorio sin tener quien la mime, aunque se queje. . . Conque mucho cuidado si siente usted un ángel a su lado, que yo, como su amigo, con tal que usted, Asunción, me lo permita, le aconsejo y le digo que después de Rosario y Margarita no admita usted más ángeles consigo. Estése usted con ellas compartiendo delicias e ilusiones todas las horas tienen que ser bellas; viva usted muchos años (como un humilde criado le diría) y mañana que sola o entre extraños se encuentre por desgracia en este día, si busca usted una alma que la ame, llame usted a mi pecho, y con que llame, si no estoy muerto encontrará la mía.
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Poeta
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(A mi hermano Juan de Dios Peza.)
Cuando todo era flores tu camino, cuando todo era pájaros tu ambiente, cediendo de tu curso a la pendiente todo era en ti fugaz y repentino.
Vino el invierno con sus nieblas vino el hielo que hoy estanca tu corriente, y en situación tan triste y diferente ni aún un pálido sol te da el destino.
Y así en la vida el incesante vuelo mientras que todo es ilusión, avanza en sólo una hora cuanto mide un cielo;
Y cuando el duelo asoma en lontananza entonces como tú cambiada en hielo no puede reflejar ni la esperanza.
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Poeta
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(Al eminente actor D. José Valero)
Esa noche, ardiendo el pueblo de animación y entusiasmo bajo el influjo sublime de tu genio soberano, todo era bravos y dianas, todo era vivas y aplausos, todo cariño en los ojos todo cariño en los labios, y todo flores, laureles, admiración y ... entretanto, allá muy lejos, muy lejos, sonando lento y pausado, se alzaba entre las tinieblas y entre el silencio un cadalso, sin otro eco que el latido del pecho del condenado que en diálogo con la muerte velaba en un subterraneo. aquel cadalso se alzaba cada vez más y más alto, como un espectro, sombrío como un vampiro, callado, como una tumba implacable, y como un monstruo, inhumano; se alzaba y, sin que ninguno oyera aquel ruido amargo, por los sollozos de un hombre solamente acompañado, la humanidad impasible bajo su mudo letargo, miraba crecer y alzarse las formas de aquel cadalso, cuando tú, tú que escuchaste sus ecos tristes y vagos te levantaste por ella con la voz del entusiasmo, y en presencia de aquel pueblo y enfrente de aquel tablado ceñida con tus laureles la hiciste hablar por tus labios, salvando al sol de aquel día del rubor de aquel cadalso.
...
Aquel que es su desamparo, y aún más que unos pocos días y aún más que unos pocos años pudo gozar la dulzura de ver a su hijo en los brazos, libre del infame nombre de hijo del ajusticiado; pero yo que desde niño aprendí lleno de espanto a aborrecer los verdugos y a maldecir los cadalsos dejo a la gloria que entonces para ensalzarte su canto, y del condenado a muerte bajo los recuerdos gratos, en nombre suyo, las gracias de la humanidad te mando.
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Poeta
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(A mi querido amigo Manuel Roa.)
Humanidad pigmea, tú que proclamas la verdad y el Cristo, mintiendo caridad en cada idea: tú que, de orgullo el corazón beodo, por mirar a la altura te olvidas de que marchas sobre lodo: tú que diciendo hermano, escupes al gitano y al mendigo porque son un mendigo y un gitano: Ahí está esa mujer que gime y sufre con el dolor inmenso con que gimen los que cruzan sin fe por la existencia; escúpela tambien... ¡anda!... ¡no importa que tú hayas sido quien la hundió en el crimen que tú hayas sido quien mató su creencia!
¡Pobre mujer! que abandonada y sola sobre el oscuro y negro precipicio, en lugar de una mano que la salve siente una mano que la impele al vicio; y que al bajar en su redor los ojos y a través de las sombras que la ocultan no encuentra mas que seres que la miran y que burlando su dolor la insultan...
Antes era una flor... una azucena rica de galas y de esencias rica, llena de aromas y de encantos llena; era una flor hermosa que envidiaban las aves y las flores, y tan bella y tan pura como es pura la nieve del armiño, como es pura la flor de los amores, como es puro el corazón del niño.
Las brisas le brindaban con sus besos, y con sus tibias perlas el rocío, y el bosque con sus álamos espesos, y con su arena y su corriente el río; y amada por las sombras en la noche, y amada por la luz en la mañana, vegetaba magnífica y lozana, tendiendo al aire su purpúreo broche; pero una vez el soplo del invierno en su furia maldita, pasó sobre ella y le arrancó sus hojas, pasó sobre ella y la dejó marchita; y al contemplar sin galas su cálice antes de perfumes lleno, la arrebató impaciente entre sus alas y fue a hundirla cadáver en el cieno.
¡Filósofo mentido!... ¡Apóstol miserable de una idea que tu cerebro vil no ha comprendido! Tú que la ves que gime y que solloza, y burlas su sollozo y su gemido... ¿Qué hiciste de aquel ángel que amoroso y sonriente formó de tu niñez el dulce encanto! ¿Qué hiciste de aquel ángel de otros días, que lloraba contigo si llorabas y gozaba contigo si reías...? ¡Te acuerdas!... Lo arrancaste de la nube donde flotaba vaporoso y bello, y arrojándola al hambre, sin ver su angustia ni su amor siquiera, le convertiste de camelia en lodo: le transformaste de ángel en ramera!
¡Maldito tú que pasas junto a las frescas rosas, y que sus galas sin piedad les quitas! ¡Maldito tú que sin piedad las hieres, y luego las insultas por marchitas! ¡Pobre mujer!... ¡Juguete miserable de su verdugo mismo!... Víctima condenada a vegetar sumida en un abismo mas negro que el abismo de la nada y a no escuchar mas eco en sus dolores, que el eco de la horrible carcajada con que el hombre le paga sus amores.
¡Pobre mujer, a la que el hombre niega el derecho sublime de llamar hijo a su hijo! ¡Pobre mujer que de rubor se cubre cuando escucha que le grita madre! Y que quiere besarle, y se detiene, porque sabe que un beso de sus besos se convierte en borrón donde lo imprime!
Deja ya de llorar, pobre criatura, que si del mundo en la escabrosa senda, caminas entre fango y amargura, sin encontrar un ser que te comprenda, en el cielo los ángeles te miran, te compadecen, te aman, y lloran con el llanto lastimero que tus ojos bellísimos derraman.
¡Y que se burle el hombre, y que se ría! ¡Y que te llame harapo y te desprecie! Déjale tú reír, y que te insulte, Que ha de llegar el día en que la gota cristalina y pura se desprenda del lodo para elevarse nube hasta la altura.
Y entonces en lugar de un anatema, en lugar de un desprecio, escucharás al Cristo del Calvario, que añadiendo tu pena a tus lágrimas tristes en abono te dirá como ha tiempo a Magdalena: Levántate, mujer, yo te perdono.
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Poeta
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¡Amar a una mujer, sentir su aliento, y escuchar a su lado lo dulce y armonioso de su acento; tener su boca a nuestra boca unida y su cuello en el nuestro reclinado, es el placer mas grato de la vida, el goce mas profundo que puede disfrutarse sobre el mundo! Porque el amor al hombre es tan preciso, como el agua a las flores, como el querube ardiente al paraíso; es el prisma de mágicos colores que transforma y convierte las espinas en rosas, y que hace bella hasta la misma muerte a pesar de sus formas espantosas. Amando a una mujer, olvida el hombre hasta su misma esencia, sus deberes mas santos y su nombre; no cambia por el cielo su existencia; y con su afán y su delirio, loco, acaricia sonriendo su creencia, y el mundo entero le parece poco... Quitadle al zenzontle la armonia, y al águila su vuelo, y al iluminar espléndido del día el azul pabellón del ancho cielo, y el mundo seguirá... Mas la criatura, del amor separada morirá como muere marchitada la rosa blanca y pura que el huracán feroz deja tronchada; como muere la nube y se deshace en perlas cristalinas cuando le hace falta un sol que la sostenga en la etérea región de las ondinas. ¡Amor es Dios!, a su divino fiat brotó la tierra con sus gayas flores y sus selvas pobladas de abejas y de pájaros cantores, y con sus blancas y espumosas fuentes y sus limpias cascadas cayendo entre las rocas a torrentes; brotó sin canto ni armonía... Hasta que el beso puro de Adán y Eva, resonando en el viento, enseñó a las criaturas ese idioma, ese acento magnífico y sublime con que suspira el cisne cuando canta y la tórtola dulce cuando gime, ¡Amor es Dios!, y la mujer la forma en que encarna su espíritu fecundo; él es el astro y ella su reflejo, él es el paraíso y ella el mundo... Y vivir es amar. A quien no ha sentido latir el corazón dentro del pecho del amor al impulso, no comprende las quejas de la brisa que vaga entre los lirios de la loma, ni de la virgen casta la sonrisa ni el suspiro fugaz de la paloma. ¡Existir es amar! Quien no comprende esa emoción dulcisima y suave, esa tierna fusión de dos criaturas gimiendo en un gemido, en un goce gozando y latiendo en unísono latido... Quien no comprende ese placer supremo, purísimo y sonriente, ese miente si dice que ha vivido; si dice que ha gozado, miente. Y el amor no es el goce de un instante que en su lecho de seda nos brinda la ramera palpitante; no es el deleite impuro que hallamos al brillar una moneda del cieno y de la infamia entre lo oscuro; no es la miel que provoca y que deja, después que la apuramos, amargura en el alma y en la boca... Pureza y armonía, ángeles bellos y hadas primorosas en un Edén de luz y de poesía, en un pensil de nardos y de rosas, Todo es el amor. Mundo en que nadie llora o suspira sin hallar un eco; fanal de bienandanza que hace que siempre ante los ojos radie la viva claridad de una esperanza. El amor es la gloria, la corona esplendente con que sueña el genio de alma grande que pulsa el arpa o el acero blande, la virgen sonriente. El Petrarca sin Laura, no fuera el vate del sentido canto que hace brotar suspiros en el pecho y en la pupila llanto. Y el Dante sin Beatriz no fuera el poeta a veces dulce y tierno, y a veces grande, aterrador y ronco como el cantor salido del infierno... Y es que el amor encierra en su forma infinita cuanto de bello el universo habita, cuanto existe de ideal sobre la tierra. Amor es Dios, el lazo que mantiene en constante armonía los seres mil de la creación inmensa; y la mujer la diosa, la encarnación sublime y sacrosanta que la pradera con su olor inciensa y que la orquesta del Supremo canta, ¡Y salve, amor! emanación divina... ...¡Tú, más blanca y más pura que la luz de la estrella matutina! ¡Salve, soplo de Dios!... Y cuando mi alma deje de ser un templo a la hermosura, ven a arrancarme el corazón del pecho ven a abrir a mis pies la sepultura
Enero de 1869.
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Poeta
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