Prosas poéticas :  Cardos de Fuego.
Cardos de Fuego.

Cardos de fuego en la nave marciana, contrahechas aristas y clavos de cristal, irisados prismas apetentes del mal, rosas de agujas, cactáceas fucsias. Zigzagueantes corolas de quebranto diamantino, líneas quebradas y escalenos triángulos, cubos y trapecios, Cardos minerales. La geometría, la arquitectura, la decoración en suma de la nave extraterrestre es un extraño equinodermo de cristal y topacio, un raro dodecaedro de límites imprecisos, un romboedro fragmentado y múltiple. El polígono o poliedro se desplaza en la inmensidad del espacio vacío, entre soles de neutrones rojos. Dentro de la nave la perspectiva geométrica hace que las escalas se deformen, no está hecha para piés humanos, una escalera que a simple vista tardaría meses en caminarse se anda en unos pocos minutos, un pasillo que diríase se pudiera atravesar en un segundo tarda un siglo en poder ser atravesado, extrañas magnolias rectas y extrañísimos cardos de cristal irisado adornan las esquinas y las puertas romboédricas, no hay curvas, pareciera que el elemento femenino fuera rechazado por la simetría deformada y prismática del laberinto, avanza en silencio en la negra inmensidad del espacio, pero se notan notas musicales como de grillos azules y verdes, como rarísimas luciérnagas violetas, como notas de un armónica de cristal, hay fuentes de las que mana un agua verde como de malaquita derretida, y fuentes con el agua granate como de granadina o mercromina, que forman cascadas cúbicas y aspersores macabros, como de sangre. Las luces de neón brillan como relámpagos de plata, como rayos en una tormenta, toda la bóveda superior está cruzada por raíces de rayos eléctricos, como si estuviéramos bajo la raíz caótica de un árbol electrónico. Desperdigados ámbares cúbicos, de un preciosísimo color miel, parpadean emitiendo caleidoscópicos sonidos, hay una melodía de estridencia sincopada esmeralda y amarilla, bajo la bóveda azul o violeta cruzada por las raíces eléctricas intermitentes. Todo es de una belleza sobrecogedora y fantasmal. Los arcángeles yacen dormidos sobre dorados colchones de seda iridiscente, débiles y delgados como sombras, son perfectos adolescentes de vino, íncubos para el tormento de un jorobado, promesas de placer para quien nunca viera el cielo, blandas armonías de azúcar y jengibre, espejos para bellísimos muchachos. Hay un perfume a caramelo y jazmín, un perfume a rosas lascivas, a madreselvas y ciruelas amarillas, huele a mandarina y lila, a coco y nenúfar. Se abren pétalos de menta y eucalipto, huele a tierra húmeda regada por la lluvia de marzo, hay un aroma a limones maduros. Los arcángeles duermen. Tienen los ojos cerrados, no se puede ver el color verde, azul o lila de sus pupilas, tienen los pezones de las diminutas tetillas débilmente rosas, los glandes circuncisos débilmente morados. Vuelve a relampaguear la bóveda cristalina de la nave, con raíces eléctricas, se avanza entre soles de helio ardiente y entre planetas de hielo azul. Hay estatuas de extraños dioses marcianos, de dioses que han matado y devorado a sus padres y a sus hijos, criminales e incestuosos, bellísimos y ciclópeos. De oro macizo, entre cardos de aristas de hielo verde, entre rosas de agujas de cristal finísimas, lacerantes y peligrosas. En el centro del poliedro, brutal e insolente, está la Diosa Huitxilopotxli, de mirada negra. Quien osa mirarla a los ojos cae desintegrado en una llamarada roja, violenta y magnífica. Es una diosa bellísima coronada de espinas diamantinas, muestra sus pezones, sus grandes tetas de leche dulcísima y venenosa, ha amamantado una progenie de monstruos. Sobre el trono de ámbar meloso es una Venus maldita llena de odio, una Afrodita que naciese de la espuma de un mar de caníbales. Quise pasar desapercibido ante sus ojos pero me eligió para que escribiera su panegírico.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

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