Prosas poéticas :  Aproximación a una Ciudad Marciana. Leve reforma y prolongación.
Aproximación a una Ciudad Marciana. Leve reforma y prolongación.

Mármoles, ónices, y alabastros negros. La ciudad se eleva como un gigante caído en la desértica y roja planicie. Ciudad de diez mil puertas ciclópeas, las negras murallas combaten los huracanes. Escalinatas sin fin proclaman la victoria de lo inesperado, los arcos rotos se sostienen como bailarinas dementes, sus finísimos pies sustentan toneladas de peso y horror, bajo la mirada impávida de los dioses marcianos. Balaustradas de cristal negro sostienen los patios interiores de las casas, las paredes, negras como la brea, atestiguan la muerte profunda y el luto riguroso, se han arrancado los ojos un millón de Edipos extraterrestres y sus hijas, las esquizofrénicas Gorgónas, chillan en el silencio como perros lascivos, con sus cabellos serpientes mordiendo el aire de manera criminal y grotesca. Los baluartes se aposentan sobre contrafuertes y pináculos de fantasía, que rasgan el viento como barrocas uñas de pantera, negros y contrahechos, dementes, y se abren plazas góticas de Salamancas Imperiales exquisitas en las que se torean imposibles toros de espanto. De vez en cuando una fuente barroquísima en su deformidad, esquizofrénica, mortuoria, de naturaleza escorpiónida mana un agua negra como la muerte, un petróleo incombustible de contenido lepromatoso, y arden las balsas de la sangre negra destilando hacia el cielo un aroma arácnido de hulla, los patios silentes se abren a corredores y corredores y corredores, pasillos oscuros y negros que terminan en patios sombríos, en los que nunca da la luz del sol, y en donde el Minotauro salvaje degusta la carne y los miembros arrancados de los adolescentes de nieve. Perfuman los asfodelos criminales los patios interiores, donde el holocausto es una costumbre y en donde las diminutas hormigas construyen sus nidos bajo los muros de mármol y granito, constantes en el devorar venenoso de la piedra, como un cáncer, miles de espejos negros tiene la ciudad marciana, toda ella de tinta china, y a veces el sol que da en los patios se inmiscuye en ellos con la fuerza de lo inmisericorde rabiando. Las enormes cariátides y los gigantescos atlantes de cristal y mármol sostienen cúpulas y azoteas y las bóvedas tiemblan bajo el sonido de grillos criminales, chirriantes cancelas de hierro oxidado, que arañan las espaldas de los arcángeles como uñas de gato. Exóticas aspidistras negras adornan algunas estancias, en las que los inmortales se entregan a bacanales de veneno perfumado buscando una muerte imposible que nunca llega, y las escaleras elevan al curioso a antros en donde se sacrifican libélulas y niños. Exóticos lirios negros, con llamaradas amarillas dañinas aroman las estancadas aguas de las fuentes, que los héroes beben tratando de que la gloria los olvide, en un acto contranatura monstruoso. Pasan caballos ciegos, caballos con los ojos arrancados, galopando desbocados por las anchas avenidas del terror, las anchas avenidas de la ciudad marciana, sus foros de habladurías asesinas, y a los pies del inmenso Capitolio se asesina un millón de Julios Cesares de alabastro, de los que la sangre violentamente granate surge manchándolo todo, como surtidores de ira. Se surcan canales de una Venecia paranoica, llenos de un agua negra, como trajes de viuda, y las góndolas demenciales son conducidas por esqueletos amarillos y descarnados que otrora fueran arcángeles de vino. Crecen ombúes siniestros de retorcidas ramas rojas, coronados de cuervos negrísimos, que chillan como heridos de muerte, ofuscados en su ira, corruptos desde la cola hasta el pico, brillantes de negrura y color, y las raíces de los árboles salen desde sus aposentos edáficos, como lúgubres patas de arañas, como barbas dementes de vagabundos sucísimos. Hay radiactivas fuentes de rayos gamma fluyendo entre los topacios neutrónicos. Algunas casas se pliegan, doblan, y contraen en el espacio como esquizomorfas pajaritas de papiroflexia, hay escaleras que llevan a azoteas sin cielo, o balcones que cuelgan sobre los abismos y se asoman a desfiladeros de extravagantes cabras de miedo, como si los habitantes de la ciudad quisieran todos despeñarse desesperados por el peso de la gloria, la maldición es que no caen desde su elevada altura porque en el último momento el arcángel de Dios dice a Abraham ¡¡¡detente¡¡¡ y entonces Isaac enloquecido siente todo el pánico de una vida inmortal, entre zarzas rojas, espinosas, de cuchillas afiladas, que traspasan la piel, y San Sebastián es condenado a muerte mil veces, y mil veces sufre el martirilogio de las flechas envenenadas sin morir jamás, una y otra vez traspasado por el dolor eterno. Cuelgan los balcones sobre el vacío, ventanales ojivales se abren con vidrieras negras y azules, hay macetones con exóticas orquídeas fucsias y negras, cuya savia cae gota a gota, resina venenosa, sobre las aceras, y páramos y escombreras desérticas donde las estatuas rotas gimen por el esplendor pasado, brutalmente mutiladas por el abandono, desesperadas por no estar en las grandes avenidas donde pasan los elefantes masacrados a miles con sus gigantescos colmillos de oro macizo, en una furibunda estampida de salvajismo y honor, las acequias transportan una agua negra, sucia y transparente, en la que un sol terrorífico se refresca el cuerpo como un arcángel celeste, de cabellos escarlatas, y en donde Fobos y Deimos, en las noches solemnes, se sacrifican para la perpetuación de la especie con un odio mórbido a toda forma de vida humana. Los inmensos acueductos se balancean por los movimientos sísmicos de las entrañas del planeta como golpes y patadas de fetos y embriones en los vientres de sus madres, mientras la abuela de un Nerón sodomita espantoso llora lágrimas de sangre por la extinción de toda la estirpe de los Aenobarbos. En los jardines crecen esponjas marinas gigantescas empapadas de cianuro y flores de dificultad olorosa proclaman la gran Victoria de la Naturaleza demoníaca, rojas hasta la consumación de lo púrpura, negras hasta la consagración de la brea. Los inmortales Sénecas de mármol níveo condenan rigurosos a sus discípulos Cesares, y las sagradas palabras que salen de sus bocas son como lanzas de acero, jaculatorias e imprecaciones jamás oídas por oído alguno, pero en cayendo en saco roto solo perturban levemente el sueño de los tigres, que reposan sobre los bancales, bajo los arbotantes satánicos que sostienen las diabólicas cúpulas. Se juramentan los independentistas para no dar tregua a los reyes, y sus juramentos de odio se silencian en los oscuros patios, la ninfa eco se acaba de suicidar con una espada y Narciso desnudo muere frente al negro espejo de la fuente, llorando sangre por la belleza perdida. Y vuelve a resucitar una y otra vez en el mismo instante de su dantesca paranoia. Diríase que la nieve más pura hace competencia al cristal negro más insolente, y cuando llueve las avenidas se llenan de arroyos purísimos para el deleite y abrevadero de mil tigres. Trepan las negras enredaderas por las níveas paredes, llegando hasta las azoteas, y abren delicadas flores rojas como pústulas sangrantes. Las grandes cristaleras, las grandes vidrieras rotas atestiguan que aquí hubo un millón de vidas, pero ahora el silencio muerde y las antiguas canciones se han olvidado para dar lugar a lo insonoro. Los inmortales gritan de dolor y nadie les escucha porque están solos, solos con sus elefantes de oro, con sus orquídeas de fresa rabiosa, o con sus lirios de fantasía, y las orquídeas salen y surgen de sus costados heridos, en donde la lanza perforó sin matarlos. Oh ciudad sin niños. La gran estatua de Moloch y su Madre se enfrenta a una hormiga a los pies del inmenso Capitolio, y tiemblan los pájaros ateridos de frío, negros y azules. Templos Dóricos gimen por el peso de la piedra y el atrevimiento barroco solo puede causar la muerte a los poetas.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

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Nilo
Publicado: 18/4/2012 0:01
Incondicional
Unido: 28-1-2012
Comentarios: 1495
 Re: Aproximación a una Ciudad Marciana. Leve reforma y p...

Narciso desnudo muere frente al negro espejo de la fuente, llorando sangre por la belleza perdida

hermosa prosa