Prosas poéticas :  Divertimento Lunar.
Divertimento Lunar.

En los desiertos lunares los blancos heliotropos exhalan un perfume increíble, mezcla de aromas balsámicos y mentolados, y cactus de plata ponen una erizada burla de ceniza a la tranquilidad de las blancogrisaceas laderas mortecinas. Alguien se ha fumado un cigarrillo descomunal y el inmenso cenicero del satélite gira en el espacio como una terrible tortuga marina. Hay un clavicordio que pone un cascabeleo de ritmos cristalinos y metálicos a los diminutos arroyos de nieve de los desiertos sepulcrales. Todo es un inmenso tálamo nupcial o un vestido de bodas recién bordado, o acaso guardado con bolas de naftalina en el armario durante años, o cubierto del polvo de una mansión del ochocientos, decimonónica. La Virgen se pone el vestido y brilla a la luz de una farola de plata, y la seda, nívea y brillante, parece estremecerse al ritmo de alfanjes de acero macizo y címbalos azules. La luna es un gigantesco caparazón de carey, su nácar tiene vetas más blancas que la nieve, es una copa de horchata, una preciosa moneda de plata añeja. Las flores de níquel crecen allí exhalando volutas de sándalo a un cielo negro como la antracita. Los desiertos lunares están llenos de ceniza y nieve, sus cráteres se levantan como magníficas fortalezas ciclópeas, y todo brilla de luz de fluorescente de neón. En su cara oculta, la negada a la visión humana, los selenitas, de ojos azules, y delgados como alambres, tienen torres de lapislázuli y ámbar. Se alimentan del sol, son fotosintéticos, y elaboran una miel agridulce con zumo de heliotropo grís, una especie de horchata densa, que tiene grumos de néctar nacarino y huele a madreselvas frescas. En la cara oculta, inmensas selvas de lianas de ceniza, se esconden panteras blancas, cenizosas y lívidas como el peligro, gélidas como el hielo, y feroces como el polvo de los cianuros. Los selenitas las cazan armados de rayos láseres y las llevan ya muertas a sus torres de ámbar y caramelo, donde hacen de alfombras orientales. No lo vemos porque nosotros solo vemos el desierto lunar, la impresionante tortuga que gira en el espacio constelado de estrellas. Los heliotropos de nieve, flores metálicas y de seda fulgente, tapizan a veces las grutas que arañan los cráteres, y hay cactus de plata cuyas espinas, envenenadas, producen una urticaria espléndida y una malaria con sueño de prismas. Y hay caballos blancos en la luna, para cabalgar por sus inmensos desiertos, caballos con un cuerno de cristal en la frente, unicornios, que relinchan notas de zumo de pomelo y aguamarinas azulísimas. Sus ojos son como los topacios de caramelo o grises como de perlas eléctricas, y tienen las cabelleras y las colas canosas y brillantes. Las panteras cazan inmensos bueyes blancos, a los que devoran en grupo como si de una extraña África se tratase, y la sangre es como la leche de horchata, no es roja. Los selenitas además, son unos espléndidos anfitriones y organizan fiestas y fiestas y bailes y bailes, y se disfrazan de marcianos verdes o de venusianos azules, y tienen una religión basada en la belleza y en la música. Un inmenso terrón de ázucar es el astro, como un grano de arroz sin hervir, pero a veces se pone amarillo, de un amarillo pálido o de un dorado sin dorado, y todo cambia de color, y hasta los caballos lunares se vuelven débilmente amarillos, para que el engaño a la visión humana sea perfecto.

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Francisco Antonio Ruiz Caballero.
Poeta

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