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VACÍO

Un infinito espacio vacío se mece dulcemente en el vacío absoluto, sin estrellas ni dioses, inconmensurable pero vacío, silencioso, oscuro, pero majestuoso en la vacuidad de su abarcamiento del todo inexistente. No le afligen las ingenuas cosmogonías que soportaron civilizaciones, holocaustos y vistosas religiones. Esa mítica pretenciosa que explicaba infantiles orígenes a partir de un bien y un mal más humano que las lentejas, y de la preexistencia de un caos originario que deviene en ordenado agrupamiento, lánguido o súbito, siempre simbólico, con uno o varios dioses patéticos en su soledad acuciante y tristemente antropomorfos. Ni las astronomías, con sus planetas y satélites, cometas y meteoroides, las estrellas y la no creíble materia interestelar, los sistemas de estrellas, gas y polvo, galaxias y cúmulos de galaxias, pudieron acercarse al portulano de su náutica misteriosa e inexpugnable. O las antiguas cosmologías de circo, estudiando el vacío incomprensible, construyendo teorías sobre su origen encantado, su evolución consentida y su estructura recóndita. Meras miserias de un carnaval universal. Tampoco la sofisticada astrofísica, fútil invento para medir lo que no se tocaba, ni la astrología siempre al borde del ridículo en la torpeza de enlazar brillantes e imponentes estrellas con pequeñas vidas paupérrimas, dolorosas desdichas y momentáneas alegrías. Para llenar esos vacíos se inventaron piones y muones, azules y resplandecientes, quarks y leptones de todos los matices posibles del amarillo, electrones y neutrinos, grises como el grafito, fermiones de intensos rojos, leptones verdiazules, bosones gauge de un marrón repugnante, y el subrepticio bosón de Higgs, esa grotesca "partícula de Dios", de iridiscente blanco metálico. Se fingió la existencia arbitraria de quark arriba y quark abajo, quark extraño y quark encantado, quark fondo y quark cima, y un extraño quark Top solitario, todos con sus correspondientes antiquarks. Partículas poéticas no obstante inverosímiles. Y hubo un muon y un neutrino muónico y otro tauónico, jeroglíficos sin sentido que enterraría el tiempo bajo sus arenas inevitables. Y como toda obra humana esta fanfarria variopinta tiene su inútil pirámide milenaria en lo que fue la frontera franco-suiza, las ruinas subterráneas del Gran Colisionador de Hadrones del supuesto Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire. Manifestación concreta de una búsqueda sin fin. Quizá los siglos confirmen la sentencia de Carlyle: "Toda obra humana es deleznable, pero la ejecución de esta obra es importante". Han sucedido las vigilias de incontables eones y un infinito espacio esencialmente vacío se mece dulcemente en el vacío, sin estrellas ni dioses, sobretodo sin dioses.

EMBESADOS

Sí, nos seguiremos besando a pesar de los mustios guardianes o las magas intocables, nos besaremos detrás de los muros de las catedrales, en los zaguanes de la lluvia, en lo más alto de los nidos de los pelícanos, en los suburbios con olor a trenes o madreselvas, en los puertos de la noche, en la calle roja de los burdeles, sobre los plintos de las estatuas destruidas, en las aceras y los parques, en los sitios eriazos, en los comedores de pobres, en los manicomios y en las clínicas de fertilidad, abajo en las alcantarillas y en las galerías laberínticas de los hormigueros, a ras de tierra y en hirviente asfalto, en las aguas de las fuentes y en los pajonales de los bajos del río, embriagados de salivas, heridos de dientes, atragantados de lenguas seguiremos besándonos por las calles a favor de las madrugadas, a contrapelo del trafico, atravesados en las rutas rutinarias de los agentes de seguros, de las secretarias y de los dentistas, debajo de los puentes y de las mesitas de los cafés, arriba de las mesas de aquel bar de la Rivadavia, en los mostradores de las boutiques entre la algarabía de las damas chillonas, hundidos en el silencio de los anaqueles de las bibliotecas, perdidos en los intersticios de los adoquines de la calle larga y empedrada, en la repisas de las cocinas de las señoronas de sueños dormidos, en los portales de los conventos y de las abadías, sin descanso ni calma, seguiremos a besos arrastrados por los torrentes de los inviernos, recién florecidos en las brisas primeras de las sorprendentes primaveras, endulzados por la vendimia de los otoños, buscando umbríos lugares en medio de los estíos, seguiremos urgiéndonos a besos brujos, a besos de cristal, y a besos de chocolate, sin rendirnos, sin cansarnos de la boca del otro, enviciados y soberbios con los labios húmedos y mordidos por los fervores de los besos, sin dormirnos en los laureles ni besarnos en las mejillas, besándonos con desparpajo, con erotismo, con morbo, con toda la pornografía posible, y porque no, también con la imposible, sin saturarnos nunca por la sobredosis de besos porque hay que dar al Cesar lo que es del Cesar, y tu boca es mía y la mía es tuya, y seguiremos besándonos, piantaos e impúdicos, felices y excitados en los callejones y las callejuelas, en las orillas de los riachos y de los arroyuelos, y así seguiremos a besos locos, embesados por siempre y para siempre sin solución de continuidad hasta que nuestras arcillas separen nuestras bocas por lo poco que quede de eternidad. Vale.

CURSILERIAS Y OBVIEDADES

Ríndete al error, al ensueño, al desfalco irrestricto de afectos, amores y pasiones, sin pensar sino en el hoy que transcurre mientras lees como una afilada guadaña en un campo de trigos maduros. Así sin aviso déjate naufragar en un cielo sajado por los vuelos de las palomas, olvídate de las premoniciones de lluvias venideras, ocúltate de los soles que hacinan las sombras contra los muros cubiertos de hiedras, y reclúyete imperturbable en los palomares escondidos en los entretechos de antiguos castillos del acecho de los halcones y los cernícalos. Olvídate de todos los nombres que horadan tu memoria, y de sus rostros y de sus manos, y confunde los días, los caminos, las esquinas, y vaga sin cartografías premeditadas ni equivocados mapas de tesoros, y navega sin brújula ni astrolabio por los mares que vinieren, y cruza los océanos sin esperanzas de archipiélagos ni islas encantadas. Deja tu equipaje en la estación y sube en cualquier tren sin siquiera intuir para donde está el norte con el sur traspapelado por las emigraciones equivocadas de las aves ciegas y el sol mismo atajado por tus premuras entre oriente y poniente. No hagas la pérdida que imaginas para que no se te cumplan los designios de ignominia que te prometieron los naipes torcidos de la baraja del ahorcado. No proyectes, no preveas, no siembres para cosecha sino solo por ver las flores, en cada bifurcación toma los dos senderos, no trunques tus pequeños destinos instantáneos ni cierres las puertas entornadas, no abundes en penumbras ni penurias, y corre por el pasto fresco en las mañanas, pasa el día espiando las nubes entre las ramas del árbol que te da sombra, colecciona los ocasos ordenándolos por los matices de sus sonrojos, entra en la noche como en un baile de máscaras y descubre cada amarillo de los amaneceres como si hubieras nacido poquito antes que canten los gallos. Fluye, deslízate, escurre, aprende del sigilo del silencio, toca las cosas y los cuerpos, pisa los charcos y persigue sus libélulas. Disfruta los acantilados y los laberintos, el vértigo de lo alto y la sordidez de las cloacas, la simpleza y la complejidad, porque entre cima y sima debiera estar la clave de Universo. Asume la nada, el vacío, la impotencia ante la muerte y el milagro momentáneo de la vida. Quizá así el pasado se te diluya cansado de esperarte y te quedes a la gira en el presente sin el entramado siempre desobediente del precario porvenir.

LA VOZ ENJAULADA

Hay un voz que te busca como una áspid de dulce veneno y deliciosos lamidos, que busca tus intersticios, tus grietas, tus fisuras por donde deslizarse en ti clandestina y sigilosa, para estremecerte con cosquillitas indiscretas ahí en el ardiente vórtice de tus más íntimos deseos y hacerte dormir en los brazos de tu embaucador, lejos del tumulto aciago de tus días. Sábelo, porque ya iras sintiendo mis besos transgrediendo los horarios con todo desparpajo en mitad del día nublado, sin sol, con amanecer opaco, sin los brillos solares, como si el sol adivinara que te acecho en mi entrecelos hasta abrumarte de mí. Acá se vino un atardecer de rojos intensos y tenebrosos nubarrones gris oscuro, y al ver ese espectáculo grandioso pensé en ti, pensé en como serán tus crepúsculos, en como vagará tu alma dolorida por esos cielos tuyos con olor del río, y me dije que esta noche iré a ti, silencioso, y me deslizare en tu lecho cuando ya estés dormida, y te abrazaré despacito, acariciaré tu cabellera rebelde, besare tu cuello por entre el pelo ensortijado y te susurraré al oído suavemente antiguos versos de amor una y otra vez hasta que comience a aclarar, y entonces me vendré a mi sueño con todo tu calor y tu perfume incrustado en mi piel. Y he ido buscando y rebuscando en tus imágenes borrosas y en tus palabras ya casi inaudibles el sabor primitivo de tu piel para participar otra vez en tus días y estremecerme de ti en tus noches donde doy mis prederrotadas batallas contra mis terribles demonios, porque ahí en la noche es que me derroto, me venzo, hundido entre tus misterios. Ahí soy lo que soy, un lobo primitivo, desbordado por deseos ancestrales, por los dolorosos instintos innatos de predador predestinado a ti. La noche entera se derrumbó sobre las calles adormecidas del crepúsculo, solo siluetas aisladas caminaban adentrándose en la penumbra, los galeones carcomidos por el tiempo se zarandeaban en el oleaje del día que aun llegaba como una marea lenta que ya no inundaba las horas finales de la luz. Yo esperé en esa orilla las palabras en hierro ardiente o hiel que tus furias vinieran, o la dulzura imposible de musa atrapada y no, no hubo certezas de ti ni las luces de los faroles iluminaron los antifaces de la comparsa de alguna tarde tan antigua como nosotros. Y es porque tú, por afán de diosa inalcanzable o por manía de virgen perseguida, siempre encuentras algo que confirma tus miedos. Quizás no puedes dejar de ser ese tú que te enjaula y entrar en ese otro mundo donde seas ilimitada, libre, sin juicios ni prejuicios, incensurada, abierta a correr desnuda por la grama, a entrar en la noche como a un carnaval, enmascarada y ebria de vidas posibles, de locuras y de exploraciones, sin el peso de tu historia y sin las claves, códigos y símbolos de todos los sueños de niña tímida que mira curiosa detrás de los espejos. Siempre detrás de los espejos.

IDOLATRIA

Era una fiesta su cuerpo de púrpuras engalanados y verdes muy floreados, un aquelarre de sutiles desvergüenzas y prístinos desparpajos, en el cielo raso un coro de arcángeles marchitos, paulatinos, exhaustos, contenidos, van dejando en el aire una estela pulvurulenta de rosados atardeceres como limaduras de rodocrositas avivadas por las turbulencias de un haz de sol que irrumpe por el intersticio que declara su origen en la luna del espejo. Los bronces abundan en los reflejos de una luz mortecina y en su piel un jaguar derramado ruge asustado del gato que huye sigiloso y embelesado no de ella sino del perfume, de la copa, de la lámpara, de la pulsera y los anillos diamantados. Una mano en el sopor del descanso, la otra declarando su infinito hastío, ambas bajo esa luz mortuoria de delicados púrpuras y verdes congelados. La palidez cercana al miedo relumbra entre la soberbia gestualidad del desgano y la caoba que repite la copa azul y el platillo de los empolvados pasteles. Un carnaval de plumas y pieles celebra el hombro mórbido y desnudo, las largas piernas y la venatura de la mano. Cierta melancolía como de paloma extraviada se le adivina en los ojos, en la boca, en esa fijeza magra de maja asediada. Exultante un jarrón aurinegro domina la fanfarria de objetos enquistados, ella perseguida de otras mariposas esplende en las sedas de sus colores que aletean sus fugaces interferencias de luz. Galanura del cobre de su pelo encendido en el centro como un pabilo, vagancias de sus fosforescencias en sus rituales de cortejo, en su devoción asumida y en sus extensos encantos dilatados hasta inundar los venusterios y los antros de rojas luces perdularias. En actitud o postura de ideograma intraducible de un idioma de feroces mastines y señoríos sin horizontes, de reinos de miuras o bisontes, de los territorios donde pastan los unicornios y medran las gárgolas en las nocturnas catedrales. Los tintes oscuros en el vértice de su descuidado escote trazan con tibias sombras edípicas los rumbos a los abismos del desasosiego o a los acantilados donde se erigen las tumbas de los pecadores de las cuencas vacías. Un vaho de clavicémbalo barroco a la manera de Giuseppe Domenico Scarlatti la cerca, la ciñe y la aísla en su ámbito lánguido de perfecta señora de los sueños intranquilos. Ebrios de su sorprendente palidez nadie aun ha percibido que sus ojos ensimismados ya estaban desde antes atrapados en la serenidad y quietud de un mármol imposible. Vale.

OSCUROS BARROCOS DEL SUR DEL SUR

Hacia el invierno sur surcando un sonoro verde estrellado por la lluvia de las comarcas del mapuche, cruzando los climas, los vientos fríos, los humos, la calle ancha con sus rosas rosadas, y luego hacia el bajo hasta el rió lento de mansas aguas verde botella. El estero sumergido en la anchura de la niebla, en su desembocadura está la luna con un halo difuso en imperfecto creciente asomada por una quebradura del cielo negro noche, y hacia la naciente de las aguas camaroneras las estrellas marcando el sur del sur con sus brillos acerados de diamantes nocturnos. Una nube como ola se devuelve por el rió ancho y aun dormido sin estrépito de rompiente y lenta como si viniera de un mar adentro sin apuro. Y se derraman las brumas cerro abajo por el borde del cauce con su humedad fría y mortecina. El sol mañanero es un leve rubor en el borde bordado la alta nubosidad asustando los queltehues y despertando las pocas casitas repartidas en un azar estepario por las riberas del espejo del río que duplica la trama de los bosques de ulmos, avellanos y raulíes mientras el sol ya estalla allá en el oriente entre cantitos de pájaros entumidos. Después, otra vez el rió manso, detenido, de una tonalidad azul verdosa de aguas muertas entre hondas espesuras de umbrosos bosques nativos. Un olor a lluvia inminente, certeza que no se cumple porque un sol acongojado se escapa de los algodonales de las nubes grises para ir a deslumbrarse en el cristal detenido del río verde de reflejos de los bosques inmemoriales. Porque el amanecer es solo eso; un deslumbrón tardío de un sol acobardado ente la majestuosidad de un paisaje prehistórico pintado por las centurias con la paleta de los mil y un matices del verde. Un chucao estrepitoso e invisible define sus coordenadas instaurando la mañana. Tiuques y queltehues lo secundan desde el azul cielo y el verde potrero. Una jungla de quilas, canelos y árboles de leña, barro por el sendero de los bueyes, aguas en las huellas, nalcas y helechos verdeando los taludes de esquistos y cuarzos. Selva entinglada de renovales, claros con pastos duros y florcitas amarillas como dibujadas con sus abejas seducidas lejos de sus coloridas colmenas. Entonces la lluvia intermitente y lejana, inalcanzable, como si no lloviera, los tordos fúnebres antes del viento con su tráfico de nubes, abajo el río ancho herido de una estela alba antes del silencio. Se cruzan las estaciones y los climas bordeando el rió bordeado de las mismas florcitas amarillas y pedregosas arenas gruesas y arboledas, donde el otoño está en las moras negras y rojas de las zarzamoras, en los ocres incipientes de las hojas de los árboles cabizbajos. Un yeco negro o su sombra o su silueta vuela bajo el nublado al borde lluvia. Los leñadores clandestinos hacen brotar sus rojizas varas de leña a la orilla del camino que bordea el río para los fuegos hogareños del invierno o suben río arriba en sus lanchones leñeros por el sosiego del atardecer silencioso. Un croar de ranas asoma la noche con su barullo de circo para que la soledad se quede parpadeando detenida y no se la lleve el río hasta el mar del bajo y se confunda con las arenas de la barra y al picoteen las gaviotas hambrientas. Tristes bueyes bajo la brusca nubada de lluvia, lentos, cansinos, como a tranco dormido en la yunta. Llueve, hay viento, leves arreboles se van yendo, allá por el frente sobre el monte en sus verdes oscuros la luna impávida que fulge su esplendor de plata cristalizada mira desde un claro del cielo, nubes oscuras que los bosques destilan, el río como siempre, lento. El atardecer aun no se desmorona y ya las ranas croan equivocadas/engañadas/confundidas por la luna. El sol es un escándalo de vagos amarillos esplendiendo por el oscuro vértice femenino de los montes entramados de boscajes. Es el amanecer último; llueve.

ARCAICAS PREMONICIONES

Esas cosas pudieron no haber sido.
Casi no fueron. Las imaginamos
En un fatal ayer inevitable.
"El pasado", Jorge Luis Borges

Como un beduino de ojos rasgados por el brillo de todos los soles de todos sus días en un desierto de desolación con el aire quieto de los cementerios abandonados en las pampas de las costras de caliche y los dominios de piedras negras. En la boca esa añoranza sórdida por el mecer de las ramas de los sauces arrastradas con insistencia de Tántalo por las acequias y los canales de su infancia tan lejana que su recuerdo es solo el recuerdo de recuerdos cada vez más antiguos que se convierten en meros esbozos de un paisaje, una imagen o un olor indescriptible. Gorgojeos de pájaros distintos en la fascinación de los verdes congregados en las zarzas moras antes de su firmamento estrellado de verdes iniciales, ácidos rojos y negros finales. El té con canela, el mate y el colapso de los juegos en el jardín o el patio, la extinción sucinta de la alba lechuza que sobrevolaba la casa en silencio absoluto cierta noches de primavera. El crepitar del brasero allá afuera en su incendio quántico de miríadas de chispas incandescentes y extrañas flamas azules. El péndulo de las estaciones con su anarquía protocolar que hacia llover sin aviso a mitad del verano y la luna nueva con sus cachos avisando como vendría el clima en un código atávico que solo la abuela sabía descifrar. Aprendiz de pirómano tristón ante la última sepultura, enfrentado al juego aleatorio de la muerte que se adhiere a los años como dentritas de hierro y manganeso o empegos de crisocola, irrisoria, pomposa, como el catafalco destruido de un rey sin castillo, reino ni territorios. El brocal del pozo de las aguas salobres allá en la isla del poeta y las sedosas ágatas resplandecientes, simientes de la roca pura acariciadas hasta el cansancio por las arenas y desperdigadas como joyas de naufragio por los oleajes sin misericordia. Barbitúrico o artimaña del tiempo en decadencia, impronta de un pasado posible y verosímil pero sin certezas, vuelos de pelícanos en ultramar, algarabía de gaviotas, gélido invierno marino que expande las carencias en su polifonía de rompientes y su euforia de espumas. Caracolas, botellas, mascarones, campanas sospechosas como el ancla oxidada que mira la mar con metálica nostalgia, y el verso habitual en su esplendor y dramaturgia, allí en la patria ingrata de los asesinos quemando libros que no entienden en su burda naturaleza de miserables traidores. La azucena colindante, acidulada, en su vertiente de voces inmortales en esas calles con geranios y altos pinos y cercos de maderas recién taladas. Vale.

ANTIGUO TRIPTICO DE INSTAURACION

Panel derecho. Enfrentado a los terrores del amor, esa casi continua percepción de una ausencia, de rostro definido y de voz reconocible, creo percibir otra vez la fisura (i) en la sensible envolvente del Universo Interior (ii), por la que fluyen tenues y mágicas esencias desde la otra mitad del Universo, que con asombro intuyo, no es la Exterior (iii). Panel central. Obstinada, así te sé desde el principio de nuestro tiempo, ¿recuerdas cuando te conocí?, te acuerdas que fuiste tú la que me encontraste en los laberintos plagados de poetas anónimos, de poemitas de tercera, de versitos primorosos, y tú descubriste esa fuerza mas profunda, mas ansiosa, que gravitaba perdida entre páginas y páginas de arena estéril, tú me llamaste entonces e iniciaste esa lenta e incontenible seducción de la letra y después de la palabra, me embrujaste con asombrosas coincidencias, y como si el destino existiera me llevaste de la mano por tus propios senderos, me quitaste la mascara y me despojaste de los hábitos de monje doloroso y me llevaste al prometido infierno a plena lluvia y me dejaste muerto de frío en medio de una calle, y habían luces y reflejos de luces y tumultos y gentes ajenas, y me dejaste esperando en una maravillosa soledad y seguía lloviendo, y entonces volviste por primera vez a mi, y fui dichoso en la medida que te acercabas, de nuevo tu risa y tus manos cerca y todo esto sucedió aquel cuarto día de cierto agosto de ese año, ¿recuerdas?, por eso te sé obstinada, hasta ahora, hasta el final de nuestro tiempo. Panel izquierdo. Porque para castigo y sombra de las almas que algo dijeron (iv) toda palabra prevalecerá como signo o sonido, porque en ellas está la dicha y el dolor, sus pequeñas felicidades temporales y la infinita miseria de lo que fue su carne, las furias, el miedo, el asombro. Y es que perdurarán por los tiempos como ecos atroces de fantasmas equivocados, repetirán los susurros de ternuras perdidas, o en desdibujadas líneas contendrán todos los sueños, y también, tristemente, la mera equivocación que cerró bruscamente esa puerta. Y aun en el último Universo, aquel ya vacío e indolente, un mínimo roce, un insignificante estruendo, apenas un zumbido, en fin, un destello imperceptible de sus innumerables partículas girando sin sentido, convocarán en efímeros intervalos esa voz precisa o trazaran con sus frías trayectorias la terrible caligrafía de aquellas palabras. Rastros serán, vestigios de cenizas desperdigadas, huellas de ya nadas que un día de ellas se dolieron, más seguirán latiendo para siempre, como castigo y sombra de la mano que escribió o la boca que dijo. Vale.

Santiago de Chile, 2002.

Notas.
i) Nota de Traductor.- El original usa el termino ‘hiatus’ termino latino que corresponde a; grieta, abertura, hendidura. Se ha preferido traducir como ‘fisura’ porque parece concordar más con el contexto.
(ii) Nota del Autor.- Según el ornitólogo heresiarca Ben al Rami (Mitología y Persecución de Helena. Libro XXVI, 1590), el Universo solo seria divisible en dos volúmenes concéntricos, uno limitado y vulnerable que se extiende desde la piel hacia adentro, y el otro más vasto, acaso ilimitado, que comprende desde la piel hacia fuera.
(iii) Nota del Editor.- El físico ruso V.I.Rodogorov denomina a esta elemental cosmogonía “Modelo de Universo Autoreferente”, y en su texto ya clásico “Orígenes del Duelo” (Ediciones IVOROSKAYA, Moscú, 1963), la rebaja a una mera falacia verbal.
(iv) Nota del Autor.- Bienaventurados los que no dijeron, porque poseerán no solo el olvido sino también un majestuoso silencio.

NADA SUMERGIDA

“muchas veces me gustaría ser Ofelia y navegar entre aguas profundas solo para respirar la soledad de la flora y ya.”

Como una Ofelia navegando sumergida entre las aguas profundas solo para respirar la soledad de las algas y las raíces también sumergidas de los nenúfares y los jacintos de agua y los lotos con sus flores estalladas en sus colores de acuarelas encendidas en la superficie de espejeante estaño, repitiendo en sus reflejos el otoño vencido ahí en el entreaguas con tu rostro dulce y tu halo de romántica lejanía, de esa belleza tierna que despierta los carassius y asusta a los caracoles. Instaurada solemne bajo esa flora acuática que cuidan las larvas de las libélulas para que la luna pálida como tu piel anegada no la convierta en piedras por su alta envidia lunar. Yaces inundada y dormida porque la vida se te hace difícil, sin saber que la vida no es buena ni mala, simplemente va sucediendo en un azar sin sentido, sin pauta ni plan de ceremonias, y eso te da ira y tus ojos se encharcan hacia las aguas profundas arrastrando tu cuerpo de ninfa para que la refracción de su cristal te haga sentir linda, atractiva, sensual, provocativa, sexual e inquietante para que cuando los hombres narcisos se asomen a mirarse en la extensión quieta de la superficie del agua estancada queden hechizados por la Ofelia que navega sumergida entre las aguas profundas respirando la soledad de las algas y las raíces también sumergidas de los nenúfares y los jacintos de agua y los lotos con sus flores estalladas en sus colores de acuarelas encendidas. Y se quedarán ahí atrapados en tus reverberaciones evocando sus primeros amores de florcitas o poemas, o las mujeres que desearon y no poseyeron o las que los abandonaron por ir a sumergirse como dormidas en las aguas más profundas para respirar la soledad de las algas y las raíces empantanadas de los nenúfares amarillos y de los jacintos de agua lilas y azules, y de los lotos de rosa intenso que flotan soberbios como los galeones que llegaban de la Indias con sus cargamentos de oros robados a los dioses derretidos, cargados crujiendo carcomidos pero felices de la cosmofilia de un imperio de espanto. Y te vas hundiendo en el sueño de esas aguas contaminadas para siempre con el veneno de tus perfumes dulces como tu apariencia mágica de Náyade incipiente esparcida desde los manantiales de tu boca imbesada por los arroyos y riachuelos de tus tristezas atávicas hasta las insondables fuentes, estanques y lagunas de tu evanescente desamparo. Y ya.

FANTASIA Nº 97 Simulacro.

Dúctil y efímero, con un aura de arconte esperando el colapso premonitorio de la bóveda fúnebre donde duermen los huesos corroídos del último hoplita. Abstruso y a la vez arrabalero, trashumante de atrios y patios, indagador con alevosía de patíbulo en el bestiario nocturno, entre el granate de los labios pintados y la mórbida piel de los escotes. Andariego siempre a barlovento, borroso y extraviado en el boato y esplendor del aleteo de la palomas sobre una plaza ensangrentada, gárgola silente en los albores del día, hiedra trepando el muro de un castillo encantado entre la angustia del miedo a morir y la ansiedad del bohemio que no encuentra la mañana. Atrapado en la ecuación del nacer, crecer, reproducirse y morir, y en la reverberación de la tinta con que se escribió en el cristalino ámbar del atardecer el desesperar de los años. Asustado del irrisorio aullido del lobo desde la colina umbría donde surge el caudal del quebranto y el gorgojeo despiadado de la luna mansa y menguante. Fue reflejado en los ojos del basilisco de escamas tornasoladas, enredado en la dramaturgia andrógina del embrujo de la carne, en su bestialismo y su espuma, en la erótica carencia de una piel o en crepitar de la leña de una fogata acontecida en los rumbos del pago. Poseyó el desparpajo del crisantemo en su amarillo incesante y su irreverencia de pecatriz voluptuosa en el carcamal abrupto de la barranquera. Y en la larga calle de añosa arboleda y pulidos adoquines vio el alelí de su infancia como un apóstol en la alborada infinitesimal de esa su única epifanía en el borde de la blasfemia. Y tentó la ambigüedad de la albahaca en su perfume y el retumbo inerte del canto perdido en la oquedad de la piedra. En el apacible aciano de la azurita pudo intuir el terciopelo de la misericordia, el duro pliegue de la amargura y la dulzura de la incertidumbre en su esencia de torbellino o espejismo. Solía amainar las tormentas de biblioteca con su antifaz de beduino, con su thawb desgarrado por las arenas y su ábaco carcomido por los dedos avaros del prestamista, pero siempre invisible como el verde metálico del escarabajo del romero o el rojizo marrón moteado del gorgojo del garbanzo y del chícharo. Supo descifrar la impronta de los chubascos en la tierra sedienta aun en sus atavíos otoñales, y en la añoranza de la crisálida el descalabro de su estirpe de titiriteros y magos de ferias. En su fin solo quedó el devaneo de sus párpados ante la iluminada catedral en ruinas, esa querencia dilapidada por el delirio de un noctámbulo que avanza ebrio por las callejuelas del pecado.

INCESANCIAS

Te busco entre los escombros y la fuga, entre lirios y salamandras, en los acantilados del exilio que dejó tu nombre, en las furias sajantes de las arpías y los venenos tiernos de las medusas, en las oquedades, en las vertientes, en el templo donde se queman los inciensos a tu imagen de mármol y oros antiguos. Más allá de tus susurros, entre tus labios de silencios hundidos, en las comisuras quietas de tu boca de besos, debajo de tus manos, arriba de tus ojos, en tu borde de río en estiaje, en los salmos de la tarde y las ceremonias del nocturno incipiente, cerca del bosque de magnolios y la selva virgen de pasionarias entristecidas, allí en los cañaverales de las marismas y en las playas de las islas, tus islas del invierno sin ti. Hacia las arcillas muertas de la orillas, en la cadencia de las garzas en sus vuelos, por los pedregales lavados y los soles encendidos te busco con afán de canoero perdido y exhausto, de conquistador abrumado por los vestigios de los senderos que llevaban a ti y que ahora se cruzan y giran y se devuelven y desaparecen y se hunden en las ciénagas secretas donde tu nombre es un mapa borrado por el tiempo. Busco tu piel, toda extensa y desnuda, su calor embebido y su tierna impudicia, para poseerte en un amor de caracoles que nos envuelva en las babas y espumas de un sexo primigenio, ancestral, un sexo de delicadas perversiones que desmembre y fragmente tus deseos con la turbia densidad de un ansioso escarabajo en celo. Busco tu vértice de orquídea para escandir susurros en tu vórtice trémulo, y beber allí ebrio de ti los néctares del rito de los brebajes que silencian las palabras en el dulzor hondo de tu cuerpo, te exploro buscando el verbo en tu aroma para desatar mis espesos delirios en ese sensible palimpsesto para borrar todos los vestigio de otras voces que no cantaron como yo ahora canto y busco tu piel entera. Voy hacia la noche a seguir buscando tus parajes encantados en el sándalo que inunda tu piel cuando sueñas, cuando te me escapas por los laberintos de madreperla donde anidan tus rencores y tus magias, cuando duermes entre el oleaje de tus sabanas rendida a tus cansancios y hastíos, sola, impenetrable, casta vestal del santuario de los lirios desnudos, hembra de furias y tormentas, mujer de amor extasiada, dama de los rocíos que cristalizan en el jardín de las rosas que miro absorto antes de entrar en el ultimo de tus crepúsculos.

CONSECUENCIAS

Parce que change-je le visage du Vizconde?
La Comtesse de Chapelet.

Cambió el rostro, el seño, la mueca, cambió la mascara de ese día a mitad de la tarde, dejó la sonrisa pendiente, la risa cerrada y la mirada confundida, halcón rapaz, buitre, furtivo cazador o bestia negra, predador cansado miró la lejanía de tormentas allá donde sabía que sus engañifas de payaso ya no se sostenían con la misma verosimilitud de sus disimulos de humilde perro callejero. Cambió lo que pudo para seguir bebiendo de ese cáliz dulce/amargo (nunca sabía como iba a ser el próximo sorbo), para esperarla en el silencio de su telaraña, buscarla detrás de sus mascaras, para humillado mostrarse ante ella en un desesperado 'soy como soy' para predar en su cercanía como un niño asustado, asombrado de imágenes y perfumes, de palabras afiladas, de sobrios desencantos. Pequeño poeta de plagiantes verbos, hombre de mal trato, oscuro macho acongojado, todo lo era y no lo era a la vez, pero no le importaba porque seguían habitando el mismo sueño. Búsqueda o cesantía, deambulaciones, todo poseía esa soberbia majestuosidad de los albatros, evasivos en su siempre lejos, inaccesibles, ausentes, solo sombras huidizas sobre un oleaje de mar adentro. Cambió de nombre, de imago, de idioma, dejó que los días escurrieran por sus causes erosionando el tiempo de arcillas y caolines, la dejó desvanecerse en sus opios venenosos. Persiste en las rosas el otoño en sus intensos rojos enunciados como misteriosos relojes de sol que tañen las otras horas en su refinada incandescencia. Mezcló los colores de sus acuarelas con los tintes de un río que no iba a conocer ni en sus camalotes verdeando en la corriente zaina ni en sus islas de enfrente. Conoció las coloraciones de los escarmientos, la otredad que se oculta en el tornasolado del despecho o los celos, en el abandono y en la intermitencia de las lluvias sobre el tejado y las esmeraldas esparcidas de los musgos del final de los inviernos. Supo de simbologías y semióticas, de códigos, de los corolarios de la pérdida y de las imposibilidades del tálamo con sus vértigos y sus anarquías. Pero al final del día miró de soslayo los signos que las orugas estaban perpetrando en las hojas agonizantes de la renovada trama otoñal y tradujo en ellos esa única certeza; la vida simplemente sucede. Contempló entonces con muy digna resignación las últimas cicatrices y con melancólico cinismo se acicaló la piel para la próxima derrota. Vale.

HOY (AYER) ALLI

Y ahí en medio del bosque en medio de la tarde soleada en medio del invierno en sequía vino tu voz a buscar el lobo solitario que vagaba husmeando el perfume perdido de los frutos del árbol prohibido que crecía en medio del alcanzado paraíso. Y en medio de los ramajes del naranjo y la garras hirientes de la zarzamora encontré la puerta a los susurros de las delicias del pecado original, la puerta, fisura o grieta por donde alcance a tocar la piel enternecida y trémula que también vagaba buscando el silencio repartido entre las palomas y los cauces de los grandes ríos cercados de verdes gramas y altas selvas de orquídeas y de algarabías de pájaros. La tarde fue culminando antes de los arreboles en un rito sagrado, en la ceremonia secreta que la distancia no aplacó con sus muros ya resquebrajados, y en la quietud silenciosa dos enamorados se supieron enredados en sus desesperos hasta la culminación del destello compartido. Y en sus propias manos estuvo el fulgor y la caricia, el beso atrapado en los labios sedientos, en el roce delicado y su íntima consistencia, y en el último instante esplendoroso de esa comunión que vence la muerte. Y hubo después en la mañana siguiente la revelación de dos breves diamantes en el borde húmedo y oloroso de la voluptuosa vertiente sobre el oscuro musgo cautivo, y una paloma asomada con su erguida tibieza inhiesta y dos palomas en el orgullo suave y carnal de su vuelo. Mientras allá en medio del bosque el sol iluminaba el sitio exacto donde la férvida vertiente, el musgo oscuro y las tibias palomas fueron imaginados con la ferviente adoración de un vasallo rendido a su soberbia y hermosa soberana. Y en el hoy de la mañana y en el allí de la tarde de la víspera entre el revoloteo de palomas un lobo ermitaño sigue rastreando las huellas del dulce galope de la fina potranca en la mullida grama, con el hambre viva, otra vez, en su delirio de acechador inconsumado, de cazador vencido, de bestia domada por el arrullo encendido de evanescentes palomas. Y en el ahora aun persisten la voces instaurando un romántico dominio sobre el perfume del florecido árbol prohibido del alcanzado paraíso, sobre el bosque de la tarde soleada del invierno sin lluvias, sobre el naranjo y la zarzamora, en los goznes de la puerta a los susurros del pecado original, y también en la piel enternecida por el álgido ceremonial consumado. Vale.

EQUINOCCIAL DIFUSO

Tingángo: Polígono de tres lados determinado por tres rectas que se cortan dos a dos en tres puntos no alineados. Diccionario Piliano.

Ciertos pájaros anidan en frondosos árboles de guirnaldas y celosías, de hojas de glaucas esmeraldas y ramajes de ónice veteado, de profundas raíces bajo las perpetraciones del azafrán y la borraja. Algunas algas perplejas navegan los mares buscando los grandes crustáceos de caparazón dorada, las arenas impuras de las playas escondidas, las espumas alborotadas de las rompientes y los cascos de venerables maderas de pino curadas al sol. Hay invertebrados luminosos, lamparillas de carnaval, cirios vetustos, luces tremolantes que convergen y divergen contra el terciopelo negro azul de las noches de un trópico secreto con sus carabelas y sus medusas, y fuegos de San Telmo y volcanes submarinos. Suceden días a contramarea, a contraviento, a contracorriente, a contrapelo, días de desambiguaciones y desencantos, con los atardeceres torcidos y las noches con herrumbres. En la placidez de los parques, por el borde de los rieles de los trenes de las lluvias, donde los dedales de oro, más allá del río de las aguas salobres con sus oasis de paja brava y los pastizales tristones, la memoria se aconcha y se evapora dejando solo pequeños salares con aquellos recuerdos insolubles. Aun se ven las huellas de las emigraciones iniciales de las aves por un cielo prehistórico buscando los humedales de verdes y aguas, las lagunas atestadas de peces plateando en la luz de esos primeros días, los senderos invisibles sobre los extraños territorios recién despertando de sus tectónicas fundacionales. En las piritas de un camafeo de lapislázuli la geología subterránea pintó un arrabal perdido, un ábaco sin cuentas, los ojos oscuros de una pecatriz babilónica y un titiritero ensillando un mastodonte contra el murmullo de un arrebol melancólico. Entre el alboroto de los lúpulos presagiando las cervezas con la evocación y la inocencia de una disyuntiva de ebrios y bacos siniestros una copa vacía ladra a la noche que se avecina. Por entre follajes se vislumbran los rojizos tarderos, el delicado turquesa que recuerda un antiguo verde nilo, y grises altostratos borronientos que vienen huyendo del poniente y negros pájaros dormidos en sus vuelos. Y hay una palabra indescifrada que escriben las sombras de las anclas sin mar abandonadas con sus costras de óxidos y sus leguas marinas en los parques, en los malecones, en los puertos, en las plazas, oyendo los oleajes de lejos como un rumor de cadenas en naufragados escobenes. Un otoño agazapado comienza a pintar sus ocres, rojos y amarillos con la ladina calma de un rinoceronte encelado.

NINGUNA

Io non so ben ridir com' i' v'intrai,
tant' era pien di sonno a quel punto
che la verace via abbandonai.
Inferno: Canto I. Divina Commedia. Dante Alighieri. Circa 1304.

Sería viernes o la mañana del día del infierno, porque las tardes la asustaban con sus madreperlas y sus albures de penumbras que vienen, de noche intacta, de sonámbulos y murciélagos, y no las mañanas en que todo se ve como es y se descubren las mentiras, los engaños, las malas pécoras y los lobos embrujados, por eso tenia que ser ese viernes mejor que la mañana del infierno porque en esa hora última nadie sabría ni de su nombre ni de sus ilusos ritos de salvación por la escapadera y el tumulto de cobardes golpeándose el pecho y de arrepentidos desenredando rosarios de madreperla. Y lo dijo con ese desgano lánguido y hermoso de las hembras que se saben divinas, con la boca en sonrisa mustia y los ojos como dormidos, sería entonces viernes, ese viernes escarpado, desesperante, largo como un tren atravesando la lluvia, que no dejaba nunca de pasar, de suceder sin solución de continuidad, sin amparos ni sosiegos donde echen musgo las piedras y socaven las raíces las cárcavas de las aguas de las lluvias que atraviesan los trenes. Hubieron otros viernes antes pero ninguno con sus ojos, con su rostro doliente y la furia encendida en la mueca soberana de sus labios, ninguna, como en aquel tango de Manzi: No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, ninguna con tu piel ni con tu voz. Tu piel, magnolia que mojó la luna. Tu voz, murmullo que entibió el amor. No habrá ninguna igual, todas murieron en el momento que dijiste adiós. Porque eso era este viernes de la mala hora, era una tumba abierta que esperaba bajo un estricto otoño, perfectamente definido desde el día primero, desde el inicio de risitas y perfumes, de roces de manos, de miradas coquetas, de inquietantes susurros. Sería viernes, eso estaba declarado, un viernes ubicuo, innegable e inevitable, se sabía, tanto así que nunca se habló de ello ni en los mejores afanes ni en las peores madrugadas, no era necesario, iba a ser viernes porque ese era el día más propicio para ensangrantamientos y cruxificciones, en mitad del otoño de las lluvias sobre los trenes y la sepultura vacía esperando en medio de un cementerio de huesos de ballenas azules que encallaron huyendo del mar de los muertos. Era su viernes, ninguna como ella podía convertir un día cotidiano, sin más interés que las burbujas elevándose soberbias y majestuosas por sobre las flores fucsias o rojas (el preciso recuerdo se borró con ella) de la buganvilia apegada a la pared de ladrillos en el borde de un jardín inexpugnable, en una sombría jornada de terror y desesperanza suicida. Vale.

BORRARTE

Estoy borrando todas tus huellas posibles, los vestigios de tu presencia hasta en los más delicados intersticios donde se guardaban tus perfumes y también tus furias, tus desesperantes celos de gata veleidosa, tu manía de virgen perseguida, el sosiego brusco de tus silencios, tus fuegos y tus alturas de reina indómita. Voy tachando fechas, quitando los festivos y los duelos, ocultando nostalgias inverosímiles porque te estoy olvidando a como de lugar. Estoy deshaciendo los nudos y los entuertos que me ahogaron con la tibia imposibilidad de tus manos, anulando ciertas voces, cierta imagen, raspando la verisimilitud de un sueño atiborrado de incertidumbres, de pequeñas pesadillas, de huidas imprevistas y retornos cotidianos. Estoy despintando un paisaje de tantos colores que se nos habían perdido los matices del gris y ya no sabíamos cuando era noche en su oscuro ni día en sus altos soles cruzando de ti a mí con sus retrasos. Voy desfigurando tu imagen con las agua de todos los ríos que socavaban mis orillas de arenas en reposo con la turbulencia de tus regaños y arrebatos inquisidores en el delirio de bajante furiosa según la inundación o sequía que atrapaba tu alma intranquila. Voy corrigiendo las biografías no autorizadas, las memorias apócrifas, los relatos de los amores de ultratumba. Estoy modificando la tensa ansiedad de las mañanas, extirpando tu nombre, tus nombres, del ahora aciago ventanal que da a las lluvias sobre el jardín donde florecían los rosales de tu recuerdo. Estoy impugnando los decretos por los que reinabas en tu reino de mi desesperación constante, derogando tus leyes estrictas e injustas con que gobernabas las mareas de tus furias instantáneas. Estoy desbaratando los castillos de arenas de cuarzo, los muros de obsidiana sajante, quitando tus ojos de las cosas que miro, enterrando en cada mañana los restos fúnebres de tus ausencias impredecibles. Estoy rectificando la palabra camalote para que signifique nada más que jacinto de agua de hojas verde brillante y flores lilas o azules, y no tenga el peso de tu historia ni la connotación del río de aguas zainas, ni me traiga el aroma de un delta que nunca veré contigo en un atardecer ya perdido, y ahora le llamo aguapé o aguapey como un guaraní asustado escondido en las breves selvas de tus islas. Te voy borrando a contrapelo, en contracorriente, a pesar de plenilunios y solsticios. Y te aviso maldita que también estoy borrando con el codo todo lo que escribió mi mano, así que lee pronto esta envenenada carta de mortal despedida antes que te ciegues tú misma los ojos porque tú sí que no podrás borrarme. Vale.