Poemas :  A ti, que crees que existo...
A ti, que crees que existo...
Autor: Edmond Jabés
Egipto-Francia 1912-1991



Poeta nacido en El Cairo.
Hijo de una familia italiana, recibió una esmerada educación clásica francesa..
Adoptó en 1967, la nacionalidad francesa, convirtiéndose en uno de los poetas más influyentes de la posguerra. Recibió el Premio de la Crítica en 1972 y fue nombrado miembro de Legión de Honor en 1986.
Entre 1943 y 1985 publicó "Libro de las preguntas", "Libro de Yukel", "Libro de las semejanzas", "Libro de los límites", "Libro de los márgenes" y "Libro de la hospitalidad".
Del "Libro de las preguntas", el texto incluido aquí, corresponde a la traducción
de: Julia Escobar.



1. A ti, que crees que existo...

(«A ti, que crees que existo,
¿cómo decir lo que sé
con palabras cuyo significado
es múltiple;
palabras, como yo, que cambian
cuando se las mira,
cuya voz es ajena?
¿Cómo decir
que no soy
pero que, en cada palabra,
me veo,
me oigo,
me comprendo,
a ti, cuya realidad
renovada
es la de la luz
a través de la cual
el mundo cobra conciencia del mundo
perdiéndote
pero que respondes
a un nombre
prestado?
¿Cómo mostrar lo que he creado
fuera de mí,
hoja tras hoja,
donde todo rastro de mi paso
está borrado
por la duda?
¿A quién se le han aparecido esas imágenes
que ofrezco?
Reivindico, en último extremo, lo que me es debido.
Cómo demostrar mi inocencia
cuando el águila ha volado de mis manos
para conquistar el cielo
que me atenaza?
Muero de orgullo en el límite
de mis fuerzas.
Lo que espero está siempre más lejos.(...)
Poeta

Poemas :  El fuego, oyes, se empieza a apagar...
El fuego, oyes, se empieza a apagar...
Autor : Joseph Brodsky
Ruso-USA ( 1940-1996
)

Premio Nobel de Literatura 1987.
De : ¨No vendrá el diluvio tras nosotros ¨
Antología 1960-1996. Este es versión de Ricardo San Vicente
.


El fuego, oyes, se empieza a apagar...

El fuego, oyes, se empieza a apagar.
En los ángulos las sombras se agitan.
Y ya no hay modo de poderlas señalar,
gritarles que se queden quietas.
Cerrando filas, se han puesto a formar.
No, esta hueste no atiende a palabras.
Silenciosa avanza de cualquier rincón
y yo de pronto he ocupado el centro.
Más altas cada vez, signos de exclamación,
las explosiones de tinieblas se elevan.
La noche arruga el papel hasta el mentón
de lo alto, cada vez más densa.
Se han esfumado las agujas del reloj.
Y éste no se ve, ni se oye siquiera.
Y aquí no ha quedado más que el brillo ocular,
inmóvil, detenido. Detenido.
El fuego se apagó. Lo oyes: se apagó.
El humo ardiente vuela por el techo.
Mas no huye de la vista este fulgor.
O, mejor dicho, no deja las tinieblas.

1962
Poeta