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Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo un cuerpo como día derramado y noche devorada; la luz de unos cabellos que no apaciguan nunca la sombra de mi tacto; una garganta, un vientre que amanece como el mar que se enciende cuando toca la frente de la aurora; unos tobillos, puentes del verano; unos muslos nocturnos que se hunden en la música verde de la tarde; un pecho que se alza y arrasa las espumas; un cuello, sólo un cuello, unas manos tan sólo, unas palabras lentas que descienden como arena caída en otra arena....
Esto que se me escapa, agua y delicia obscura, mar naciendo o muriendo; estos labios y dientes, estos ojos hambrientos, me desnudan de mí y su furiosa gracia me levanta hasta los quietos cielos donde vibra el instante; la cima de los besos, la plenitud del mundo y de sus formas.
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Poeta
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Inmóvil en la luz, pero danzante, tu movimiento a la quietud que cría en la cima del vértigo se alía deteniendo, no al vuelo, sí al instante.
Luz que no se derrama, ya diamante, fija en la rotación del mediodía, sol que no se consume ni se enfría de cenizas y llama equidistante.
Tu salto es un segundo congelado que ni apresura el tiempo ni lo mata: preso en su movimiento ensimismado
tu cuerpo de sí mismo se desata y cae y se dispersa tu blancura y vuelves a ser agua y tierra obscura.
...
El mar, el mar y tú, plural espejo, el mar de torso perezoso y lento nadando por el mar, del mar sediento: el mar que muere y nace en un reflejo.
El mar y tú, su mar, el mar espejo: roca que escala el mar con paso lento, pilar de sal que abate el mar sediento, sed y vaivén y apenas un reflejo.
De la suma de instantes en que creces, del círculo de imágenes del año, retengo un mes de espumas y de peces,
y bajo cielos líquidos de estaño tu cuerpo que en la luz abre bahías al oscuro oleaje de los días.
...
Del verdecido júbilo del cielo luces recobras que la luna pierde porque la luz de sí misma recuerde relámpagos y otoños en tu pelo.
El viento bebe viento en su revuelo, mueve las hojas y su lluvia verde moja tus hombros, tus espaldas muerde y te desnuda y quema y vuelve hielo.
Dos barcos de velamen desplegado tus dos pechos. Tu espalda es un torrente. Tu vientre es un jardín petrificado.
Es otoño en tu nuca: sol y bruma. Bajo del verde cielo adolescente. tu cuerpo da su enamorada suma.
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Poeta
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¿Palabras? Sí, de aire, y en el aire perdidas.
Déjame que me pierda entre palabras, déjame ser el aire en unos labios, un soplo vagabundo sin contornos que el aire desvanece.
También la luz en sí misma se pierde.
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Poeta
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¿Por qué tocas mi pecho nuevamente? Llegas, silenciosa, secreta, armada, tal los guerreros a una ciudad dormida quemas mi lengua con tus labios, pulpo, y despiertas los furores, los goces, y esta angustia sin fin que enciende lo que toca y engendra en cada cosa una aridez sombría.
El mundo cede y se desploma como metal al fuego. Entre mis ruinas me levanto y quedo frente a ti, solo, desnudo, despojado, sobre la roca inmensa del silencio, como un solitario combatiente contra invisibles huestes.
Verdad abrasadora, ¿a qué me empujas? No quiero tu verdad, tu insensata pregunta. ¿A qué esta lucha estéril? No es el hombre criatura capaz de contenerte, avidez que sólo en la sed se sacia, llama que todos los labios consume, espíritu que no vive en ninguna forma, mas hace arder todas las formas con un secreto fuego indestructible.
Pero insistes, lágrima escarnecida, y alzas en mí tu imperio desolado.
Subes desde lo más hondo de mí, desde el centro innombrable de mi ser, ejército, marea. Creces, tu sed me ahoga, expulsando, tiránica, aquello que no cede a tu espada frenética. Ya sólo tú me habitas, tú, sin nombre, furiosa substancia, avidez subterránea, delirante.
Golpean mi pecho tus fantasmas, despiertas a mi tacto, hielas mi frente y haces proféticos mis ojos. Percibo el mundo y te toco, substancia intocable, unidad de mi alma y de mi cuerpo, y contemplo el combate que combato y mis bodas de tierra.
Nublan mis ojos imágenes opuestas, y a las mismas imágenes otras, más profundas, las niegan, tal un ardiente balbuceo, aguas que anega un agua más oculta y densa.
La oscura ola que nos arranca de la primer ceguera, nace del mismo mar oscuro en que nace, sombría, la ola que nos lleva a la tierra: sus aguas se confunden y en su tiniebla quietud y movimiento son lo mismo.
Insiste, vencedora, porque tan sólo existo porque existes, y mi boca y mi lengua se formaron para decir tan sólo tu existencia y tus secretas sílabas, palabra impalpable y despótica, substancia de mi alma.
Eres tan sólo un sueño, pero en ti sueña el mundo y su mudez habla con tus palabras. Rozo al tocar tu pecho, la eléctrica frontera de la vida, la tiniebla de sangre donde pacta la boca cruel y enamorada, ávida aún de destruir lo que ama y revivir lo que destruye, con el mundo, impasible y siempre idéntico a sí mismo, porque no se detiene en ninguna forma, ni se demora sobre lo que engendra.
Llévame, solitaria, llévame entre los sueños, llévame, madre mía, despiértame del todo, hazme soñar tu sueño, unta mis ojos con tu aceite, para que al conocerte, me conozca.
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Poeta
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Inmóvil en la luz, pero danzante, tu movimiento a la quietud que cría en la cima del vértigo se alía deteniendo, no al vuelo, sí al instante.
Luz que no se derrama, ya diamante, fija en la rotación del mediodía, sol que no se consume ni se enfría de cenizas y llama equidistante.
Tu salto es un segundo congelado que ni apresura el tiempo ni lo mata: preso en su movimiento ensimismado
tu cuerpo de sí mismo se desata y cae y se dispersa tu blancura y vuelves a ser agua y tierra obscura.
Del verdecido júbilo del cielo luces recobras que la luna pierde porque la luz de sí misma recuerde relámpagos y otoños en tu pelo.
El viento bebe viento en su revuelo, mueve las hojas y su lluvia verde moja tus hombros, tus espaldas muerde y te denuda y quema y vuelve yelo.
Dos barcos de velamen desplegado tus dos pechos. Tu espalda es un torrente. Tu vientre es un jardín petrificado.
Es otoño en tu nuca: sol y bruma. Bajo del verde cielo adolescente tu cuerpo da su enamorada suma.
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Poeta
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Por buscarme, Poesía, en ti me busqué: deshecha estrella de agua, se anegó en mi ser. Por buscarte, Poesía, en mí naufragué.
Después sólo te buscaba por huir de mí: ¡espesura de reflejos en que me perdí!
Mas luego de tanta vuelta otra vez me vi: el mismo rostro anegado en la misma desnudez; las mismas aguas de espejo en las que no he de beber; y en el borde del espejo, el mismo muerto de sed.
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Poeta
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Inmóvil en la luz, pero danzante, tu movimiento a la quietud que cría en la cima del vértigo se alía deteniendo, no al vuelo, sí al instante. Luz que no se derrama, ya diamante, fija en la rotación del mediodía, sol que no se consume ni se enfría de cenizas y llama equidistante. Tu salto es un segundo congelado que ni apresura el tiempo ni lo mata: preso en su movimiento ensimismado tu cuerpo de sí mismo se desata y cae y se dispersa tu blancura y vuelves a ser agua y tierra obscura.
Del verdecido júbilo del cielo luces recobras que la luna pierde porque la luz de sí misma recuerde relámpagos y otoños en tu pelo. El viento bebe viento en su revuelo, mueve las hojas y su lluvia verde moja tus hombros, tus espaldas muerde y te deshuda y quema y vuelve yelo. Dos barcos de velamen desplegado tus dos pechos. Tu espalda es un torrente. Tu vientre es un jardín petrificado. Es otoño en tu nuca: sol y bruma. Bajo del verde cielo adolescente. tu cuerpo da su enamorada suma.
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Poeta
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Entre irse y quedarse duda el día, enamorado de su transparencia.
La tarde circular es ya bahía: en su quieto vaivén se mece el mundo.
Todo es visible y todo es elusivo, todo está cerca y todo es intocable.
Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz reposan a la sombra de sus nombres.
Latir del tiempo que en mi sien repite la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro; no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme, yo me quedo y me voy: soy una pausa.
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Poeta
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El corazón y su redoble iracundo el obscuro caballo de la sangre caballo ciego caballo desbocado el carrousel nocturno la noria del terror el grito contra el muro y la centella rota Camino andado camino desandado El cuerpo a cuerpo con un pensamiento afilado la pena que interrogo cada día y no responde la pena que no se aparta y cada noche me despierta la pena sin tamaño y sin nombre el alfiler y el párpado traspasado el párpado del día mal vivido la hora manchada la ternura escupida la risa loca y la puta mentira la soledad y el mundo Camino andado El coso de la sangre y la pica y la rechifla el sol sobre la herida sobre las aguas muertas el astro hirsuto la rabia y su acidez recomida el pensamiento que se oxida y la escritura gangrenada el alba desvivida y el día amordazado la noche cavilada y su hueso roído el horror siempre nuevo y siempre repetido Camino andado camino desandado El vaso de agua la pastilla la lengua de estaño el hormiguero en pleno sueño cascada negra de la sangre cascada pétrea de la noche el peso bruto de la nada zumbido de motores en la ciudad inmensa lejos cerca lejos en el suburbio de mi oreja aparición del ojo y el muro que gesticula aparición del metro cojo el puente roto y el ahogado Camino andado camino desandado El pensamiento circular y el circulo de familia ¿qué hice qué hiciste qué hemos hecho? el laberinto de la culpa sin culpa el espejo que acusa y el silencio que se gangrena el día estéril la noche estéril el dolor estéril la soledad promiscua el mundo despoblado la sala de espera en donde ya no hay nadie Camino andado y desandado la vida se ha ido sin volver el rostro.
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Poeta
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Llegas, silenciosa, secreta, y despiertas los furores, los goces, y esta angustia que enciende lo que toca y engendra en cada cosa una avidez sombría.
El mundo cede y se desploma como metal al fuego. Entre mis ruinas me levanto, solo, desnudo, despojado, sobre la roca inmensa del silencio, como un solitario combatiente
Verdad abrasadora, ¿a qué me empujas? No quiero tu verdad, tu insensata pregunta. ¿A qué esta lucha estéril? No es el hombre criatura capaz de contenerte, avidez que sólo en la sed se sacia, llama que todos los labios consume, espíritu que no vive en ninguna forma mas hace arder todas las formas. contra invisibles huestes.
Subes desde lo más hondo de mí, desde el centro innombrable de mi ser, ejército, marea. Creces, tu sed me ahoga, expulsando, tiránica, aquello que no cede a tu espada frenética.
Ya sólo tú me habitas, tú, sin nombre, furiosa substancia, avidez subterránea, delirante.
Golpean mi pecho tus fantasmas, despiertas a mi tacto, hielas mi frente, abres mis ojos.
Percibo el mundo y te toco, substancia intocable, unidad de mi alma y de mi cuerpo, y contemplo el combate que combato y mis bodas de tierra.
Nublan mis ojos imágenes opuestas, y a las mismas imágenes otras, más profundas, las niegan, ardiente balbuceo, aguas que anega un agua más oculta y densa. En su húmeda tiniebla vida y muerte, quietud y movimiento, son lo mismo.
Insiste, vencedora, porque tan sólo existo porque existes, y mi boca y mi lengua se formaron para decir tan sólo tu existencia y tus secretas sílabas, palabra impalpable y despótica, substancia de mi alma.
Eres tan sólo un sueño, pero en ti sueña el mundo y su mudez habla con tus palabras. Rozo al tocar tu pecho la eléctrica frontera de la vida, la tiniebla de sangre donde pacta la boca cruel y enamorada, ávida aún de destruir lo que ama y revivir lo que destruye, con el mundo, impasible y siempre idéntico a sí mismo, porque no se detiene en ninguna forma ni se demora sobre lo que engendra.
Llévame, solitaria, llévame entre los sueños, llévame, madre mía, despiértame del todo, hazme soñar tu sueño, unta mis ojos con aceite, para que al conocerte me conozca.
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Poeta
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