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Aquí los antiguos recibían al fuego Aquí el fuego creaba el mundo Al mediodía las piedras se abren como frutos El agua abre los párpados La luz resbala por la piel del día Gota inmensa donde el tiempo se refleja y se sacia
A la española el día entra pisando fuerte Un rumor de hojas y pájaros avanza Un presentimiento de mar o mujeres El día zumba en mi frente como una idea fija En la frente del mundo zumba tenaz el día La luz corre por todas partes Canta por las terrazas Hace bailar las casas Bajo las manos frescas de la yedra ligera El muro se despierta y levanta sus torres Y las piedras dejan caer sus vestiduras Y el agua se desnuda y salta de su lecho Más desnuda que el agua Y la luz se desnuda y se mira en el agua Más desnuda que un astro Y el pan se abre y el vino se derrama Y el día se derrama sobre el agua tendida Ver oír tocar oler gustar pensar Labios o tierra o viento entre veleros Sabor del día que se desliza como música Rumor de luz que lleva de la mano a una muchacha Y la deja desnuda en el centro del día Nadie sabe su nombre ni a qué vino Como un poco de agua se tiende a mi costado El sol se para un instante por mirarla La luz se pierde entre sus piernas La rodean mis miradas como agua Y ella se baña en ellas más desnuda que el agua Como la luz no tiene nombre propio Como la luz cambia de forma con el día
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Poeta
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Ruidos confusos, claridad incierta Otro día comienza. Es un cuarto en penumbra y dos cuerpos tendidos. En mi frente me pierdo por un llano sin nadie. Ya las horas afilan sus navajas. Pero a mi lado tú respiras; entrañable y remota fluyes y no te mueves. Inaccesible si te pienso, con los ojos te palpo, te miro con las manos. Los sueños nos separan y la sangre nos junta: somos un río de latidos. Bajo tus párpados madura la semilla del sol. El mundo no es real todavía, el tiempo duda: sólo es cierto el calor de tu piel. En tu respiración escucho la marea del ser, la sílaba olvidada del Comienzo.
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Poeta
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Aparece Ayúdame a existir Ayúdate a existir Oh inexistente por la que existo Oh presentida que me presiente Soñada que me sueña Aparecida desvanecida Ven vuela adviene despierta Rompe diques avanza Maleza de blancuras Marea de armas blancas Mar sin brida galopando en la noche Estrella en pie Esplendor que te clavas en el pecho (Canta herida ciérrate boca) Aparece Hoja en blanco tatuada de otoño Bello astro de pausados movimientos de tigre Perezoso relámpago Águila fija parpadeante Cae pluma flecha engalanada cae Da al fin la hora del encuentro Reloj de Sangre Piedra de toque de esta vida
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Poeta
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Altos muros del agua, torres altas, aguas de pronto negras contra nada, impenetrables, verdes, grises aguas, aguas de pronto blancas, deslumbradas.
Aguas como el principio de las aguas, como el principio mismo antes del agua, las aguas inundadas por el agua, aniquilando lo que finge el agua.
El resonante tigre de las aguas, las uñas resonantes de cien tigres, las cien manos del agua, los cien tigres con una sola mano contra nada.
Desnudo mar, sediento mar de mares, hondo de estrellas si de espumas alto, prófugo blanco de prisión marina que en estelares límites revienta,
¿qué memorias, qué rocas, yelos, islas, informe confusión de aguas y nada, qué mares, encendidos prisioneros, dentro de ti, bajo tu pecho, cantan?
¿Qué violencias recónditas, qué labios, conmueven a tu piel de verdes llamas?, ¿qué desoladas aguas, costas solas, qué mares invisibles, mar, alías?,
¿dónde principias, mar, dónde te viertes?, ¿dónde principias, tiempo, vida mía, ejército de humo y de mentira, adónde vas, latido, carne, sueño?
¿Dónde te viertes, avidez de nada? No soy la piedra que se precipita, soy su caída, y más, soy el abismo, el círculo de sombra en que se ahonda.
Tiempo que se congela, mar y témpano, vampiro de la luna —o se despeña: madre furiosa, inmensa res hendida, mar que te comes vivas las entrañas.
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Poeta
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El sol entre los follajes y el viento por todas partes llama vegetal te esculpen, si verde bajo los oros entre verdores dorada. Construida de reflejos: luz labrada por las sombras, sombra deshecha en la luz.
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Poeta
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La noche de ojos de caballo que tiemblan en la noche, la noche de ojos de agua en el campo dormido, está en tus ojos de caballo que tiembla, está en tus ojos de agua secreta.
Ojos de agua de sombra, ojos de agua de pozo, ojos de agua de sueño.
El silencio y la soledad, como dos pequeños animales a quienes guía la luna, beben en esos ojos, beben en esas aguas.
Si abres los ojos, se abre la noche de puertas de musgo, se abre el reino secreto del agua que mana del centro de la noche.
Y si los cierras, un río, una corriente dulce y silenciosa, te inunda por dentro, avanza, te hace oscura: la noche moja riberas en tu alma.
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Poeta
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Abre simas en todo lo creado, abre el tiempo la entraña de lo vivo, y en la hondura del pulso fugitivo se precipita el hombre desangrado.
¡Vértigo del minuto consumado! En el abismo de mi ser nativo, en mi nada primera, me desvivo: yo mismo frente a mí, ya devorado.
Pierde el alma su sal, su levadura, en concéntricos ecos sumergida, en sus cenizas anegada, oscura.
Mana el tiempo su ejército impasible, nada sostiene ya, ni mi caída, transcurre solo, quieto, inextinguible.
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Poeta
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A través de la noche urbana de piedra y sequía entra el campo a mi cuarto. Alarga brazos verdes con pulseras de pájaros, con pulseras de hojas. Lleva un río de la mano. El cielo del campo también entra, con su cesta de joyas acabadas de cortar. Y el mar se sienta junto a mí, extendiendo su cola blanquísima en el suelo. Del silencio brota un árbol de música. Del árbol cuelgan todas las palabras hermosas que brillan, maduran, caen. En mi frente, cueva que habita un relámpago... Pero todo se ha poblado de alas.
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Poeta
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A la orilla, de mí ya desprendido, toco la destrucción que en mí se atreve, palpo ceniza y nada, lo que llueve el cielo en su caer oscurecido.
Anegado en mi sombra-espejo mido la deserción del soplo que me mueve: huyen, fantasma ejército de nieve, tacto y color, perfume y sed, ruido.
El cielo se desangra en el cobalto de un duro mar de espumas minerales; yazgo a mis pies, me miro en el acero
de la piedra gastada y del asfalto: pisan opacos muertos maquinales, no mi sombra, mi cuerpo verdadero.
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Poeta
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I
A la luz cenicienta del recuerdo que quiere redimir lo ya vivido arde el ayer fantasma. ¿Yo soy ese que baila al pie del árbol y delira con nubes que son cuerpos que son olas, con cuerpos que son nubes que son playas? ¿Soy el que toca el agua y canta el agua, la nube y vuela, el árbol y echa hojas, un cuerpo y se despierta y le contesta? Arde el tiempo fantasma: arde el ayer, el hoy se quema y el mañana. Todo lo que soñé dura un minuto y es un minuto todo lo vivido. Pero no importan siglos o minutos: también el tiempo de la estrella es tiempo, gota de sangre o fuego: parpadeo.
II
Roza mi frente con sus manos frías el río del pasado y sus memorias huyen bajo mis párpados de piedra. No se detiene nunca su carrera y yo, desde mí mismo, lo despido. ¿Huye de mí el pasado? ¿Huyo con él y aquel que lo despide es una sombra que me finge, hueca? Quizá no es él quien huye: yo me alejo y él no me sigue, ajeno, consumado. Aquel que fui se queda en la ribera. No me recuerda nunca ni me busca, no me contempla ni despide: contempla, busca a otro fugitivo. Pero tampoco el otro lo recuerda.
III
No hay antes ni después. ¿Lo que viví lo estoy viviendo todavía? ¡Lo que viví! ¿Fui acaso? Todo fluye: lo que viví lo estoy muriendo todavía. No tiene fin el tiempo: finge labios, minutos, muerte, cielos, finge infiernos, puertas que dan a nada y nadie cruza. No hay fin, ni paraíso, ni domingo. No nos espera Dios al fin de semana. Duerme, no lo despiertan nuestros gritos. Sólo el silencio lo despierta. Cuando se calle todo y ya no canten la sangre, los relojes, las estrellas, Dios abrirá los ojos y al reino de su nada volveremos.
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Poeta
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