|
¿Serás, amor un largo adiós que no se acaba? Vivir, desde el principio, es separarse. En el mismo encuentro con la luz, con los labios, el corazón percibe la congoja de tener que estar ciego y sólo un día. Amor es el retraso milagroso de su término mismo: es prolongar el hecho mágico de que uno y uno sean dos, en contra de la primer condena de la vida. Con los besos, con la pena y el pecho se conquistan, en afanosas lides, entre gozos parecidos a juegos, días, tierras, espacios fabulosos, a la gran disyunción que está esperando, hermana de la muerte o muerte misma. Cada beso perfecto aparta el tiempo, le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve donde puede besarse todavía. Ni en el lugar, ni en el hallazgo tiene el amor su cima: es en la resistencia a separarse en donde se le siente, desnudo altísimo, temblando. Y la separación no es el momento cuando brazos, o voces, se despiden con señas materiales. Es de antes, de después. Si se estrechan las manos, si se abraza, nunca es para apartarse, es porque el alma ciegamente siente que la forma posible de estar juntos es una despedida larga, clara y que lo más seguro es el adiós.
|
Poeta
|
|
Se te está viendo la otra. Se parece a ti: los pasos, el mismo ceño, los mismos tacones altos todos manchados de estrellas. Cuando vayáis por la calle juntas, las dos, ¡qué difícil el saber quién eres, quién no eres tú! Tan iguales ya, que sea imposible vivir más así, siendo tan iguales. Y como tú eres la frágil, la apenas siendo, tiernísima, tú tienes que ser la muerta. Tú dejarás que te mate, que siga viviendo ella, embustera, falsa tú, pero tan igual a ti que nadie se acordará sino yo de los que eras. Y vendrá un día -porque vendrá, sí, vendrá- en que al mirarme a los ojos tú veas que pienso en ella y la quiero: tú veas que no eres tú.
|
Poeta
|
|
Se puede vivir en nidos, como las aves querrían.
Se puede vivir en pechos como quieren acabar las violetas y los amores impares.
Se puede vivir en llamas, cuando se quema un papel y ya no quedan palabras sino luz resplandeciente.
Se puede vivir, también, a veces viven las vidas, bajo los techos, en casas, o en veletas, como el aire.
Pero nosotros vivimos un día dicha sin nidos, sin techos y sin veletas. Viviéndola en un color verde, en un color verde sobre ruedas.
|
Poeta
|
|
¿No lo oyes? Sobre el mundo, eternamente errante de vendaval, a brisas o a suspiro, bajo el mundo, tan poderosamente subterránea que parece temblor, calor de tierra, sin cesar, en su angustia desolada, vuela o se arrastra el ansia de ser cuerpo. Todo quiere ser cuerpo. Mariposa, montaña, ensayos son alternativos de forma corporal, a un mismo anhelo: cumplirse en la materia, evadidas por fin del desolado sino de almas errantes. Los espacios vacíos, el gran aire, esperan siempre, por dejar de serlo, bultos que los ocupen. Horizontes vigilan avizores, en los mares, barcos que desalojen con su gran tonelaje y con su música alguna parte del vacío inmenso que el aire es fatalmente; y las aves tienen el aire lleno de memorias. ¡Afán, afán de cuerpo! Querer vivir es anhelar la carne, donde se vive y por la que se muere. Se busca oscuramente sin saberlo un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo.
Nuestro primer hallazgo es el nacer. Si se nace con los ojos cerrados, y los puños rabiosamente voluntarios, es porque siempre se nace de quererlo. El cuerpo ya está aquí; pero se ignora, como al olor de rosa se le olvida la rosa. Le llevamos aliado nuestro, se le mira en los espejos, en las sombras. Solamente costumbre. Un día la infatigable sed de ser corpóreo en nosotros irrumpe, lo mismo que la luz, necesitada de posarse en materia para verse por el revés de sí, verse en su sombra. Y como el cuerpo más cercano de todos los del mundo es este nuestro, nos unimos con él, crédulos, fáciles, ilusionados de que bastará a nuestro afán de carne. Nuestro cuerpo es el cuerpo primero en que vivimos, y eso se llama juventud a veces. Sí, es el primero y eran dieciséis los años de la historia. Agua fría en la piel, zumo de mundo inédito en la boca, locas carreras para nada, y luego, el cansancio feliz. Tibios presagios sin rumbo el rostro corren, disfrazados de ardores sin motivo. Nos sospechamos nuestros labios, ya. La primer soledad se siente en ellos. ¡Y qué asombrado es el reconocerse en estas tentativas de presencia, nosotros en nosotros, vagabundos por el cuerpo soltero! Alegremente fáciles, se vive así en materia que nada necesita, si no es ella, igual que la inicial estrella de la noche, tan suficientemente solitaria. Así viven los seres tiernamente llamados animales: la gacela está en bodas recientes con su cuerpo.
Pero luego supimos, lo supimos tú y yo en el mismo día, que un cuerpo que se busca cuando se tiene ya y se está cansado de su repetición y de su pulso, sólo se encuentra en otro. ¿Con qué buscar los cuerpos? Con los ojos se buscan, penetrantes, en la alta madrugada, ese paisaje del invierno del día, tan nevado; en el lecho se buscan, donde estoy solo, donde tú estarás. La blancura vacía se puebla de recuerdos no tenidos, la recorren presagios sonrosados de aquel rosado bulto que tú eras, y brota, inmaterial masa de sueño, tu inventada figura hasta que llegues.
Allí, en la oscura noche, cuando el silencio lo permite todo y parece la vida, el oído en vela escucha vaga respiración, suspiro en eco, sospechas del estar un cuerpo aliado. Porque un cuerpo -lo sabes y lo sé- sólo está en su pareja. Ya se encontró: con lentas claridades, muy despacio. ¡Cómo desembocamos en el nuevo, cuerpo con cuerpo igual que agua con agua, corriendo juntos entre orillas que se llaman los días más felices! ¡Cómo nos encontramos con el nuestro allí en el otro, por querer huirlo! Estaba allí esperándose, esperándonos: un cuerpo es el destino de otro cuerpo.
Y ahora se le conoce, ya, clarísimo. Después de tantas peregrinaciones, por temblores, por nubes y por números, estaba su verdad definitiva. Traspasamos los límites antiguos. La vida salta, al fin, sobre su carne, por un gran soplo corporal henchidas las nuevas velas: atrás se cierra un mar y busca otro. Encarnación final, y jubiloso nacer, por fin, en dos, en la unidad radiante de la vida, dos. Derrota del solitario aquel nacer primero. Arribo a nuestra carne trascorpórea, al cuerpo, ya, del alma. Y se quedan aquí tras el hallazgo -milagroso final de besos lentos-, rendidos nuestros bultos y estrechados, sólo ya como prendas, como señas de que a dos seres les sirvió esta carne -por eso está tan trémula de dicha- para encontrar, al cabo, al otro lado, su cuerpo, el del amor, último y cierto. Ese que inútilmente esperarán las tumbas.
|
Poeta
|
|
¿No lo oyes? Sobre el mundo, eternamente errante de vendaval, a brisas o a suspiro, bajo el mundo, tan poderosamente subterránea que parece temblor, calor de tierra, sin cesar, en su angustia desolada, vuela o se arrastra el ansia de ser cuerpo. Todo quiere ser cuerpo. Mariposa, montaña, ensayos son alternativos de forma corporal, a un mismo anhelo: cumplirse en la materia, evadidas por fin del desolado sino de almas errantes. Los espacios vacíos, el gran aire, esperan siempre, por dejar de serlo, bultos que los ocupen. Horizontes vigilan avizores, en los mares, barcos que desalojen con su gran tonelaje y con su música alguna parte del vacío inmenso que el aire es fatalmente; y las aves tienen el aire lleno de memorias. ¡Afán, afán de cuerpo! Querer vivir es anhelar la carne, donde se vive y por la que se muere. Se busca oscuramente sin saberlo un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo.
Nuestro primer hallazgo es el nacer. Si se nace con los ojos cerrados, y los puños rabiosamente voluntarios, es porque siempre se nace de quererlo. El cuerpo ya está aquí; pero se ignora, como al olor de rosa se le olvida la rosa. Le llevamos aliado nuestro, se le mira en los espejos, en las sombras. Solamente costumbre. Un día la infatigable sed de ser corpóreo en nosotros irrumpe, lo mismo que la luz, necesitada de posarse en materia para verse por el revés de sí, verse en su sombra. Y como el cuerpo más cercano de todos los del mundo es este nuestro, nos unimos con él, crédulos, fáciles, ilusionados de que bastará a nuestro afán de carne. Nuestro cuerpo es el cuerpo primero en que vivimos, y eso se llama juventud a veces. Sí, es el primero y eran dieciséis los años de la historia. Agua fría en la piel, zumo de mundo inédito en la boca, locas carreras para nada, y luego, el cansancio feliz. Tibios presagios sin rumbo el rostro corren, disfrazados de ardores sin motivo. Nos sospechamos nuestros labios, ya. La primer soledad se siente en ellos. ¡Y qué asombrado es el reconocerse en estas tentativas de presencia, nosotros en nosotros, vagabundos por el cuerpo soltero! Alegremente fáciles, se vive así en materia que nada necesita, si no es ella, igual que la inicial estrella de la noche, tan suficientemente solitaria. Así viven los seres tiernamente llamados animales: la gacela está en bodas recientes con su cuerpo.
Pero luego supimos, lo supimos tú y yo en el mismo día, que un cuerpo que se busca cuando se tiene ya y se está cansado de su repetición y de su pulso, sólo se encuentra en otro. ¿Con qué buscar los cuerpos? Con los ojos se buscan, penetrantes, en la alta madrugada, ese paisaje del invierno del día, tan nevado; en el lecho se buscan, donde estoy solo, donde tú estarás. La blancura vacía se puebla de recuerdos no tenidos, la recorren presagios sonrosados de aquel rosado bulto que tú eras, y brota, inmaterial masa de sueño, tu inventada figura hasta que llegues.
Allí, en la oscura noche, cuando el silencio lo permite todo y parece la vida, el oído en vela escucha vaga respiración, suspiro en eco, sospechas del estar un cuerpo aliado. Porque un cuerpo -lo sabes y lo sé- sólo está en su pareja. Ya se encontró: con lentas claridades, muy despacio. ¡Cómo desembocamos en el nuevo, cuerpo con cuerpo igual que agua con agua, corriendo juntos entre orillas que se llaman los días más felices! ¡Cómo nos encontramos con el nuestro allí en el otro, por querer huirlo! Estaba allí esperándose, esperándonos: un cuerpo es el destino de otro cuerpo.
Y ahora se le conoce, ya, clarísimo. Después de tantas peregrinaciones, por temblores, por nubes y por números, estaba su verdad definitiva. Traspasamos los límites antiguos. La vida salta, al fin, sobre su carne, por un gran soplo corporal henchidas las nuevas velas: atrás se cierra un mar y busca otro. Encarnación final, y jubiloso nacer, por fin, en dos, en la unidad radiante de la vida, dos. Derrota del solitario aquel nacer primero. Arribo a nuestra carne trascorpórea, al cuerpo, ya, del alma. Y se quedan aquí tras el hallazgo -milagroso final de besos lentos-, rendidos nuestros bultos y estrechados, sólo ya como prendas, como señas de que a dos seres les sirvió esta carne -por eso está tan trémula de dicha- para encontrar, al cabo, al otro lado, su cuerpo, el del amor, último y cierto. Ese que inútilmente esperarán las tumbas.
|
Poeta
|
|
Donde estuvo la nube ya no hay nube; los ojos, que la piensan.
Absoluto celeste, azul unánime sin ave, sin su anécdota.
Al célico sosiego otro marino sosiego le contesta.
Las últimas congojas de la ola playa se las consuela.
Tanto sollozo en leve espuma acaba, y la espuma en la arena.
Le basta un color solo a tanto espacio, sin vela que disienta.
El mar va por el mar buscado azules y a un azul los eleva.
Está el día en el fiel. La luz, la sombra ni más ni menos pesan.
Dentro del hombre ni esperanza empuja ni memoria sujeta.
El presente, que tanto se ha negado, hoy, aquí, ya, se entrega.
¡Presente, si, hay presente! Ojos absortos felices le contemplan.
El tiempo abjura de su error, las horas, y pasa sin saberlas.
Aves, ondinas, callan, y de voces vacío el aire dejan.
La dilatada anchura del silencio de silencio se llena.
Es el vivir tan tenue, que no ata; la cautiva se suelta.
Por las campiñas, ya, del puro ser viene, va, se recrea.
Está el mundo tan limpio, que es espejo: la escapada lo estrena.
Radiante mediodía. En él, el alma se reconoce: esencia.
Segunda, y la mejor, surge del mar la Venus verdadera.
|
Poeta
|
|
¡Que se apaguen las lumbres, que se paren los labios, que las voces no digan ya más: «Te quiero» ¡Que un gran silencio reine, una quietud redonda, y se evite el desastre que unos labios buscándose traerían a esta suma de aciertos que es la tierra! Que apenas la mirada, lo que hay más inocente en el cuerpo del hombre, se quede conservándole al amor su futuro, en esa leve estrella que los ojos albergan y que por ser tan pura no puede romper nada.
Tan débil está el mundo -cendales o cristales-que hay que moverse en él como en las ilusiones, donde un amor se puede morir si hacemos ruido. Sólo una trémula espera, un respirar secreto, una fe sin señales, van a poder salvar hoy, la gran fragilidad de este mundo.
Y la nuestra.
|
Poeta
|
|
Qué alegría vivir sintiéndote vivido. Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente, de que otro ser, fuera de mí, muy lejos me está viviendo. Que cuando los espejos, los espías, azogues, almas cortas, aseguran que estoy aquí, yo, inmóvil, con los ojos cerrados y los labios, negándome al amor de la luz, de la flor y de los nombres, la verdad transmisible es que camino sin mis pasos, con otros allá lejos, y allí estoy besando flores, luces, habo. Que hay otro ser, por el que miro el mundo, porque me está queriendo con sus ojos. Que hay otra voz con la que digo cosas no sospechadas por mi gran silencio; y sé que también me quiere con su voz. La vida - ¡qué transporte ya! -, ignorancia de lo que son mis actos, que ella hace, en que ella vive, doble, suya y mía. Y cuando ella me hable de un cielo oscuro, de un paisaje blanco, recordaré estrellas que no vi, que ella miraba, y nieve que nevaba allá en su cielo. Con la extraña delicia de acordarse de haber tocado lo que no toqué sino con esas manos que no alcanzo a coger con las mías, tan distantes. Y todo enajenado podrá el cuerpo descansar, quieto, muerto ya. Morirse en la alta confianza de que este vivir mío no era solo mi vivir: era el nuestro. Y que me vive otro ser de la no muerte.
|
Poeta
|
|
Cuánto rato te he mirado sin mirarte a ti, en la imagen exacta e inaccesible que te traiciona el espejo! «Bésame», dices. Te beso, y mientras te beso pienso en lo fríos que serán tus labios en el espejo. «Toda el alma para ti», murmuras, pero en el pecho siento un vacío que sólo me lo llenará ese alma que no me das. El alma que se recata con disfraz de claridades en tu forma del espejo.
|
Poeta
|
|
¿Por qué pregunto dónde estás, si no estoy ciego. si tú no estás ausente? Si te veo ir y venir, a ti, a tu cuerpo alto que se termina en voz, como en humo la llama, en el aire, impalpable.
Y te pregunto, sí, y te pregunto de qué eres, de quién; y abres los brazos y me enseñas la alta imagen de ti y me dices que mía. Y te pregunto, siempre.
|
Poeta
|
|