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Azrael, abre tu ala negra, y honda, cobíjeme su palio sin medida, y que a su abrigo bienechor se esconda la incurable tristeza de mi vida.
Azrael, ángel bíblico, ángel fuerte, ángel de redención, ángel sombrío, ya es tiempo que consagres a la muerte mi cerebro sin luz: altar vacío...
Azrael, mi esperanza es una enferma; ya tramonta mi fe; llegó el ocaso, ven, ahora es preciso que yo duerma... ¿Morir..., dormir..., dormir...? ¡Soñar acaso!
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Poeta
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Flor de Mayo, como un rayo de la tarde, se moría... Yo te quise, Flor de Mayo, tú lo sabes; ¡pero Dios no lo quería!
Las olas vienen, las olas van, cantando vienen, cantando irán.
Flor de Mayo ni se viste ni se alahaja ni atavía; ¡Flor de Mayo está muy triste! ¡Pobrecita, pobrecita vida mía!
Cada estrella que palpita, desde el cielo le habla asi: «Ven conmigo Florecita, brillarás en la extensión igual a mí.»
Flor de Mayo, con desmayo, le responde: «¡Pronto iré!»
...
Se nos muere Flor de Mayo, ¡Flor de Mayo, la Elegida, se nos fue!
Las olas vienen, las olas van, cantando vienen, llorando irán...
«¡No me dejes!», yo le grito; «¡No te vayas, dueño mío: el espacio es infinito y es muy negro y hace frío, mucho frío!»
Sin curarse de mi empeño, Flor de Mayo se alejó, y en la noche, como un sueño, misteriosamente triste se perdió.
Las olas vienen, las olas van, cantando vienen, ¡ay cómo irán!
Al amparo de mi huerto una sola flor crecía: Flor de Mayo, y se me ha muerto... Yo la quise, ¡pero Dios no lo quería!
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Poeta
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(Para José I. Bandera)
Yo tuve un ideal, ¿en dónde se halla? Albergué una virtud, ¿por qué se ha ido? Fui templado, ¿do está mi recia malla? ¿En qué campo sangriento de batalla me dejaron así, triste y vencido?
¡Oh, Progreso, eres luz! ¿Por qué no llena tu fulgor mi conciencia? Tengo miedo a la duda terrible que envenena, y que miras rodar sobre la arena ¡y, cual hosca vestal, bajas el dedo!
¡Oh, siglo decadente, que te jactas de poseer la verdad!, tú que haces gala de que con Dios, y con la muerte pactas, devuélveme mi fe, yo soy un Chactas que acaricia el cadáver de su Atala...
Amaba y me decías: <analiza>, y murió mi pasión; luchaba fiero con Jesús por coraza, triza a triza, el filo penetrante de tu acero.
¡Tengo sed de saber y no me enseñas; tengo sed de avanzar y no me ayudas; tengo sed de creer y me despeñas en el mar de teorías en que sueñas hallar las soluciones de tus dudas!
Y caigo, bien lo ves, y ya no puedo batallar sin amor, sin fe serena que ilumine mi ruta, y tengo miedo... ¡Acógeme, por Dios! Levanta el dedo, vestal, ¡que no me maten en la arena!
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Poeta
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Amiga, mi larario está vacío: desde que el fuego del hogar no arde, nuestros dioses huyeron ante el frío; hoy preside en sus tronos el hastío las nupcias del silencio y de la tarde.
El tiempo destructor no en vano pasa; los aleros del patio están en ruinas; ya no forman allí su leve casa, con paredes convexas de argamasa y tapíz del plumón, las golondrinas.
¡Qué silencio el del piano! Su gemido ya no vibra en los ámbitos desiertos; los nocturnos y scherzos han huído... ¡Pobre jaula sin aves! ¡Pobre nido! ¡Misterioso ataúd de trinos muertos!
¡Ah, si vieras tu huerto! Ya no hay rosas, ni lirios, ni libélulas de seda, ni cocuyos de luz, ni mariposas... Tiemblan las ramas del rosal, medrosas; el viento sopla, la hojarasca rueda.
Amiga, tu mansión está desierta; el musgo verdinegro que decora los dinteles ruinosos de la puerta, parece una inscripción que dice: ¡Muerta! El cierzo pasa, y suspirando: ¡Llora!
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Poeta
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Rindióme al fin el batallar continuo de la vida social; en la contienda, envidiaba la dicha del beduíno que mora en libertad bajo su tienda.
Huí del mundo a mi dolor extraño, llevaba el corazon triste y enfermo, y busqué , como Pablo el Ermitaño, la inalterable soledad del yermo.
Allí moro, allí canto, de la vista del hombre huyendo, para el goce muerto, y bien puedo decir como el Bautista: ¡Soy la voz del que clama en el desierto!
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Poeta
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Ha muchos años que busco el yermo, ha muchos años que vivo triste, ha muchos años que estoy enfermo, ¡y es por el libro que tu escribiste!
¡Oh Kempis, antes de leerte amaba la luz, las vegas, el mar Océano; mas tú dijiste que todo acaba, que todo muere, que todo es vano!
Antes, llevado de mis antojos, besé los labios que al beso invitan, las rubias trenzas, los grande ojos, ¡sin acordarme que se marchitan!
Mas como afirman doctores graves, que tú, maestro, citas y nombras, que el hombre pasa como las naves, como las nubes, como las sombras...,
huyo de todo terreno lazo, ningún cariño mi mente alegra, y con tu libro bajo del brazo voy recorriendo la noche negra...
¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo, pálido asceta, qué mal me hiciste! ¡Ha muchos años que estoy enfermo, y es por el libro que tú escribiste!
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Poeta
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Si tú me dices ven, lo dejo todo... No volveré siquiera la mirada para mirar a la mujer amada... Pero dímelo fuerte, de tal modo
que tu voz como toque de llamada, vibre hasta el más íntimo recodo del ser, levante el alma de su lodo y hiera el corazón como una espada.
Si tú me dices ven, todo lo dejo... Llegaré a tu santuario casi viejo, y al fulgor de la luz crepuscular,
más he de compensarte mi retardo, difundiéndome ¡Oh, Cristo! como un nardo de perfume sutil, ante tu altar.
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Poeta
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RÉQUIEM
¡Oh, Señor, Dios de los ejércitos, eterno Padre, eterno Rey, por este mundo que creaste con la virtud de tu poder; porque dijiste: la luz sea, y a tu palabra la luz fue; porque coexistes con el Verbo, porque contigo el Verbo es desde los siglos de los siglos y sin mañana y sin ayer, requiem aeternam dona eis, Domine, el lux perpetua luceat eis!
¡Oh, Jesucristo, por el frío de tu pesebre de Belén, por tus angustias en el Huerto, por el vinagre y por la hiel, por las espinas y las varas con que tus carnes desgarré, y por la cruz en que borraste todas las culpas de Israel; Hijo del Hombre, desolado, trágico Dios, tremendo Juez: requiem aeternam dona eis, Domine, el lux perpetua luceat eis!
Divino Espíritu, Paráclito, aspiración del gran Iavéh, que unes al Padre con el Hijo, y siendo El Uno sois los Tres; por la paloma de alas níveas, por la inviolada doncellez de aquella Virgen que en su vientre llevó al Mesías Emmanuel; por las ardientes lenguas rojas con que inspiraste ciencia y fe a los discípulos amados de Jesucristo, nuestro bien: ¡requiem aeternam dona eis, Domine, el lux perpetua luceat eis!
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Poeta
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Porque contemplo aún albas radiosas y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas en que tiembla el lucero de Belén, y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas gracias, ¡está bien!
Porque en las tardes, con sutil desmayo, piadosamente besa el sol mi sien, y aun la transfigura con su rayo: gracias, ¡está bien!
Porque en las noches una voz me nombra (¡voz de quien yo me sél), y hay un edén escondido en los pliegues de mi sombra: gracias, ¡está bienI
Porque hasta el mal en mí don es del cielo, pues que, al minarme va, con rudo celo, desmoronando mi prisión también; porque se acerca ya mi primer vuelo: gracias, ¡está bien!
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Poeta
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Por tus ojos verdes yo me perdería, sirena de aquellas que Ulises, sagaz, amaba y temía. Por tus ojos verdes yo me perdería.
por tus ojos verdes en los que, fugaz brillar suele, a veces, la melancolía; por tus ojos verdes tan llenos de paz; misteriosos como la esperanza mía; por tus ojos verdes, conjuro eficaz, yo me salvaría.
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Poeta
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