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»Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor; ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia sin que yo me angustie y llore; ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias, ¡oh, Cristo! »En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos, ¡oh, Cristo!
»¡Que importan males o bienes! Para mí todos son bienes. El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas. ¿Rosas de pasión?‚ ¡Que importa! Rosas de celeste esencia, purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros, ¡oh, Cristo!»
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Poeta
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»Espíritu que naufraga en medio de un torbellino, porque manda mi destino que lo que no quiero haga;
»frente al empuje brutal de mi terrible pasión, le pregunto a mi razón dónde están el bien y el mal;
»quién se equivoca, quién yerra; la conciencia, que me grita: ¡Resiste!, llena de cuita, o el titán que me echa en tierra.
»Si no es mío el movimiento gigante que me ha vencido, ¿por qué, después de caído, me acosa el remordimiento?
»La peña que fue de cuajo arrancada y que se abisma, no se pregunta a sí misma por qué cayó tan abajo;
»mientras que yo, ¡miserable!, si combato, soy vencido, y si caigo, ya caído aún me encuentro culpable,
»¡y en el fondo de mi mal, ni el triste consuelo siento de que mi derrumbamiento fue necesario y fatal!»
Así, lleno de ansiedad un hermano me decía, y yo le oí con piedad, pensando en la vanidad de toda filosofía..., y clamé, después de oír «¡Oh, mi sabio no saber, mi elocuente no argüir, mi regalado sufrir, mi ganancioso perder!»
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Poeta
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¿A dónde fuiste, amor; a dónde fuiste? Se extinguió en el poniente el manso fuego, y tú que me decías: "Hasta luego, volveré por la noche"... ¡No volviste!
¿En que zarzas tu pie divino heriste? ¿Que muro cruel te ensordeció a mi ruego? ¿Que nieve supo congelar tu apego y a tu memoria hurtar mi imagen triste?
¡Amor, ya no vendrás! En vano, ansioso, de mi balcón atalayando vivo el campo verde y el confín brumoso.
Y me finge un celaje fugitivo nave de luz en que, al final reposo, va tu dulce fantasma pensativo.
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Poeta
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Pasas por el abismo de mis tristezas como un rayo de luna sobre los mares, ungiendo lo infinito de mis pesares con el nardo y la mina de tus ternezas.
Ya tramonta mi vida; la tuya empiezas; mas, salvando del tiempo los valladares, como un rayo de luna sobre los mares pasas por el abismo de mis tristezas.
No más en la tersura de mis cantares dejará el desencanto sus asperezas; pues Dios, que dio a los cielos sus luminares, quiso que atravesaras por mis tristezas como un rayo de luna sobre los mares.
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Poeta
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Yo también, cual los héroes medievales que viven con la vida de la fama, luché por tres divinos ideales: ¡por mi Dios, por mi Patria y por mi Dama!
Hoy que Dios ante mí su faz esconde, que la Patria me niega su ternura de madre, y que a mi acento no responde la voz angelical de la Hermosura,
rendido bajo el peso del destino esquivando el combate, siempre rudo, heme puesto a la vera del camino, resuelto a descansar sobre mi escudo.
Quizá mañana, con afán contrario, ajustándome el casco y la loriga, de nuevo iré tras el combate diario, exclamando: ¡Quién me ame, que me siga!
Mas hoy dejadme, aunque a la gloria pese, dormir en paz sobre mi escudo roto; dejad que en mi redor el ruido cese, que la brisa noctívaga me bese y el Olvido me dé su flor de loto.
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Poeta
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Yo amaba lo azul con ardimiento: las montañas excelsas, los sutiles crespones de zafir del firmamento, el piélago sin fin, cuyo lamento arrulló mis ensueños juveniles.
Callaba mi laúd cuando despliega cada estrella purísima su broche, el universo en la quietud navega, y la luna, hoz de plata, surge y siega el haz de espesas sombras de la noche.
Cantaba, si la aurora descorría en el oriente sus rosados velos, si el aljófar al campo descendía, y el sol, urna de oro que se abría, inundaba de luz todos los cielos.
Mas hoy amo la noche, la galana, de dulce majestad, horas tranquilas y solemnes, la nubia soberana, la de espléndida pompa americana: ¡La noche tropical de tus pupilas!
Hoy esquivo del alba los sonrojos, su saeta de oro me maltrata, y el corazón, sin pena y sin enojos, tan sólo ante lo negro de tus ojos como el iris del buho se dilata.
¿Qué encanto hubiera semejante al tuyo, oh, noche mía? ¡Tu beldad me asombra! Yo, que esplendores matutinos huyo, ¡dejo el alma que agite, cual cocuyo, sus alas coruscantes en tu sombra!
Si siempre he de sentir esa mirada fija en mi rostro, poderosa y tierna, ¡adiós, por siempre adiós, rubia alborada! doncella de la veste sonrosada: ¡que reine en mi redor la noche eterna!
¡Oh, noche! Ven a mí llena de encanto; mientras con vuelo misterioso avanzas, nada más para ti será mi canto, y en los brunos repliegues de tu manto, su cáliz abrirán mis esperanzas!
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Poeta
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¿Ves el sol, apagando su luz pura en las ondas del piélago ambarino? Así hundió sus fulgores mi ventura para no renacer en mi camino.
Mira la luna: desgarrando el velo de las tinieblas, a brillar empieza. Así se levantó sobre mi cielo el astro funeral de la tristeza.
¿Ves el faro en la peña carcomida que el mar inquieto con su espuma alfombra? Así radia la fe sobre mi vida, solitaria, purísima, escondida: ¡cómo el rostro de un ángel en la sombra!
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Poeta
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Al oír tu dulce acento me subyuga la emoción, y en un mudo arrobamiento se arrodilla el pensamiento y palpita el corazón... Al oír tu dulce acento.
Canta, virgen, yo lo imploro; que tu voz angelical semeja el rumor sonoro de leve lluvia de oro sobre campo de cristal. Canta, virgen, yo lo imploro: es de alondra tu garganta, ¡Canta!
¡Qué vagas melancolías hay en tu voz! Bien se ve que son amargos tus días. Huyeron las alegrías, tu corazón presa fue de vagas melancolías.
¡Por piedad! ¡No cantes ya, que tu voz al alma hiere! Nuestro amor, ¿en dónde está? Ya se fue..., todo se va... Ya murió..., todo se muere... Por piedad, no cantes ya, que la pena me avasalla... ¡Calla!
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Poeta
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Cada rosa gentil ayer nacida, cada aurora que apunta entre sonrojos, dejan mi alma en el éxtasis sumida ¡nunca se cansan de mirar mis ojos el perpetuo milagro de la vida!
Años ha que contemplo las estrellas en las diáfanas noches españolas y las encuentro cada vez mas bellas. Años ha que en el mar conmigo a solas, ¡y aún me pasma el prodigio de las olas!
Cada vez hallo la naturaleza más sobrenatural, más pura y santa, Para mí, en rededor, todo es belleza: y con la misma plenitud me encanta la boca de la madre cuando reza que la boca del niño cuando canta.
Quiero ser inmortal con sed intensa, porque es maravilloso el panorama con que nos brinda la creación inmensa; porque cada lucero me reclama, diciéndome al brillar: "Aquí se piensa, también aquí se lucha, aquí se ama."
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Poeta
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Tú que piensas que no creo cuando argüimos los dos, no imaginas mi deseo, mi sed, mi hambre de Dios;
ni has escuchado mi grito desesperante, que puebla la entraña de la tiniebla invocando al Infinito; ni ves a mi pensamiento, que empañado en producir ideal, suele sufrir torturas de alumbramiento.
Si mi espíritu infecundo tu fertilidad tuviese, forjado ya un cielo hubiese para completar su mundo.
Pero di, qué esfuerzo cabe en un alma sin bandera que lleva por dondequiera tu torturador ¡quién sabe!;
que vive ayuna de fe y, con tenaz heroísmo, va pidiendo a cada abismo y a cada noche un ¿por qué?
De todas suertes, me escuda mi sed de investigación, mi ansia de Dios, honda y muda; y hay más amor en mi duda que en tu tibia afirmación.
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Poeta
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